sábado, 31 de diciembre de 2005

jueves, 29 de diciembre de 2005

Regalo de Navidad

Recuerdo la Navidad donde recibí mi primera bicicleta. Vivíamos en un departamento con un largo pasillo que conectaba la sala con las recámaras y el baño, y justo donde comenzaba doña Valent solía poner el arbolito navideño. Mi cuarto era el que quedaba al fondo, así que en las fechas decembrinas empujaba la cama de tal manera que acostada desde ahí tenía directa la perspectiva hacia el alumbrado pino, y durante muchos años luché sin éxito contra mi sueño para espiar el momento justo en el que los dadores de regalos llegaran con su cargamento a leer las cartitas que con excesiva ansia y frenesí escribíamos mi hermana y yo, para canjearlas por las peticiones ahí especificadas. El caso es que una Navidad abrí los ojos y en medio de mi modorres vi la silueta de dos regalos enormes, bajé de la cama y corrí directo hacia el árbol… Ahí estaban: dos flamantes bicicletas que el Niño Dios (los Valent no creemos mucho en Santa Claus) había dejado para el par de hermanas que enfundadas en sus camisones miraban atónitas lo que tenían ante sus ojos. Por cuestiones de la edad a la primogénita le llegó un modelo en rojo, con un manubrio medio alto y un número pintado al lado, mientras que a la Kittotta le fue destinado un pequeño ejemplar en guinda con rueditas laterales y opción de removerlas toda vez que la técnica bicicletera fuera perfeccionada.

Mi cabeza está llena de anécdotas dolorosas por tanto y tanto catorrazo obtenido desde el momento en el que la estrené hasta el día que le dije adiós y nunca más la volví a ver (fue uno de los tantos objetos que no sobrevivieron la mudanza). La más alarmante de todas es cuando me fui de boca en una bajadita porque dicha bicicleta carecía de frenos, y como los piecitos no me dieron para frenar al estilo de Pedro Picapiedra con el troncomóvil, mi papá corrió detrás de mí para detenerme y ¡zas! que nos caemos los dos. Después nos hicimos de otras más de acuerdo con nuestra edad y tamaño, pero el furor por este juguete desapareció y ahí quedaron, refundidas en lo más recóndito del rincón de los tiliches.

Esta Navidad desperté algo tarde un poco empanzonada por los múltiples platos del pozole degustado en la cena, y mientras me desprendía de las lagañas el amor de mis amores pasó por mí montado en su regalo de Navidad adelantado, animándome a que sacara del olvido mi antigua y oxidada bicicleta para que diéramos un par de vueltas en la calle. Al ver que ya no había remedio para la pobrecita, reuní el ánimo suficiente para ir en ese momento al super y, en un arranque de compradora compulsiva, me hice de un nuevo ejemplar de tamaño inusitado y tono color alegría (amarillo amarillo)… Volver a treparme en una bicicleta fue todo un reto doloroso, y re.aprender a pedalear y conservar el equilibrio al unísono ha sido no sólo un asunto de destreza, también representa una terrible analogía para enfrentar y vencer mis miedos. A veces me limita tanto la sensación de caerme que prefiero tirar todo antes de volverlo a intentar, y hoy andar en bicicleta de nueva cuenta a mis 26 años, el darme la oportunidad contemplar una linda tarde de diciembre sintiendo el aire en mi cara y mi novio al lado, de disfrutar como chiquilla mi propio auto-regalo navideño me tiene muy feliz, con la conciencia de dejar poco a poco en el olvido los temores y berrinches (mas no mi nueva bici) refundidos en un lejano y polvoriento rincón de mi cabeza…

jueves, 22 de diciembre de 2005

Nadie me invitó a una posada...

Cuando vivía mi abuelita en casa solíamos invitarla a cualquier reunión, comida o salida ocasional que la familia Valent tuviera. Se le decía una vez y contestaba que no; se le invitaba de nuevo a otra cosa y ella se aferraba hasta con las uñas a su rotundo no; a lo último ya ni los ruegos funcionaban para hacerla salir de su negativa, hasta que llegó el momento en el que decidimos avisarle que saldríamos y punto, nada más. Así debe suceder con mi persona porque cada vez que soy requerida en algún evento del tipo social me gana el síndrome del Son de la Negra (a todos les digo si, pero no les digo cuando), y sospecho que por eso este año nadie se interesó por solicitar mi presencia y compañía en las tradicionales posadas decembrinas... Caramba, ahora que tantas ganas tengo de ir a una.

Y es que como lo he manifestado tantas veces en ésta H. Columna, la Kittotta no es persona de festejos y pachangones, pero este año que termina ha dejado en mí un extraño halo de fe, esa fe que hace mucho creí haber perdido. Como dicen por ahí, cuando todo acaba lo único que queda es, además de la cultura, el asunto espiritual, las creencias, la convicción, la esperanza. Tal vez por ello ahora fortuitamente me asaltan tremendas ansias por acercarme al origen de las cosas, especialmente al de tan embriagantes tradiciones; y considero que el mejor camino es asistir a una verdadera y auténtica posada con peregrinación, arrullo del Niño Dios, partida de piñata y ricos aguinaldos. Para cuando esta columna se publique seguro habré tomado ya medidas extremas para saciar mi espíritu navideño, bien sea que: a) me haya autoinvitado a alguna de la colonia; b) haya detectado alguna en la cartelera cultural; o c) haya acudido a la parroquia más cercana para comer aunque sea un cacahuatito piñatero (porque eso de tomar ponche ni crean que me encanta).

Curiosamente las posadas no son las únicas celebraciones que se presentan en estos días. Muchas personas por múltiples motivos (la llegada del aguinaldo, aprovechar el viaje a casa de familia lejana, etc.) deciden contraer nupcias antes o después del 24 de diciembre. Kittotta y el amor de sus amores han sido convidados a una en donde el pequeño mundo manipulador hizo que un cúmulo de coincidencias nos llevaran a conocer al novio y la novia cada uno de nosotros en situaciones distintas. Esto ha sido un tanto emocionante puesto que es la primera vez que somos oficialmente invitados como pareja en una unión ajena a la familia, y esto de ir juntos a comprar el regalo de bodas es una experiencia surrealista (se nota que jamás habíamos hecho algo similar). No es que comprar un obsequio sea algo del otro mundo, pero... tanta campanita salpicando felicidad resulta un tanto “tétrico”, ¿o no?...

El caso es que quiero ir a una posada y no me invitan. No quiero ir a una boda y me invitan. Así es la vida, y quizá de eso se trata la Navidad...Que estas fechas nos sirvan, queridos e incautos lectores, para reflexionar en lo que queremos y cómo lo podemos lograr, y también para adquirir la sabiduría de convertir en experiencias todo aquello que simplemente se presenta ante nosotros sin opción alguna. Mis mejores deseos a todos para la Nochebuena, y, en la medida de sus creencias, que este espíritu invada su ser entero y los llene de paz y de luz.

jueves, 15 de diciembre de 2005

¿Anfitriona yo?

Los pasados días viví una agitación tal que ya para el fin de semana tenía aspecto de palmera multizarandeada por una tal Wilma. Es increíble que la paz y la tranquilidad cotidiana se vean interrumpidas por la organización de un evento que solo me hace entender lo cercana que estoy de perder para siempre todo aquello que hasta ahora me resulta “normal”. Vamos por partes.

Cierto día de cierta semana otoñal la primogénita Valent, alterada por las hormonas que ahora revolotean por su ser, convocó a su madre y joven hermana a una rueda de prensa para pedir su colaboración en la planeación, organización y ejecución de su propio Baby Shower. Regresamos la cinta y vemos cuadro por cuadro la expresión de las oyentes sorprendidas por tal petición: doña Valent pela tremendos ojotes de terror y Kittotta se ríe nerviosamente confiada en que solo se trata de una mala elección de palabras. Y es que hay varias razones para calificar este como un hecho paranormal: Primero: porque eso de que una embarazada planeé su propia pachanguita no es lo más usual “socialmente hablando”, y Segundo, porque por la genética que recorre nuestras venas las 3 mujeres Valent somos declaradamente anti planeadoras, organizadoras y ejecutoras de celebración alguna. Bueno, Kittotta más que todas... El caso es que para no alterar a la pobre criaturita que aun no sale y ya se sabe merecedora de bombos y platillos, mi madre y yo dimos el irremediable sí. Para pronto la futura madre sacó lápiz y papel y comenzaron las cifras: las invitadas, los requerimientos, recuerdos, comida, vasos, adornos... Las quijadas ya tronaban sin control.

Lo demás lo dejo a la imaginación de aquellos quienes disfrutan (admirablemente) la emoción de preparar una juerguita en tonos pastel para 40 almas contempladas en la lista de confirmadas: Ir al centro en plena quincena, pelear con el tráfico, cotizar el mejor precio del pastel, hacer gafetes con motivos infantiles, decidir el menú, decorar el lugar, llevar a los perritos a su segunda residencia para evitar su frenesí por la masa, y un larguísimo etcétera que incluye todos esos minúsculos detalles imperceptibles a la vista pero no por eso carentes de toda importancia.

Los días corrieron y la fecha se llegó. Las mujeres llegaban emocionadas con aparatosos regalotes ansiando locamente tocarle la panza a la festejada. La festejada, por su parte, contó con la ayuda de sus valerosas cuñadas para sacar a flote y con buenos resultados una de esas celebraciones que mi mente de Kittotta, ajena por convicción a todas esas manifestaciones que también incluyen las despedidas de soltera, no comprende. Mañosamente mi mamá y yo encontramos cualquier pretexto para hacernos pato en todos los juegos en los que fuimos remotamente requeridas... aunque debo decir que muy a mi manera pero creo que a fin de cuentas terminé por divertirme, y más cuando miré la pila de cobijas similares que todo mundo obsequió en cualquier tamaño y color imaginable.

El arribo de la Chimbombita a este mundo es imparable. Rodeada de pañales y oropel, me pregunto si comprendo la cantidad de cambios que un bebé sugiere indirectamente en la vida de una tía que, por 26 años, no ha sabido lo que es el contacto diario con ente de esa diminuta especie.... Vaya lío...

jueves, 1 de diciembre de 2005

¡Cachacuás!

Esto del Cachacuás es un término que aprendí hace algunos ayeres gracias al concurso de cierto programa infantil donde intrépidos y temerarios bodoquitos debían ascender hasta lo más alto de un palo encebado para ganarse tremendos regalones, aunque en realidad lo que siempre obtenían era un doloroso cachacuás y, por ende, ser el deleite colectivo en televisión nacional de todos aquellos que gozamos con la desgracia ajena, sobre todo cuando de golpes y porrazos se trata.

Pues bien, algo sucede con los vientos otoñales que de plano todo mundo anda aterrizando. Desde Juan Gabriel con aquella singular pirueta en triple mortal hasta las divas de RBD impartiendo clases colectivas de patinaje sobre escenarios encharcados. Bueno… ahora que lo pienso bien no creo que todo se deba a los vientos huracanados; sólo porque salgan en televisión tantos trancazos tan seguidos no significa que la gente no se caía a todas horas y en todos lugares…

Esto de las caídas merece consideración desde muchas aristas:
1.- El lugar donde te caes. Tropezar en la escalera de la casa sin público presente es una cosa, pero andar por la vida libre cual gacela veloz y caer frente a docenas de personas es muy distinto. Cualquiera puede ser el escenario: la calle (de la banqueta, en una coladera, en un hoyo ), el teatro, la escuela (como caerse de una silla), en el mercado, subiendo al camión, en el antro, frente a tus amigos, frente a tu familia, frente a tus suegros…

2.-¿Cómo reacciona el público ante el tropiezo? Habemos gente para todo: estamos los que nos reímos sin ocultarlo (a veces a carcajadas) y están las buenas personas que auxilian a esa pobre alma adolorida de cuerpo y ego. No digo que esta Kittotta no da muestras de civismo de vez en cuando, sobre todo cuando quien cae es una persona mayor, pero… pero…. Ustedes perdonen pero debo confesar que mi público favorito son los niños, yo creo que por eso ver "Ay Caramba" o alguno de esos programas jocosos siempre me salvan de cualquier depresión.

