lunes, 8 de diciembre de 2008

sábado, 25 de octubre de 2008

Talento para chillar


Husmeando como es mi costumbre en los periódicos en línea (donde, confieso, sólo leo lo que más llama mi antención y no las notas importantes del acontecer nacional y/o mundial), encontré la noticia más simpática, creo yo, de toda la temporada: En Querétaro, específicamente en San Juan del Río, se realizará a propósito de las celebraciones de Todos Santos, el segundo Concurso nacional de Plañideras. 

Vamos por partes. Para aquellos jóvenes que creen que este término suena a grosería, corro de inmediato al diccionario y transcribo textual la definición:

Plañir.- Llorar y clamar una pena. 
por tanto
Plañidera.- Mujer que llora y grita en los funerales.

La nota del periódico Excelsior dice así:

"Un inusual certamen convoca en Querétaro a mujeres con talento para soltar la lágrima. 

Querétaro.- Si usted tiene entre 15 y 99 años y además posee la habilidad de soltar el llanto fácilmente, esto le interesa. 
El próximo 1 de noviembre, en el marco de la conmemoración del Día de Muertos, el municipio queretano de San Juan del Río realizará el Segundo Concurso Nacional de Plañideras en el que, como dice la canción de José Alfreo, todo será "llorar y llorar".

Gustavo Ríos Garduño, coordinador de Turismo de San Juan del Río, explicó que el certamen busca rescatar una de las tradiciones más importantes en materia de culto a la muerte y dar vida a leyendas que han sido olvidadas en el país. 

Detalló que las participantes deberán estar en el rango de edad citado, tener "talento para llorar" y deberán presentarse vestidas de velo negro de encaje y rebozo. 

"Los premios serán de más de 10 mil pesos, (pero) estamos esperando otros patrocinadores para que nos den más premios. El año pasado, hay que recordarlo, participaron 11 plañideras. En este momento ya se han inscrito de distintas partes de la República. Tenemos a ocho mujeres inscritas, más todas las mujeres que participaron el año pasado que son de aquí de la región".

De las participantes se seleccionará a 15 finalistas, quienes deberán llorar durante un minuto a la memoria de algún personaje público, cuyo nombre será sorteado..."

En tiempos pasados, cuando alguien moría, sobre todo en los pueblos, había mujeres plañideras con el atuendo antes citado, que iban a dar tremendos chillidos, según entiendo, para que la demás concurrencia que asistía a dar sus condolencias se contagiara de este sentimiento y terminara, irremediablemente, echando lágrima por el difuntito. Esto era algo muy común y estos personajes eran tan conocidos entre la sociedad como el sacerdote, el médico, la mestra, etc.

"... La tradición de pagar a mujeres por llorar y brindar compañía durante un sepelio es ancestral y ya en el antiguo Egipto se recurría a ellas.

Algunos frescos localzados a orillas del río Nilo dan cuenta de que este oficio no era solamente una figuración teatral, sino una parte fundamental del ritual funerario en el que los lamentos de las plañideras se mezclaban con los rezos de los sacerdotes y danzas de otros asistentes. 

Era una práctica que solía transmitirse de madres a hijas y ellas eran las encargadas de dejar constancia pública del duelo de los familiares del difunto. 

Algo similar ocurría en el México prehispánico, en donde las crónicas de la Colonia detallaban el asombro de los españoles ante la capacidad de llanto de los nahuas, en especial a sus difuntos. Algunos relatos señalan que las plañideras lloraban durante los primeros 40 días posteriores al deceso y que en función del número de ellas se identificaba la importancia de la persona que había perdido la vida. 

Durante este periodo, las participantes en el ritual no se lavaban la cara y al final se reunían para limpiarse los residuos de llanto y tierra, que eran depositados en una vasija." Detalla la nota periodísitica. 

Hoy en día que el mundo parece insensibilizado ante tantas y tantas malas noticias que llegan de porrazo, resulta una maravilla absoluta que exista un concurso para fomentar de nueva cuenta esta antigua tradición... ¿Se imagina usted que le den un jugoso premio por llorar cuando le digan el nombre "Andrés Manuel", "Felipe Calderón", "Elba Esther Gordillo" o "Adal Ramones"? ¿Qué tal que le digan: ¡El dólar se compra en 15 pesos! ¡Subió de nuevo la gasolina! ¡Habrá recortes presupuestales y despidos!? ¿No lloraríamos todos como Magdalenas ante el panorama que vivimos este turbulento 2008 y lo que nos espera?

A mi la verdad se me antoja mucho este concurso. La oportunidad exacta para desahogar tragedias, traumas, enojos, berrinches, dolores y demás sentimientos de la misma índole. Aunque yo no soy de lágrima fácil, ahí se me saldría el chamuco mismo que me invade cuando veo las cuentas bancarias por pagar, los costos de una boda, mi saldo el fin de quincena, el tráfico horrible, la mala televisión, la pobreza, la contaminación, la inseguridad, las injusticias laborales y sociales, las peleas con el novio... ¡AAAAAHGGGGGGGG! Nomás de escribirlo me ha salido una que otra, quizá me estoy preparando de manera intensiva. 

Esto, claro, no es el punto central de tal convocatoria. La idea es rescatar una de tantas tradiciones arraigadas en México ante la milenaria y quizá misteriosa costumbre de rendirle culto a la muerte (entre la pena y la risa), así que nada mejor que el primer y único Museo de la Muerte como escenario perfecto para tal sesión de llanto, en medio del olor a incienso, del color del cempazúchitl, del brillo de las mandarinas y las ollas de los altares, siempre acompañadas de las fotos de los difuntitos. 

Bien lo dice la nota parafraseando a José Alfredo Jiménez: "llorar y llorar, llorar y llorar..." Esta expresión humana tan reprimida en el mundo moderno, también debería ser alentada entre el sexo masculino. No sería malo tener un concurso nacional del Plañideros, al fin y al cabo los hombres también tienen muchos motivos para ponerse sentimentales: pagar cuentas, pagar gasolina, lidiar con los emotivos y eufóricos procesos hormonales femeninos, la caída del cabello... ¡Pobrecillos! ¡Cuánta tensión! En verdad necesitan una buena excusa para llorar a sus anchas... y hasta llevarse un cuantioso premio. 

Así que... ¿Quién se apunta? (Los interesados favor de llevar su cajita de Klennex, por aquello de moco tendido e imparable en estos casos...)

lunes, 6 de octubre de 2008

Día Mundial del Correo


Este año ha sido particularmente de poca lectura, sin embargo, las palabras de un libro al que le tengo un peculiar cariño (aquí entre nos, me lo regaló un fan de las Policromías), "Sobre el oficio literario", me vinieron muy al caso después de descubrir que el 9 de octubre es el día Mundial del Correo

Dicho libro es una bonita recopilación de reflexiones que algunos escritores han hecho sobre el arte de la escritura, y lo interesante es que las traducciones al castellano las hicieron grandes hombres de las letras tales como Sergio Pitol. Y es precísamente él quien nos cuenta, desde la voz lejana, lo que E. M. Forster meditó sobre el Anonimato. 

Ambos, Forster y Pitol, nos llevan a pensar lo importante que resulta que un documento oficial, por ejemplo, lleve un nombre y una firma que le otorgue credibilidad; o bien, en el caso de los poemas o las novelas, resulta más impactante cuando sabemos quién está detrás de semejantes glorias (y cómo el nombre del autor suele ser referencia en futuras lecturas, para bien o para mal), que cuando algo termina siendo "Dominio público", por ejemplo. ¡Y ya ni se diga de la correspondencia!

