jueves, 25 de agosto de 2005

Ratona de televisión


Si a los hambrientos de conocimiento que visitan frecuentemente los libros se les llama ratones de biblioteca, mi gurú particular, el gran Álvaro Cueva, designó hace algunas entregas de su columna “El pozo de los deseos reprimidos” a los de nuestra especie como ratones de televisión. No podré jamás dejar de negar mi condición de teleadicta. Sería como Pedro negando a Jesús al canto del gallo. Si, soy una ratona de televisión, una consumidora compulsiva de los productos audiovisuales, un ávido personaje necesitado de su dosis diaria de enfrentamiento al monitor.

Lo mejor de todo es que real, real y verdaderamente disfruto horrores degustar de la variedad que ofertas que se me presentan con la magia de mi dedito. El ejercicio del zapping me enloquece, sin que eso signifique que vea la tele a medias o que me disguste ver comerciales, por el contrario, adoro rastrar nuevas campañas publicitarias y hasta los nuevos infomerciales del momento.

Aquellos quienes me han observado apasionarme frente a ella mueren de risa, porque efectivamente me apasiono: grito, sufro, me río, me sorprendo y me enojo, todo puede pasar en un solo programa. Al narrar esto pido que imaginen a la jovial Kittotta al lado de su bella madre mortificadas por el futuro de la protagonista de “Piel de Otoño”, envueltas en la risa loca que produce el hilarante macho que es el marido y pegando de gritos cada vez que alguna situación emocionante nos deja en suspenso al final del capítulo. Imaginen a la jovial Kittotta viendo un partido de basquetbol, beisbol o alguna final importante del futbol peleando con árbitros, jugadores, directores técnicos y hasta con las mascotas. Imaginen que mi despertador es la tele y mi arrullo es la tele.

Es tan banal hablar de este tema que pudiera parecer me lo saqué de la manga. Pero la verdad es que el viboreo es lo mío, como lo cita Marthita Figueroa, y de esta mente brillante (o sea yo) pueden salir comentarios maravillosos que necesitaban esta amplia introducción para externar sus sentires. El primero; y me quejo amargamente, por el hecho de la escasa oportunidad que le dan a las lumbreras que en la televisión abierta pueden revolucionar todo lo ahora existente. Hartan, saturan, no son opción en pocas palabras. Y, para algunos, la programación del cable es el refugio perfecto para saciar estos deleites antes privados.

Claro que entre todo hay cosas rescatables como los soleados anuncios con referencias futbolísticas que son lo de hoy. Los Padrinos Mágicos me han sacado de apuros cuando el tema de plática se me escasea, los horrorosos ochenta me fascina, y ver motocicletas en construcción es toda una revelación, vomité a Jolette con todas sus letras, las historias verdaderas de los ricos y famosos de la farándula me dejan helada y mis ojos se tuercen de la envidia cuando veo programas de turismo que muestran spas de relajación entre velas y cremas. Las recetas de cocina o todo lo que involucre al verbo cocinar me llama la atención; videos, películas, juego Jeppardy en inglés, asisto desde mi mismo asiento a mesas redondas sobre la reencarnación, documentales sobre las guerras, la revaloración de la mujer y un muy largo etcétera. Sin la tele no soy feliz, y sin escribir tampoco, así que aquí nos leemos en el próximo programa... ¡perdón! Columna. ¿A poco no te gusta también ver televisión?

miércoles, 17 de agosto de 2005

Caravana kittacional 2



Cuando uno viaja debe estar dispuesto a verlo y vivirlo todo. Aunque las experiencias no pueden ser demasiadas en una semana de apretadísima agenda, con la familia nunca se sabe. En esta segunda entrega me dispongo a relatar la última parte de mi andar por los centros que retumban la tierra azteca, recorridos en toda clase de democráticos y comunes medios de transporte y no el alfombras mágicas, aclarando el punto por si el incauto lector sospecha que mi persona es gente exquisita que no sabe ni treparse en un pesero.

Una vez sometida a actividades propias de los infantes intrépidos, como correr entre la milpa y jugar sube y baja en una especie de remolque que me dejó carente de todo atractivo visual trasero, el resto de mi estancia en ese pequeño pueblo llamado Alfajayucan, tierra donde mis ramas familiares comenzaron a crecer, fue mucho más grato. El hecho de que la casa donde me hospedé sea también una pastelería lo dice todo: degusté chocolate y pastelillos como si jamás en la vida hubiera probado alguno. Además debo mencionar lo consentida que siempre me hacen sentir en casa de mi tía Chelo, donde mi paquete de salchichas y mi salsa catsup no faltan jamás cuando saben que llego de visita. Al final, una pausa en el tiempo: el silbido del viento que se escucha siempre que estoy en el panteón, saludando a mis abuelos, y la degustación visual de todas las fotografías posesión de mi tío donde en blanco y negro conozco y reconozco a quienes me han hecho ser lo que hoy soy.

