miércoles, 25 de mayo de 2005

Anti-antro

Las luces eran intensas, la música también. Muchas personas a mi alrededor, vestidas con atuendos “propios” para la ocasión, sentadas y de pie, mantenían sus manos ocupadas con cigarros, vasos, o las actividades corporales propias de la candente juventud. De pronto me encontré en un lugar totalmente ajeno a mi persona, llevada a él con truculentos engaños y con una sensación extraña, como de no ser parte de ello.

Ante situaciones como éstas trato de analizar cuál es realmente mi concepto de diversión. Ya que el acudir a un antro me resulta verdaderamente insufrible, las opciones en cuanto a la manera en la que disfruto de mi latente juventud se agotan, llegando a pensar que soy una prematura viejecita y, entonces, me siento como un cuadrado en el mundo del espiral, sin lograr encajar del todo en lo que el entorno dicta como propio para la gente de mi edad.

No es que toda la vida me haya disgustado el hecho de ir a estos sitios a disfrutar de la música, las luces y el ambiente; las “piñatadas” (o tardeadas) de secundaria fueron en su momento uno de los escapes que mi espíritu encontró para gritar, bailar y aspirar a un momento romántico en medio del humo y el sudor de la masa danzante. Incluso me parece haber comenzado un día de mi cumpleaños junto a mi flota preparatoriana, sin zapatos, en medio de la pista y cantando fervorosa la música que entonces era lo de hoy...Achaco mi cambio radical anti-baile y anti-antro a una muy personal limitante emocional que fue creciendo en mi mente en contra de todo aquello que representara ser vista en público. Sin embargo existe otro asunto que va mucho más allá de la imposibilidad de plática serena en estos lugares: Los espacios corporales.

Ahí les va que según los estudiosos de la comunicación no verbal, la proxémica es aquella disciplina encargada de analizar cómo cada persona determina sus espacios corporales en relación con su entorno en general. Hay a quienes les resulta innato saludar a la gente de beso, darles un afectuoso abrazo o simplemente comunicarse con los demás interactuando con ellos por medio de sus manos. Yo, desde siempre, he entendido que mi proxémica (ahora sé como se llama) ha sido rígida e inamovible y con mucha dificultad permito el contacto físico con mi entorno. Hacer cola en el banco, en el cine o incluso en mi coche son situaciones que me ponen nerviosa pues implican que la gente irrumpa peligrosamente en el espacio que considero mío y que poco tolero sea invadido.

Así pues, la experiencia de acudir a cierto antro citadino se empañó cuando cierta gorda (y miren que yo no vendo piñas), sin ningún respeto por las personas que la veíamos, embarraba con la alegría que producen las copitas de más su enorme trasero en mi espalda, de silla a silla contigua, violando a todas luces mi espacio corporal. Quitando este “detallito” la experiencia no fue del todo mala, pese al hecho de que tenía más de dos años de no hacer algo similar. Claro, la brecha generacional mermó mi espíritu cuando el grupo musical interpretaba las canciones de RBD ante las cuales enmudecí por completo mostrando enorme ignorancia ante lo in que rige a las juventudes de hoy. Gracias a Dios llegó la hora del recuerdo, y mientras yo gritaba desaforada la orda iracunda de pubertos brillaba en su gran silencio... Cosas de la edad.

jueves, 19 de mayo de 2005

La venganza del cumpleaños

Los sentimientos se confunden en esta semana. Se cruzan dos esperados eventos casi en el mismo día, uno excesivamente particular y otro exageradamente popular ante los cuáles mi propia esencia vibra de emoción.

Mi cumpleaños número 26 ha sido un acontecimiento largamente anhelado. En sí, la celebración anual de mi llegada al mundo es algo que acostumbro anunciar con pancartas, bombo y platillo y este año en particular me urgía dejar atrás las 25 primaveras que justo el día de ayer murieron tras una franca agonía. Debo recordar, sobre todo para aquellos incautos y noveles lectores de esta H. columna, que Kittotta es una coleccionista de ideas baratas y absurdas y presume en su basto catálogo la inminente aberración por toda cifra impar que tenga alguna relación en su vida, tal vez por la extraña fijación de que vivir años con terminación par le da una especie de equilibrio espiritual que espera no culminen en tragedia cuando llegue a la década de los 30. En fin... A diferencia de las tradicionales y glamorosas ceremonias que solían acompañar la cuenta regresiva pre-aniversario, este año he dicho simple y llanamente adiós a 365 que tuvieron algunos esporádicos buenos momentos (no muchos) ya que, insistiré hasta el cansancio, el mal karma de lo impar hace que me sienta como cojeando con un sólo pie.

