lunes, 30 de mayo de 2016

La grinch de las bodas y otras celebraciones

Pasó mi cumpleaños, pasaron las campañas electorales, pasaron muchas y muchas malas noticias de Veracruz en los encabezados de los medios nacionales y nadie hace nada. Me refiero a que yo, particularmente, no había tenido mucho ánimo para documentar tan variopintos acontecimientos porque mi mente ha estado en una luna de esas que quizá aún nadie ha decidido colonizar.

El caos general no me es ajeno. Las marchas, las luchas, las búsquedas, las injusticias, las pérdidas, los abusos de todo tipo son esas cosas de las que todo el mundo habla pero que yo prefiero no compartir más que en mis ratos de meditación. La indignación es tal que he aprendido a ser muy cuidadosa con mis palabras y pensamientos, para dedicarle a estos eventos la atención justa, los sentimientos que creo más convenientes. Y es que como sabrán no soy persona combativa, así que las herramientas que ocupo para manejar la indignación son diferentes y por lo tanto, menos comprensibles, quizá. Digo esto porque la siguiente reflexión es totalmente alejada de cualquier asunto que haya ocupado la atención popular, y porque temo ser tachada de frívola o superficial cuando que, me parece, las frivolidades no nos caen tan mal en medio de tanta maldita realidad.

¡Ahí está el asunto del colchón perdido! No quiero dejar de mencionar esto porque es el claro ejemplo de lo que estoy diciendo. El suceso fue así de simple: un chico xalapeño lavó su colchón, lo dejó secar en la calle, un taxista creyó que era desecho, lo trepó a su unidad, y el chico pidió ayuda a la bonita sociedad feisbukera para que su impecable pertenencia le fuera devuelta. ¿El resultado? Una lluvia de memes y de sonrisas que más de un habitante de esta revuelta capital agradeció. La clave fue que el afectado se tomó con muy buen humor la carrilla colectiva, y logró que amigos y desconocidos nos enteráramos del divertido recorrido que vivió su colchón que "tiene azul en la parte de abajo y como doble colchoncito" (como textualmente fue descrito el desaparecido). Eventos virales que quizá duren un sólo día, pero refrescan un poquito el espíritu.

Lo mío no es ni tan jocoso ni tal viral, pero vaya que es algo que me ha hecho pensar en los últimos días: ¿para qué va uno a una boda? ¿Qué tipo de celebración puede ser esta como para estar deseoso de acudir a una? Voy a ser muy sincera: yo ODIO ir a las bodas. Mucho. Y en realidad nunca había profundizado la razón de mi aberración a estas celebraciones, nunca nadie me había preguntado "¿pues a qué vas tu a una boda?". Y entonces pensé que en realidad algunas cosas pueden en teoría tener un significado pero vivirse de manera muy particular para cada persona. En teoría la Navidad es una de las fechas más bonitas y alegres, sin embargo hay un alto índice de gente que o la odia, o no la celebra, o cree que son hipocresías, o tiene algún recuerdo triste. Así las bodas para mí.



No ha sido un secreto para nadie que yo soy un ente asocial que disfruta poco las multitudes, situación que descubrí desde muy temprana edad y no he tenido ningún reparo en difundir. Soy grinch, soy amargada, soy agria como un limón seco cuando se trata de bodas, baby showers o despedidas de solteras. En las bodas (y creo que todo parte desde ahí), prefería ser la que tomaba fotos y video para evitarme la pena de dar un categórico NO cuando querían incluirme en la fila de la víbora de la mar. Entonces sí, iba yo a chambear a las bodas, porque en el momento en el que aprendí a usar una cámara me volví la productora oficial de la familia. Tenía sus ventajas, no lo niego: cuando me hartaba de todos podía irme a buscar un lugar tranquilo so pretexto de "es que la cámara pesa mucho" o "ya me cansé". Pero entiéndame: soy la menor de muchas, muchas, muchas primas que cuando yo apenas me estaba sacando los moquitos de mi nariz ellas ya se estaban casando y teniendo hijitos, así que no tenía mucha elección para negarme a asistir a estas festividades que por lo general resultaban sumamente aburridas para mi. Sin novio, sin amigos (porque era un evento familiar que sucedía siempre alguna ciudad lejana), rodeada de pura familia mayor que yo que solía hablar de lo que hablan todas las familias, asuntos en los que desafortunadamente yo nomás no he tenido cabida (excepto cuando ponían la del Payaso de Rodeo, con esa sí me sentía en ambiente por algunos minutos).

