jueves, 5 de mayo de 2005

Fe

He imaginado cualquier cantidad de veces la forma en cómo el ser humano es creado. Me da por vislumbrar a un bebé y a “alguien” a su lado que en una gran maleta lo va dotando de sus cualidades, sus defectos, sus virtudes, sus debilidades, sus armas para sobrevivir al mundo... una vez repleta, el bebé es arrojado al mundo con mochila al hombro descendiendo en un suave paracaídas, aterrizando justo donde le fue asignada la misión de su vida.

Sin embargo, antes del proceso de envío, el imaginario excursionista es dividido como en un rompecabezas, donde, tal y como si se tratase de un mueble lleno de cajones, se fueran abriendo y cerrando los espacios donde su alma tendrá cabida y desde los cuáles estarán alojados su necesidad de amor, su sensibilidad, su intensidad, su lado negativo, y su fe. Una vez asignados los cajones, el niño se arma nuevamente, se le proporciona su mochila antes mencionada y vuela por los aires con toda su información personal al hombro. Uno llega al mundo y es incapaz de recordar cómo le fueron proporcionadas todas esas características “innatas”. Solo sabemos que vienen con nosotros y lo único que nos queda por hacer es desarrollarlas a sus máximos potenciales.

La fe, así como el amor, es uno de esos cajones que constantemente deben ser llenados. La fe, así como el amor, es uno de esos cajones que sólo se llenan de misteriosas maneras, tras una búsqueda incesante por ese “algo” que nos haga sentir plenos, completos.

Desde que tengo uso de razón la fe de mi familia desemboca en la religión. Ser católica hizo a mis padres educarme con la idea de que un Dios todopoderoso es quien nos llena la maleta de origen y en quien podemos confiar en los momentos de desesperación. Pasé muchos años inconformándome con el hecho de ir a misa los domingos, y cuando tuve las armas ideológicas arremetí terriblemente en contra de la religión y todo lo que con ella tuviera que ver, aunque secretamente nunca dejé de creer en ese “Alguien” superior que en mis innumerables noches de llanto me reconfortaba con su etérea presencia...

En esos tiempos de poca credibilidad muchas señales me cayeron del cielo para ser capaz de entender porqué la gente desahoga su ser entero en aquello que le represente su fuente de fe. Para muchos es la religión, cualquiera que se profese. Para otros son las ciencias, la política o en el más pasional de los casos el futbol. El misterio de la fe es saciar esa necesidad de creer, de confiar, de entregarse, de depositarlo todo en un lugar seguro. Poco importa si las instituciones que los llevan son o no dudosas, poco importa si se es católico, cristiano, budista, panista o americanista... es hecho es creer, y al hacerlo, llenar y llenar el vació cajón de la fe.

Cuando entendí esto fue cuando mi propio ser me pedía desesperadamente depositar mi confianza en “alguien”, dejando al lado eso del opio del pueblo y demás gélidas teorías. Cuando me siento triste, como hoy, sólo me queda aferrarme a ese Ser, sentir que me protege, que escucha, y que con mis ruegos cotidianos las cosas que me afligen se van a mejorar. Mi vacío e imaginario cajón de la fe se llena, con este simple hecho, de esperanza, de ilusión...

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