domingo, 20 de marzo de 2011

El efecto de la caballerosidad en una dama

Pude haber titulado esta columna de 1200 formas diferentes, pero este título, sugerido por un conocedor de la materia, le dio al clavo más atinado con el cuál comenzaré el relato de mi divertida, sufrida y bastante liosa experiencia con un personaje destacado de nuestra sociedad, y demás secuaces.

Sin duda alguna la ignorancia es temeraria (cito a otra conocedora de la materia). Cuando fui a pedir trabajo a la Universidad Veracruzana nunca imaginé que meses después mi jefa me preguntaría “¿Quieres asistirme en la Coordinación de la Cátedra Carlos Fuentes?”, a lo cual yo di un si inmediato, sin dudas, cargado de ilusiones, casi como el que se da en la iglesia cuando uno se va a matrimoniar (me han contado). Ese “sí”, me repetía entonces a mí misma, “me traerá la oportunidad de un contrato, pero también de aprendizaje, y conectes, y mucha experiencia”… Aaaaahhhhh, pero qué ingenua era yo en esos días. Exactamente como cuando uno se casa (me han contado), se llega después de haber dado el sí para conocer lo que realmente es un matrimonio: lavar ropa, atender casa, diferencias con el cónyuge por el control remoto o la lucha encarnizada por el mismo lado de la cama para dormir… Pues así yo también con el paso del tiempo, padecí en toda la extensión de la palabra las consecuencias de haber dado el Sí a tan lustroso e importante evento.

Y es que la vida es como muy extraña. Mi “relación” con destacado intelectual de la letra y la cultura nunca ha sido la mejor. Con el riesgo de ser abucheada o apaleada –virtualmente- debo confesar que nomás no acabo de entenderle a la literatura del señor Fuentes. Simplemente se me hace complicado leer sus textos, y su ficción no es lo mejor que me ha pasado en la vida; aunque he leído poco de él, no se me antoja hacerlo más (he dicho). Eso sí, puedo presumir que el señor Fuentes y yo tenemos un gran amigo en común: Milan Kundera. Bueno, claro, ejem, ejem, cof cof… nuestra amistad la han creado sus palabras y pensamientos que por tantos años he adorado y subrayado en mis libros… y Fuentes… bueno… él sí lo ha podido ver en vivo y en directo (ardo en envidia); es más, uno de los libros de mi adorado Kundera narra en su prólogo la visita que hace muchas primaveras le hicieron Fuentes, García Márquez y Cortázar al viejo continente. ¿Algo en común debíamos tener, no?

Contando además con que mis relaciones con todos los nacidos bajo el signo de Escorpión son tan frecuentes y tan intensas (probado y comprobado ante notario), mi historia con el señor Fuentes no podía pasar desapercibida ni ser de otra manera. Hace un par de años quizá, tan malpuesta estaba yo en mi trabajo televisivo que me vieron sin mucho quehacer y me dijeron “A ver niña, te toca hacerla de paparazzi malvado y seguir a Carlos Fuentes a todo lugar a donde vaya en su visita a Veracruz, para realizar una memoria” (no cité textual pero lo que mi jefe quiso decir fue muy parecido a eso). Y al día siguiente ya estaba yo en el hotel donde se hospedaría, y el camarógrafo y yo sufrimos las de Caín para que nos entendieran que no queríamos una entrevista, sino grabar sus momentos más lindos y románticos en nuestro estado para entregárselo después al gobernador en turno.

Desde aquella ocasión me impresioné mucho por darme cuenta que con todo aquel nombre y prestigio que tiene, el señor Fuentes viaja ligero: solo él y su alma. Yo esperaba un asistente, o mínimo un guardaespaldas o algo similar, pero no. Eran él y su maleta. Quienes en aquel momento nos la hicieron de jamón fueron las “personalidades” que aquí lo atendieron, que difícilmente nos dejaron hacer bien nuestro trabajo. Pero lo hicimos, y nos tocó toda la pompa y circunstancia que se le había preparado, desde la entrega de una medalla en el congreso local, hasta la comida en una linda hacienda, la puesta en escena de la obra que escribió y demás persecuciones en distintos puntos del estado. Y, como cereza del pastel, la edición inmediata de todo ese material que me tuvo por lo menos un día entero sin dormir.

Bonitos, hermosos recuerdos tenía entonces de tan destacado personaje. Nadie imaginaría que después, cual perverso guión de película de suspenso, volvería a topármelo cara a cara.

Todo el bonito evento organizado por la Universidad estaba programado para el mes de noviembre del año pasado, aunque una actividad en particular se realizaría en octubre. Lo de aquí serían la Cátedra y un coloquio al que el mismo Fuentes convocó con motivo de las festividades centenarias. Sonaba bonito, sonaba interesante, sonaba muy importante.