3.- ¿Qué pasa por la mente de quién se cae? A veces todo pasa tan rápido que cuando te enteras ya estás en el suelo, pero a veces el asunto es muy cinematográfico y en cámara lenta vas captando tu caída y la reacción de la multitud observante… Ya en tierra firme pueden ser varias las opciones: quedarse así hasta que un caritativo ciudadano nos ayude a levantarnos, o (lo que Kittotta hace) levantarse de inmediato cual rebotín para no hacer el oso más grande de lo que ya es. Y es que aquí va otra cosa… la Vergüenza. En mi caso se manifiesta con un estallamiento involuntario de risa nerviosa; pero hay quienes lloran o se espantan, o simplemente hacen como que no pasó nada. Esto sin olvidar los raspones y moretones subsecuentes.

El contexto también influye mucho: puede que cargues un pastel o una caja con vasos y copas.. Puede ser cualquiera y como sea, por eso hay que fijarse bien por donde se camina, porque no vaya a ser que por ahí ande una cámara escondida y ¡Cachacuás! Una simple caída resulte una anécdota que miles y miles y miles de personas hilarantes podamos gozar para toda la vida.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Fuera de lugar

Nada en realidad nos diferencia del mundo animal: tenemos instinto, cazamos –matamos, a veces- para comer, luchamos hasta el cansancio por la supremacía de la manada y sobre todo, poseemos esa natural necesidad de ser parte de un grupo, de no ir solos por la vida. Los humanos siempre buscamos estar en compañía de quien mejor nos defina como individuos, aunque muchos insistimos en la idea de auto-segregarnos so pretexto de que "mas vale solos..." En fin.
Hace poco platicaba con mi amiga la Sailor sobre los múltiples conflictos existenciales que me ha acarreado caer a la cuenta de este hecho. Esta Kittotta era un ente que gustaba penar como alma errante hasta que llegó de golpe y porrazo al universo de los adultos, en donde tuvo que aprender a convivir (lejos de su voluntad) entre gente con, digamos, distintas maneras de ver el mundo, el trabajo, la realidad, el pasado y el futuro. Aunque es muy claro que no todas las personas han tendido existencias gratas, que algunos laboran por fuerza y no por pasión, que los infiernos del tráfico y las deudas afectan sobre manera la autoestima y el espíritu, resulta decepcionante mirar alrededor y comprender que son escasos los corazones similares al de uno con los cuáles se puede congeniar y con los cuáles, como los animales, se pueda transitar tranquilamente y en manada de un lado al otro.

Kittotta experimenta esas sensaciones desde que el sendero del destino la llevó a las filas de la burocracia. No me quejo de que el gobierno mantenga los escasos (pero bien gozados) gastos que me genera ser –por ahora- hija única y mantenida; sin embargo llega un momento en el que ser parte de un ambiente similar repercute en tus propios objetivos, en tus propias pasiones... La corriente nos lleva a todos por muy aferrados que estemos a la tierra firme.
Fuera de la molestia que me genera la actitud pasiva, conformista y simple de la masa, hay otras cosas que perturban mis tibias aguas. Esta imperiosa necesidad que de pronto me ha surgido por "pertenecer" a algo me mantiene poco a poco más cercana a la "nada". Contemplo los ejemplos femeninos que abundan a mi alrededor y por mucho que me enorgullezca "caber" entre aquellas que trabajan, estudian, se preparan y apenas si tienen tiempo para ellas, me llegan los remordimientos por querer "ser" como aquel otro sector: casadas, con hijos, con vidas propias, comprometidas con su ser y con los suyos. A ambos bandos los miro con nostalgia cuando sé que no soy ni de aquí ni de allá, que trabajo y tengo tiempo para mí, que amo y deseo casarme y todas esas cursilerías, que anhelo una vida laboral fructífera y también el tiempo suficiente para educar hijos que se cuestionen, que luchen, que critiquen, que se apasionen....

Es difícil comprender que a estas alturas del partido se pueda jugar sólo sin un equipo que te haga "segunda". Tan difícil como la búsqueda de éste o como el sentirse aceptado e identificado entre tantas y tantas mentes que poblamos la Tierra. Pero, como diría la sabia Sailor, ¿qué más da? Ahora es cuando más hay que creer en uno mismo y aferrarse a lo que se es pues quizá, sin sentirlo, un día encontraremos ese grupo que nos haga sentirnos a gusto, tranquilos, en paz.

jueves, 17 de noviembre de 2005

Relaciones peligrosas

Hace poco conocí un relato de la mitología griega que narra la historia de la bella Perséfone. Ella era una muchacha feliz que un lindo día, mientras iba de flor en flor cerca del lago Sicilia, fue observaba por Hades, dios de los infiernos, que de sólo verla se enamoro locamente cual alborotado puberto. Así, obnubilado, tomola y raptola con la única intensión de convertirla en la dueña y señora de sus ardientes territorios. Por supuesto ella, damisela en desgracia, gritó, lloró y pataleó hasta que Ceres, su madre, diosa del campo y la agricultura, se dio cuenta del rapto de su hija y al buscarla hasta el cansancio sin éxito alguno, maldijo a la tierra condenándola a la desgracia y la infertilidad. Sin embargo un día se enteró del hurto de Hades y presurosa, solicitó la ayuda del dios Zeus, quien en un afán de mantener la diplomacia, ideó un acuerdo en el que ambas partes estarían felices: durante seis meses Perséfone viviría con su madre Ceres, mientras que los otros seis meses viviría con su esposo Hades en las penumbras del inframundo. Con esto se explicaba la idea de la primavera (es decir, la diosa enviaba a los mortales campos fértiles y buenas cosechas) y del invierno (cuando Ceres estaba triste por la ausencia de su pequeña).

Este episodio me remite al escabroso terreno de las relaciones entre padres e hijos políticos, pues aquí importó más el jaloneo entre la suegra y el yerno que la opinión de la propia Perséfone. Sí, esto de la familia "postiza" es sin duda alguna un tema muy, muy escalofriante...
Aunque suene difícil de creer la relación del amor de mis amores con sus cuasisuegros dista mucho de las leyendas urbanas que remiten a la suegra metiche con sartén en mano y al suegro cascarrabias que a todo le pone peros. No, en esta casa no es así y tampoco lo es a la inversa en mi relación con mis cuasisuegros. Somos unos "hijos postizos" muy consentidos en ambas partes: mi mamá le compra su diaria dotación de palomitas a su yerno y mi suegra me da clases de tejido cada ocho días... por supuesto que tan buenas migas deben ser cultivadas día tras día para no desgraciar la plantita con cualquier metida de pata, y para muestra basta un botón.

Ahí tienen al flamante yerno prestando su auto para llevar a su novia y sus suegros al cine. Primera vez que don Valent aborda el famoso Tiburón. Entonces, mi madre brinca de su asiento al sentir la presencia de un cuerpo que caminaba sin control sobre sus piernas... "¡Maten a la cucaracha!". El amor de mis amores brincó de inmediato y valeroso, mató a la non grata invitada que seguramente se coló del taller automotriz... Días después mi familia postiza me invitó a comer con ellos; la Kittotta, flamante nuera, prestó su coche para llevar a su suegra y cuñada hasta el restaurante. Entonces se bajaron del auto mirándose con horror las prendas oscuras que llevaban puestas forradas de pelos de perro café... ¡ups! olvidé que mis mascotitas son viajeros frecuentes del asiento trasero el cual, por cierto, jamás limpio. Afortunadamente no hubo rupturas graves ante estos bochornosos acontecimientos, pero hoy temo por ser la compañía de mis suegros en el primer partido de la final de basquetbol... sospecho que ahora si conocerán del todo a su joven nuera, poseedora de un bonito lexico de carretonera y de muy malos hábitos a la hora de apreciar un espectáculo de hombres sudorosos y con escasos ropajes corriendo tras un rebotín. ¡La que me espera!

jueves, 10 de noviembre de 2005

Me quejo y me requejo

Hoy haré un ejercicio en esta honorable columna. Digo ejercicio porque la libertad de expresión es eso, ejercer por medio de la palabra el derecho que todos tenemos de decir lo que pensamos.

Los Valent vivimos en una unidad bonita y grande. En ella hay retornos que se separan unos a otros con áreas verdes e incluso hay unas canchas con todo y su kiosko. Desde que llegamos a este lugar (hace más de 15 años) está estipulado que los dueños de los perros tengan la precaución de que al salir a pasearlos éstos lleven correa y que los desechos procuren no dejarse a mitad de la calle. Tal vez esto último sea lo menos respetado, pero al menos los vecinos tenemos la conciencia de ir al pendiente de nuestras mascotas a la hora del paseo.

El fin de semana pasado tuve un altercado con una persona de mente diminuta que se dice la dueña de un lindo labrador negro. Vive a unas casas de la nuestra y nos separa un área verde. Mis amadas mascotas son raza Cocker Spaniel y por naturaleza tienden a ser nerviosos. El Labrador, por naturaleza, tiende a ser juguetón. Yo eso no lo discuto, y de hecho no fue la razón de mi segunda pelea con esta fulana, lo que le discuto es que cuando "saca" a su perro a pasear lo deja correr libre por todos lados y sin correa, mientras ella platica por celular o con alguna otra persona. Esta bien, vive en un país libre, el asunto es que parece que como llegó hace pocos años a esta colonia no tiene idea de cómo son las cosas; no soy la única que se ha quejado de que su perro, al querer jugar, provoca a los otros perros que están en las casas, pero con los nuestros es más notorio porque el labrador se asoma a la puerta, los molesta, todos se ladran y los deja nerviosos hasta el límite, cosa que repito, considero de lo más natural entre los animales.

El asunto es que a la mujer se le dicen las cosas y le vale, ya van varios vecinos que le insisten que por favor tenga cuidado y la tipa contesta cosas irritantemente egoístas. El sábado cuando ya me tenía harta que el perrito se paseara como loco, la fulana me vio salir de la casa y en ese momento le puso la correa (cree que no me di cuenta); fui a pedirle de favor que se fijara en su animal y que era su obligación sacarlo con correa, a lo que ella me contestó que su única obligación era sacarlo a caminar, que era libre de sacarlo como ella quisiera y que no era su problema que mis perros se pusieran nerviosos. Yo entiendo ese último punto, pero lo que sí es bronca de la mujer es vigilar que no vaya a provocármelos... yo no le pedía más que eso, pero ¿es mucho esperar que no me salga con respuestas tan estúpidas y que su ardilla mental le funcione adecuadamente para que comprenda por qué y para qué se hacen las reglas?

Exhorto de todo corazón a todos los dueños de mascotas a que piensen que viven entre otras personas, que no están en una isla donde nada importa si afectas al vecino, que si sus animalitos son grandes y quieren correr los saquen al campo, pero que no antepongan sus comodidades y su falta de responsabilidad para afectarnos a los demás. Que les pongan atención... No se vale que nos perdamos así, entre egoísmos. Estoy enojada. Me estresa demasiado cómo la humanidad se llena (a borbotones) de insufribles taradas como ésta.

jueves, 3 de noviembre de 2005

¡Click!

Toda la historia de esta columna comienza con el revuelo causado hace algunos meses por la llegada de un nuevo miembro a las filas de la oficina. Ella, una señora formal y muy propia, tomó posesión de su nuevo espacio y, como muchos de nosotros solemos hacer, se dio a la tarea de decorar el lugar con sus cosas más personales: lápices, libretas, agendas, algunos adornitos, y por supuesto, fotografías de sus seres más queridos. Y con este insignificante detalle se detonó la bomba creativa... Aquellas fotos, lo diré con sutileza, son como extraídas de la galería del terror infantil.