En los siglos pasados las cartas eran el gran medio de comunicación, la posiblidad de que uno pudiera estar en contacto con sus seres lejanos y queridos, la mejor manera de sostener amores prohibidos, o bien, eran ellas las causantes de las grandes guerras y las peores tragedias (la confusión del pobre Romeo al creer a su amada Julieta muerta sucede por una carta que por lentitud del mensajero él jamás leyó). La emoción de recibir una misiva es, aquí y en China, la más grande, punto. 

Este asunto del Anonimato y su contrario, la personalización de un texto, me viene a la cabeza porque en alguna época de mi vida, sin yo quererlo, el correo se volvió mi gran recurso, mi gran aliado. A los 10 años, cuando vivía en Oaxaca, comencé a sostener una relación vía postal con Martha Laura, una tía muy querida a quién no había visto físicamente, pero que propició un intercambio que me permitió conocerla, saber de su nueva vida al lado de mi tío, su embarazo ¡y hasta me enteré de los detalles del cuarto de la bebé! Luego llegué a Xalapa y la única opción para saber de mis lejanas amistades era el correo (el teléfono y yo no éramos amigos en ese entonces). Esa comunicación fue menguando poco a poco, pero después conocí a Gisel, y gracias a que no coincidimos en ningún salón de clases en ese entonces, todos los recreos nos veíamos para darnos nuestras respectivas cartas, donde nos platicábamos nuestros más oscuros secretitos con los minigalanes en turno, comentábamos sobre los problemas familiares con las hermanas mayores y, por supuesto, dejábamos por escrito los pormenores diarios de nuestras novelas favoritas. Hoy tengo una caja llena de estas simpáticas notas, que años después se convirtieron en recaditos del salón de clases, con mejores y más apasionantes chismes en su interior. 

Y aunque es el sueño de todo escritor frustrado, mis relaciones sentimentales (desafortunadamente) han estado carentes de este elemento tan emocionante que son las cartas. Sin embargo, en algún lejanísimo momento probé mis dotes de villana de novela al asediar a un pobre incauto con anónimos perfectamente bien hechecitos, con sus letras de recortes de revistas y todas esas maniaticadas. 

Hoy, la emoción de recibir un sobre con su timbre y toda la cosa ha sucumbido ante el correo electrónico. En estos días el viejo cliché del perro ladrándole al cartero es más verídico que nunca: hoy, estos pobres hombres lo único que arrojan al buzón son estados de cuenta, recibos, deudas y si uno se descuida hasta citatorios de Hacienda. La vieja costumbre de los abuelos de mandarse postales y plasmar con su letra manuscrita mensajes poéticos de amor se ha transformado por las ecards que te pueden cantar y hasta tocar las mañanitas. Hasta los más acérrimos enemigos de la tecnología han sucumbido ante ella, como mi tío Efraín, quien reprobaba firmar una carta escrita en computadora y hoy manda mensajitos de celular con esa moderna mala mañana de las K´s por Q´s. 

Este 9 de octubre, día Mundial del Correo, propongo que en un acto de reivindicación, todos escribamos una carta, por muy simple que sea. Quienes puedan háganlo en el papel, de puño y letra, en un sobre decorado con dibujos coquetones. Quienes no tengan el tiempo, utilicen la tecnología como el medio perfecto para mandar saludos y cariños de manera personal, no cadenas ni chistes, ni cosas parecidas. El sentido del correo, creo yo, es esa encantadora oportunidad de platicarle a otro alguien las experiencias actuales, la vida del hoy, las memorias en una redacción única y particular porque no se trata de un oficio acartonado, ni de un anónimo delator: Es una redacción propia, esa en la que simplemente escribimos como hablamos, con nuestros nombres y apellidos.

Seguiré leyendo a cuenta gotas "Sobre el oficio literario"... Quizá algún autor extranjero y su amable traductor al castellano me tengan reservada alguna interesante reflexión sobre las cartas y su importancia en la historia de la Humanidad. 


martes, 30 de septiembre de 2008

Lentes... otra vez

Ni modo... Vuelvo a usar lentes de contacto.

Después de 6 años y una operación fraudulenta vuelvo al ritual de los lentes de contacto, desde acostumbrar a mis ojos a tener un objeto extraño hasta el puesto en el baño, con el líquido y el estuche. Un panorama que observé durante casi 13 años de haberlos usado y hoy vuelvo a lo mismo, pero mejor. 



Esto de la operación no fue del todo emocionante. Parece que algo malo sucedió con mis córneas y mi aumento estratosférico del astigmatismo se debe a que éstas se fueron deformando con el paso del tiempo, por lo tanto ya no soy candidata a un retoque y debo controlar este proceso antes de sufrir otras consecuencias. Ni modín, tan verdes y bonitos mis ojitos y tan chafitas que salieron... ¡Gracias bisabuelitos, por casarse siendo primos hermanos! (miren nomás que herencia le dejaron a sus descendientes...)

Sin embargo ahora la revolución en materia de lentes de contacto está bien tremenda. Como diría un amigo: "noooooo... ¡antes todo esto era monte!" Así era en mis tiempos usar estas cositas tan pequeñitas: blandos, limpiados con suero, con sus tabletitas de limpieza...

En estos días la cosa es tremenda: los lentes (que tengo que usar de manera gradual, pues como están hechos a la medida de la córnea esta debe acostumbrarse y con esto se frenará su mal) se llaman HÍBRIDOS, ni blandos ni rígidos... Hechos a la medida y ni con el parpadeo se notan. Ahora se pueden guardar en su estuche sin solución salina ni nada y ya hasta son graduados con filtros UV para los freekes que estamos todo el día frente a una computadora... ¡Esta sí es la modernidad!



Vuelvo a los lentes... Snif... Menos mal que aun conservo la vista, eso es lo único que importa.



jueves, 25 de septiembre de 2008

El poder del anillo

Toda mi vida he sido eso que, según el diccionario coloquial define, llaman "chacharera". ¡Ah como me encanta comprarme toda clase de chunches para adornarme como arbolito navideño! Desde chiquita me hice conciente de esa herencia de la rama paterna que exploto de irremediable manera, y que me lleva a comprarme compulsivamente aretitos, pulseritas, pasadores, diademas, listones y moños para el cabello, etcétera, etcétera etcétera... Trespeseros por supuesto, pues a esta coda taurina ni sus más bajas pasiones la orillan a gastar más de lo que la bisutería que el comercio informal ofrece. Así se puede comprender  mis contadas joyitas de valor económico incluyen también un alto valor sentimental: el anillo que me dieron mis papás en mi graduación, la crucesita que me dieron en mi bautizo, los aretes que mi finada y chacharera abuelita me regaló antes de morir... Poco, pero valioso desde todos los puntos.

Hace más de un mes fui desterrada de la comodidad de mi rica camita por una pavorosa encomienda laboral: trabajar en el certamen de "belleza" Señorita Turismo. El horror hecho trabajo. El caso es que estuve en esos mares de la falsa apariencia y la desorganización total algunos meses, que me ocasionaron ganacia de kilos, ganancia de barros, estrés al por mayor, enfado brutal y por supuesto, llevaron al mínimo mis escasos límites de paciencia.  Después de una semana que parecía interminable, el último día, el del Certamen Final, amanecí feliz de la vida: sabía que al día siguiente ya no habría Señorita Turismo, que regresaría a mi casa (y a mi camita) y por supuesto que celebraría junto con el amor de mis amores nuestro 6o. aniversario de este experimento que decidimos llamar noviazgo. Desde el principio imaginé que sería una celebración posterior a la mera fecha, pues se ha vuelto costumbre esta especie de maldición o condena de todos los años el tener como escenario del festejo un velorio, una mascota fallecida, unas olimpiadas, unos juegos centroamericanos y situaciones por el estilo. La condena del anti-festejo. Así que sospeché que aquel domingo 17 de agosto sólo tendría de especial el fin de más temidas pesadillas laborales. 

