viernes, 3 de marzo de 2017

Documentar la vida cotidiana I: Nuevos ciclos, viejas costumbres

Hay cosas que uno aprende desde bien pequeñito y que, aunque deje de hacerlas, nunca se olvidan. El ejemplo clásico es eso de andar en bicicleta, pero me temo que yo no puedo aplicarlo mucho porque a) odio andar en bicicleta, b) ya no tengo bicicleta y c) mi rodilla cucha desfallece cuando oso andar en bicicleta. Así que interpongamos ese feo y añejo ejemplo por el hábito de escribir, cosa que me gusta mucho más.

Cuando era una niñita de educación básica aprendí a escribir: la maestra me enseñó cómo debía trazar una a, una u, la diferencia entre v y b, cómo escribir mamá o papá o pepepecaspicapapasconunpico (cuando tuve más pericia, por supuesto), pero en realidad creo que fue hasta los 10 u 11 años cuando realmente aprendí a ESCRIBIR. Antes había empezado a llevar un insulso diario, en el cuál documentaba cosas de niñita como cuántas veces me había peleado con mi hermana, con quién había platicado en el salón de clases o posiblemente alguna injuria a la maestra en turno por encargar tanta tarea. Sin embargo fue un 7 de marzo de 1990, hace ya 27 años, cuando el camión de la mudanza llevó de una ciudad a otra una nueva inquietud, un nuevo sentido de percibir la realidad que estaba aprendiendo a conocer pero que reconocí sin mucho esfuerzo.

Fue así, por esa gana de platicarle a mis amigas lejanas cómo iban transcurriendo mis días apartada de todo lo que entonces me era familiar, que comencé el hermoso hábito de escribir cartas. Y esta necesidad de expresión, de comunicación, me fue enseñando a prestar atención a los pequeños detalles, a ser más observadora, a encontrar la diferencia en cada día que iba transcurriendo. Para entonces nos habíamos ido a una casa más grande y la oficina postal nos quedaba tan pero tan pero tan lejos (según mi infantil imaginario) que las experiencias narradas dejaron de ser compartidas para convertirse en un ritual íntimo, en un desahogo de mí para mí.

Desde entonces mis inquietudes, mi ocio y por qué no, la vida misma, me han puesto enfrente autores, textos y referencias cuya influencia ha hecho que pula este viejo hábito y no sólo eso, ha logrado que tenga el valor de compartir con la gente tantas y tantas tonterías que simplemente fluyen de mis dedos, así, inexplicablemente, como si mis manos y el teclado de la computadora tuvieran una extraña y misteriosa fuerza que los uniera por minutos, o cuando la inspiración es generosa, por horas enteras.

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El ser humano es tan complejo que en 21 días puede fijarse un hábito y destruir al mismo en menos tiempo que eso. Y si no destruirlo sí lo deposita en un baúl que arrumba en lo más tétrico y oscuro de sus pensamientos y emociones, en ese ático donde el piso cruje y las telarañas se asoman en cada esquina, y los murciélagos vuelan de una ventana a otra. Justo ahí, en ese rincón, quedó guardada y resguardada mi bonita habilidad de escribir, de escribir y describir mi presente, mi realidad, mi historia. En un acto (ahora lo entiendo) un tanto brutal, tuve que mandarla a un lugar horrible aunque seguro para ser reemplazada por otras formas de expresión y comunicación, un tanto más serias, un tanto más complicadas. Y así como mis miedos y mis más arraigadas creencias, la curiosidad de escribir, la capacidad de asombrarme y mofarme de mi vida cotidiana, fue tomando otras formas más gráficas, más concretas, que limitaban mi experiencia a una imagen o a 140 caracteres (lo cuál representaba todo un reto para quien no entiende mucho de límites), y así pasé del blog al Facebook, del Facebook al Twitter, del Twitter al Instagram, y del Instagram al baúl refundido y siniestro. Han pasado los años y me ha resultado difícil (por no decir más) traer esas capacidades a una realidad que también me ha traído mudanzas, nuevas compañías, nuevas formas de apasionarme y ganarme la vida y, claro, una oleada de múltiples complicaciones de esas del tipo adulto.

La pregunta sería: ¿por qué si la experiencia del movimiento me trajo esta hermosa habilidad, hoy un evento similar no la trae otra vez a la luz? La respuesta es este mismo texto.

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Los hábitos, sobre todo los nuevos, a veces parecen tan locos como que ahora mis desayunos (la mayoría de ellos) saben a brócoli. Mi niña interior estará muy decepcionada por semejante atropello, pero no puedo ir contra esas mañanas en las que amanezco con antojo de arbolito, y cada vez son más frecuentes. Dicen que es el llamado de tu organismo que te pide, te exige algún determinado nutriente, o como cuando comienzas a hacer ejercicio, dejas de hacerlo pero tu cuerpo se acostumbra. Así, justo así, hoy amanecí con antojo de los textos de Germán Dehesa, cosa que no me ocurría desde hace muchíiiiiisimo tiempo. Ese hábito que tuve y mantuve de leer religiosamente sus columnas terminó con su sorpresiva muerte y hoy, frente a la realidad tan triste, de tanta incertidumbre, de tanta decepción, mis ojos y mi espíritu tuvieron ganas de esos textos que con un suculento humor negro podía lo mismo criticar a políticos y gobiernos que narrar las historias de sus hijos, de sus amigos, de sus mujeres, de sus mascotas, de sus días tan llenos de todo porque él los dotaba de ese todo, lleno de sabor y estilo propio. Tan necesitaba estuve, que desde las 6 am leí algunas de las columnas que de manera póstuma compiló el grupo Reforma, y después abrí el único libro que tengo de él, que empieza con una frase (con la que yo termino este post), que definitivamente resulta llena de significado, porque esto es lo que tengo que recordarme siempre a mí misma:

"Escribo para no quedarme solo, solito y mi alma con mis recuerdos. Por eso, para eso, llevo ya tantos años viviendo acontecimientos, empleando palabras para volverlos anécdotas, historias, pequeñas estampas de lo humano. No siempre lo logro, no siempre fracaso. El tiempo y tú, lectora lector querido, se encargan de discernir entre lo memorable y lo olvidable, entre lo leve y lo pesado."

Ustedes, no yo, lo decidirán... Comienza entonces esta serie, multimedia, catártica, necesaria para la realidad pero más para mí realidad, que intentará documentar la tan gozosa, tormentosa y disfrutable #vidacotidiana.