jueves, 26 de julio de 2007

Volver al pasado

Este asunto me resulta una paradoja. Uno pensaría que por vivir en los albores del siglo XXI lo nuevo, la tecnología, los avances, el futuro, acapararían nuestras mentes por completo. Sin embargo y al parecer, mientras más lejos llegamos mayor es la necesidad de volver a lo conocido, a lo probado, a lo viejo, al lugar común que nos mantiene a salvo de esta volátil realidad.

Esta tendencia retro no aplica sólo en la moda, aplica a cientos de cosas cotidianas tales como aparatos de sonido que incluyen reproductores de mp3 con la carátula de un radio antiguo, y es mucho más obvio en las manifestaciones artísticas y culturales. El fenómeno es cíclico: uno como público retoma aquello que le evoca algún recuerdo y sus creadores acuden a fórmulas conocidas para explotar desde perspectivas ese lucrativo juego con el ayer, y en otras muchas ocasiones, por simple nostalgia. Pero voy al punto.

Frente a una deliciosa ensalada y un par de cervezas escuché atenta cierto día la plática del amor de mis amores donde me explicaba con lujo de detalle por qué la secuela del Padrino supera por mucho la primera versión, y por qué con esta cinta se afirmó que si segundas partes nunca fueron buenas, ésta era la excepción a la regla. Pensé entonces en la cartelera actual: Shrek 3, Harry Potter 5. Duro de Matar 4, Los cuatro fantásticos 2; luego aterricé este fugaz pensamiento en la televisión: Alcanzar una estrella, y los culebrones gringos que han durado siglos. Me pregunté entonces la razón por la cuál hemos perdido la capacidad de asombro cuando se anuncian las segundas, terceras y quintas partes de historias que en algún momento resultaron entrañables (Rocky, Rambo, Indiana Jones) y no tuve que ir tan lejos para encontrar la respuesta.

Un simple vistazo al librero familiar me hizo pensar que desde hace muchos años esta idea de retomar lo conocido para darle nueva forma es una práctica común. Cervantes lo hizo con el Quijote, Dumas lo hizo con los Tres Mosqueteros, Lois M. Alcott llevó a sus Mujercitas a tres aventuras más, El libro de la selva también tuvo su secuela, y así puedo nombrar un largo etcétera. Sin saber si toda esta información me llevó a la respuesta correcta, me dio una idea de la necesidad que todos tenemos darle continuidad a algo, a cierta historia que nos emocionó y que representó un pequeñísimo instante en nuestra existencia, esa que no detiene su curso. Creo también que para sus creadores significa su legado en la Humanidad, un sentimiento que todos los seres humanos experimentan al momento de tener un hijo.

Segundas partes no son malas. Yo que soy la versión 2 de los Guerrero Viguri comprendo bien que esto que nos impulsa a los lugares comunes puede ejemplificarse en los hijos, en esa idea de aprender y corregir, en esa ilusión de dar continuidad a la historia familiar que no nos aleja en absoluto (tal vez sólo por los millones) con esa idea de trascendencia que el cine, la música, la literatura, manifiestan a cada momento.

jueves, 12 de julio de 2007

El árbol de mi historia


Dicen que no hay mejor literatura novelada en el mundo que la Biblia. Más que el Quijote, más que Hamlet, más que ninguna otra, los relatos bíblicos conjugan historia, romance, milagros, acción, tragedia, amistad y muchos, muchos personajes. Así pues, cuando Adán y Eva hacen su aparición en los primeros textos comienza a escribirse la historia de su descendencia. Luego del Diluvio y por mandato divino, Noé aportó su granito de arena a la repoblación de la Tierra y aquí empieza un listado más grande que el padrón electoral. “X, hijo de Y y de Z, que a su vez se casó con A y tuvieron a B y a C, y estos a su vez se casaron con D y E” y tuvieron como un millón de hijos. Son miles de páginas de la descripción genealógica más amplia del mundo.

Uno a veces cree que su familia consta de los miembros cotidianos (padres, hermanos, abuelos) y de los parientes que se frecuentan cada año, cada dos años, cada boda o Navidad. En teoría la parentela se limita a ellos, a los que vemos, con quienes convivimos. Pero cuando uno se enfrasca en la interesante y complicadísima empresa de conocer sus orígenes, aparece como en pantalla IMAX un panorama amplísimo de combinaciones, de nombres, de apellidos, de historias que desconocemos y que se unen e intercalan en las mismas ramas de esa inmensidad que alguien acertó llamar Árbol Genealógico.

