jueves, 28 de julio de 2005

Serendipity

En la vida muchas veces nos topamos con cosas que nos llegan de la nada y de pasito nos representan alguna utilidad. Es como salir al super por una sopa instantánea y en el mismo pasillo aparece de la nada el amor de tu vida eligiendo el mismo sabor de sopa que uno. Según el idioma inglés, existe un término que define este tipo de situaciones: Serendipity, la facultad de hacer descubrimientos felices e inesperados por accidente. Hay incluso una película gringa con este título, y yo recuerdo que de niña fui poseedora de una serie de cuentos ilustrados, cuyo emblema era una dinosauria pequeñita así nombrada, que tal vez me presagió un feliz futuro en el mundo de la lectura.

Eventos serendipitys pueden ocurrirnos más seguido de lo normal, pero tal vez por costumbre solemos llamarlos “casualidades”, aunque el escritor Milan Kundera insista en llamarlos “causalidades”. Puede ser el caso de encontrarse a su “ya saben quien” en el pasillo de las sopas y mostazas, en un vistazo a cámara lenta, con la silueta de la persona apareciendo de entre la luz que deslumbra en el pasillo de enfrente (donde posiblemente prueban la garantía de un foco) y la música de fondo de todos los supers (sólo interrumpida por la mujer gangosa voceando al encargado del departamento de discos), dirigiéndose hacia uno con mirada coqueta, un andar delicado y voz angelical sugiriendo que se conoce el precio del mismo vaso de Maruchan de res que se tiene en la mano; pero también pueden ser otro tipo de eventos fortuitos que le dan a uno una caricia al alma y al corazón. Debe ser eso o es la habilidad inusitada de estar en el momento y lugar adecuados para ser partícipe de burbujeantes sucesos hilarantes dignos de ser platicados.

Mi más reciente ejemplo fue haber asistido a la graduación de la secundaria de una nena que quiero mucho. Desafortunadamente para mi, si hay algo que me horroriza más que pasar el tiempo entre siniestros infantes parlanchines es verme rodeada de la generación RBD que son los pubertos de hoy, con todo y cabelleras pintadas como estos nuevos ídolos de la juventud. Temí que la desgracia me perseguía cuando la cena no llegaba y el maestro de ceremonias (¿en una cena?) nombraba uno por uno a los egresados para darles un pequeño reconocimiento. Fue entonces que la comida llegó, y con ella, el discurso del “elegido” que preparó un sermón digno de una misa en latín. ¡Serendipity! El imberbe, concentrado en la lectura, supongo que no tuvo ocasión de escuchar las cosas que decía. Nos dio cuenta de sus 15 años de existencia, de la “inexperiencia e inmadurez” de su primer año de secundaria y de la cúspide de su sabiduría a un paso de la vida de bachiller. La risa no me paró hasta llegado el segundo despliegue de humor involuntario cuando una mujer, pompones en mano, invitó a los comensales a corear la porra que con tanto orgullo le tributaba a su graduado sobrino. Con el mismo frenesí con el que Chicho el de los “Cachunes” incitaba a estos cantos, la mujer, ajena a todo complejo, protagonizó, sin duda, el mejor momento de la noche.

Si bien puedo confundir los serendipitys con chispazos de humor negro, basta con estar ahí y saber reconocer cuando algo que carece de toda expectativa te ofrece un momento de enorme alegría o de carcajadas sin igual. Y de eso se trata esto de vivir, de encontrar la felicidad (aunque sea instantánea como una sopa) en cualquier pasillo de supermercado o en cualquier rincón del mundo...

jueves, 21 de julio de 2005

Noticias del Imperio

Yo soy Kittotta, humilde intento de escritora de temas banales, egoístas e insignificantes en una columna que malgasta sin sentido. Yo soy Kittotta Valent, descendiente de distinguidas, alharaquientas y extravagantes familias por parte de padre y madre. Yo soy Kittotta Valent, reina absoluta de mis sueños e ideales, emperatriz de mi baño propio, alcaldesa de la azotea donde se ostentan mis aposentos, vecina de tendederos, antenas televisivas y cables de electricidad. Yo soy Kittotta, hija de Don Pipián, nieta de don Efraín y doña Beta, única heredera del bagaje cultural de albures, picardías y el mágico don fregativo que aplico sin distingo de razas, colores y credos. Yo soy Kittotta Valent, Soberana de la ironía y la burla cotidiana, Princesa de la cama de perro y los tapetes roídos por los apestosos súbditos de mi corona. Yo soy Kittotta, prima de muchas mujeres fértiles, hermana de la Chimbomba (Primogénita) Valent que, contagiada por el furor familiar, traerá al mundo en algunos meses al heredero de su corona. Yo soy Kittotta Valent, bruja malvada de los cuentos, acérrima y legendaria enemiga de los infantes latosos... futura tía de uno de ellos.

Las noticias del Imperio que ficticiamente relata María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, fugaz emperatriz de México, en el kilométrico texto de Fernando del Paso, no se comparan con el impacto que sufrí en reinos lejanos al conocer la nueva situación de mi papel dentro de esta familia real. Si bien es cierto que 10 de mis primas y primos me han convertido en tía en 21 ocasiones, el hecho de que sea mi propia hermana quien ahora me tenga en este trance emocional me parece no sólo injusto sino egoísta. Someter la paz y tranquilidad que inundan mis días de juventud por llantos, mamilas y pañales es una idea inconcebible, inaceptable, insoportable.