A la hora del reparto de trabajo, miré con ojos de sapo lo que mi jefa me había comunicado: “te tocará contactar a todos los invitados, y verificar sus necesidades de viaje y hospedaje”. ¡Y yo que tanto le rehuí a las RP (Relaciones Públicas)! Vaya, si de chica sufría y sudaba poderosamente cuando mi papá me hacía pedir la cuenta en un restaurante, o cuando me pedía que lo comunicara por teléfono con alguna persona… ¿Cómo me pedían a mí hacerla de RP con tremendas personalidades? Ni pexcilindro. Pa qué dije que sí.

El año pasado todo fue confuso y oscuro. Desde los constantes cambios de fecha del evento, hasta su total cancelación una semana antes de que todo ocurriera. Desde malos entendidos con algunas entidades relacionadas a los eventos como el viaje relámpago de un personaje que hizo un recorrido largo e innecesario por un mero error de logística. Todo aderezado con mi silvestre inexperiencia en toda esta materia. Era como si del otro lado de la pantalla el personaje del Diablito de Eugenio Derbéz estuviera muerto de la risa ante cada eventualidad que nos ponía y que debíamos esquivar. Chale. La peor noticia fue que este evento quedaría pendiente, tentativamente para el mes de marzo de 2011. Chale y rechale.

Por allá de enero mi jefa y yo nos enteramos que era oficial, y que el señor Fuentes determinó el 10 de marzo como la fecha oficial. Para entonces, no era solo el mal recuerdo que tuve con mi experiencia de paparazzi persiguiéndolo cual si fuera LadyDi, sino todo el rencor almacenado por tanta cancelación anterior lo que hicieron que esa fecha me ardiera en las venas cada que la mencionaba. Aun así la organización del evento arrancó de nuevo, y mi jefa en su papel de Coordinadora y yo, de su sonriente asistente, retomamos nuestro trabajo al respecto.

El infierno que se vivió desde entonces, solo puede ser descrito con palabras ajenas, con las mismas que León Felipe le escribió a Dante Alighieri al hacer referencia a su propia obra: “… y aquello vuestro de la Divina Comedia, fue una divertida historia de música y de turismo. ¡Esto es otra cosa!”. Y vaya que lo fue.

Desde el poner de acuerdo a muchas personas, coordinar las agendas de muchos de los involucrados (divas, pseudo divas, aprendices de divas, disque divas), lidiar con el carnaval que nos atravesó en pleno evento y hasta el encontrarme al némesis de la temporada, esa antagonista fatal que no puede faltar en todo melodrama que se precie de serlo… Para no violar ningún sentimiento ni derecho de autor, llamaré a esta terrible kriptonita como RPérez. El diablo mismo vestido de administradora.

Por un terrible error del lenguaje se creó un malentendido donde yo tenía muy claras sus funciones en nuestro bonito evento pero ella desconocía las mías. Bueno no, no es que las desconociera, simplemente infirió que nosotros organizamos el evento, no que lo coordinábamos. Y no me dejarán mentir, hasta la RAE sabe que entre un término y otro hay un mundo de diferencia. Con este asunto así de confuso y polvoriento, mi relación con RPérez fue mala desde el principio, y simplemente nos caímos mal a pesar de que teníamos que tratar unas 12 veces al día por teléfono y correo electrónico. Cabe aclarar que tardamos muchísimo en darnos cuenta de esta confusión terrible.

No es que a mí me encante andar buscando enemigos en el mundo para andarles haciendo la vida imposible, no señor; no hay persona más debilucha y algo tonta en el mundo laboral que yo. Si alguien me grita o me contesta feo, yo prefiero quedarme callada y hacer mis corajes en privado que defenderme (cuando es el caso), y desafortunadamente por ese tipo de reacción de mi parte me han amedrentado algunas veces, cosa que mi hígado reclama enfurecido. Nomás no agarro valor para pelear por mis derechos ante autoridades… Vaya cosa. Así pues, RPérez, ensimismada en su idea de que yo estaba organizando este numerito, se tomó atribuciones tales como desesperarse e incluso regañarme por cosas que, según sus chuecos criterios, yo tenía que resolver. Y yo, muy segura de que estaba haciendo cosas que no me correspondían, solo hacía mis muinas en lo oscurito y terminaba por realizar todo lo que aquella no quería hacer. Así de mensa.