Ante el padecimiento cotidiano de ver la imagen de un niño de espantosa faz con los pulgares arriba, me fue sugerido por otra alma sometida al terrorismo psicológico de aquella imagen el tema de las poses que todos adoptamos cuando tenemos frente a nosotros una cámara fotográfica. Nada tan simple como eso, nada tan teorizable como eso.

La vanidad, lejos de ser un pecado es el punto sensible de todos los seres humanos en esta tierra. Por mucho que alguien jure y perjure que no le importe su aspecto, siempre terminan cayendo en la autocrítica: “¡mira qué gorda me veo!”, “no, si salí fatal”, “¿este soy yo?”, y un etcétera de preguntas frecuentes. Es entonces que, por simple instinto natural, cuando nos van a tomar una fotografía procuramos el decoro y la mejor postura, aunque algunos gocemos del ridículo como el niño de los pulgares. Con eso de que la cámara no miente, los gordos sumimos la panza o nos escondemos detrás de alguien más, los flacos eligen la pose que resalte sus atributos, las greñudas se peinan en un tris y los de lentes se los quitan con el pretexto de no dar el flashazo.

Las fotografías de grupo son las más geniales, porque siempre habrá alguno que salga con cara de dormido, con cuernos, con la boca abierta, o casi cayéndose porque no cupo o se coló; por más que uno cambie la posición las fotos de familia suelen ser las mismas año con año: cumpleaños, navidades y años nuevos y en todas haciendo lo mismo (¡siempre comiendo!). Las peores son las que nos toman sin avisar. Claro, cuando es uno quien capta in fraganti se disfruta muchísimo más que cuando eres el afectado en cuestión. Se puede descubrir a alguien dormido, en la regadera, comiendo como cerdo esperando que nadie lo vea, en calzones, en el baño, y demás situaciones por ende bochornosas. Y ni qué decir del prematuro sufrir con las series que los papás adoran tomarle a sus bebés de caritas lloronas, risueñas, berrinches, etc., y las palabras raras que dicen para que un niño mire al lente (¿whisky? ¿Quesito? ¿Mira al pajarito?)

Pero las mejores son las individuales. He ahí las fotos tamaño infantil que las escuelas piden año con año; después viene la del título, la del pasaporte, la de la solicitud de empleo... No es sólo la lista de condicionantes que requieren estos trámites (sin aretes, restirada, con ropa blanca), no, es ese extraño masoquismo de ir siempre acompañado a esta lucha contra el lente fotográfico, y es esa misma compañía quien goza haciéndonos caras para que el resultado sea una boca chueca de la risa, el ojo en pleno guiño o la papada a todo lo que da... ¿No lo creen?

jueves, 27 de octubre de 2005

Lo clásico de otoño

Las tradiciones no son lo que más abunda en la lista de cualidades de la familia Valent. Sí ponemos el árbol cada navidad, sí mi madre suele poner un altar el día de muertos, sí celebramos los cumpleaños y el año nuevo. Pero así que diga uno “cantamos villancicos al fulgor de la chimenea”, “hacemos botitas para los regalos” o “nos damos huevos de pascua pintados por nosotros mismos cada primavera”, no, realmente no. Sin embargo existe un cierto punto en común que une, sobre todo, a madre e hija Valent octubre con octubre: la Serie Mundial de Béisbol.

Lo diré así: los roles tradicionales donde el hombre del hogar es el amo y señor de los deportes frente al televisor, y donde la mujer partido con partido se refunde en su sillón sin entender ni papa de lo que ocurre en cada jugada no aplica con nosotros. No quiero decir que a mi señor padre no le llame la atención mirar algún partido, pero es bien sabido que si gusto de apasionarme como una loca ante encuentros del tipo deportivo es por herencia materna y nada más.

A mi madre debo mi entrega y dedicación al arte de enojarse, estresarse y escupir cualquier cantidad de improperios ante un couch y muchos jugadores que, sospecho, nunca escuchan lo que uno les dice. A ella debo mis nervios y sólo ella sabe rascarse sabrosamente la cabeza a la primer rabieta por ver a nuestro equipo del lado de los perdedores. A ella debo mis primeras series mundiales (lista que inicia a finales de los ochenta) y por ella disfruté como enana la única vez que he pisado un estadio de Grandes Ligas, envuelta en banderines, souvenirs, refrescos y hot dogs (cual anuncio de Master Card), y contagiada con aquella cancioncita que a coro se entona cuando está por iniciar la parte baja de la séptima entrada (Take me out to the ball game, take me out with the crowd...),

Lo que no me explico es cómo viviendo tantos años en una ciudad netamente beisbolera no me fue inculcada desde mis infancias esta gran pasión. Tuve que ir de nueva cuenta a Oaxaca para poder apoyar a los Guerreros, para gritar hasta rayar en la ronquera, para reírme secretamente de la amistosa botarga parecida a uno de mis sobrinos, para entrar en complicidad con gente que jamás había visto festejando cada buena jugada de los nuestros, para darme un banquetazo de chicharrones y palomitas mareando a todo aquel vendedor que se paseaba frente a mi canasta al hombro, para saborearme las cervecitas que una a una se iban agotando entre mi papá, su amigo y yo, y para sorprenderme de que aquí la cancioncita gringa es substituida por el himno de todos los oaxaqueños: el “Dios nunca muere”. Todo el mundo lo canta cachuchas en mano del lado del corazón. Después el juego se retoma y otra vez se siente la pasión, esa que no conoce edades, nacionalidades o géneros. Un verdadero deleite al alma y a los sentidos.

No es que ante la menor provocación corramos a los estadios a ver el béisbol (aunque admito que hemos hecho largas colas al rayo del sol por los Halcones en el básquetbol), pero hasta ahora nuestra cita de octubre no nos falla jamás, incluyendo con ella palomitas, cobijitas, la narración de los jocosos cronistas nacionales y los nuevos miembros del club de las Grandes Ligas. Todos unidos por la pasión de la pelota caliente, y la necesidad de mantener viva la única tradición que real y fervorosamente, año con año los Valent seguimos como tal.

jueves, 20 de octubre de 2005

Con-cierto miedo

Las luces se apagaron. El recinto se encontraba lleno a más no poder y en la efímera oscuridad aparecida tras la tercera llamada, la multitud lanzaba silbidos y gritos esperando que se abriera el telón. De repente, los primeros acordes comenzaron a sonar... el estruendo fue inmediato e inminente. La adrenalina se traspasaba, se contagiaba; en ese momento, cuando el grupo salió al escenario a interpretar la primera de muchas canciones que se corearon aquella noche, los fanáticos enloquecidos se entregaron tal y como desde años deseaban hacerlo, cantando, bailando, recordando... Entonces, después de casi dos horas el DVD del reencuentro de Timbiriche se termina. Yo apago la tele y sigo preguntándome cuánto hubiera disfrutado ese justo instante desde el Auditorio Nacional.




Para todo joven que comienza a crecer, el desarrollo de sus propios gustos musicales es una experiencia obligada; es entonces cuando aparecen en las paredes pósters de los grupos favoritos, cuando se hace lo imposible por tener la colección completa de todos los discos, cuando uno se aprende de memoria todas las canciones a fuerza de escucharlas mañana, tarde y noche y a todo volumen... Es a esa edad y con todas las justificaciones sociales y emotivas, que el asistir al concierto de ese objeto de máxima idolatría resulta un asunto de vida o muerte. Así de simple.

Fui la fan más fervorosa que Timbiriche pudo tener en un personajito de 4 años desde que salieron al mundo musical, y a partir de entonces añoré poder corear algunas notas musicales en vivo y a todo color. Pasaron 12 discos, muchos años, y cuando al fin fue anunciado el reencuentro de la agrupación mi corazón de Kittotta se emocionó hasta las lágrimas... ¡Debo verlos en vivo por última vez! Pensamos en conjunto las hermanas Valent. El Auditorio Nacional parecía el lugar indicado presenciar mi primer gran concierto. Teniendo el cochinito repleto de ahorros olvidamos contar con la astucia materna, que categóricamente y con la idea en mente de que afuera de aquel recinto coexisten rateros y secuestradores con cuchillo en mano, nos negó el permiso, alegando (cito textual) “Que el Auditorio Nacional es muy peligroso”. Esto puede parecer de risa loca pero fue un gran golpe para los tres corazones que, desilusionados, tuvieron que conformarse con ir a verlos a Veracruz, en medio del norte y en filas que mientras más caras menos se podía ver al escenario con claridad. Para colmo, Alix se embaraza y no acude a la gira, privándonos de la mejor rola del show.

Mi lista de asistencia a grandes conciertos sólo se reduce a dos más, y gracias a ello he podido superar el trauma de aquella primera negativa. De hecho, todavía no conozco el dichoso Auditorio. La conducta de mi madre la llevo a pertenecer a ese selecto lugar donde muchas madres (supongo) han caído: el rencor vitalicio de hijos incomprendidos; ellas, que prometen que si Michael Jackson viene a México en tu cumpleaños dicen que irás y cuando sorpresivamente eso sucede, se retractan. Claro, la mala suerte también existe... No es posible esperar toda la vida por un concierto de KISS y cuando lo dan, tú estás al otro lado del mundo, en una fecha importante, en una misión importante.... ¡Simplemente cosas de la vida!

jueves, 13 de octubre de 2005

De festejos y manteles largos


Por si no fuera suficiente con la dicha diaria de estar vivos, a nosotros los seres humanos (porque no creo que sea exclusivo de los alegres mexicanos) nos da por hacer fiesta por todo y para todo: que si juega la selección, que si se gana el reintegro del reintegro del número del Melate... Pero cuando de celebraciones importantes se trata, las mesas se ponen, los manteles se estiran, los cubiertos, platos y vasos se colocan, los vestidos elegantes se planchan, los platillos más apetitosos se cocinan y mientras todo esto sucede los invitados se acercan al lugar indicado con pletóricos regalos en mano para acompañar a quienes han decidido echar la casa por al ventana para compartir alguna tremenda alegría. Una escena tipo la boda de la hija del Padrino, o el bautizo del sobrino de Tita en “Como agua para chocolate”.

Pues bien, ese fue el escenario que viví el pasado fin de semana tras recorrer kilómetros y kilómetros de una incierta carretera y de ser partícipe (una vez más) del mortificante ritual de todos los viajes que comanda el señor Valent: buscar estaciones audibles de AM desde Xalapa hasta el fin del mundo. Gracias a Morfeo a muy buen tiempo caí en profundo sueño y tras las casi 6 horas de viaje, la familia Telerín (con todo y el pastelero Bigotón) llegó sana y salva hasta su destino, con el único motivo de compartir con una Valent más en el mundo, el cumpleaños y bautizo de su pequeñita: la Donita Fresita.... Omitiré el hecho de que el sábado fui abruptamente despertada por sonoros e irrepetibles cánticos de una infante de apenas el año a las 7 am, como si la muy condenada se sintiera tan feliz de saber que en pocas horas le tumbarían los cuernos infernales para siempre. Forrar regalos, planchar camisas, bañarse, arreglarse y estar listos a la 1 de la tarde fue todo un show, pero se logró. Ya para las 2 la familia entera estaba más puesta que un calcetín ocupando la capilla, el reloj corría y del sacerdote ni sus luces. Más tardó el hombre en llegar (con acolita enfundada en playera Tuza) que en mocharle a la inocente el pecado original. Pero particularmente el momento esperado de la tarde fue la pachanga, pues la mamá, visionuda por herencia, la vistió cual Rosita Fresita (la rechonchita ochentera; la de este siglo luce anoréxica y cabezona). ¡Un amor la linda y chinuda Donita! Por supuesto el gorro fue precisamente que se pusiera su gorrito pastelero, el cuál acabó hecho una mugre porque pasó por todas las cabezas menos por la de la niña.

Lo malo del festejo: la multitud de infantes corriendo como cohetes con la mecha prendida y la pobre animadora que hizo todo menos animar a los presentes. Lo bueno: el pastel de chocolate que devoré olvidándome de dietas y regímenes alimenticios y la abridera de regalos que todos gozamos más que la interesada.