Cuando crecí la cosa cambió y no para bien. Aunque tengo muchas y muy gratas amistades, no puedo decir que pertenezco a ninguna cofradía que ha permanecido junta durante décadas, es decir, yo no tengo a "las amigas de la prepa" o "las amigas de la universidad" refiriéndome a ellas en ningún colectivo. Conservo amistades hechas en la prepa, en la universidad, incluso en la primaria, y si acaso son parte de un grupo es porque algunas de ellas se han conocido y saludado conmigo de pretexto. Así el asunto, debo acotar que de esas selectas amistades, muchas han decidido tomar rumbos en su vida que incluyen quizá la vida en pareja pero no una boda como tal. A lo que voy es a que tampoco puedo decir que ir a una boda me resulta un acontecimiento de amigos porque me parece que solo tres veces en mi vida he tenido esa suerte. Y una de ellas, para mi mala fortuna, implicó circunstancias muy tristes para mí y acudí nada más porque adoro a la pareja que se casó y no podía quedarles mal, pero hay evidencias (malditas fotografías manipuladoras) que dejan ver lo mal que la pasé. Y ni qué decir de la boda de mi hermana, ¡lloré toda la tarde-noche!.

Después de haber hecho esta emotivísima reflexión, me volví a preguntar: "¿pues a que vas tu a una boda?" y entendí que mi asistencia a un evento de esta magnitud era para acompañar a los celebrantes, para verme distinta a como normalmente me veo (ponerme un vestido ya es en sí mismo un acontecimiento), y también para conocer a la familia del contrayente a quien menos conozco. Nada más. No es para ponerme peda, no es para cantar y bailar hasta las primeras horas del alba. No. Voy, hago acto de presencia, saludo, y listo, me voy.

Pero, ¿qué sucede cuando la que está por casarse SOY YO? Ja, excelente pregunta. Y ni siquiera sabía que era tan necesaria esta retrospectiva para entender por qué el novio quiere una cosa y la novia, otra. Después de algunas acaloradas pláticas (vía Facetime porque pues, no nos queda de otra), el futuro marido y yo nos vimos en la necesidad de rascar en nuestras experiencias para poder llegar a un acuerdo lo más sensato posible respecto al tema. Una parte de este binomio disfruta las bodas porque se divierte, se ríe entre amigos, baila y la pasa increíble, la otra parte básicamente se aburre, come poco, saluda y se va. ¿Cómo conciliar este terrible diferencia? Creo que es algo que sólo el super poder de la wedding planner podrá resolver, y bueno, también el amor porque pues, todo lo que necesitamos es amor, dicen los que saben.

Y ustedes, ¿a qué van a una? ¿por viboreo? ¿por quedar bien? ¿por beber y comer sin freno? ¿por compartir con la pareja casadera?. Sin pena, nadie los va a leer aquí más que yo. Díganme, siquiera para saber si puedo considerarlos en mi feliz evento y con qué intenciones irán (jajajaja, no crean que esto es un truco ni nada por el estilo). Al fin de al cabo los haré pensar en otra cosa que no sean elecciones, triquiñuelas políticas, pobredumbre de sensibilidad entre los que dicen que nos gobiernan, y esas otras cosas horribles que suceden allá afuera, detrás de la ventana. Mejor hablemos de bodas y amarguras y grincheses similares, es más bonito y divertido... ¡capaz que hasta me dan buenos motivos para cambiar mi actitud con estas fiestas!