miércoles, 27 de abril de 2005

Con licencia para rascar

Estoy segura que los conductores de los coches a mi alrededor se preguntaban por la actitud de aquella chiquilla loca que manejando en plena gran avenida, sufría de un incontenible e inocultable ataque de risa. ¿La razón? Algo exageradamente simple, algo exageradamente cotidiano: Me entró una de esas comezones brutales justo en la planta del pie derecho, ese único pie que lleva el control de la misión cuando se va manejando un vehículo automático. Rascarme en plena vía pública se hubiera visto cual si jugara una complicada reta de Twister: mano derecha al volante amarillo, mano izquierda en el pie derecho azul, pie izquierdo en el pedal verde, un ojo acá, el otro acá y luego la foto de mis extravagancias en la nota roja.

Pero, admitámoslo, este jocoso cuadro es absolutamente verídico... ¿o no? Haciendo memoria las extrañas picazones nos acosan en los momentos menos adecuados, en las situaciones menos esperadas e inclusive en las más vergonzosas y lo peor de todo: cualquier insignificante detonador puede producir la comezón más explosiva. Ejemplificaré.

1.- Por causas de enfermedad. Quien haya padecido varicela podrá entenderme... no es sólo el patético hecho de mirarte en el espejo y ver puntos por todas partes –debajo de esos puntos se esconden tu cara, tus brazos, tu panza-, sino la necesidad que surge de arañar cada parte del cuerpo donde el virus contraataca con saña, furia e iracundia. Así también añado a este rubro la viruela y males parecidos, sin omitir los piojos, liendres, y demás parentelas que lejos de sumirte en la vergüenza pública carcomen la cabeza, la dejan peor que campos en tiempos de guerra, y bueno... lo demás lo dejo a la imaginación.
2.- Piquetes. Los violentos y astutos moscos chupasangre son capaces de aniquilar al cuerpo más frágil o la piel más resistente. De noche, de día, dormido, despierto, hablando, de cabeza...los bichos (sean de cualquier índole, especie y forma) no respetan ninguna parte de la anatomía de los seres humanos. Las picazones surgen de los lugares menos esperados, los más recónditos, lo más oscuros...
3.- Efecto de acción y reacción. Hay una parte en la película “El libro de la Selva” donde el Oso Baloo, en plena demostración tropical de su filosofía de vida, embarra su peludo cuerpo en una palmera cuando la comezón va más allá de él. Yo, al menos, cuando miro esta escena corro a buscar aunque sea una regla que mitigue una inexistente comezón que surge únicamente del efecto de acción y reacción, es decir, ver a alguien que se rasca inmediatamente hace que uno se sienta motivado a rascarse también. Obsérvense... es algo real.
4.- Extras. La ropa ajustada, el polvo pica pica, una costra, una angustia... ¡¡¡todo nos produce comezón!!!!

Así que antes de terminar un par de consejos: nunca, jamás limiten su necesidad de rascarse, estén donde estén, estén con quien estén (libérense, el pudor ha muerto) y segundo, ¡visiten mi blog! http://pochacasworld.blogspot.com/. Tienen todos, pues, su licencia para rascar.

viernes, 15 de abril de 2005

Pero qué es eso?

Todos tenemos a nuestro infantil ser en merodeando en algún rincón del alma. La pequeña Kittotta que llevo dentro sale de su escondite en excesivas dosis cotidianas, así sea para bien o para mal. Una feliz mañana de sábado, echada cual rubicunda vaquilla en una gran cama con ventilador incluido, la televisión me obsequio un célebre y jocoso momento patrocinado por un canal de cable dedicado a las caricaturas del recuerdo, cuando en una aventura de la ardilla Rocky y su amigo, el alce Bullwinkle los villanos pretendían cometer una fechoría disfrazados de un incipiente monstruillo llamado “¡Qué es eso!”, puesto que cada vez que alguien lo veía gritaba horrorizado ¿pero qué es eso? La pequeña Kittotta, en pleno derroche de hilaridad, celebró a carcajadas tan simple chistín.

El espíritu infantil, sin embargo, no suele aparecer únicamente en los momentos alegres como estos. Ante las inminentes tragedias de un mundo que gira a grandes velocidades, mi alma de niña se estremece, se asusta y tiembla por no comprender del todo lo que ocurre. Tal vez por esa falta de comprensión o quizá por intuición, me aferro a creer en las cosas que me permiten darle una explicación a las cosas, así que atribuyo a una sobrecarga de energías negativas todo lo que la humanidad ha vivido durante todo este 2005.

El tsunami y la muerte del Papa sacudieron las emociones de oriente y occidente, de católicos y ateos, de creyentes y escépticos. No, no era una película la imagen de una ola tan alta como un edificio arrasando a su paso con casas, autos, calles, gente. No, tampoco fue una película ver la devoción de millones que lloraron la muerte de una de las últimas figuras más emblemáticas del siglo XX, cuando en medio del silencio sepulcral escuchaban las campanas de su adiós. Cosas como estas son tristes pero explicables; la Naturaleza tiene sus ciclos y hace lo suyo, y ante eso nada se puede hacer.

Pero lo que es de espantarse, lo que da miedo, lo que deprime saber que no es sólo una mala película o alguna joya de la literatura es el poder, el horror, aquello que el hombre hace por voluntad propia en contra del propio hombre. El canal del Congreso el pasado viernes fue el peor –y maratónico- capítulo de la aberrante telenovela “Rumbo a los Pinos”; los intereses que giran en torno al nuevo jerarca del Vaticano, el juicio de Michael Jackson y hasta la boda de Carlos y Camila me parecen situaciones irreales. Eso y más… Sólo pónganse en mi situación, sobre todo aquellos que no tienen hijos: ¿cómo le explican a su yo interno, a su yo infantil lo que está ocurriendo en el mundo? ¿cómo le explican qué es el poder, por qué la gente pelea por él, por qué se lastiman, por que todos lo quieren poseer, por qué se destruyen carreras, familias e incluso vidas con tal de conseguirlo? Un niño no es capaz de dimensionar las proporciones de lo que ocurre actualmente. Mi Kittotta interna tampoco.

Todos tenemos a nuestro infantil ser en merodeando en algún rincón del alma. La pequeña Kittotta que llevo dentro sabe reír a carcajadas y temblar como gelatina cuando algo la aterra, cuando algo que no comprende la alcanza día con día. Y así, cuando ve a los villanos de la humanidad disfrazados del incipiente monstruillo de las caricaturas, sólo se alcanza a preguntar, horrorizada y con un dejo de tristeza ¿Pero… qué es eso?