Desde el principio todo estuvo mal. Las intrigas del destino alinearon a los astros justo para que la noticia fuera difundida cuando mi persona se encontraba bañada en sudor cumpliendo con una misión importante en coatzacoalqueños parajes. Mi sopor se maximizó no en el momento de escuchar la voz de mi hermana en el auricular, sino cuando mi padre sugirió la idea de olvidarme del orden y la quietud a los que estoy acostumbrada. Viajando de regreso, la pesadumbre de estos pensamientos que merodeaban mi cabeza como las moscas en el cabello del niño que huele feo (el personaje amigo de Charlie Brown y Snoopy) se fundió con flash backs que evocaron mis clásicos con los niños, entre los más recientes, la satisfacción de haber ganado unas venciditas con un infame chiquillo que se sentía Rocky III.

Difundido mi estado de pánico, gentiles y queridas amistades han hecho lo imposible por persuadirme de las bondades de nombrarme tía: ver crecer a un niño, el ser ejemplo para él, el que te quiera, el que aprenda de ti... y fue entonces que lo vi todo de otro color. El pequeño Chimbombo no solo me traerá satisfacciones económicas el día de su nacimiento (las apuestas sobre su sexo se perfilan cuantiosas), sino que lo vislumbro como el más cercano heredero de la sabiduría que mis ancestros depositaron en mi... ¡Grandes planes le esperan! Malo, rebelde, rudo, el que le jale las trenzas a las niñas, y sobre todo, lo haré el enemigo público número 1 de ese odioso espécimen morado llamado Barney... ¡Bienvenido Chimbombito, serás lo máximo!

jueves, 7 de julio de 2005

Romántico retorno

Durante este mes de abstinencia verbal, mis muy queridos e incautos lectores, tuve el presentimiento de haber pasado por un torbellino de acontecimientos que, al no tener la oportunidad de compartirlo con ustedes, me remitió al sentimiento que seguramente tuvo el personaje central de la caricatura “Futurama” cuando un día por accidente cae en una congeladora que lo transporta mil años adelante de su presente, sin tener la más remota idea de todo lo que en ese tiempo se perdió. Así que ya se lo imaginarán: mi verborrea está más desatada que nunca, y dar con un tema que celebrara el retorno a este humilde refugio policromado resultó tarea complicada más no imposible, y así, uno de esos días de quehacer andando entre polvo nomás, hurgué en los cajones de mi vida y encontré pasajes que me resulta temerario abordar por tratarse de la paleta más basta en tonos y matices que cualquier pintor del alma pudiera manejar: el amor.

Si bien el lado cursi de quien escribe ha quedado de manifiesto en quizá el 90% de las columnas hasta ahora editadas, el amor es uno de esos temas a los que prefiero dar la vuelta, dejando mi libertad creativa a merced de la ironía y la burla al prójimo. Sin embargo hoy, con el verano flotando por los aires, recuerdo que mi breve currículum sentimental se ha dado por la influencia de la lluvia y el rico calor de estas épocas...

Mi primer concepto del amor cumplió con las expectativas que toda soñadora ochoañera pudiera tener: que el ser amado cayera redondito justo a sus pies. Y así, mi efímero romance de miradas profundas, largos suspiros y muy escasas palabras con un trigueño de ojos color miel floreció y se marchitó cuando, con mi entonada y potente interpretación del Himno Nacional, en plena clausura atestiguada por la multitud envuelta en uniformes rojos y zapatos de goma, un seco estruendo atrajo las miradas hacia mis pies... el príncipe de mi historieta de hadas cayó de boca víctima de un desmayo que lo hizo azotar cual res a punto de cocinar. ¡Los hombres perfectos también se enferman! Cruel desengaño. El asunto murió al cambiar de año, así de rápida fue la situación. Se deshojaba la margarita del amor cuando a mis 10 años tuve una nueva oportunidad de que mis nacientes hormonas debutaran en sociedad, y el castillito que se edificaba con mi vecino de banca escolar (ilustre representante de Cristóbal Colón en festivales otoñales) se ponía más firme que nunca. Ese 14 de febrero las palabras fueron y vinieron en tarjetas escolares, y cuando ya comenzaba a autocantarme la marcha nupcial ¡cuaz! ¡pum! ¡zaz! ¡Bati-cambios de ciudad! Y Kittotta se fue... El tercero en la lista seguramente se aprovechó de mi frágil estado emocional, de la romántica lluvia de cierta tarde de junio, de su sonrisa Colgate y sus ojos color miel y me atrapó cual bicho en telaraña dejándome el mejor recuerdo de un primer beso en plena graduación escolar; el cuarto, un Escorpión hecho y derecho, atlético y varonil pasó más tiempo del que yo hubiera querido en mi mente y corazón y sin embargo todos resultaron la feliz antesala de lo que ni las terapias ni las lecturas de cartas pudieron predecir: el punto común (un Escorpión, trigueño, de ojos color miel) de mi tránsito por los senderos que se bifurcan en el campo del amor. Ha casi 3 años de un experimento que se antoja todavía inacabable, todo aquello que encierra lo que a base de risas, pasión, entrega y emoción se ha edificado sigue siendo mi mejor razón para despertar, para respirar, para vivir mi hoy mejor que ayer...