Cercana la fecha del evento todo era un caos: mi enemistad con RPérez, los constantes cambios en la agenda del evento, las llamadas, las confirmaciones, la logística… Mi único consuelo era “nombre, de esto vas a aprender haaarto”… Chale. Pero mi papel no sólo era eso. Al momento del evento, según las instrucciones de mi jefa, yo tendría que atender a los invitados, ir por algunos de ellos al aeropuerto, estar cercana a ellos para lo que se les ofreciera, acompañarlos, estar al pendiente… Cual bonita dama de compañía o rimbombante objeto decorativo, cuestión de enfoques. Al menos no lo viví solita ¿Qué hubiera sido de mi sin Marisol? Al menos el bochorno de esperar con letrero en mano a los destacados invitados en el Aeropuerto fue compartido, y la recepción del Loco Valdés en el restaurante del DF donde fue el evento (él no iba a eso, pero a punto estuvimos de invitarlo a la reunión) resultaron detalles divertidísimos que agradezco a la vida haberlos vivido con ella.

Y es que desafortunadamente, así como RPérez, muchas personas involucradas dieron por hecho que estábamos ahí en calidad de organizadoras, así que hasta la gente de “apoyo” se sentó en sus laureles, mientras mi jefa, Marisol y yo apagábamos los fuegos que se prendían en todas partes, eso sí, siempre relucientes, de tacón y pantimedia. Antes muertas que sencillas.

Obviamente para mí el momento catártico de la historia era toparme cara a cara con el señor Fuentes, el causante de todo aquel embrollo. Eran tales mis berrinches, que hasta valoré en secreto la oportunidad que tendría de estar tan cerca de él para cometer algún “crimen perfecto”, aprovechando que de nueva cuenta viajaría sin asistentes ni guaruras, solos él y su maleta… ¡eran tantas las opciones! Desde meterle el pie hasta llevarle un refresco con pica pica, o aventarle un moco mientras caminaba, o ponerle en su silla un cojín de broma (de esos pedorros… ¡hubiera sido un éxito!) Con ello vengaría mi desvelo del pasado, los traumas con mi kriptonita administrativa tan cuadrada como una caja, mi colitis renacida y hasta el hecho de que la pobre Tokotina tuvo que quedarse en la pensión una semana mientras su mamá andaba de gira artística atendiendo a tan destacadas personalidades.

Entonces lo vi de nuevo, y ante mi sorpresa, admití que comparado con toda la jauría de divas que acababan de pasar frente a mi sin siquiera decir “buenas tardes”, él fue el único de todos que llegó y con toda la cortesía del mundo me extendió la mano y me saludó cordialmente. El efecto de la caballerosidad en una dama. Fue entonces que lo supe: podrá ser la diva más diva, podrá ser berrinchudo como niñito de 3 años frente a la heladería, pero la educación es algo que nomás no se hurta, se trae. Diablos. Toda mi intriga se deshizo cuando comparé a esos hombres de negocios y de letras destacados que ni las gracias dieron, con él, que al menos tiene la cortesía de saludar de mano a la gente que trabaja para su causa. Auch.

Después de una semana de vivir con los privilegios de las altas esferas, y obviamente, de padecer todos los traumas laborales que hay detrás de tales privilegios, el evento por fin tuvo lugar y así, en un parpadeo, todo terminó, con sus respectivos incendios que de nueva cuenta, fueron apagados por mi jefa y su cansadísima bombera asistente que corría en tacones de un lugar a otro. Claro… como en el beisbol, esto no se acaba hasta que se acaba, y a casi dos semanas de todo el torbellino aún seguimos viviendo las resacas de lo que un evento de tales dimensiones puede acarrear.

El saldo, en mi perspectiva personal, es que así como lo vaticiné al inicio tuve aprendizajes buenos, enormes, impresionantes, en aspectos laborales como las Relaciones Públicas que jamás pensé tener. Y el tratar con gente importante. Y el conocer la vida “nice”. Y que el mismo Fuentes supiera mi nombre y tras varios días de verme me saludara reconociéndome. Y, además, aprendí a hacerle caso a mi hígado y toda vez que el trato con RPérez me resultó innecesario, le gritonié por teléfono mi hartazgo con respecto a su comportamiento (bien mala ella), pero además también me di el lujo de cacharla 2 veces cuando hablaba mal de mí en su oficina, (pobre tipita) y, sobre todo, que en algún momento de la vida su jefe la regañará por andar suponiendo que ella tenía razón respecto a mi papel en tal evento. Ja jaaa. Me rio como Nelson.

Pero lo más importante que aprendí es que el trabajo dignifica y hacerlo bien te da respeto, y eso, nadie, nadie te lo regala jamás. No me arrepentiré nunca de haber dado ese sí ingenuo y envalentonado. Esto fue reto que cumplí porque soy chingona y porque, además de todo, descubrí que soy una dama que aprecia las pequeñas y sutiles muestras de caballerosidad, esa que aún existe por ahí, en nuestros días, y que son capaces de "perdonar" cualquier texto o novela que ante mis ojos podría ser una terrible aberración del destino. Así de fuerte.