Sin embargo él llamó, llegó, me esperó las 4 largas horas que duró aquel numerito y a las 11.30 de la noche aguardó elegantemente junto al elevador del hotel, me miró como si nunca me hubiera visto en un coqueto vestido que me obligaron a usar so pretexto de "dar una cara amable en el gran evento", escuchó la bola de nimiedades que me vinieron a la mente luego de una semana sin verlo y tuvo la paciencia suficiente hasta que, envueltos en la atmósfera más romántica y especial, encontró el momento exacto para respirar hondo, hincarse, observarme amorosamente y proponerme matrimonio. Por primera vez en mi vida tuve ante mi una joya tan bonita, tan limpia, tan burbujeante... 

No tuve más que ponerme aquel hermoso anillo por primera vez para sentir su extraño poder, su magia, su energía. Ni los más coquetos aretes trespeseros, ni las pulseras más extravagantes y originales que pueda tener entre mis pertenencias me han hecho sentir lo que éste pequeño anillo. Me sentí como Frodo cuando tenía entre sus dedos el anillo de Saurón (ese que enloquecía a quien lo portara); como uno de los poderosísimos Gemelos Fantásticos de los Súper Amigos que con sus anillos especiales se convertían en distintas cosas para trabajar como equipo y luchar contra el mal... Sin saber por qué, mi vida cambió desde esa noche. 




Días después vinieron el pedimento, la emoción familiar y por supuesto, la versión de todos aquellos cómplices que se enteraron antes que yo de la decisión que el amor de mis amores tomaría. Un compló muy bien tramado... Y curiosamente desde entonces me he enterado que amigos cercanos y gente conocida comienza a tomar las mismas opciones de vida en pareja... ¡impresionante torrencial de bodas e hijos!

Cuando era niña imaginaba que los aretitos, los colguijes y los anillos representaban el hecho de ser una señora en toda la extensión de la palabra. Me ponía los de mi mamá y extrañamente me sentía más grande. Hoy no necesito colgarme hasta el perico: la pequeña cosita delicada y brillante que encierra más sentimientos de los que pude imaginar, me hace sentir una persona diferente, que vivirá una experiencia absolutamente ajena a todo lo que he conocido pero que seguirá siendo la misma, la que come a sus horas, la que adora ir sola al cine, la que disfruta leer un libro, la que ha aprendido en 6 años a compartir el control remoto y ver más futbol del que desearía en la semana... 

martes, 9 de septiembre de 2008

Cumpleaños del otro blog

ratona new logo

¡El blog está de fiesta!

Aunque he dejado en el terrible abandono y a su cibersuerte este pobre sitio, aprovecho el espacio para invitar a todos los amables lectores a que visiten mi otro blog, Ratona de TV, que está en plena fiesta celebrando sus primeros 3 años de ciber-vida. 

Esta dinámica curiosa de emplear el internet para compartir recuerdos absurdos sobre cuestiones tan poco importantes en la existencia como los programas de televisión, me ha traído satisfacciones increíbles, tanto que gracias a éste concepto hoy estoy aprendiendo lo que es hacer radio por internet y escribir una columna en un contexto tan diverso como el mundo del cine. 

Quisiera que compartieran conmigo esta grata experiencia y de pasito, los invito a que compartan sus mejores recuerdos televisivos, los más lindos, los más tristes... ¡también es su espacio!

jueves, 14 de agosto de 2008

Silvia Navarro y los rehiletes



Hace algún tiempo leía, como suelo hacerlo en la rutina obligada de todos los días a la que nos aferramos los Tauro, la sección de Espectáculos en varios diarios online. Hablaban de Silvia Navarro, estrella que se formó en las filas de TvAzteca y que hoy se encuentra laborando en una producción de Televisa. Los periodistas mordaces y sagaces (la palabra sagaz me cae tan de variedad) insistían en que la nota importante era que la ex estrella del Ajusco se dejó deslumbrar ante los encantadores de serpientes que le prometieron mejores prestaciones, gran salario y proyección internacional. Su nota era, veladamente, la traición de la actriz ante la casa que la formó y la hizo ser quién es hoy. Parecía que la opinión de Silvia era lo menos importante, o al menos así lo sentí.

Leyendo sus declaraciones me imaginé a la mujer, pequeñita, en medio de la vorágine de reporteros y microfonazos defendiendo en un grito ahogado que esto se debía únicamente a una decisión personal, a una necesidad de mejorar, de ir para adelante; sin embargo pesan más los nombres de las empresas, los signos de pesos y todo lo que implica un movimiento de ésta índole. 

Los motivos que orillan a una persona a tomar decisiones inesperadas son infinitas; si bien éstas (sobre todo en el caso de los famosos) son cuestionadas, enjuiciadas y jamás logran complacer a nadie, se deben de reunir muchos factores para que el interesado, quien toma tal osado camino, se convenza de que la jugada que ha hecho es algo bueno. 

Imagino a Silvia Navarro mientras hace su telenovela en Televisa junto con Lucero: puede suceder que al final de la grabación, al final de su trabajo, mire estos periódicos que tanto la interrogaron y se pregunte, con un dejo de tristeza: ¿Qué hice? ¿Por qué me fui de dónde estaba? 

Por que si bien los cambios, para bien o para mal siempre nos dejan grandes lecciones, son un arriesgue completo: podemos volvernos locos de felicidad y aplaudir de por vida a esa vocesita interna que nos impulsó a dar el brinco, o bien, podemos desear jamás haber sucumbido ante sus incidiosos comentarios. 

En alguna ocasión escuché que lo único estable y seguro que tenemos en la vida son los cambios. Es inevitable: todo en nuestra existencia es movimiento, es cambio, giramos como rehiletes en temporada de huracanes. Seguro que la misma Silvia Navarro lo sabe: los factores que la llevaron desde el principio a TvAzteca se debieron, seguro, a una serie de cambios que la hicieron brillar como nunca en las pantallas de la entonces recién estrenada barra telenovelera. Ahora, tras el cambio y ante la envidia de las otras actrices de Televisa que murmuran por los pasillos que ganarán menos que ella, sólo los astros, el contexto y su propia convicción lograrán convencerla de que cambiar "de camiseta" fue un acierto más, un cambio inevitable de la vida 

¿Que tan válido es arrepentirse de las decisiones que uno toma? ¿Que tan válido sería si al final del día Silvia Navarro reconociera ante la prensa que todo aquello en lo que depositó sus sueños de crecimiento y desarrollo simplemente fue un grave error en su camino y nada más? Quizá la quemarían en leña verde, sobre todo porque tendrían con qué evidenciar que en sus declaraciones ella afirmaba que ya no se sentía a gusto en su anterior empresa. 

Se puede pensar que esto depende de cómo se tome la vida, y que es sencillo: te caes y vuelves a caminar. Pero cuando se trata de hacer lo que te gusta y sentirte cómodo con ello, cuando se trata de luchar por realizarte profesionalmente las cosas duelen, mucho. No es una obligación que los cambios te gusten, y no merece ninguna pena capital tratar de enmendar eso que nos coarta la estabilidad y la felicidad. 

