martes, 3 de marzo de 2009

El karma de Hemingway


Cuando cursaba mi glorioso primer año de secundaria, la maestra Lupita, mujer de cabello rubio que combinaba los colores de su vestuario y accesorios con la gracia de Catalina Creel, le informó a su selectísimo grupo de estudiantes de la clase de Español la imperante necesidad de leer el libro de Ernest Hemingway "El viejo y la mar", puesto que su contenido sería parte del examen oral al que seríamos sometidos chamacos y chamacas, chiquillos y chiquillas, huevones y huevonas por igual. 

En aquel entonces el universo literario estaba lejos de ser una prioridad en mi existencia, y la simple idea de leer algo relacionado con el mar me parecía poco emocionante (soy signo de tierra, por lo cuál el entorno acuático no me provoca ningún sentimiento particular). Así que, como lo haría cualquier estudiante del mundo, dejé que el calendario corriera sin piedad hasta que, un día antes del mentado examen oral, me vi en la forzosa necesidad de hacer algo que años después conocería como "lectura selectiva": abri el libro en una página al azar, leí únicamente las primeras oraciones de cada párrafo, y al despuntar el alba me enchufé el uniforme y encomendé mi alma a algún santito perdido (ignoro si exista alguno para las causas perdidas de estudiantes en desgracia) para que las preguntas de la maestra Lupita coincidieran con la incipiente lectura que acababa de hacer.

Así pues, con todo el 1o. B afuera del salón, esperando a ser nombrados uno por uno para pasar al matadero, tocó mi turno... ¡Adiós mundo cruel! Entré a la gris aula, la maestra Lupita tomó asiento y me ordenó que me quedara de pie frente al escritorio; abrió su libro, revisó meticulosamente algunas páginas y soltó una pregunta que, para mi buena estrella, coincidió a la perfección con mi lectura. ¡Gracias al santito de las causas perdidas por semejante milagrito! Aquella prueba que me puso los nervios de punta fue acreedora a una buena calificación, sin embargo mi relación con Hemingway y su "viejo y el mar" quedó fracturada para toda la vida; el libro aun es parte de mi biblioteca particular, pero es de esos ejemplares que prefiero tener como pieza de museo: "Ver, no tocar".

Años han pasado desde entonces y pese a mi inquebrantable postura de no formar NUNCA JAMÁS parte de las filas de la docencia en este país, la vida me lleva por caminos distintos, por lugares insospechados y por decisiones nunca antes imaginadas, con lo cuál debo confesar, queridos lectores, que hoy imparto mis conocimientos sobre edición televisiva a 8 chamacos de octavo semestre en la licenciatura de Comunicaciones. Ja. Me río de mí misma. 

Las situaciones que me motivaron a esta absurda decisión no serán platicadas en este destacado espacio, pero si debo decir que en cuanto llegó a mis manos el plan de estudios me dije a mi misma "¡Estos chicos podrían hacer un documental muy padre sobre algún libro bonito, aprenderían a realizar muchas cosas, se quedarían con una buena lectura y con todo esto se cumple el objetivo de la edición!"... OHHHHHHH, pero qué ilusa maestra primeriza. En las primeras clases les expuse a mis educandos la idea y dejé en sus manos la elección del texto a explorar, títulos que se redujeron a "Cien años de soledad" y "el código Davinci". No es menospreciar a nadie, pero para tener más de 20 años estos niños podrían sugerir historias más interesantes y más alejadas de "Juventud en Éxtasis", sobre todo cuando ya cursan el OCTAVO semestre de una carrera que precisa la cultura general en buen nivel. "Y hablando de cultura", expuso la maestra en su clase, "voy a ponerles un examencito, a ver cómo están en cuestiones muy generales..." ¡Santos problemas Batman! ¡Santos brutos Batman!

Al leer que para ellos Doroteo Arango (nombre real de Francisco Villa) fue el esposo de la Corregidora de Querétaro, y que un cargo vitalicio dura nada más ni nada menos que 8 años, se disparó a alarma que me dijo "Houston, tenemos un problemóooooooooon", por lo cuál la siguiente clase me vi enérgica y les impuse el título a leer: "La sombra del Caudillo". Sin engañarlos en los motivos, les dije que era un acercamiento a la historia no oficial de la Revolución Mexicana y que este texto de Martín Luis Guzmán sería riquísimo en cuanto a temas y opciones para la realización del trabajo final. Y claro, los puse a calificar solitos sus examenes de cultura general para que le tantearan el agua a los tamales (¿o son camotes?). 

Las clases han pasado y ayer se armó un zafarrancho, un sanquintín, una ecatombe, un tirititito: los chicos expusieron que deliberadamente tenían mejores cosas que leer en sus tesis y que no estaban de acuerdo con la lectura propuesta. Mis pestañas se erizaron del puro impacto. Su rebelión estuvo tan poco sustentada que dieron razones sin razón, dijeron tontería tras tontería, y dejaron en evidencia que su negativa era simple y sencillamente producto de la pereza. Según ellos, quieren aprender a editar, y según ellos, mi plan de estudios no incluye ese rubro. Ja. Me rio de mí misma una vez más. Ingenua maestra planeando estrategias y métodos novedosos para impartir la materia de la manera más ligera y el pueblo entero se levanta en armas.

Excuso decir que ante el discurso mal planeado de mis rebeldes, poco a poco el apellido más fino que tengo (y el más iracundo también) comenzó a subir cada vez más de nivel, hasta que de plano les dije "¡Si quieren editar nada más, traigan sus videos de quince años y sus fotos familiares, les ponemos efectitos de estrellitas y corazones y listo!". Tan fea se puso la cosa. Después entré al plano de la negociación: "Perfecto, si ustedes me dan una buena razón y una buena alternativa para esta clase la tomo sin repelar". Pobres almas en desgracia.... diría Ursula, la bruja malvada del mar de "La Sirenita".  Nadie dijo nada más que pura paja. Al final de una hora de discusión, un imprudente chamaquito dijo "Maestra, esto va a venir en el examen, verdad?" ¡¡¡¡Llamen a los Cazafantasmas!!!! ¡¡¡Un demonio me va a salir!!!! De plano les dije "Chicos, la idea de la lectura es para que todos conozcamos el tema del que vamos a hablar, pero ya están bastante grandecitos para hacerse responsables de sus actos y si no lo quieren leer ¡pues no lo lean!... ¡Por favor, ya superen la secundaria!!" Mi amiga la Chismosa, que gusta de la tragedia ajena y busca siempre lucrar con el sufrimiento de los demás, (como buena Chismosa que es, sino no seríamos amigas) jura que este material podría aplicar para un reality show, con todo y sus escenas célebres como la hoy descrita.  

La hora terminó, el receso llegó y la siguiente hora de clases todos fuimos tan felices como siempre, claro, con una victoria limpiamente ganada a favor de la maestra en ciernes. Hoy "La sombra del Caudillo" será el tema principal del trabajo y todo esto ¡porque lo digo yo! 

Claro que este mal rato tuvo algún origen, y no puedo más que echarle la culpa a él, a Hemingwey y su anciano marítimo, que a años de distancia se mofan de mi buena estrella y enviaron un karma en la cara de 8 chamacos que no quieren leer un libro, así como yo me negué en un inicio a leer tan famoso y destacado relato sobre un viejecito y sus aventuras en la mar.