Luego de esto volví a la realidad, visitando las tiendas de la gran capital y a toda mi extensa familia para quien amablemente serví de pretexto para armar tremendas comilonas de chalupas y hamburguesas deliciosamente preparadas... Mi siguiente parada volvería a ser otro lejano punto del Distrito Federal, y después, la ciudad de Cuernavaca. Este es uno de los lados de mi familia con los cuáles me identifico más, pues es ahí donde convivo con la única de mis primas quien, junto conmigo, formamos parte de la minoría (muy menor) de mujeres solteras y sin hijos... alborotamos las quinielas sobre quien saldrá primero, muy a nuestro pesar. Resignadamente hecha a la idea de que ahora a donde quiera que vaya tendré que toparme con niños, mi paso por la ciudad de la eterna primavera (que por cierto me recibió con bombo, platillo, truenos y una imparable lluvia) no estuvo exento de ello. Un niño acaparador de la televisión exigió de manera precisa que su tía Kittotta le pusiera “La era de hielo” en el dvd, cosa que en apariencia no podría significar gran esfuerzo, pero encontrar el botón indicado me costó un trabajo de los mil diablos y el nene, convertido ahora en el Chucky de carne y hueso, salió gritándole a su mamá acusando que su tía Kittotta “no sabía poner su película”... Mis ojos fueron balas que penetraron sus calcetincillos de Scooby Doo.

Por si no fuera poco, el fantasma de la varicela me persigue con esta familia: hace años contagié a mi primo 7 años mayor que yo; en la boda de la Chimbomba Valent un niño incubó el virus y lo contagió a diestra y siniestra y ahora que fui la pequeña Pame nos recibió con tremendas manchas en su pancita. ¡Santa Cachucha!. El susto sólo lo frenó una buena dosis de compras en la platería del centro, y así, con tremenda maletota en el brazo, partí hacia mis jarochas tierras. Por fin, la caravana termina y mis vacaciones también... vuelvo a la realidad tras una semana intensa, pero feliz, eso que ni que.

martes, 9 de agosto de 2005

Caravana kittacional


La oleada vacacional que inundó a la mayor parte de la población mexicana en estas semanas me tocó como el "Emily" a Veracruz: sólo de colita. Así, alejada de la efervescencia de las masas por retacar balnearios, centros vacacionales y carreteras, estos días empaqué mis suntuosos ropajes y partí hacia un estructurado itinerario que ni la pareja presidencial sería capaz de seguir. La misión: visitar todas y cada una de mis extensas ramas genealógicas en tan solo una semana. Parece fácil, pero se requiere de un gran esfuerzo. Así pues, besando a la madre que me dio la vida y me despedía con pañuelo blanco en mano, emprendí la travesía a las 4:45 de la madrugada del sábado colmada de bendiciones y pastillitas de paciencia, por si acaso fueran necesarias para sobrevivir a todo lo que me esperaba...

No pretendo que el incauto lector crea que mi familia tiene alguna rareza ni cosa parecida, es sólo que, como le sucede a la gran mayoría de los seres humanos, mi sangre materna es el polo opuesto de mi vena paterna, y el shock de convivir con tales diferencias en tan poco tiempo deja en consecuencia alteraciones emocionales y, en el peor de los casos, sacudidas que lo dejan a uno (o ya lo tienen) bastante atontejado.

La primer parada fue en la ciudad de México. Ahí, mi familia materna me esperaba con los brazos abiertos y yo, con la gorra bien puesta. Lo explicaré de esta manera para no caer en discursos grandilocuentes: mi familia materna alimenta en mí mi parte intelectual, creativa, en cierta manera aspiracional. En mis dos días de estancia hablar de libros y cine fueron motivo perfecto de amenas sobremesas y una excelente desvelada sabatina, y en tan poco tiempo pude platicar con mis 3 primas (todas ellas tan distintas entre sí) y mis tíos, en escenarios distintos: el carro, el mercado, la sala, la cama... la verdad, momentos altamente motivantes. Pero la caravana kittacional debía seguir su curso y una vez aventada en la central de autobuses me tomó hora y media de camino ponerme en el traje de los Valent (mi lado terrenal) para llegar con mucha disposición a conocer y reconocer a los nuevos miembros de este lado de la vena que no deja de procrear.

Para mi buena fortuna me hice amiga del enemigo de inmediato (escondido tras la piel de una nena de apenas 10 meses, pucherosa y berrinchuda) y entre risas y gestos extraños llegué al paraíso de Michael Jackson donde 6 de mis 8 primas se reunieron con 12 de mis 16 sobrinitos, chicos, grandes, pubertos y bebés donde los temas de plática eran las escuelas, los matrimonios y los pañales. Mundos totalmente opuestos.

Este último reporte lo escribo desde un pequeño punto geográfico donde los moscos masacran despiadadamente. Aunque el lugar es pequeño, para mi es tremendamente inmenso en recuerdos de mi infancia, de la gente que amo, y donde un par de niños incansables que son mis primos (aunque me crean su tía) me han hecho correr por el campo, caminar entre el maizal, cortar duraznos y jugar con cachorritos y pequeños gatitos. En fin, ya después hablaré del resto del itinerario, porque la semana aun no termina y varios camiones esperan desplazarme de un lado a otro con todo y mi cargamento de experiencias. Nos seguimos reportando...