Ni modo mi Silvia, ojalá nunca tengas que arrepentirte de este paso... pensé yo mientras cambiaba de link en la hoja electrónica y mi dicertación giraba completamente entorno al estado mental de Cristian Castro y sus mujeres asesinas. 

lunes, 23 de junio de 2008

Semana de la honestidad

Honestidad: la mejor de todas las artes perdidas.
Mark Twain

El autor del famoso relato del joven Tom Sawyer pronunció esta sentencia a finales del siglo XIX. Lo increíble del caso es que tales palabras fueron dichas hace más de 100 años en un sitio muy lejano y siguen teniendo una vigencia total, aquí y en China. 

Las personas que hoy en día creen en la honestidad son cada vez más escasas, sin embargo, eso no significa que ya no existan... y para muestra, los ejemplos que viví hace algunos días enmarcados en lo que he llamado "la Semana de la Honestidad". He aquí la historia. 

Es un hecho irrefutable que cuando se tiene una emergencia y se necesita dejar el vehículo en algún sitio, lo último que aparece es un lugar para estacionarse. Es un hecho irrefutable también, que ante la falta de un lugar específico para ello y una sobrepolación vial, existan algunos "vivarachos" que secuestren las calles para cobrar por el cuidado del automóvil, como lo hacen los famosos franeleros de la Ciudad de México. Aunque en provincia la cosa no es tan grave, "aparcar la unidad" en un lugar cercano a la emergencia resulta ser todo un desafío. 

Así, un día que requerí entrar a un hospital de esta ciudad, tuve a bien dejar mi adorable PochiCar en una calle cercana al lugar (el estacionamiento estaba hasta su máxima capacidad), sin imaginar que pasaría horas y horas en este sitio. Aquel día gris (además de la situación que me llevó ahí mis lentes sufrieron un percance, así que de pilón iba en calidad de ciega), me dirigí muy feliz hacia mi carro con algunas compañeras de trabajo y la Chismosa en plan de copilota, cuando vi que dos Tamarindos propiamente uniformados se encontraban en la laboriosa y meticulosa acción del desemplacamiento en el carro que estaba frente al mío. Yo, con la visión borrosa, noté que mi placa delantera estaba en su sitio, así que suspiré feliz hasta que descubrí en el parabrisas un papelito atorado que revoloteaba al compás de la suave brisa vespertina... bajé aquel papelito y con horror noté (más bien recordé, porque ya lo había visto), frente a mi el letrero de No estacionarse (el cuál pensé que aplicaba varios metros después por la parada del camión). Lo único por hacer de mi parte fue preguntar al señor Justicia Víal si mi multa podía pagarla después y me dijo que si. 

Ciega y consternada por la primera multa recibida en mi vida, las compañeras de trabajo me preguntaron por qué no mostré con enjundia el logotipo de mi playera (que me acredita como empleada de Fidelandia... perdón, del Gobierno del Estado), con el argumento de que había ido a trabajar. Mi respuesta fue tan intensa como mi indignación: ¡POR SUPUESTO QUE NO! "Yo ví ese letrero y por burra ahora pago las consecuencias", dije con voz fuerte. Mi amiga la Chismosa apoyó mi decisión y ella misma me acompañó a pagar mis -in- decorosos 100 pesos por estacionarme donde no debía. Nomás faltó la cámara fotográfica para inmortalizar el momento en el que la cajera me devolvía mi placa trasera, la cual por cierto sí me habían quitado los polis... ¡Y qué suerte que jamás supieron que no traía lentes!

Días después de este acto saqué a mis felices canes a pasear por este elegante barrio (tan elegante que el hoyo mencionado en el post anterior es ahora un pozo sin fondo), y me llevé mis coquetos teléfonos móviles para estar en contacto con el mundo, pues uno nunca sabe cuándo va a ser requerida. Caminamos, jugamos, corrimos, y cuando llegamos a casa con la lengua de fuera saqué mis artefactos de las bolsas del pantalón. De pronto, EL HORROR (banda sonora de Psicosis en este momento, violines chillantes que esperan el fatal anuncio): ¡Mi Nextel no estaba! 

-Cabe aclarar que por mis influencias astrales soy una Tauro materialista y resistente a los cambios. Por lo tanto, debe comprenderse mi reacción.-

Al notar que el bonito teléfono morado (perdón, olvidé decir que los Tauros somos algo codos, así que también aplica el valor monetario en la desesperación) corrí como una loca hacia los lugares donde había estado hacía solo segundos pero mi hermoso apartito no sonaba, a pesar de llamarme por el celular para así poderlo escuchar. Minutos después se unió a la búsqueda el guapo y paciente amor de mis amores, y juntos marcábamos y marcábamos y no sucedía nada. De pronto pareció que alguien contestaba una alerta; el amor de mis amores volvió a marcar insistiendo que no valía la pena que se quedaran con un aparato que sería dado de baja y tras varias insistencias, una persona amable quedó de devolverlo en unos minutos. Y así fue: un señor con sus dos hijos pequeños llegaron, entregaron a las manos de mi novio el teléfono en cuestión (yo estaba tan privada del berrinche que sólo salían de mi boca sapos y culebras, y de mis manos ademanes impropios del amable lector) y hecha la transacción del móvil por una gratificación, todos volvimos a casa tranquilos y satisfechos: yo con mi objeto perdido, el padre de los niños por la lección impartida sobre la honestidad, los niños con su jugoso domingo y el amor de mis amores por haber domado a la fiera que tiene por novia. 

Con tan sólo dos ejemplos creo que queda claro este punto. Hubiera sido muy fácil haber dicho que trabajo en un medio de comunicación (el cuarto poder sigo siendo asquerosamente poderoso) y quizá no hubiera perdido ni mi placa ni mis 100 pesos; quizá hubiera sido igual de fácil para el señor que encontró mi celular quedárselo y cambiarle el número, pero ninguna de las dos cosas sucedieron, afortunadamente, porque como lo dijo el sabio Séneca: "Lo que las leyes no prohiben, puede prohibirlo la honestidad". 

¡Celebremos a la Humanidad que tiene el valor, y no le vale!

martes, 27 de mayo de 2008

Triste historia de un hoyo

Un hoyo en el piso puede ser un asunto sin importancia para los transeúntes, para la gente normal, pero quizá represente también la oscura entrada a otro mundo, a una nueva realidad, a otros universos. Estas ideas salpicaron mi ociosa mente ante la sorpresiva aparición de un hoyo a mitad de la calle donde vivo: primero fue como si un adoquín se hubiera salido, pero al día siguiente aquello ya estaba tremendo, hasta los vecinos tuvieron que poner una banderita para indicar que se tuviera cuidado. El nuevo vecino estaba tan profundo como un volcán.

Mi ardilla mental, tan escasa de asuntos importantes a tratar que prefiere leer el Mi Guía con el más reciente escándalo político-espectacular de la aventurera heredera de la fortuna Creel, decidió indagar sobre las miles de posibilidades que un hoyo en el piso representa: entre ellas, la más emocionante fue imaginar que debajo de mi calle, de mi casa incluso, pueden tejerse las historias más fantásticas del tipo las crónicas de Narnia o algo similar. En aquel caso necesitaron un clóset, en el mío, una calle víctima del tiempo y de los presupuestos municipales.

La experiencia fue realmente emocionante, sobre todo porque hacía mucho que mi imaginación no volaba hasta tales dimensiones: así, de trancazo, vi caballos, sirenas, hombrecillos con trajes extraños, cascadas de azules maravillosos donde las mujeres lavan sus ropajes mientras sus esposos se preparan en el ejército que espera el momento indicado para luchar por defender aquel mágico paraíso, ese que si uno es curioso, puede vislumbrar debajo de las tuberías y los sistemas de drenaje.