Ese delicioso pastel de chocolate y las velitas apagadas fueron silenciosamente en honor de la Kittotta Valent y sus Policromías, pues esta semana celebra dos años de existencia en el mundo de la prensa. Los manteles largos se extienden en honor y agradecimiento a todos aquellos que han hecho este espacio posible, a quienes han sido parte de él, y que han logrado que la persona detrás del personaje cumpla uno de sus sueños más largamente acariciados. ¡Felicitaciones y regalos se reciben visitando
http://pochacasworld.blogspot.com!

jueves, 6 de octubre de 2005

Escenas que ruedan

No es que me encanten las matemáticas, pero debo confesar que a raíz de aquella columna donde desglosé de manera pecaminosa el número promedio de ricas tortas engullidas por esta humilde persona a lo largo de su vida, me ha dado por pensar en cifras y estadísticas absurdas. Formando parte de una infinitesimal cola del supermercado para poder pagar 6 tristes artículos, pensaba en la cantidad de minutos que día con día acumulamos (y desperdiciamos) en la más democrática manera de esperar turno para realizar cualquier retribución. También filosofaba sobre el número de cabellos perdidos cada vez que entramos a la regadera, nos cepillamos, nos peinamos o nos despeinamos, y ni qué decir sobre la exorbitante cifra que arroja mi promedio cotidiano de horas frente al aparato televisor. Sin embargo la duda de este día me orilló a cavilar sobre el tiempo que pasamos en un medio de transporte (sea cual sea) a lo largo del existir.

La gente siempre dice que uno no nace en coche como para ir y venir de manera tan cómoda de un lado a otro, pero temo decepcionar a todo aquel que lo afirma: viajar en coche no siempre es cosa cómoda, y desplazarse (me temo) es una necesidad primordial en cualquier artefacto que pueda interpretarse por coche: camión, pesero, combi o carreta que ande con ruedas. El medio de transporte a lo largo de la existencia humana ha resultado algo fundamental. De hecho, gran parte de los acontecimientos históricos tienen como protagonista algún vehículo: a Pancho Villa le dejaron el coche como queso gruyere, y de mi pobre Lady Di mejor ni hablo; el elemento indispensable de la Cenicienta a parte de la zapatilla fue la carroza; el horror de las torres Gemelas se vivió en un par de aviones y el hombre ha visto la Luna y estrellas circunvecinas gracias a los transbordadores. Es entonces que pienso cuántos acontecimientos importantes de la vida particular de cada quien suceden en un medio de transporte.

Las más tristes despedidas se enmarcan en la partida de un camión; las más grandes historias se conocen cuando se le saca plática a un taxista; las motocicletas y el viento en el rostro dan sensación de libertad; de coche a coche se puede hasta coquetear; viajar en avión da un toque de distinción, el tren forma parte de los relatos de los abuelos, los barcos producen náusea pero en medio de la inmensidad lo mismo transportan historias de amor que contrabando...Mis más célebres historias de vehículos han sido mi viaje en una camioneta de redilas en pos de una aventura decembrina, un ansiedad incontrolable cuando creí haber perdido un lente de contacto en pleno camión, un poco grato viaje en avión junto al mariachi de Alejandro Fernández, cierta escena romántico-peligrosa en el auto gris y el único accidente dramático que me dejó como saldo mi codo izquierdo partido por la mitad. Para ser sincera creo que en los medios de transporte se pasa la vida entera: del niño que viajaba de vacaciones pasas a ser el que aprende a manejar; maduras un poco más la primera vez que el camión te aleja de casa para vivir lejos, muy lejos de los tuyos; te estrenas en el amor en la intimidad de un auto, conoces mil personas e historias entre la multitud que se transporta junto a ti.. En fin... En burro, tren o jet, la existencia, literalmente, nos reduce a simples viajeros frecuentes con una desorbitante cantidad de kilómetros (y sentimientos) acumulados.

jueves, 29 de septiembre de 2005

¡Tengo bloguitis!

El ser humano no sería tal si no contara con esos detalles chispeantes que lo diferencian del resto de la vida animal. Las obsesiones, por ejemplo y entre otras muchas cosas, dominan a los hombres y los hace capaces de actuar de maneras desconocidas, de tocar los rincones más oscuros e insospechados de la propia mente. Bueno, pues así como Otelo se obsesiona con Desdémona hasta el borde de la locura shakesperiana, y como el niño se encapricha con el dulce que prueba por vez primera, así uno encuentra cosas que le gustan y mientras más las conoces, más quieres seguir y seguir, tener y poseer.

El internet llegó a mis días de estudiante (gracias a Dios) a finales de la prepa. Primero lo utilicé para cosas vanas y triviales como bajar imágenes de “Dawson´s Creek” para forrar mis libretas; después y gracias a las malas influencias comprendí el valor del email y la locura que desatan los mp3. Mientras más conocía, más fuera de moda me sentía. Entonces, llegó el chat... ¿Quién pensaría que una pequeña florecita de sonido extraño podría producir tanta felicidad? Ajena al tiempo y al espacio que me rodeaba, resultaron incalculables los millones de minutos que permanecí sentada frente al monitor, agilizando mi precaria mecanografía en charlas poco interesantes, pasando tareas, oyendo música, y teniendo furtivos romances (efímeros casi siempre)... Así como cuando se es compradora compulsiva, así se crea el ansia de posesión obliga a adquirir imágenes, wallpapers, y millones de las chunches que día con día se ofertan –gratis- en la internet. Y así, cuando apenas nos acostumbrábamos a los términos “arroba”, “triple doble u” o “tienes un email”, el ciberespacio nos sigue sorprendiendo: Damas y caballeros, llegaron los Blogs.

Estas novedades llegaron a mí vía amplia recomendación de amistades y conocedores de las letras ínternáuticas. Me decidí y abrí un modesto blog hace algunos meses. Pero algo pasó que el furor por visitar otras bitácoras me atacó cual cibervirus, y desde entonces, acúsome de haber caído en un nuevo vicio, uno que ni con 28 días de rehabilitación sanaría. Vuelven a mí esas sensaciones de que mientras más veo, más obsoleta me siento; ¡Caray, hay maestros en el arte del diseño! Y como soy mujer de retos e ideas, en una exhaustiva expedición por directorios decidí dedicar mis ratos libres al magistral diseño de mi blog. Y entonces llegó el ansia de nuevo, y abrí otro. Y luego otro. Expansión ciber-territorial pura. Entonces era de día y se hizo de noche, y yo seguía atrapada en el ordenador peleándome con el HTML por el contador que se movió o porque mi Galleta, mascota virtual de la red, no queda donde debería quedar. No es que tenga tanto que decirle al mundo (todo se reduce a superfluas tonterías), ni siquiera puedo alegar falta libertad de expresión... Es simplemente ser y estar en un mundo virtual, donde también se crea la necesidad de destacar...

Soy Kittotta y tengo bloguitis, enfermedad cuyos síntomas son revisar mi espacio cada 3 minutos esperando tener un nuevo comentario o un número nuevo en el contador, visitar otros blogs para publicitar el propio y usar cualquier medio de comunicación en campaña pro-visitas de mis bitácora (¡!!Visiten http://pochacasworld.blogspot.com y http://ratonadetv.blogspot.com, plis!!!)

jueves, 22 de septiembre de 2005

Muchas interrogantes y una boda

Aquí entre nos me encuentro un poco mortificada. Estoy en una de esas edades donde los acontecimientos sociales abundan entre la gente conocida; quiero decir, cuándo tienes 15 años te llueven las invitaciones al debut de las ahora llamadas “señoritas”; cuando estás en los veintes acudes a las fiestas de graduación de casi todos tus amistades, y por estos días, pasada la mitad de la segunda década de existencia, a todo el santo mundo le da por invitar a sus bodas o bautizos de sus descendientes. Ante esta efervescencia por ensanchar las estadísticas matrimoniales o las largas filas de las pilas bautismales me surgen varias dudas: ¿Acaso el mundo se ha vuelto loco? ¿Qué chinitas prisa tienen por buscarse problemas? ¿Estarán seguros de lo que están haciendo? ¿De dónde sacan dinero para sufragar gastos de fiestas y de la vida post luna de miel?

Las pláticas con las amigas del pasado siempre tienen este matiz: “¿Ya te enteraste que Fulanita se casó?”, “¡No! ¿Sutanita ya tiene hijos?”, “¿Que la pidieron hace cuanto?” Todo gira alrededor de eso. SIn embargo yo pertenezco a una clase extraña de mi generación donde las mujeres somos de amplios criterios y decisiones muy firmes. De mi más cercano círculo de amistades (pequeño pero conciso) las mujeres se caracterizan por ser profesionistas, independientes, emprendedoras, ansiosas por vivir lo que la vida les da día con día. Ellas trabajan, son valientes, defienden sus ideales y para ninguna, ninguna, el matrimonio es un aspecto primordial. No caen en el feminismo (esa etapa ya la superamos todas), y tampoco quiero decir con esto que la palabra boda esté vetada por toda la eternidad; simplemente, a los 25, 26 o 27 años, el tema queda con puntos suspensivos.

¿Qué más puedo decir? Yo, a pesar de que el amor de mis amores representa el puerto donde mi corazón se ha anclado, tengo la misma mentalidad de mi selecto y poco común círculo. Y así como compartimos estas ideas sobre el hoy también, cada una por su cuenta, pasa por ese difícil trance de escuchar a las familias (hambrientas de actividad social) que suelen hacer comentarios tales como “Ya te estás quedando”, “¿Y para cuando la boda?”, “Estás en perfecta edad para tener familia”.... ¿Será acaso tan difícil entender que uno desea ampliar sus horizontes más allá de la vida conyugal? ¿Representa un pecado querer vivir un poco más que el promedio general (decidido o calenturiento) que en plena flor de su juventud unen sus vidas y ven al matrimonio como el yugo que frenó sus apetitos de toda clase?

Esta columna está dedicada a todas estas mujeres de quienes hablo: Chicas inteligentes, firmes, que defienden sus soledades, que no temen arriesgarse en el amor, que defienden sus relaciones social (y estúpidamente) “prohibidas”... y también se la dedico a Paquito, mi gran amigo, mi hermano de memela, el único de mis amigos más cercanos que en el día 15 unió su vida con la chica que robó sus sueños y que desde ahora le da muchísima felicidad. Con convicción y por amor, su carrera hacia al altar no es de sorprenderse y gracias a él se inaugura en mi agenda la lista de los afectos más cercanos que desde ya me indican que las campanas están al vuelo, y que los quince años han quedado atrás.

jueves, 15 de septiembre de 2005

Relato con la letra entrecortada


En la conmemoración del vigésimo aniversario del 19 de septiembre de 1985 muchas serán las historias que salgan a la luz desde el anonimato, por eso hoy quisiera sumarme a las voces que, murmurantes, aun evocan los recuerdos de un acontecimiento que a 2 décadas de distancia sigue estando vigente en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana.

Mi versión es la de una niña de 6 años de edad estrenándose en la escuela primaria, que desayunaba junto con su hermana y su mamá en el segundo piso de un edificio en la ciudad de Oaxaca, punto donde los sismos y temblores no son desconocidos. Mi papá había salido a una comisión a la Ciudad de México, y mi único recuerdo vivo fue el susto por la sacudida y la entrecortada transmisión de Lourdes Guerrero anunciando que “un fuerte viento” estaba moviendo las lámparas del estudio de televisión. Fade out.

