jueves, 28 de septiembre de 2006

Como luz fosforescente...

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A pesar de que todos los tenemos, nadie, jamás, coincide en una definición común de los sentimientos. Sabemos (sentimos) que hay algo llamado amor, algo llamado amistad, algo llamado odio, pero tal vez mis conceptos del amor, del odio y amistad no son iguales a los de otra persona, y por eso, quizá, existe tanto enredo en el mundo y tanta guerra, y tanta confusión.

Sin embargo para comprenderlos, para expresarlos, para celebrarlos, para definirlos, existen miles y millones de canciones, poemas, películas, proverbios, tratados, estudios científicos, refranes, dichos populares y hasta adivinanzas sobre la esencia de los más puros sentimientos humanos, entre ellos la amistad.

¿Qué es un amigo? ¿Cómo nace una amistad? ¿Qué se necesita? ¿Cómo conservarla? ¿Cuántas clases de amigos hay?

Para contestar estas preguntas es necesario hacer una autoexploración del alma y echarnos un clavado en el baúl de nuestros más recónditos recuerdos. Sólo así cada uno podrá saber dónde surgieron sus buenas amistades, qué cualidades tienen en común o si por amigo se entiende un compañero de pedas o a un confidente de ocasión. El tema es tan, tan amplio…

Mi primera amiga en todo el mundo llegó de manera circunstancial. Éramos vecinas de la misma edad e íbamos al mismo colegio. Desde los 2 años compartimos todo: días de reyes, eternas horas de juego, piyamadas, acontecimientos escolares, y hasta un par de hermanas mayores y mandonas. Hasta que un día ella se fue del edificio, yo me cambié de casa, ambas nos mudamos de ciudad, y de pronto, pasados los años, nos hemos vuelto a encontrar, una vez físicamente y muchas vía email. Si bien mi querida Cossy y yo no somos las confidentes de antaño, nuestra amistad queda por el recuerdo de lo vivido, por el cariño, por la simple experiencia de crecer juntas y saber que ahora, incluso, me ha dado un pequeño sobrinito que espero muy pronto llegar a conocer.

Así como a Cossy gracias a la escuela llegamos a conocer a nuestros primeros amigos, pero no todo surge ahí. Todos los lugares donde la gente se congrega son tan susceptibles de generar amistades como de no encontrarlas. Entonces puedes iniciar una amistad en una fila del súper, en un accidente automovilístico, en un curso de verano, en el otro lado de la calle, en una carta… Lo que no cambia es el hecho de que alguien que es nuestro amigo nos da confianza, nos hace sentir bien, y siempre, invariablemente, duren poco o mucho en nuestra vida, nos enseñan y aportan algo.

Hay quienes creen en ella, hay quienes piensan que entre hombre y mujer una amistad no existe, hay quienes dan por hecho que cuando un noviazgo termina jamás las partes logran entablan una amistad… En fin. El mundo jamás podrá ponerse de acuerdo en un concepto tan común y universal como éste, pero mientras lo vivamos y eso nos dé la alegría para compartirlo, nuestro espíritu se llena de todas esas cosas gratas que se necesitan para llegar a ser un poquito más feliz…

jueves, 21 de septiembre de 2006

Malas mañas

Hábito: Manera de hacer algo o proceder de determinada forma, por costumbre o circunstancia.

Costumbre: práctica repetida de algo.


Dicen por ahí los más románticos que la vida está llena de detalles. Yo también lo creo así. No se trata sólo de los detalles como las cosas materiales que un enamorado le obsequia a la novia un día de San Valentín, sino de las cosas esenciales, casi imperceptibles, que nos dan ese toque perfecto como seres irrepetibles.

Desde el nacimiento convivimos con el núcleo social más a la mano que un bebé posee: la familia. Ahí vamos aprendiendo lo que a nivel más amplio se conoce como los usos y costumbres de esta pequeña entidad, donde mamá y papá, (si no es que cohabita con otras ramas alternas del árbol genealógico) hacen y deshacen actividades tan simples como beber determinado sabor de té, leer el diario de su preferencia, o dormir a horas tardías. El tipo de cosas con las que uno crece y, en nuestro mundo, se diría que son normales. Pero... ¿Qué ocurre cuando uno observa el movimiento en otras casas, de otras familias? No todos beben el mismo sabor de té (tal vez ni siquiera se acostumbra), en vez del periódico se lee el TvyNovelas y la gente duerme a la hora en la que las gallinas ponen. Uno se sorprende, sin embargo, estas extravagantes diferencias que abundan entre individuos, entre familias, entre ciudades y entre naciones son una de esas cosas deliciosas que nos permiten valorar (o desdeñar) los hábitos adquiridos desde la cuna.