Vi también árboles llenos de manzanas rojas, horizontes de cerros y montes limpios, intactos, ajenos a la contaminación, a las crisis económicas, al aumento galopante de los precios en los alimentos, ajenos de los políticos corruptos y de la difícil vida adulta en la gran ciudad.

Observé un sol que elevaba aun más el tono verde de los amplios campos, mientras los animales convivían con el hombre como iguales, como amigos. Sería lindo decir (y que el respetable me creyera) que todo mi universo imaginario tenía hasta su banda sonora, donde todos cantaban al mismo ritmo.

Sin embargo un buen día llegó el departamento de aguas, hizo valientemente un agujero más grande para inspeccionar el motivo de semejante aparición; después de trabajos a sol y sombra, el municipio llegó a tapar la evidencia y aquel mundo maravilloso que imaginé debajo de mi casa quedó de nueva cuenta fuera de mi alcance, con la puerta cerrada. Así de burocrático, así de sencillo. El problema del hoyo quedó resuelto, pero me encantó tener la posibilidad de saber que aun en medio del caos que es la vida cotidiana, uno puede encontrar en lo más pequeño un motivo para soñar, para imaginar, para sonreír.

martes, 13 de mayo de 2008

28, 29...

Escribir... hace mucho que no lo hago, al menos no como solía ejercer esta disciplina auto impuesta, tan relajante, tan estimulante... Pero en estos momentos me sentía obligada a hacerlo, el ciclo de mis 28 años está por terminar y no me podía permitir que semejante evento pasara desapercibido.

Han sucedido muchas cosas desde que dejé que este blog se llenara de polvo virtual, como las libretas viejas, como los diarios que guardamos en el cajón cuyas hojas se cubren de amarillo olvido. La vida en el mundo no ha dejado de agitarse: Verónica y su golpeador Gallito Feliz son de nuevo madre e hijo; el petróleo y la energía son temas tan polémicos como los salarios de los gobernantes priístas, las paredes que escurren de tanto calor, están por celebrarse el día mundial del internet (¡festejemos si es que estamos haciendo uso de él!), el día mundial de los Museos y el día internacional contra la homofobia, aunque existen aún millones de personas que no pueden acceder a los museos, que aun no conocen ni siquiera una computadora, y que siguen discriminando la sexualidad de los demás.

Hugo Sánchez se fue y su silla sigue vacía, las Chivas van de super líderes y yo he sanado mis más oscuras y densas vibras gracias a una gran experiencia donde fui limpiada de pies a cabeza. Definitivamente la vida no es igual después de eso.

Yo tenía mucha fe en mis 28 años; hace un año estaba verdaderamente emocionada porque sabía que esta etapa de mi vida, la de mis favoritos números pares, sería completamente inolvidable: no me equivoqué. Lo malo es que nunca me imaginé en que sentido serían inolvidables.

Afortunadamente en la marejada de cambios que he vivido los ángeles no se han movido de mi. Estóicos, invencibles, están ahí en todo momento, recordándome que, aunque quisiera, no puedo ir jamás hacia atrás, que debo evolucionar, crecer, mientras mi entorno también se mueve, tambien cambia... y nada volverá a ser igual jamás. He aprendido a no arrepentirme de mis momentos, y estoy aprendiendo a sobrellevar las responsabilidades que esto implica.

Mis 29 están cerca, como cerca está el cambio que todos deseamos para nuestro país. Ojalá que lleguen para bien... ojalá.

martes, 29 de abril de 2008

ONLINE!


Como algunos saben, mis ratos de ocio los he dedicado irremediablemente, desde mis años mozos hasta mis casi 30 años, a ver televisión.

Resultado de esta colección de recuerdos absurdos que se quedan almacenados en algún punto de mi memoria ram, surgió el blog Ratona de televisión: Memorias de una teleadicta. Hoy, gracias al esfuerzo de Eva, la responsable de la página editorial La Gazeta y su programación de radio, aparece y reaparece el espacio de Ratona de Televisión en versión radiofónica, sintonizada vía internet.


¡¡

¡Escucha el promo!!!

Así que los invito a escuchar una cascada bárbara de recuerdos absurdos sobre un tema común entre la gran mayoría, la televisión, y todo aquello lo que a lo largo de muchos años hemos obtenido de ella.



Todos los Miércoles de 6 a 7 de la noche hora de México, Ratona de Televisión a través La Gazeta (http://www.lagazeta.org/), este 30 de abril con un programa del día del niño especial para quienes lo fuimos hace muuuuuuchos años...

lunes, 24 de marzo de 2008

Las molestias de Saturno

En estos momentos de la vida cometo la -tal vez fatal, tal vez correcta- osadía de alejarme saludablemente de las noticias malas de la vida cotidiana. Si de por sí el diario acontecer personal se torna caótico y medio lioso, el estrés de las notas que invaden los encabezados de los diarios me dejaría más tocada que las Mañanitas.

Se rumora en los cielos y los recovecos astrológicos que la influencia de Saturno está poniendo a la humanidad con los pelos de punta en este primer trimestre del año, y si alguno de ustedes no está sufriendo los estragos de este trance planetario ¡avísenme!, serían las primeras personas en estar protegidos con una especie de súper escudo... y los envidiaría bastante.

Tengo la impresión de que somos víctimas de alguna fuerza natural que nos está agite y agite cual martini celestial. Todo el mundo anda revuelto, vaya, ni Hugo Sánchez se ha escapado de la suerte astral que nos tiene a todos o enfermos, o malvibrosos, o deprimidos, o como los Tiburones Rojos, meneándonos en la tablita para no irnos al descenso.

Para algunos, ni las vacaciones ni la llegada de la primavera (¡¡¡maldita estación psicópata!!! dicen los afectados por el vuelo del polen y el cambio en el aire) mitigaron los estragos; pasar algunos días en la playa fue como un suicidio (uno nunca está ajeno de los tumultos, de los niños que le devuelven al mar algo de lo mucho que nos ha dado, de las chanclas fugitivas, de los moscos que obstruyen una relajada vista al atardecer...), pasar horas en las carreteras tampoco debe haber sido un pasaporte a un spa y bueno... tal vez sólo quienes se treparon a las pirámides del país pudieron sentir la carga del equinoccio y las vibras de Benito Juárez en la algarabía de su cumpleaños número 202...

Aunque no he querido profundizar en los encabezados, sé perfecto que el PRD no se la está pasando tan bien... otros que traen la fuerza de Saturno quien, según la mitología fue un dios que devoró a sus propios hijos. Y si creíamos que los ricos no lloraban, al pobre Paul McCartney le caen granizos, no lloviznas. Ni la destacada diputada de Veracruz (triste el caso de Radiotelevisión de Veracruz que tuvo su momento de gloria nacional junto al nombre nada emocionante de la actriz y conductora otrora legisladora) se salva de ver sus contoneos tuberiles en el youtube.com. ¡Ni mi Cristian Castro escapa de tal explosión planetaria!