La versión de mis padres, recientemente conocida, es extremadamente distinta. Mi papá se encontraba hospedado en el hotel Romano, parte de una cadena que contaba con otras dos sucursales en el Distrito Federal. Se levantó, se bañó, y en la tina literalmente “le agarró el temblor”. Pero él siguió con su rutina: se cambió, se perfumó, y salió de su cuarto rumbo al elevador. Ahí, un hombre asustado lo recibió: era el gerente quien, impactado, le solicitaba a todos los huéspedes tomaran las precauciones necesarias. Mi papá no había reparado en el daño, solo sintió muy duro el jalón pero nada más. Salió y el panorama no era tan desolador. Llegó todo trajeado a la esquina donde había quedado de verse con algunos otros colegas; uno de ellos llegó a tomarse un jugo, todo pálido y lleno de horror. -“Iba a tomar un pesero y un edificio completo cayó ante mis ojos”- Algunos lo tacharon de loco, entre ellos mi padre. Fue hasta que llegó al lugar donde era su junta de negocios (el edificio de la Comisión Federal de Electricidad) cuando dimensionó todo. Ante la urgencia visible de su jefe por resolver su asunto ajeno a la desgracia, tomaron un auto rumbo a Cuernavaca hasta donde mi papá fungió de chofer... Él, hidalguense de nacimiento más chilango por antigüedad, transitó entre escombros, entre ruinas, entre edificios que se derrumbaban al instante ante sus ojos, entre lugares que en su juventud había observado en todo su esplendor.

Mientras tanto mi madre, habiendo despachado a sus hijas al colegio, se quedó atenta ante las noticias intermitentes de la televisión donde anunciaron la caída del hotel Romano, sin decir de cuál se trataba. Pasó todo ese día en shock, sentada en una mecedora frente a la ventana esperando el regreso de su esposo. Yo no lo recuerdo fielmente, pero las vecinas vieron su estado y literalmente la doparon para que ajustarle los nervios. Mi padre, como pudo, llamó a mis abuelos en el Estado de México para que ellos le avisaran a mi madre que estaba bien, pero desafortunadamente la telefonía en el país se cayó junto con la torre de Telmex.... Un día después él pudo regresar y estar con su familia... veinte años después, estando con su familia, las lágrimas regresan al recordar el olor, las paredes caídas, la gente dolida, la suerte que él tuvo y muchos no... Este es un relato más entre los miles y millones que aun permanecen sin ser contados, que se quedan, tan sólo, en los corazones de quienes fueron parte de esta historia y de los suyos.

jueves, 8 de septiembre de 2005

Maldito mundo manipulador


He aquí una lista de situaciones a las que todos somos susceptibles de llegar con una poco amable cara de ¿what? ...

*¿Por qué usar el Word de Microsoft es tan complicado? No importa que tan chido pueda ser uno en esto de la tecnología, estas chácharas nos ganan siempre la carrera con el tiempo y cuando creíamos saberlo todo, una nueva versión nos hace casi siempre tener que empezar de cero... Y si recurres a la “Ayuda”, esta logra todo menos resolver tus cuantiosas e innumerables dudas.

*Es de día y uno elige qué ponerse... Podría parecer tarea fácil, pero siendo mujer la cosa cambia. Cuando se está en uno de esos momentos donde nada te queda bien, donde ni el rojo, ni el azul, ni el blanco ni el negro te hacen ver más linda, donde ya tienes algo puesto y los zapatos no te quedan, donde te pintas la pestañas y están en su mala época (ni china, ni lacia, y con el rimel quedan hechas una tragedia), donde el cabello ni peinado ni despeinado resulta adecuado... ¡Nunca faltan días así! Y suceden casi siempre en un evento de relevancia suprema: una primera cita, la presentación con tus suegros, una entrevista de trabajo o una junta vital.

*Para muchos los celulares solo poseen una virtud: enviar mensajes. Podemos acabarnos un crédito de $200 pesos mensajeando chismesillos de ocasión, misivas románticas o simplemente preguntas ociosas como ¿Qué comiste hoy?. Pero cuando realmente se necesita el celular, en algún imprevisto por ejemplo, suceden eventualidades tales como que se le acabó la pila, no hay recepción en donde estás, tu saldo ha expirado, o simplemente se cayó la red. ¿A poco no?

*¿Es justo que la Selección Mexicana juegue con nuestros sentimientos? A partir de aquel errado penal de Alberto García Aspe que viví desde el baño (del puro nervio) mi bono de esperanza va a la baja, y no creo ser la única que se quedó una vez más con banderitas en alto decayendo cual florecilla marchita... Ya no creo en nada ni en nadie.... ¿Cuántos años nos mantendrán al ya merito? ¿Cuántos más?

*La tecnología es mala. Cuando uno tiene como urgencia conectarse a internet o imprimir el trabajo final de historia a la voz de ya, o la conexión tuvo una falla y es literalmente imposible navegar o la impresora hace como que le da tos, se queda sin tinta, las hojas se atoran, se las come... ¡Sucede, es real, y uno con tantísima prisa! Eso sin olvidar las palabritas en rojo que están bien escritas pero no reconoce la máquina del mal... ¡¡¡ahhhhh!!!!

*¿Por qué será que cuando uno deja rechinando de limpio su medio de transporte, cae un aguacero de aquellos y el coche queda como recién llegado de un safari?

* Hoy en día todo puede suceder... si el incauto lector comparte algo igual o peor que lo lleve a expresar con sentimiento “¡Maldito mundo manipulador!”, sus comentarios serán bienvenidos en kittotta@yahoo.com.mx.

jueves, 1 de septiembre de 2005

La dieta DDT


Recién leía en una nota de cierto periódico nacional sobre la Segunda Feria de la Torta, así, sin albur alguno. “¡Santa cachucha!” –pensé yo- aquello es el paraíso para todos los que estamos en vías de una urgentísima dieta rigurosa. Las cifras volvieron a mis ojos en espirales; la idea de una deliciosa, pachoncita, rellenita y mordisqueable megatorta de más de 36 metros de largo me ponía la misma expresión babeante que a Homero Simpson le brota cuando imagina una dona, un chocolate o lo que sea; y el dato de que tan sólo en el Distrito Federal existen mil 500 torterías establecidas puso a mi ardilla mental a hiperventilarse de tan sólo imaginar cuántos de estos amables changarritos abundarán en este estado, en los circunvecinos y en todo el país. Pero la pobre se puso prieta del esfuerzo cuando le ordené hacer un recuento de cuántas tortas me habré comido durante toda mi existencia.

Qué cosa más triste realmente. Hagan sus cuentas, incautos lectores. De niño a uno le ponen en su loncherita de agradables dibujitos una torta por día. Supongamos que todos los recreos de la primaria fueron de a torta, bueno, supongamos que 3 por cada 5 días. Entonces, si en promedio entre vacaciones y puentes los periodos escolares son de 40 semanas, por 6 años, arroja un saldo como de 80 suculentos ejemplares tan sólo en la primaria. Eso sin contar las vacaciones, los días de campo, y los domingos de flojera donde este es el platillo familiar por excelencia. Como ven, las cifras se tornan alarmantes. Eso quiere decir que, poniendo (y exponiendo) al aparato digestivo de Kittotta como ejemplo, en mis 26 años he vivido 1352 semanas y 9490 días aproximadamente, de los cuáles descontamos la primera infancia y los antes contados 6, dan un cuantioso total de ¡Aaaaaaahhhhhhhh! Una asquerosa cantidad que rebasa las 2 mil unidades, por no poner un número más penoso. Ustedes disculpen si las cuentas no coinciden entre sí, pero las matemágicas no fueron hechas para ardillas humanísticas como la mía que sabe bien redactar ensayos y no da una con las raíces cuadradas.

Ante esta depresión numérica y tropical se confirma la imperante necesidad de entrar en riguroso régimen alimenticio, visitar al nutriólogo, hacer ejercicio, forrar la torneada figura con fajas, hules o vendas, y, sobre todo, aplicar la maravillosa dieta DDT. ¡Dejar De Tragar! Ay, si tan sólo se pudiera... Por un lado, la voz de la conciencia sugiere las buenas formas para sentirse saludablemente más feliz y vanidosamente más hermosa, y por otro lado el estómago, que con flechas y a gritos nos indica que la comida va ahí, y que cualquier manjar que por su conducto pase será siempre muy bien recibido.

Rayos. “Las tentaciones, a diferencia de las oportunidades, siempre llaman dos veces” (cito textualmente a un alma compungida que así se presenta en el chat). Y es cierto. La tentación abruma la pureza de la mente, y nos pone en un lugar como nuestro México, en un sitio donde en cada esquina abundan los comercios formales e informales que ofertan ricos y variados taquitos, tamales, y tortas, justo en el lugar donde este alimento de la canasta básica tiene su propia feria, sus propios récords y muchos, muchísimos débiles (y hambrientos) seguidores.

jueves, 25 de agosto de 2005

Ratona de televisión


Si a los hambrientos de conocimiento que visitan frecuentemente los libros se les llama ratones de biblioteca, mi gurú particular, el gran Álvaro Cueva, designó hace algunas entregas de su columna “El pozo de los deseos reprimidos” a los de nuestra especie como ratones de televisión. No podré jamás dejar de negar mi condición de teleadicta. Sería como Pedro negando a Jesús al canto del gallo. Si, soy una ratona de televisión, una consumidora compulsiva de los productos audiovisuales, un ávido personaje necesitado de su dosis diaria de enfrentamiento al monitor.

Lo mejor de todo es que real, real y verdaderamente disfruto horrores degustar de la variedad que ofertas que se me presentan con la magia de mi dedito. El ejercicio del zapping me enloquece, sin que eso signifique que vea la tele a medias o que me disguste ver comerciales, por el contrario, adoro rastrar nuevas campañas publicitarias y hasta los nuevos infomerciales del momento.

Aquellos quienes me han observado apasionarme frente a ella mueren de risa, porque efectivamente me apasiono: grito, sufro, me río, me sorprendo y me enojo, todo puede pasar en un solo programa. Al narrar esto pido que imaginen a la jovial Kittotta al lado de su bella madre mortificadas por el futuro de la protagonista de “Piel de Otoño”, envueltas en la risa loca que produce el hilarante macho que es el marido y pegando de gritos cada vez que alguna situación emocionante nos deja en suspenso al final del capítulo. Imaginen a la jovial Kittotta viendo un partido de basquetbol, beisbol o alguna final importante del futbol peleando con árbitros, jugadores, directores técnicos y hasta con las mascotas. Imaginen que mi despertador es la tele y mi arrullo es la tele.

Es tan banal hablar de este tema que pudiera parecer me lo saqué de la manga. Pero la verdad es que el viboreo es lo mío, como lo cita Marthita Figueroa, y de esta mente brillante (o sea yo) pueden salir comentarios maravillosos que necesitaban esta amplia introducción para externar sus sentires. El primero; y me quejo amargamente, por el hecho de la escasa oportunidad que le dan a las lumbreras que en la televisión abierta pueden revolucionar todo lo ahora existente. Hartan, saturan, no son opción en pocas palabras. Y, para algunos, la programación del cable es el refugio perfecto para saciar estos deleites antes privados.

Claro que entre todo hay cosas rescatables como los soleados anuncios con referencias futbolísticas que son lo de hoy. Los Padrinos Mágicos me han sacado de apuros cuando el tema de plática se me escasea, los horrorosos ochenta me fascina, y ver motocicletas en construcción es toda una revelación, vomité a Jolette con todas sus letras, las historias verdaderas de los ricos y famosos de la farándula me dejan helada y mis ojos se tuercen de la envidia cuando veo programas de turismo que muestran spas de relajación entre velas y cremas. Las recetas de cocina o todo lo que involucre al verbo cocinar me llama la atención; videos, películas, juego Jeppardy en inglés, asisto desde mi mismo asiento a mesas redondas sobre la reencarnación, documentales sobre las guerras, la revaloración de la mujer y un muy largo etcétera. Sin la tele no soy feliz, y sin escribir tampoco, así que aquí nos leemos en el próximo programa... ¡perdón! Columna. ¿A poco no te gusta también ver televisión?

miércoles, 17 de agosto de 2005

Caravana kittacional 2



Cuando uno viaja debe estar dispuesto a verlo y vivirlo todo. Aunque las experiencias no pueden ser demasiadas en una semana de apretadísima agenda, con la familia nunca se sabe. En esta segunda entrega me dispongo a relatar la última parte de mi andar por los centros que retumban la tierra azteca, recorridos en toda clase de democráticos y comunes medios de transporte y no el alfombras mágicas, aclarando el punto por si el incauto lector sospecha que mi persona es gente exquisita que no sabe ni treparse en un pesero.