Equilibrio... Según lo narran las leyendas un día llegaría a la Galaxia un individuo, “el Elegido”, cuya misión en la vida consistiría en darle a la Fuerza el equilibrio faltante para que bien y mal quedaran en el mismo nivel de la balanza. Han pasado muchos muchos años y muchas muchas lejanas galaxias de espera para que propios y extraños conozcan la historia del héroe bueno que cae, irremediablemente, seducido hacia el lado Oscuro de la Fuerza.

Si de algo puedo estar cierta es que soy una especie de experta en esto de los villanos y la maldad, y el hecho de que mi cumpleaños y el nacimiento de Darth Vader surjan con tan solo unas horas de diferencia es más que una coincidencia: es una señal. El hecho de que ambos episodios representen, en lo general y en lo particular el elemento de equidad faltante en sus contextos es digno de estudios y análisis en los campos de filosofía y los astros. El hecho de que mi vida haya estado ligada desde siempre con esta historia de ciencia ficción es real y no sólo producto de un hermoso noviazgo con un apasionado fan de la capa negra y la tétrica respiración de semejante villanazo.

Así pues, auguro desde hoy, mis 26 años prometen ser más de lo que espero por varias razones: a) Es un año par; b) Un villano nace a pocas horas de mi aniversario; c) Juan Pablo II, respetable figura de paz y bondad, cumpliría años un día como hoy... sin embargo, y ya que no está con nosotros puedo decir que el hecho de haber reemplazado un símbolo de amor por un perturbado y confundido reflejo del mal es la más clara señal de que por fin mis deseos de emular ejemplares villanas melodramáticas (esas a quienes fascinada he dedicado columnas completas) podrán hacerse realidad.

El equilibrio llega a mí gracias a mis dulces 26 y la mente de un antropólogo visionario y millonario... ¡¡¡La venganza de mi cumpleaños ha llegado al fin!!! No dejen de visitar http://pochacasworld.blogspot.com.

jueves, 12 de mayo de 2005

Soledad

El mundo está lleno de solos. Soledades que van y vienen, soledades que se juntan momentáneamente, que coinciden en las banquetas, en los mercados, en los semáforos en rojo; las soledades que vagan por la vida, con sus torturas propias, con sus alegrías propias; con todo un mundo sobre ellos, un mundo que pesa, un mundo que no se comparte de momento, un mundo de soledades.

La soledad. El mal que nos aqueja a todos en algún momento de nuestro existir.

La soledad, mas la falta de una ilusión, es la fórmula perfecta para una depresión superlativa. Como una ecuación química, estas dos se complementan, se unen, se fusionan y dan un resultado común.

El mundo está lleno de solos, tal como de locos, tal como de racionales. El chiste es que, locos, racionales, grandes eminencias o asesinos prófugos, todos nacimos solos, y solos nos vamos, porque nuestro mundo, nuestra propia existencia, es una soledad constante.

Sí, la que escribe fue una sola más de este mundo. Sola en ser, sola en pensamiento. Sola en medio de una pista, sola como Crusoe en su propia isla. Sí, no me avergüenza decirlo. Quizá me duela decirlo, pero no me da pena... lo he superado poco a poco. Fui una sola que aun no encuentra su acomodo en el mundo, y que aun hoy desconoce su misión en él. Fui una sola rodeada de soledades que nunca frenan su lucha por estar acompañadas. Porque hay quienes comprendemos y asumimos a la soledad como parte de nosotros, como una parte de nuestra propia naturaleza, sin embargo hay quienes nunca lo han entendido, hay quienes no saben estar solos, quienes temen asumir su condición de soledad.