Las pilas no andan tan cargadas, las ardillas mentales están en huelga y uno tiene que sufrir las consecuencias. Lo único agradable de este choque cuántico tan extravagante y agitado es que tras la Semana Santa, que en el sentido más religioso (y universal) representa la oportunidad de entrar en contacto con un renacimiento, con un claro sentimiento de paz, podemos experimentar un chispazo de gratitud ante la deidad o aquella fuerza natural que el lector prefiera, por permitirnos despertar con vida día con día, con nuestras extremidades, con nuestro cerebro, con nuestra alma, nuestra inteligencia y nuestra voluntad bien puestas como para enfrentarnos con entusiasmo a la transición de Jupiter y dejarlo, de una elegante manera, que siga girando alegremente por cuantas casas astrales le dé su real y regalada la gana.

jueves, 6 de marzo de 2008

Ciclos...

Hace casi un año escribí sobre lo extraños que son ciertos días, esas fechas en donde todo pasa. En aquella ocasión me refería al 23 de abril; hoy, comprendo que el 7 de marzo es una de las fechas más significativas en mi vida. Estos son, sin duda, tiempos de despedida.

El 6 de marzo de 1990 mi mamá, mi abuelita, mi hermana y yo aún vivíamos en la ciudad de Oaxaca. Mi papá había salido de la casa en noviembre del 89, pues el inminente cambio a Xalapa apresuró su llegada a estos lares. Pero nuestra partida se atrasó hasta que un buen día mi hermana y yo recibimos la noticia de que el 7 de marzo era nuestro último día en el lugar donde pasamos 9 años de nuestra vida, y éste sería, por consiguiente, el inicio de un nuevo ciclo.

Así, el 6 de marzo de 1990 fui por última vez a mi salón de clases de 5o. de primaria con la maestra Juanita; en aquella ocasión entré al salón vestida de civil pues únicamente fui acompañando a mi mamá quien fue a recoger nuestros papeles importantes. Mientras ella arreglaba el asunto, yo corrí a saludar a mis amigos, vi y comprendí (con toda la comprensión que puede tener alguien de 10 años de edad) que mi banca vacía estaría ahí y se veía triste, muy triste, pero que alguien, en algún momento del año, del mes o incluso de la semana, la ocuparía y la vida seguiría su curso. Minutos antes de partir llevaron una grabadora, la maestra me sentó en el escritorio y entonces comenzó a sonar un cassete con las voces de todos dándo mensajes de cariño y despedida... Lloré un poco, sentí una infinita nostalgia y salí de ahí para nunca volver.

El 7 de marzo fuimos a la Iglesia de la Soledad, mi mamá llevó unas flores en agradecimiento por tantos años de vida en Oaxaca. Entonces, a las 3 de la tarde nos subimos al avión que nos llevaría a Veracruz, donde mi papá nos esperaba para llevarnos a nuestra nueva vida: Xalapa.

18 años después el 7 de marzo sigue pareciéndome como aquella subida al avión para no volver. Los cambios laborales son buenos, importantes, necesarios, y el 7 de marzo, mañana, será mi último día en el área de trabajo donde estuve 5 años de mi vida. Por lo mismo estas siguen pareciendo épocas de despedida, aunque hace años aparecieron de manera involuntaria y hoy son con más convicción que nunca.

La metáfora de la tierrita que hay que remover para que la planta siga creciendo fuerte y sana me parece más oportuna que nunca. Cuando uno se estanca no queda de otra que buscar nuevas fuentes de inspiración y salir, aunque, cierto es, los riesgos que se corren son infinitos. Los ciclos se cierran, las perspectivas se elevan, las puertas se abren y la gente que uno conoce en el trayecto se quedan en el alma, en el cajón que almacena la memoria laboral. Por ello, no queda más que agradecer las oportunidades, la confianza, los enojos, las viviencias... La banca que queda en el escritorio no se verá vacía, porque unos nos vamos y otros llegan.

Hace 18 años se cerró uno de los más importantes ciclos de mi vida. Mañana se cierra otro. Los plazos se cumplen y las fechas, curiosamente, continúan significando algo más que una casualidad.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Pláticas con mi abuelito

La vida está llena de bienvenidas y de pérdidas. Gente va, gente viene; gente que conoces y gente que se despide, así, sin más. Cuando yo tenía 3 años sufrí la pérdida más fuerte de toda mi vida y mis padres, de alguna manera, encontraron el mejor remedio para calmar mi tristeza: siempre me dijeron que volteara al cielo y que la estrella más brillante de entre todas era mi hermana, mi pequeña hermanita, esa que murió tras 8 meses de gestación y a quien tantas ganas tuve siempre de abrazar, de besar, de jugar con ella. Así, aprendí que cuando las cosas fueran mal, cuando necesitara que alguien me escuchara, cuando quisiera sentir una caricia en el alma, podía voltear al cielo y ahí estaba ella, siempre, cuidándome en todo momento, haciéndome sentir especial, única, feliz.

Con el tiempo aprendí a platicar con ella. Sí, platicar. Entablo largas charlas con mi hermana en el cielo y casi puedo jurar que ella me escucha y me alecciona, a veces hasta me regaña cuando lo considera necesario. Mi hermana se ha vuelto esa vocecita interna, es como mi conciencia, como mi guía, esa auto terapia que me ha permitido muchas veces exorcizar varios demonios sueltos.

Conforme fui creciendo fui teniendo cada vez más bienvenidas y aprendí también a comprender las pérdidas que iban formando mi camino. Se fue mi abuelito Rogelio, luego mi abuelita Albertina, luego mi abuelita Raquel. El altar de muertos poco a poco fue acumulando fotos de los seres queridos a quienes en algún momento pude abrazar con fuerza y expresarles con besos, cariños y apodos cuánto los quise. Y aprendí también, tras su partida, a entablar pláticas silentes con ellos, igual que como aún hoy lo hago con mi María. ¿Que de qué les platico? Bueno, a veces les cuento cómo va la vida por acá, como está de cambiado el mundo que abandonaron, cómo se portan sus hijos y nietos… digamos que de cierta manera “los pongo al día”. Tengo tan presentes sus voces…

Mi papá tiene la sabia costumbre de actualizar el calendario familiar que mes con mes decora el refrigerador de la cocina. Febrero no tenía nada de particular salvo el día 15, cumpleaños de mi abuelito Efraín, el papá de mi papá. Ese día nos llegó un mensaje de mi tío Carlos diciéndonos que en esa fecha don Efraín estaría cumpliendo 100 años de vida. Nunca lo imaginamos.

Mi abuelito Efraín, según me cuentan, fue todo un personaje. Nació en Alfajayucan Hidalgo, sus padres eran primos hermanos, y de entre todos los hijos sólo él al final de cuentas se hizo cargo de la tienda familiar en el pueblo y de sus progenitores. Se casó con doña Albertina y crearon el equilibrio perfecto entre el mal carácter de ella y el buen humor de él. Era dicharachero y su oficio no se limitó a tan sólo despachar una tienda. Fue un hombre muy culto, leía muchísimo, era completamente miope, sabía hacer desde velas hasta ataúdes, conocía perfectamente el fino arte del albur y tenía un grupo de amigos con el cuál se reunían para tocar guitarra, tomar cerveza, comer a reventar y por supuesto, para alburearse unos a otros. Tuvo una sonrisa maravillosa y adoraba comer paletas heladas.

Sé todo eso de él por varios motivos: es lo que la familia cuenta, es lo que veo en todas esas fotos que atesoré secretamente por años y por el simple hecho de ver a mi papá. Dicen los que saben que es su vivo retrato, física y emocionalmente. Sin embargo mi abuelito, quien no gozó precisamente de una gran salud, murió muchos años antes de que yo naciera; nunca escuché su risa, nunca oí su voz, nunca le di un abrazo fuerte y apretado. Así las cosas, nunca lo he podido considerar como una pérdida en mi vida, es más bien una ausencia, una que ha estado ahí por 28 años, 34 en realidad.