Una vez sometida a actividades propias de los infantes intrépidos, como correr entre la milpa y jugar sube y baja en una especie de remolque que me dejó carente de todo atractivo visual trasero, el resto de mi estancia en ese pequeño pueblo llamado Alfajayucan, tierra donde mis ramas familiares comenzaron a crecer, fue mucho más grato. El hecho de que la casa donde me hospedé sea también una pastelería lo dice todo: degusté chocolate y pastelillos como si jamás en la vida hubiera probado alguno. Además debo mencionar lo consentida que siempre me hacen sentir en casa de mi tía Chelo, donde mi paquete de salchichas y mi salsa catsup no faltan jamás cuando saben que llego de visita. Al final, una pausa en el tiempo: el silbido del viento que se escucha siempre que estoy en el panteón, saludando a mis abuelos, y la degustación visual de todas las fotografías posesión de mi tío donde en blanco y negro conozco y reconozco a quienes me han hecho ser lo que hoy soy.

Luego de esto volví a la realidad, visitando las tiendas de la gran capital y a toda mi extensa familia para quien amablemente serví de pretexto para armar tremendas comilonas de chalupas y hamburguesas deliciosamente preparadas... Mi siguiente parada volvería a ser otro lejano punto del Distrito Federal, y después, la ciudad de Cuernavaca. Este es uno de los lados de mi familia con los cuáles me identifico más, pues es ahí donde convivo con la única de mis primas quien, junto conmigo, formamos parte de la minoría (muy menor) de mujeres solteras y sin hijos... alborotamos las quinielas sobre quien saldrá primero, muy a nuestro pesar. Resignadamente hecha a la idea de que ahora a donde quiera que vaya tendré que toparme con niños, mi paso por la ciudad de la eterna primavera (que por cierto me recibió con bombo, platillo, truenos y una imparable lluvia) no estuvo exento de ello. Un niño acaparador de la televisión exigió de manera precisa que su tía Kittotta le pusiera “La era de hielo” en el dvd, cosa que en apariencia no podría significar gran esfuerzo, pero encontrar el botón indicado me costó un trabajo de los mil diablos y el nene, convertido ahora en el Chucky de carne y hueso, salió gritándole a su mamá acusando que su tía Kittotta “no sabía poner su película”... Mis ojos fueron balas que penetraron sus calcetincillos de Scooby Doo.

Por si no fuera poco, el fantasma de la varicela me persigue con esta familia: hace años contagié a mi primo 7 años mayor que yo; en la boda de la Chimbomba Valent un niño incubó el virus y lo contagió a diestra y siniestra y ahora que fui la pequeña Pame nos recibió con tremendas manchas en su pancita. ¡Santa Cachucha!. El susto sólo lo frenó una buena dosis de compras en la platería del centro, y así, con tremenda maletota en el brazo, partí hacia mis jarochas tierras. Por fin, la caravana termina y mis vacaciones también... vuelvo a la realidad tras una semana intensa, pero feliz, eso que ni que.

martes, 9 de agosto de 2005

Caravana kittacional


La oleada vacacional que inundó a la mayor parte de la población mexicana en estas semanas me tocó como el "Emily" a Veracruz: sólo de colita. Así, alejada de la efervescencia de las masas por retacar balnearios, centros vacacionales y carreteras, estos días empaqué mis suntuosos ropajes y partí hacia un estructurado itinerario que ni la pareja presidencial sería capaz de seguir. La misión: visitar todas y cada una de mis extensas ramas genealógicas en tan solo una semana. Parece fácil, pero se requiere de un gran esfuerzo. Así pues, besando a la madre que me dio la vida y me despedía con pañuelo blanco en mano, emprendí la travesía a las 4:45 de la madrugada del sábado colmada de bendiciones y pastillitas de paciencia, por si acaso fueran necesarias para sobrevivir a todo lo que me esperaba...

No pretendo que el incauto lector crea que mi familia tiene alguna rareza ni cosa parecida, es sólo que, como le sucede a la gran mayoría de los seres humanos, mi sangre materna es el polo opuesto de mi vena paterna, y el shock de convivir con tales diferencias en tan poco tiempo deja en consecuencia alteraciones emocionales y, en el peor de los casos, sacudidas que lo dejan a uno (o ya lo tienen) bastante atontejado.

La primer parada fue en la ciudad de México. Ahí, mi familia materna me esperaba con los brazos abiertos y yo, con la gorra bien puesta. Lo explicaré de esta manera para no caer en discursos grandilocuentes: mi familia materna alimenta en mí mi parte intelectual, creativa, en cierta manera aspiracional. En mis dos días de estancia hablar de libros y cine fueron motivo perfecto de amenas sobremesas y una excelente desvelada sabatina, y en tan poco tiempo pude platicar con mis 3 primas (todas ellas tan distintas entre sí) y mis tíos, en escenarios distintos: el carro, el mercado, la sala, la cama... la verdad, momentos altamente motivantes. Pero la caravana kittacional debía seguir su curso y una vez aventada en la central de autobuses me tomó hora y media de camino ponerme en el traje de los Valent (mi lado terrenal) para llegar con mucha disposición a conocer y reconocer a los nuevos miembros de este lado de la vena que no deja de procrear.

Para mi buena fortuna me hice amiga del enemigo de inmediato (escondido tras la piel de una nena de apenas 10 meses, pucherosa y berrinchuda) y entre risas y gestos extraños llegué al paraíso de Michael Jackson donde 6 de mis 8 primas se reunieron con 12 de mis 16 sobrinitos, chicos, grandes, pubertos y bebés donde los temas de plática eran las escuelas, los matrimonios y los pañales. Mundos totalmente opuestos.

Este último reporte lo escribo desde un pequeño punto geográfico donde los moscos masacran despiadadamente. Aunque el lugar es pequeño, para mi es tremendamente inmenso en recuerdos de mi infancia, de la gente que amo, y donde un par de niños incansables que son mis primos (aunque me crean su tía) me han hecho correr por el campo, caminar entre el maizal, cortar duraznos y jugar con cachorritos y pequeños gatitos. En fin, ya después hablaré del resto del itinerario, porque la semana aun no termina y varios camiones esperan desplazarme de un lado a otro con todo y mi cargamento de experiencias. Nos seguimos reportando...

jueves, 28 de julio de 2005

Serendipity

En la vida muchas veces nos topamos con cosas que nos llegan de la nada y de pasito nos representan alguna utilidad. Es como salir al super por una sopa instantánea y en el mismo pasillo aparece de la nada el amor de tu vida eligiendo el mismo sabor de sopa que uno. Según el idioma inglés, existe un término que define este tipo de situaciones: Serendipity, la facultad de hacer descubrimientos felices e inesperados por accidente. Hay incluso una película gringa con este título, y yo recuerdo que de niña fui poseedora de una serie de cuentos ilustrados, cuyo emblema era una dinosauria pequeñita así nombrada, que tal vez me presagió un feliz futuro en el mundo de la lectura.

Eventos serendipitys pueden ocurrirnos más seguido de lo normal, pero tal vez por costumbre solemos llamarlos “casualidades”, aunque el escritor Milan Kundera insista en llamarlos “causalidades”. Puede ser el caso de encontrarse a su “ya saben quien” en el pasillo de las sopas y mostazas, en un vistazo a cámara lenta, con la silueta de la persona apareciendo de entre la luz que deslumbra en el pasillo de enfrente (donde posiblemente prueban la garantía de un foco) y la música de fondo de todos los supers (sólo interrumpida por la mujer gangosa voceando al encargado del departamento de discos), dirigiéndose hacia uno con mirada coqueta, un andar delicado y voz angelical sugiriendo que se conoce el precio del mismo vaso de Maruchan de res que se tiene en la mano; pero también pueden ser otro tipo de eventos fortuitos que le dan a uno una caricia al alma y al corazón. Debe ser eso o es la habilidad inusitada de estar en el momento y lugar adecuados para ser partícipe de burbujeantes sucesos hilarantes dignos de ser platicados.

Mi más reciente ejemplo fue haber asistido a la graduación de la secundaria de una nena que quiero mucho. Desafortunadamente para mi, si hay algo que me horroriza más que pasar el tiempo entre siniestros infantes parlanchines es verme rodeada de la generación RBD que son los pubertos de hoy, con todo y cabelleras pintadas como estos nuevos ídolos de la juventud. Temí que la desgracia me perseguía cuando la cena no llegaba y el maestro de ceremonias (¿en una cena?) nombraba uno por uno a los egresados para darles un pequeño reconocimiento. Fue entonces que la comida llegó, y con ella, el discurso del “elegido” que preparó un sermón digno de una misa en latín. ¡Serendipity! El imberbe, concentrado en la lectura, supongo que no tuvo ocasión de escuchar las cosas que decía. Nos dio cuenta de sus 15 años de existencia, de la “inexperiencia e inmadurez” de su primer año de secundaria y de la cúspide de su sabiduría a un paso de la vida de bachiller. La risa no me paró hasta llegado el segundo despliegue de humor involuntario cuando una mujer, pompones en mano, invitó a los comensales a corear la porra que con tanto orgullo le tributaba a su graduado sobrino. Con el mismo frenesí con el que Chicho el de los “Cachunes” incitaba a estos cantos, la mujer, ajena a todo complejo, protagonizó, sin duda, el mejor momento de la noche.

Si bien puedo confundir los serendipitys con chispazos de humor negro, basta con estar ahí y saber reconocer cuando algo que carece de toda expectativa te ofrece un momento de enorme alegría o de carcajadas sin igual. Y de eso se trata esto de vivir, de encontrar la felicidad (aunque sea instantánea como una sopa) en cualquier pasillo de supermercado o en cualquier rincón del mundo...

jueves, 21 de julio de 2005

Noticias del Imperio

Yo soy Kittotta, humilde intento de escritora de temas banales, egoístas e insignificantes en una columna que malgasta sin sentido. Yo soy Kittotta Valent, descendiente de distinguidas, alharaquientas y extravagantes familias por parte de padre y madre. Yo soy Kittotta Valent, reina absoluta de mis sueños e ideales, emperatriz de mi baño propio, alcaldesa de la azotea donde se ostentan mis aposentos, vecina de tendederos, antenas televisivas y cables de electricidad. Yo soy Kittotta, hija de Don Pipián, nieta de don Efraín y doña Beta, única heredera del bagaje cultural de albures, picardías y el mágico don fregativo que aplico sin distingo de razas, colores y credos. Yo soy Kittotta Valent, Soberana de la ironía y la burla cotidiana, Princesa de la cama de perro y los tapetes roídos por los apestosos súbditos de mi corona. Yo soy Kittotta, prima de muchas mujeres fértiles, hermana de la Chimbomba (Primogénita) Valent que, contagiada por el furor familiar, traerá al mundo en algunos meses al heredero de su corona. Yo soy Kittotta Valent, bruja malvada de los cuentos, acérrima y legendaria enemiga de los infantes latosos... futura tía de uno de ellos.

Las noticias del Imperio que ficticiamente relata María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, fugaz emperatriz de México, en el kilométrico texto de Fernando del Paso, no se comparan con el impacto que sufrí en reinos lejanos al conocer la nueva situación de mi papel dentro de esta familia real. Si bien es cierto que 10 de mis primas y primos me han convertido en tía en 21 ocasiones, el hecho de que sea mi propia hermana quien ahora me tenga en este trance emocional me parece no sólo injusto sino egoísta. Someter la paz y tranquilidad que inundan mis días de juventud por llantos, mamilas y pañales es una idea inconcebible, inaceptable, insoportable.