Algunos miembros osados de la familia Guerrero tuvieron a bien realizar esta titánica labor de saber quiénes somos y de dónde venimos. Afortunadamente la particular historia de nuestros antepasados ha sido documentada por algunos de sus miembros desde años muy lejanos, y los primeros registros del apellido datan de 1827, cuando José Antonio se casa con Petra y a partir de entonces comienza a escribirse la historia hasta ahora, donde mis hijos (cuando existan) serán parte de la séptima generación familiar. Todo un lío.

Involucrada en un papel muy secundario en este arduo trabajo antropológico he conocido anécdotas muy particulares para mí y tal vez demasiado comunes en todas las familias. En alguna parte del camino, dos primos hermanos se casaron y ahí sus hijos aparecen con el apellido duplicado. Esos mismos hijos, a la larga, tuvieron algunos defectos físicos que compensaron con sus destacadas capacidades intelectuales, y así aparecen miles de historias.

Todo esto cobra importancia en estos días porque se avecina, de nueva cuenta, una reunión que intenta entrelazar en un mismo sitio y un mismo lugar algunas de estas tantas ramas que existen por el mundo. Las anteriores han sido maravillosas: el descubrir que en tu familia también están la tía que juega cartas, el tío que abraza tu profesión, la tía religiosa, los parientes migrantes, y sobre todo y parafraseando a mi hermana, entender que tus rasgos físicos corresponden a un mismo machote y se vislumbran la misma nariz, las mismas patillas, la misma forma de la boca, multiplicados en decenas de caras. Si Adán regresara a la Tierra, tal vez diría lo mismo.

jueves, 5 de julio de 2007

Clones y maldiciones

Uno de estos fines de semana el amor de mis amores y yo empacamos los bikinis, el salvavidas de Keiko, los flotadores de patitos, y arrancamos motores para pasar dos días de increíble aventura acuática. Llegamos al hotel con maleta en mano esperando la voz de “en sus marcas, listos, fuera” para arrojarnos del tobogán un millón de veces (por lo menos), pero desde el inicio la experiencia arrojó indicios funestos.

Debido a alguna mala jugada, ese fin de semana llegó la versión petatiux de “Los Sánchez” en una comitiva de dos camiones que prácticamente dejó sin vacantes el hotel. Desangelados, con el Keiko-salvavidas a medio inflar, nos informaron que una reservación se había cancelado y ¡bingo!, tuvimos pasaporte a la diversión. Por la noche, totalmente agotados y hambrientos, debimos salir al puestesito esquinero de hotdogs a cenar porque el hotel ofrecía para los Sánchez un espectáculo sin precedentes: el doble de Juan Gabriel a la orilla de la alberca.

No niego que entre la catsup y la mostaza canté algunas letras de este clon del divo de Juárez, (no crean que era envidia por no ser invitada), pero, mientras tanto, pensé en los berrinches que pega uno cuando te prometen a un artista y llega “su clon” sin tu esperarlo. Mis papás hace años pegaron el enojo de su vida cuando llevaron a sus pizpiretos retoños a ver el show de Burbujas cuando que esas botargas eran más fraude que un billete de ochenta pesos.

El caso es que nos fuimos a dormir y esperando ansiosamente la llegada del nuevo y acuático día, nos despertó a las 6 de la mañana el clamor de un muerto. Si, un fantasma, un espíritu, el resultado de algún ocioso que urdió homenajear al finado Antonio Aguilar poniendo un disco entero de sus canciones a la orilla del mar. Desafortunadamente, las notas sonaron en nuestros oídos cual estallidos de guerra mundial y al momento en que cantaba “donde quiera que te encuentres espero que tu, al escucharla te acuerdes de mi…” venían a mi modorro hablar enunciados altisonantes y poco aptos para esas horas del día. Eso bastó para que horas más tarde se fuera la luz y nos quedáramos con las ganas de disfrutar el tobogán porque sin electricidad, el asunto nomás no servía. Maletas en mano, bronceados semibonitos, Keiko ponchada y flotadores sin vida, regresamos a Xalapa a la triste realidad.

Después nos enteramos del acierto que fue haber ido ese fin, porque al siguiente tendría lugar el certamen “Señorita Turismo”. Así que, cual si fuera plan, el amor de mis amores y yo gozamos con singular alegría la viboriza televisada de estas aspirantes a modelo recorriendo la pasarela, montada justo en el escenario donde días antes el Juanga-clon extasió a la concurrencia.

Tan malo fue el concurso y tan amarga mi experiencia, que esperé con todas mis fuerzas que la maldición de Antonio Aguilar cayera sobre las felices aspirantes, a quienes imaginé de tubos y en bata refrescándole su mamacita, al amanecer, a un muerto. ¡Ah que Tristes recuerdos!…