A pesar de que siempre he sentido una enorme envidia por todos mis primos que alcanzaron a mirarlo, jamás me habían dado ganas de entablar esas extravagantes charlas post mortem que arriba mencioné. Pero este es el año 100, el centenario de su nacimiento, y quizá él mismo me fue preparando sin siquiera yo saberlo. Y es que la vida laboral me ha obligado a estar en el constante conocimiento de un personaje llamado Gonzalo Aguirre Beltrán, un ilustre veracruzano quien por sus notables aportaciones al mundo social, intelectual y antropológico es el objeto de celebración durante todo el 2008, el año del centenario de su nacimiento.

Este hombre nació el Tlacotalpan, una población veracruzana. Tuvo estudios, afán de superación, y su basta descendencia lo recuerda hoy en día con cariño, con admiración y con un profundo respeto. Al referirse a él, por ejemplo, lo llaman “El tío Gonzalo”.

Todo esto viene a colación porque mi abuelo también cumple 100 años, porque nació en un pequeño pueblo de Hidalgo, porque tuvo estudios y afán de superación, y porque toda la familia que tanto lo quiere y lo recuerda también lo refiere a él como “El tío Efraín”. Tal vez esas coincidencias, lo poco usual del térmio "el tío" y por esas tantas cosas que he aprendido de ambos, que puedo suponer la vida me preparó para recordarlo más que nunca en estas fechas.

Hoy tuve ganas de mirar al cielo y platicar con él. Me pregunté qué cosas podrían interesarle a alguien como él, que conoció los radios trasatlánticos más no el internet, que tal vez nunca imaginó los avances de la ciencia, ni lo lindas que han quedado las carreteras para llegar al pueblo. Me puse a pensar en todas esas anécdotas familiares que tal vez sólo contempló de lejos porque nadie se las supo contar, pensé en decirle que a meses de su muerte mi abuelita Albertina me platicó de su noviazgo, que mi mamá aún lo sigue recordando por esa bromita de la alberca, que mi tía Chelo me ha contado sobre su faceta como padre amoroso y que mi padre jamás ha dejado de sentirse orgulloso de él. Le quise contar de mis perros, de mis hermanas, de lo que soy gracias al ejemplo que inculcó en los suyos. Hasta quise contarle que el Fidel Castro que él conoció apenas ahora está dejando el poder. No sé si esas cosas pudieran interesarle tanto, pero creo que son importantes. Pero después pensé que era mejor mirar al cielo y esperar su caricia, su señal, esa que me indicara que aunque jamás nos conocimos en persona ambos entendemos la conexión que existe entre nosotros y que tal vez pudimos haber sido muy buenos amigos y excelentes albureros.

Abuelito lindo, tal vez algún día me visites en mis sueños… Ahí te estaré esperando para ponernos a platicar.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Policromías

Siempre me ha gustado escribir. No sé si el hábito lo adquirí desde que comencé a escribir diarios y cartas a mis amistades lejanas, o si simplemente la necesidad de expresión que tuve desde que tenía año y medio (rumoran los que saben que aprendí a hablar más rápido de lo que lo hizo mi hermana) me han llevado irremediablemente por el camino de las letras.

Me hice el hábito de contarle a una libreta en blanco mis acontecimientos del día, que para alguien de escasos 9 años no podrían ser más que "comí pescado y sopa", "hoy mi hermana y yo nos peleamos" o "tuve un examen archi difícil". A los 11 años la escritura en libreta se transformó en cartas nostálgicas en donde le contaba a los amigos que había dejado atrás, junto con la mudanza, las novedades ante los retos que la vida como "la nueva" en la ciudad me imponían; mis logros en la nueva escuela, el nuevo hogar, los nuevos amigos. Poco a poco esas cartas fueron quedándose ahí, en el cajón, con el sobre y el remitente escrito hasta que comprendí que era tiempo de retomar al viejo diario.

En la pubertad las palabras se dirigieron a los amores en turno; para ellos hubo largas y emotivas misivas (algunas incluso intensas para tan corta edad), poemas, canciones, tratados enteros que redactaba en todas las clases que me producían flojera, razonamientos casi filosóficos ante las intrigantes situaciones del "¿por qué no me quieres?", "¿Acaso es justo que la mires a ella?" o "¿no entiendes lo mucho que te quiero'?". Desgarradores asuntos, sin duda, de vida o muerte en aquel momento.

No toda mi escritura ha sido igual. Con el tiempo me releo y comprendo lo mucho que ha cambiado mi redacción, las palabras que utilizo, y redescubro que, incluso, inventé con una amiga un código secreto a base de números pares para enviarnos recaditos en la secundaria y que nadie comprendiera de qué platicábamos.

Por irónico que parezca, ante tal necesidad de expresión jamás sospeché que encontraría en la escritura una manera de ser, de vivir, de realización. Nunca imaginé, aun con mis libretas escolares repletas de letras distintas (mi caligrafía también ha variado terriblemente pero siempre con el distintivo de casi perforar las hojas de tanto que empuño el lápiz), que escribir iba a ser no sólo un escape, sino un lazo, la vía perfecta para sentirme cercana a la gente que amo, pero también para conocer personas que parecen saber más de mi que nadie sólo por el hecho de leerme periódicamente.

En mis días como universitaria lancé una idea al aire y sin pensarlo años después fue una realidad: el trabajar en un periódico haciendo algo que me gustara muchísimo. En octubre del 2003 llegó esa oportunidad y así nacieron las POLICROMÍAS, un espacio tan mio, tan personal, tan especial; la ventana dentro de un diario local donde podría hacer lo mio y por supuesto, hacer currículum aun sin ganar un sólo peso.

Tras más de cuatro años me acostumbre a resumir en 3 mil caracteres una anécdota, una vivencia, una reflexión, una observación o simplemente una curiosidad. Ahora que el ciclo impreso de las Policromías ha terminado me siento extraña escribiendo sin parar, en la bandeja del blog y no en una hoja de Word (y sin el contador de palabras) y, lo confieso, no sé muy bien cómo es escribir en este sitio sin pensar en que esto no aparecerá en el periódico, y que hoy es martes-miércoles y esto generalmente aparecía en jueves.

Las palabras son lo mio, y como estoy acostumbrada expresarme por este medio debo confesar que estoy triste y un tanto bloqueada por la repentina desaparición de mi columna. Sé que internet es una maravilla y se llega a un gran público, pero uno se toma con tal cariño ciertas cosas que, sin duda, haber perdido mi espacio propio me dejó como sin manos, como si me hubieran cortado una parte de mi vida, de mi día, del hábito maravilloso que implicaba sentarme ante el monitor y esperar hasta que los dedos cobraran vida (cual si fueran las zapatillas mágicas del cuento) y que empezaran así su sinfonía de movimientos en el teclado sin freno ni paradero.

Han pasado muchos días para que esa magia regresara. Aun no sé si volvió del todo, pero debo agradecer el cariño de todos ustedes, las muestras de afecto y apoyo, y sobre todo, las cosas tan maravillosas que me ocurrieron como una suerte de despedida al recibir dos regalos increíbles por parte de quienes me leyeron desde el principio y que manifestaron ante quien escribe lo que mis palabras, esas que salen de mi cascarón particular, provocaron en sus vidas. De verdad, créanme, saber que algo que uno escribe toca fibras sensibles en alguien más, ajeno a tu casa, a tus amigos o a tu familia, es simplemente mágico, es algo que uno como lector lo vive, pero siendo la otra parte resulta casi inexplicable entener que los sentimientos son universales, y que hay cosas con las que todos podemos identificarnos. Esa ha sido siempre la intención de Policromías y fue una gran emoción saber que, en algún momento, cumplió su cometido.