Desde el principio todo estuvo mal. Las intrigas del destino alinearon a los astros justo para que la noticia fuera difundida cuando mi persona se encontraba bañada en sudor cumpliendo con una misión importante en coatzacoalqueños parajes. Mi sopor se maximizó no en el momento de escuchar la voz de mi hermana en el auricular, sino cuando mi padre sugirió la idea de olvidarme del orden y la quietud a los que estoy acostumbrada. Viajando de regreso, la pesadumbre de estos pensamientos que merodeaban mi cabeza como las moscas en el cabello del niño que huele feo (el personaje amigo de Charlie Brown y Snoopy) se fundió con flash backs que evocaron mis clásicos con los niños, entre los más recientes, la satisfacción de haber ganado unas venciditas con un infame chiquillo que se sentía Rocky III.

Difundido mi estado de pánico, gentiles y queridas amistades han hecho lo imposible por persuadirme de las bondades de nombrarme tía: ver crecer a un niño, el ser ejemplo para él, el que te quiera, el que aprenda de ti... y fue entonces que lo vi todo de otro color. El pequeño Chimbombo no solo me traerá satisfacciones económicas el día de su nacimiento (las apuestas sobre su sexo se perfilan cuantiosas), sino que lo vislumbro como el más cercano heredero de la sabiduría que mis ancestros depositaron en mi... ¡Grandes planes le esperan! Malo, rebelde, rudo, el que le jale las trenzas a las niñas, y sobre todo, lo haré el enemigo público número 1 de ese odioso espécimen morado llamado Barney... ¡Bienvenido Chimbombito, serás lo máximo!

jueves, 7 de julio de 2005

Romántico retorno

Durante este mes de abstinencia verbal, mis muy queridos e incautos lectores, tuve el presentimiento de haber pasado por un torbellino de acontecimientos que, al no tener la oportunidad de compartirlo con ustedes, me remitió al sentimiento que seguramente tuvo el personaje central de la caricatura “Futurama” cuando un día por accidente cae en una congeladora que lo transporta mil años adelante de su presente, sin tener la más remota idea de todo lo que en ese tiempo se perdió. Así que ya se lo imaginarán: mi verborrea está más desatada que nunca, y dar con un tema que celebrara el retorno a este humilde refugio policromado resultó tarea complicada más no imposible, y así, uno de esos días de quehacer andando entre polvo nomás, hurgué en los cajones de mi vida y encontré pasajes que me resulta temerario abordar por tratarse de la paleta más basta en tonos y matices que cualquier pintor del alma pudiera manejar: el amor.

Si bien el lado cursi de quien escribe ha quedado de manifiesto en quizá el 90% de las columnas hasta ahora editadas, el amor es uno de esos temas a los que prefiero dar la vuelta, dejando mi libertad creativa a merced de la ironía y la burla al prójimo. Sin embargo hoy, con el verano flotando por los aires, recuerdo que mi breve currículum sentimental se ha dado por la influencia de la lluvia y el rico calor de estas épocas...

Mi primer concepto del amor cumplió con las expectativas que toda soñadora ochoañera pudiera tener: que el ser amado cayera redondito justo a sus pies. Y así, mi efímero romance de miradas profundas, largos suspiros y muy escasas palabras con un trigueño de ojos color miel floreció y se marchitó cuando, con mi entonada y potente interpretación del Himno Nacional, en plena clausura atestiguada por la multitud envuelta en uniformes rojos y zapatos de goma, un seco estruendo atrajo las miradas hacia mis pies... el príncipe de mi historieta de hadas cayó de boca víctima de un desmayo que lo hizo azotar cual res a punto de cocinar. ¡Los hombres perfectos también se enferman! Cruel desengaño. El asunto murió al cambiar de año, así de rápida fue la situación. Se deshojaba la margarita del amor cuando a mis 10 años tuve una nueva oportunidad de que mis nacientes hormonas debutaran en sociedad, y el castillito que se edificaba con mi vecino de banca escolar (ilustre representante de Cristóbal Colón en festivales otoñales) se ponía más firme que nunca. Ese 14 de febrero las palabras fueron y vinieron en tarjetas escolares, y cuando ya comenzaba a autocantarme la marcha nupcial ¡cuaz! ¡pum! ¡zaz! ¡Bati-cambios de ciudad! Y Kittotta se fue... El tercero en la lista seguramente se aprovechó de mi frágil estado emocional, de la romántica lluvia de cierta tarde de junio, de su sonrisa Colgate y sus ojos color miel y me atrapó cual bicho en telaraña dejándome el mejor recuerdo de un primer beso en plena graduación escolar; el cuarto, un Escorpión hecho y derecho, atlético y varonil pasó más tiempo del que yo hubiera querido en mi mente y corazón y sin embargo todos resultaron la feliz antesala de lo que ni las terapias ni las lecturas de cartas pudieron predecir: el punto común (un Escorpión, trigueño, de ojos color miel) de mi tránsito por los senderos que se bifurcan en el campo del amor. Ha casi 3 años de un experimento que se antoja todavía inacabable, todo aquello que encierra lo que a base de risas, pasión, entrega y emoción se ha edificado sigue siendo mi mejor razón para despertar, para respirar, para vivir mi hoy mejor que ayer...

jueves, 2 de junio de 2005

El mundo zurdo

Mis muy queridos e incautos lectores. En la columna del día de hoy los exhorto a hacer un sencillo ejercicio de observación. Empiecen por ustedes mismos: tómense un momento y tomen conciencia de el uso de sus manos, es decir, con qué mano comen, con cuál abren una puerta, o cualquier otra cosa. Ahora observe a los demás. Ahora tome conciencia de su propio cuerpo y trate de distinguir con cuál de sus ojos ve mejor, qué oído le funciona más, que pie utiliza para patear una lata en la calle o un balón de futbol. Eso, queridos e incautos lectores, son ejercicios muy simples que nos hacen detectar la lateralidad, tanto en nosotros mismos como en los demás.

Yo empecé a hacer esto desde hace mucho tiempo, no tan a fondo, pero mi aguda sensibilidad hacia la curiosidad y el chisme por lo general me han hecho observar con qué mano escriben las personas que me rodean, y sin querer fui creándome una afición por identificar quién es zurdo y quién diestro. He aprendido que hay movimientos que delatan por completo esta condición, he comprendido que son muchísjmas las personas a mi alrededor que se rigen por su lado izquierdo del cuerpo (el derecho de su cerebro) y, sobre todo, he quedado prendidamente embobada por las capacidades que ellos adquieren. En pocas palabras, adoro a la gente zurda.

Hace poquito platiqué con varias personas zurdas Al principio me costó algo de trabajo comprender que la vida no corre igual para ellos, no al menos en el sentido de los diestros. Sólo por poner un vago ejemplo, las manecillas del reloj, en su caso, deberían girar hacia el lado contrario al habitual porque la lógica en su cerebro es que todo gire hace la izquierda. Anécdotas sobre el aprendizaje de la escritura abundan sobre todo entre los zurdos de más edad, pues antes muchas y muchos maestros nomás no entendían lo traumante que resultaba para un niño obligarlo a que escribiera, recortara o dibujara con una mano que no es con la que hacen el resto de las cosas... En fin.

Lo que más me llamó la atención es que para muchos de ellos el ser zurdo no es la gran cosa. Es decir, están tan acostumbrados a hacerlo todo con esa mano, a cargar todos sus sentidos hacia la izquierda, que ya no dimensionan la diferencia que tienen con los diestros. ¡Pero si es enorme! Yo, por ejemplo, soy una diestra de esas puras. No sé hacer nada con la izquierda, ni tomar un cuchillo, ni escribir correctamente, y abdiqué mis lecciones de piano por no tener la coordinación suficiente para el acompañamiento. Ellos, sin embargo, han tenido la necesidad de habilitar ambas manos para sobrevivir en un injusto mundo culturalmente hecho para diestros, donde los zurdos caen en sobrenombres ofensivos y muy crueles. ¿Y qué resulta de habilitar los dos lados de su cuerpo? Más inteligencia, más sensibilidad, un cierto atractivo propio que realmente no sé describir con palabras, pero que me hace admirar enloquecidamente a cada persona que detecto funciona con la izquierda.

Si no me creen, ejemplos sobran: Bill Gates, Babe Ruth, Maradona, Bart Simpson, Picasso, Da Vinci, Paul McCartney, Miguel Ángel... Hasta Jolette lo es!!! Sean lo que sean, es muy bonito tener conciencia de nuestro propio cuerpo, de como funciona y de lo especiales que somos, ya sea diestros o zurdos.

miércoles, 25 de mayo de 2005

Anti-antro

Las luces eran intensas, la música también. Muchas personas a mi alrededor, vestidas con atuendos “propios” para la ocasión, sentadas y de pie, mantenían sus manos ocupadas con cigarros, vasos, o las actividades corporales propias de la candente juventud. De pronto me encontré en un lugar totalmente ajeno a mi persona, llevada a él con truculentos engaños y con una sensación extraña, como de no ser parte de ello.

Ante situaciones como éstas trato de analizar cuál es realmente mi concepto de diversión. Ya que el acudir a un antro me resulta verdaderamente insufrible, las opciones en cuanto a la manera en la que disfruto de mi latente juventud se agotan, llegando a pensar que soy una prematura viejecita y, entonces, me siento como un cuadrado en el mundo del espiral, sin lograr encajar del todo en lo que el entorno dicta como propio para la gente de mi edad.

No es que toda la vida me haya disgustado el hecho de ir a estos sitios a disfrutar de la música, las luces y el ambiente; las “piñatadas” (o tardeadas) de secundaria fueron en su momento uno de los escapes que mi espíritu encontró para gritar, bailar y aspirar a un momento romántico en medio del humo y el sudor de la masa danzante. Incluso me parece haber comenzado un día de mi cumpleaños junto a mi flota preparatoriana, sin zapatos, en medio de la pista y cantando fervorosa la música que entonces era lo de hoy...Achaco mi cambio radical anti-baile y anti-antro a una muy personal limitante emocional que fue creciendo en mi mente en contra de todo aquello que representara ser vista en público. Sin embargo existe otro asunto que va mucho más allá de la imposibilidad de plática serena en estos lugares: Los espacios corporales.

Ahí les va que según los estudiosos de la comunicación no verbal, la proxémica es aquella disciplina encargada de analizar cómo cada persona determina sus espacios corporales en relación con su entorno en general. Hay a quienes les resulta innato saludar a la gente de beso, darles un afectuoso abrazo o simplemente comunicarse con los demás interactuando con ellos por medio de sus manos. Yo, desde siempre, he entendido que mi proxémica (ahora sé como se llama) ha sido rígida e inamovible y con mucha dificultad permito el contacto físico con mi entorno. Hacer cola en el banco, en el cine o incluso en mi coche son situaciones que me ponen nerviosa pues implican que la gente irrumpa peligrosamente en el espacio que considero mío y que poco tolero sea invadido.

Así pues, la experiencia de acudir a cierto antro citadino se empañó cuando cierta gorda (y miren que yo no vendo piñas), sin ningún respeto por las personas que la veíamos, embarraba con la alegría que producen las copitas de más su enorme trasero en mi espalda, de silla a silla contigua, violando a todas luces mi espacio corporal. Quitando este “detallito” la experiencia no fue del todo mala, pese al hecho de que tenía más de dos años de no hacer algo similar. Claro, la brecha generacional mermó mi espíritu cuando el grupo musical interpretaba las canciones de RBD ante las cuales enmudecí por completo mostrando enorme ignorancia ante lo in que rige a las juventudes de hoy. Gracias a Dios llegó la hora del recuerdo, y mientras yo gritaba desaforada la orda iracunda de pubertos brillaba en su gran silencio... Cosas de la edad.

jueves, 19 de mayo de 2005

La venganza del cumpleaños

Los sentimientos se confunden en esta semana. Se cruzan dos esperados eventos casi en el mismo día, uno excesivamente particular y otro exageradamente popular ante los cuáles mi propia esencia vibra de emoción.