Si, el mundo está lleno de solos. Solos que no saben otra pena que su soledad. Solos que no conocen alegría más grande que su soledad. Solos resignados, solos frustrados, solos por casualidad o por destino, solos porque solos estamos destinados a llegar y a partir. Los solos somos todos porque esta condición viene con nosotros desde el día que en nacemos, como parte de nuestra paquetería, y es cuestión de cada quien saber de qué manera sobrelleva su soledad a lo largo de su vida.

Mi soledad, como tantas otras, se escondía tras la careta de la independencia y la autosufienciencia. Mi soledad, como muchas, se justificaba convenciéndose que más vale sola que mal acompañada. Mi soledad nunca renunciaría a mi condición de eterna vagabunda, de eterna solitaria...

Pero hoy ha llegado el día en que mi soledad, como tantas otras, se ha unido a otra soledad....el sentido de lo que se ha escrito ya no vale más la pena; la tristeza de ser irremediablemente un solitario en busca de otra soledad que lo acompañe se ha ido, y espero que ese sentimiento no termine... que dure para siempre.

jueves, 5 de mayo de 2005

Fe

He imaginado cualquier cantidad de veces la forma en cómo el ser humano es creado. Me da por vislumbrar a un bebé y a “alguien” a su lado que en una gran maleta lo va dotando de sus cualidades, sus defectos, sus virtudes, sus debilidades, sus armas para sobrevivir al mundo... una vez repleta, el bebé es arrojado al mundo con mochila al hombro descendiendo en un suave paracaídas, aterrizando justo donde le fue asignada la misión de su vida.

Sin embargo, antes del proceso de envío, el imaginario excursionista es dividido como en un rompecabezas, donde, tal y como si se tratase de un mueble lleno de cajones, se fueran abriendo y cerrando los espacios donde su alma tendrá cabida y desde los cuáles estarán alojados su necesidad de amor, su sensibilidad, su intensidad, su lado negativo, y su fe. Una vez asignados los cajones, el niño se arma nuevamente, se le proporciona su mochila antes mencionada y vuela por los aires con toda su información personal al hombro. Uno llega al mundo y es incapaz de recordar cómo le fueron proporcionadas todas esas características “innatas”. Solo sabemos que vienen con nosotros y lo único que nos queda por hacer es desarrollarlas a sus máximos potenciales.

La fe, así como el amor, es uno de esos cajones que constantemente deben ser llenados. La fe, así como el amor, es uno de esos cajones que sólo se llenan de misteriosas maneras, tras una búsqueda incesante por ese “algo” que nos haga sentir plenos, completos.

Desde que tengo uso de razón la fe de mi familia desemboca en la religión. Ser católica hizo a mis padres educarme con la idea de que un Dios todopoderoso es quien nos llena la maleta de origen y en quien podemos confiar en los momentos de desesperación. Pasé muchos años inconformándome con el hecho de ir a misa los domingos, y cuando tuve las armas ideológicas arremetí terriblemente en contra de la religión y todo lo que con ella tuviera que ver, aunque secretamente nunca dejé de creer en ese “Alguien” superior que en mis innumerables noches de llanto me reconfortaba con su etérea presencia...

En esos tiempos de poca credibilidad muchas señales me cayeron del cielo para ser capaz de entender porqué la gente desahoga su ser entero en aquello que le represente su fuente de fe. Para muchos es la religión, cualquiera que se profese. Para otros son las ciencias, la política o en el más pasional de los casos el futbol. El misterio de la fe es saciar esa necesidad de creer, de confiar, de entregarse, de depositarlo todo en un lugar seguro. Poco importa si las instituciones que los llevan son o no dudosas, poco importa si se es católico, cristiano, budista, panista o americanista... es hecho es creer, y al hacerlo, llenar y llenar el vació cajón de la fe.

Cuando entendí esto fue cuando mi propio ser me pedía desesperadamente depositar mi confianza en “alguien”, dejando al lado eso del opio del pueblo y demás gélidas teorías. Cuando me siento triste, como hoy, sólo me queda aferrarme a ese Ser, sentir que me protege, que escucha, y que con mis ruegos cotidianos las cosas que me afligen se van a mejorar. Mi vacío e imaginario cajón de la fe se llena, con este simple hecho, de esperanza, de ilusión...