Hoy he vuelto a escribir a las 2 de la mañana porque sólo así puedo empezar a hacer esto. Las anécdotas se están acumulando en mi diario-agenda y espero tener ánimo algún día para transmitírselas a todos ustedes. Mientras tanto les agradezco horrores su paciencia, su amistad, su cariño... y no me queda más que seguirle, pues como dijo el sabio Korky... "Life goes on".

miércoles, 6 de febrero de 2008

AVISO

A todos los asiduos lectores de las Policromías, informo por este medio que esta columna ha dejado de publicarse en el diario Milenio - el Portal por razones ajenas a toda mi voluntad.

Esperando que esta no sea una despedida, seguiré escribiendo por internet mientras las negociaciones se dan para estar presente en otro medio escrito y, por tanto, más cerca de un nuevo público.

Este ciclo que termina para las Policromías y para quien escribe ha sido una gran experiencia y agradezco muchísimo a todos los asiduos o casuales lectores que han llegado a este blog y han compartido conmigo sus sentimientos, sus vivencias. Esperemos que todo sea positivo y pronto, muy pronto, pueda estar en otro diario, en otra fecha, pero sin perder ni traicionar lo que esta columna ha sido gracias a todos ustedes.

Un abrazo...

jueves, 24 de enero de 2008

Cultura chaterrera

Se dice por ahí que nosotros somos lo que comemos. Esta afirmación popular no deja de ser más que cierta: hay quienes, por ejemplo, degustan con discreción de ensaladas y platillos gourmet como dieta principal y esto resulta congruente con su imagen, con su vestuario y hasta con su carácter. No vayamos más lejos, en la más reciente película de Disney, Ratatouille el protagonista era delgado, caminaba con las patitas traseras y gustaba del buen alimento, mientras que su hermano y su padre mostraban una imagen más robusta, más desaliñada, denotando con esto su poca capacidad selectiva sobre aquello que entraba a su boca.

No es que la gente que disfruta de la grasa y la garnacha deje de ser elegante o refinada, pero hasta cierto punto la piel, el cutis, el cabello, todo es un claro reflejo de lo que se consume (si es que acaso es ésta la dieta diaria). Por eso de pronto uno se va con la finta de que las estrellas de la televisión comen puras cosas orgánicas y que son remotamente incapaces de consumir algo que rompa el balance de los carbohidratos estrictamente necesarios. ¿Pero qué cree? Que las apariencias engañan.

Una invernal tarde me encontraba recibiendo mi dosis cotidiana e infaltable de chisme farandulero y en una entrevista hecha a Jorge Garralda por aquello de su Juguetón, todo el elenco de Ventaneando desvió la entrevista cuando los dedos delatores del señor (y el ojo veloz que lo notó) mostraron los indicios de haber comido papitas saladas con tremenda dosis de salsita chamoy. Ese detalle dio pie a que por varios valiosos minutos de televisión comercial todos intercambiaran no tan sólo recetas sino hasta estilos para preparar y degustar semejantes majares del mundo chatarrero.

En otra ocasión miraba con cierta atención y la baba a medio resbalar el noticiario matutino del canal Cadenatres, donde su conductor principal Francisco Zea y todo, absolutamente todo su equipo (los de deportes, la del clima, la de espectáculos, el de finanzas) iniciaron una especie de mesa redonda ante la alarmante noticia de que los estadounidenses retiraban de su mercado los famosísimos “Miguelitos”, esos chilitos agridulces que tantas y tantas alegrías le han dado al pueblo mexicano, dizque por sus elevadas dosis de plomo. Semejante indignación movió las fibras del equipo de noticias que en acalorada defensa mostró sus amplios conocimientos en el área del dulce, el chamoy y toda la variada oferta gastronómica al respecto.

Tan sólo en una ocasión en la oficina donde laboro se dio de pronto una acaloradísima plática que nació de definirnos de acuerdo a nuestros gustos chatarreros. Yo me debatía entre la Tutsi pop y los Flippys (extintos pastelitos de Gamesa), y así aparecieron Mamuts, Gansitos, Pingüinos… ¡Uf!

Para todos los que nos damos el lujito de pronto de comer un chicharrón con Salsa Valentina, unas palomitas ensalsadas, un Pelón pelo rico… A Erasmo, a Claudine, a todos aquellos de amplio y fino paladar, dedico esta muy chaterrera columna.

jueves, 10 de enero de 2008

2008

Marineros, soldados, solteros, casados, amantes, andantes y alguno que otro cura despistado. Todos, la madrugada del martes entre gritos y pitos hicimos por una vez algo a la vez: recibir la llegada del 2008.

Amante de los ritos y las costumbres pre-establecidas, en ocasiones fugaces como estas me pregunto por qué al ser humano le da por celebrar de maneras tan bárbaras asuntos como un cambio de año, por qué este tipo de conmemoraciones merecen el gasto innecesario de aguinaldos, la visita casi obligada a alguna casa de empeño (negocios que hoy se propagan a la par de fondas o cantinas), el abuso excesivo de alcohol, el efímero intento por hacer propósitos per se incumplibles y un muy largo etcétera que de pronto me asaltó al ver el alboroto con el que diciembre y el año nuevo irrumpen en la vida de la población.

¡Qué suerte que se trata de una época de reflexión y recogimiento! Que si no, empezaría a creer que el capitalismo aflora hasta por las coladeras cuando veo las filas del supermercado llenas, niños y familias felices alrededor de los mundanos placeres de la vida material y hasta al barrendero más flojo pedir junto con su cooperación, su aguinaldito. Bueno, bueno, tampoco voy a ponerme tan radical en una columna donde me he declarado seguidora de la filosofía madonniana (Vivimos en un mundo material y soy una chica material), pero siempre existen situaciones extremistas donde comprendo que ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre, es decir, qué bueno que en estas fechas nos llegue un dinerito extra pero, ¿es tan necesario gastarlo en cuanto llega a nuestras manos? ¿Por qué no aprovechar estas fiestas para agradecer las bendiciones y ahorrarlas, en vez de malgastarlas? ¿Es un buen síntoma o un hecho descarado que las iglesias y templos se abarroten en estas fechas?

El asunto es que si bien muchos no lo hacen concientemente, lo que celebramos en estas fechas es, en sí, lo que creo debemos agradecer cada día: el milagro de estar vivos y en compañía. Así se la pasen escuchando aterradores y desgarradores cánticos (una navidad amenizada por un infame grupachón de cantantuchas aspirantes a La Academia que berreaban con singular alegría y poquísima entonación “Mi dulce niña” pero que jamás supieron la letra de “Los peces en el río”, y un año nuevo con vecinos que a las 7 de la mañana seguían cantando a Alicia Villarreal y en vez de decir “mueve las caderas” pedían mover la escalera ¿?), todo lo que rodea estas fiestas gira en torno a un propósito que está en cada uno de nosotros aquilatar y sopesar durante los 366 días que el 2008 dure: aprender a vivir y disfrutar.

Amor, salud y la inteligencia para saber aprovechar las oportunidades que se presenten es lo que desde esta columna y con los tímpanos hechos trizas deseo para ustedes, mis cinco, veinte o cuarenta amadísimos lectores. A todos ustedes les envío un abrazo reflexivo y esperanzado de que el par será lo máximo (a estas alturas tengo 28 años en el 2008… ¡qué mejor señal puedo pedir!)