Mi cumpleaños número 26 ha sido un acontecimiento largamente anhelado. En sí, la celebración anual de mi llegada al mundo es algo que acostumbro anunciar con pancartas, bombo y platillo y este año en particular me urgía dejar atrás las 25 primaveras que justo el día de ayer murieron tras una franca agonía. Debo recordar, sobre todo para aquellos incautos y noveles lectores de esta H. columna, que Kittotta es una coleccionista de ideas baratas y absurdas y presume en su basto catálogo la inminente aberración por toda cifra impar que tenga alguna relación en su vida, tal vez por la extraña fijación de que vivir años con terminación par le da una especie de equilibrio espiritual que espera no culminen en tragedia cuando llegue a la década de los 30. En fin... A diferencia de las tradicionales y glamorosas ceremonias que solían acompañar la cuenta regresiva pre-aniversario, este año he dicho simple y llanamente adiós a 365 que tuvieron algunos esporádicos buenos momentos (no muchos) ya que, insistiré hasta el cansancio, el mal karma de lo impar hace que me sienta como cojeando con un sólo pie.

Equilibrio... Según lo narran las leyendas un día llegaría a la Galaxia un individuo, “el Elegido”, cuya misión en la vida consistiría en darle a la Fuerza el equilibrio faltante para que bien y mal quedaran en el mismo nivel de la balanza. Han pasado muchos muchos años y muchas muchas lejanas galaxias de espera para que propios y extraños conozcan la historia del héroe bueno que cae, irremediablemente, seducido hacia el lado Oscuro de la Fuerza.

Si de algo puedo estar cierta es que soy una especie de experta en esto de los villanos y la maldad, y el hecho de que mi cumpleaños y el nacimiento de Darth Vader surjan con tan solo unas horas de diferencia es más que una coincidencia: es una señal. El hecho de que ambos episodios representen, en lo general y en lo particular el elemento de equidad faltante en sus contextos es digno de estudios y análisis en los campos de filosofía y los astros. El hecho de que mi vida haya estado ligada desde siempre con esta historia de ciencia ficción es real y no sólo producto de un hermoso noviazgo con un apasionado fan de la capa negra y la tétrica respiración de semejante villanazo.

Así pues, auguro desde hoy, mis 26 años prometen ser más de lo que espero por varias razones: a) Es un año par; b) Un villano nace a pocas horas de mi aniversario; c) Juan Pablo II, respetable figura de paz y bondad, cumpliría años un día como hoy... sin embargo, y ya que no está con nosotros puedo decir que el hecho de haber reemplazado un símbolo de amor por un perturbado y confundido reflejo del mal es la más clara señal de que por fin mis deseos de emular ejemplares villanas melodramáticas (esas a quienes fascinada he dedicado columnas completas) podrán hacerse realidad.

El equilibrio llega a mí gracias a mis dulces 26 y la mente de un antropólogo visionario y millonario... ¡¡¡La venganza de mi cumpleaños ha llegado al fin!!! No dejen de visitar http://pochacasworld.blogspot.com.

jueves, 12 de mayo de 2005

Soledad

El mundo está lleno de solos. Soledades que van y vienen, soledades que se juntan momentáneamente, que coinciden en las banquetas, en los mercados, en los semáforos en rojo; las soledades que vagan por la vida, con sus torturas propias, con sus alegrías propias; con todo un mundo sobre ellos, un mundo que pesa, un mundo que no se comparte de momento, un mundo de soledades.

La soledad. El mal que nos aqueja a todos en algún momento de nuestro existir.

La soledad, mas la falta de una ilusión, es la fórmula perfecta para una depresión superlativa. Como una ecuación química, estas dos se complementan, se unen, se fusionan y dan un resultado común.

El mundo está lleno de solos, tal como de locos, tal como de racionales. El chiste es que, locos, racionales, grandes eminencias o asesinos prófugos, todos nacimos solos, y solos nos vamos, porque nuestro mundo, nuestra propia existencia, es una soledad constante.

Sí, la que escribe fue una sola más de este mundo. Sola en ser, sola en pensamiento. Sola en medio de una pista, sola como Crusoe en su propia isla. Sí, no me avergüenza decirlo. Quizá me duela decirlo, pero no me da pena... lo he superado poco a poco. Fui una sola que aun no encuentra su acomodo en el mundo, y que aun hoy desconoce su misión en él. Fui una sola rodeada de soledades que nunca frenan su lucha por estar acompañadas. Porque hay quienes comprendemos y asumimos a la soledad como parte de nosotros, como una parte de nuestra propia naturaleza, sin embargo hay quienes nunca lo han entendido, hay quienes no saben estar solos, quienes temen asumir su condición de soledad.

Si, el mundo está lleno de solos. Solos que no saben otra pena que su soledad. Solos que no conocen alegría más grande que su soledad. Solos resignados, solos frustrados, solos por casualidad o por destino, solos porque solos estamos destinados a llegar y a partir. Los solos somos todos porque esta condición viene con nosotros desde el día que en nacemos, como parte de nuestra paquetería, y es cuestión de cada quien saber de qué manera sobrelleva su soledad a lo largo de su vida.

Mi soledad, como tantas otras, se escondía tras la careta de la independencia y la autosufienciencia. Mi soledad, como muchas, se justificaba convenciéndose que más vale sola que mal acompañada. Mi soledad nunca renunciaría a mi condición de eterna vagabunda, de eterna solitaria...

Pero hoy ha llegado el día en que mi soledad, como tantas otras, se ha unido a otra soledad....el sentido de lo que se ha escrito ya no vale más la pena; la tristeza de ser irremediablemente un solitario en busca de otra soledad que lo acompañe se ha ido, y espero que ese sentimiento no termine... que dure para siempre.

jueves, 5 de mayo de 2005

Fe

He imaginado cualquier cantidad de veces la forma en cómo el ser humano es creado. Me da por vislumbrar a un bebé y a “alguien” a su lado que en una gran maleta lo va dotando de sus cualidades, sus defectos, sus virtudes, sus debilidades, sus armas para sobrevivir al mundo... una vez repleta, el bebé es arrojado al mundo con mochila al hombro descendiendo en un suave paracaídas, aterrizando justo donde le fue asignada la misión de su vida.

Sin embargo, antes del proceso de envío, el imaginario excursionista es dividido como en un rompecabezas, donde, tal y como si se tratase de un mueble lleno de cajones, se fueran abriendo y cerrando los espacios donde su alma tendrá cabida y desde los cuáles estarán alojados su necesidad de amor, su sensibilidad, su intensidad, su lado negativo, y su fe. Una vez asignados los cajones, el niño se arma nuevamente, se le proporciona su mochila antes mencionada y vuela por los aires con toda su información personal al hombro. Uno llega al mundo y es incapaz de recordar cómo le fueron proporcionadas todas esas características “innatas”. Solo sabemos que vienen con nosotros y lo único que nos queda por hacer es desarrollarlas a sus máximos potenciales.

La fe, así como el amor, es uno de esos cajones que constantemente deben ser llenados. La fe, así como el amor, es uno de esos cajones que sólo se llenan de misteriosas maneras, tras una búsqueda incesante por ese “algo” que nos haga sentir plenos, completos.

Desde que tengo uso de razón la fe de mi familia desemboca en la religión. Ser católica hizo a mis padres educarme con la idea de que un Dios todopoderoso es quien nos llena la maleta de origen y en quien podemos confiar en los momentos de desesperación. Pasé muchos años inconformándome con el hecho de ir a misa los domingos, y cuando tuve las armas ideológicas arremetí terriblemente en contra de la religión y todo lo que con ella tuviera que ver, aunque secretamente nunca dejé de creer en ese “Alguien” superior que en mis innumerables noches de llanto me reconfortaba con su etérea presencia...

En esos tiempos de poca credibilidad muchas señales me cayeron del cielo para ser capaz de entender porqué la gente desahoga su ser entero en aquello que le represente su fuente de fe. Para muchos es la religión, cualquiera que se profese. Para otros son las ciencias, la política o en el más pasional de los casos el futbol. El misterio de la fe es saciar esa necesidad de creer, de confiar, de entregarse, de depositarlo todo en un lugar seguro. Poco importa si las instituciones que los llevan son o no dudosas, poco importa si se es católico, cristiano, budista, panista o americanista... es hecho es creer, y al hacerlo, llenar y llenar el vació cajón de la fe.

Cuando entendí esto fue cuando mi propio ser me pedía desesperadamente depositar mi confianza en “alguien”, dejando al lado eso del opio del pueblo y demás gélidas teorías. Cuando me siento triste, como hoy, sólo me queda aferrarme a ese Ser, sentir que me protege, que escucha, y que con mis ruegos cotidianos las cosas que me afligen se van a mejorar. Mi vacío e imaginario cajón de la fe se llena, con este simple hecho, de esperanza, de ilusión...

miércoles, 27 de abril de 2005

Con licencia para rascar

Estoy segura que los conductores de los coches a mi alrededor se preguntaban por la actitud de aquella chiquilla loca que manejando en plena gran avenida, sufría de un incontenible e inocultable ataque de risa. ¿La razón? Algo exageradamente simple, algo exageradamente cotidiano: Me entró una de esas comezones brutales justo en la planta del pie derecho, ese único pie que lleva el control de la misión cuando se va manejando un vehículo automático. Rascarme en plena vía pública se hubiera visto cual si jugara una complicada reta de Twister: mano derecha al volante amarillo, mano izquierda en el pie derecho azul, pie izquierdo en el pedal verde, un ojo acá, el otro acá y luego la foto de mis extravagancias en la nota roja.

Pero, admitámoslo, este jocoso cuadro es absolutamente verídico... ¿o no? Haciendo memoria las extrañas picazones nos acosan en los momentos menos adecuados, en las situaciones menos esperadas e inclusive en las más vergonzosas y lo peor de todo: cualquier insignificante detonador puede producir la comezón más explosiva. Ejemplificaré.

1.- Por causas de enfermedad. Quien haya padecido varicela podrá entenderme... no es sólo el patético hecho de mirarte en el espejo y ver puntos por todas partes –debajo de esos puntos se esconden tu cara, tus brazos, tu panza-, sino la necesidad que surge de arañar cada parte del cuerpo donde el virus contraataca con saña, furia e iracundia. Así también añado a este rubro la viruela y males parecidos, sin omitir los piojos, liendres, y demás parentelas que lejos de sumirte en la vergüenza pública carcomen la cabeza, la dejan peor que campos en tiempos de guerra, y bueno... lo demás lo dejo a la imaginación.
2.- Piquetes. Los violentos y astutos moscos chupasangre son capaces de aniquilar al cuerpo más frágil o la piel más resistente. De noche, de día, dormido, despierto, hablando, de cabeza...los bichos (sean de cualquier índole, especie y forma) no respetan ninguna parte de la anatomía de los seres humanos. Las picazones surgen de los lugares menos esperados, los más recónditos, lo más oscuros...
3.- Efecto de acción y reacción. Hay una parte en la película “El libro de la Selva” donde el Oso Baloo, en plena demostración tropical de su filosofía de vida, embarra su peludo cuerpo en una palmera cuando la comezón va más allá de él. Yo, al menos, cuando miro esta escena corro a buscar aunque sea una regla que mitigue una inexistente comezón que surge únicamente del efecto de acción y reacción, es decir, ver a alguien que se rasca inmediatamente hace que uno se sienta motivado a rascarse también. Obsérvense... es algo real.
4.- Extras. La ropa ajustada, el polvo pica pica, una costra, una angustia... ¡¡¡todo nos produce comezón!!!!

Así que antes de terminar un par de consejos: nunca, jamás limiten su necesidad de rascarse, estén donde estén, estén con quien estén (libérense, el pudor ha muerto) y segundo, ¡visiten mi blog! http://pochacasworld.blogspot.com/. Tienen todos, pues, su licencia para rascar.