Cuando la mudanza transportó mis cositas de una ciudad a otra comprendí que no sólo cambiarían mis afectos y espacios. Desde que abrí la lonchera en el recreo de mi primer día en quinto año supe que esa diferencia (lo que yo tenía por costumbre en mi nueva escuela era casi un hallazgo arqueológico) marcaría el nuevo sendero de mi vida. Aquí comprendí que las naranjas partidas por la mitad y disfrutadas con todo y cáscara era mal visto, que en Veracruz todo el mundo acostumbra café por la mañana, que para la gente disfrutar de un Carnaval es la cosa más normal del mundo y que ir al teatro es parte de la vida de esta ciudad, como ir al centro o a la escuela. Situaciones que distaban mucho de ser reales para mí.

Pero hay asuntos más particulares, más de cada familia, de cada persona. Los hábitos de mi familia son interesantes: siempre hay una televisión prendida, hacemos una sobremesa eterna, tomamos té caliente de una marca determinada desde hace más de 20 años y solemos tardarnos (todos, sin excepción) una eternidad en el baño. Esos quizá sean hábitos hechos costumbres que a algunos les parecerán aterradores, como para mi lo es ese pésimo, asqueroso y de mal gusto hecho de remojar el pan en una taza de café. Cuestión de hábitos, cuestión de costumbres, y cuestión quizá de malas mañas, pues aunque parezca redundante hay mañas quizá no tan malas como esta... ¿Así que, cuáles son las suyas?

jueves, 14 de septiembre de 2006

Yo también quiero Padrinos Mágicos

¿Alguien ha visto la caricatura de los Padrinos Mágicos? Es el sueño de todo niño, y también de todo adulto que aun no se ha resignado a dejar de ser niño. El asunto trata sobre un pequeño de gorra rosa, Timmy, hijo único cuyos padres un tanto despistados siempre están fuera de casa y por ello lo dejan a cargo de Vicky, la malvada niñera, una niña despiadada únicamente interesada en torturar al pequeño y hacerse millonaria con este oficio. Ante semejante tragedia, Timmy es recompensado por la vida con sus Padrinos Mágicos, una pareja de “hados” que le cumplen todo deseo, desde volverse popular en la escuela, tener cualquier clase de comida, entrar a los programas de televisión y tener toda clase de aventuras mágicas, las cuáles siempre terminan con una especie de simpática moraleja. ¿Pero, por qué mencionar a tan maravillosos personajes del mundo animado?

Es simple: Amo esta caricatura y hace poco traté de hacer un mágico ejercicio sobre lo que pudiera pedirle alguien como yo a un par de Padrinos Mágicos. El resultado es realmente lo que deseo compartir con ustedes.

En mi realidad pediría que no existiesen personajes tan inauditos como los terroristas o los políticos que ejercen el terrorismo detrás de un escritorio; pediría que exista la cordura y el sentido común para aquellos que contaminan, que odian, que perjudican su entorno con rencores y horror; pediría que el poder, la ambición y el sufrimiento fueran únicamente palabras dentro de un diccionario... ¡Sería increíble que con el meneo de una varita mágica todo esto desapareciera!

Después pensé en el hambre de los pueblos, de aquellos lugares donde comer es prácticamente un lujo, y así, cavilando ingresé a otros pensamientos más allá de los deseos... ¿Qué tan importante resulta todavía el poder soñar con un mundo mejor? ¿Existirá una manera “tangible” de alcanzar tales anhelos? ¿Creer en la magia es malo? Pero sobre todo... ¿No sería más fácil para la humanidad que nadie creciera, y así no tener que pedir la paz o el fin de la corrupción sino una gigantesca montaña de golosinas?

Retomo aquella frase de la columna anterior, citada por el filósofo Fox, donde le decía a una indígena que no saber leer la hacía más feliz pues no se enteraba de lo que pasaba más allá. Supongo que ocurre lo mismo al crecer, ese desencanto de saber que existe un mundo cargado de egoísmos, de resentimientos, de seriedad. Con esto no quiero decir que en la infancia uno no sabe o no comprende lo que ocurre, simplemente que todo sería más leve si conserváramos la esencia de los niños que lo mismo anhelan seriamente salvar al mundo que desenfadadamente una hamburguesa con leche malteada.

Sería muy justo que a todos, niños oprimidos y reprimidos por una sociedad que anula todo sentido del humor (algo mucho peor que una niñera loca), nos destinaran Padrinos Mágicos para pedirles por la gente, por la vida, y, porqué no, ¡vivir en una casa de chocolate y poderla comer sin remordimientos!


(Si no conocen la caricatura, aquí les dejo una pequeña muestra...Púchenle a la imagen o denle en el botón PLAY)


miércoles, 6 de septiembre de 2006

La niñera y el presidente

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¿Podría existir algo más tétrico en este mundo que la versión de dos horas de la terrible “Nana Fine” llevada al celuloide? Sí, existe. La niñera y el presidente no es sólo el título de este “célebre” largometraje, es también la idea que encierra ese algo que supera a todo churro palomero. Iré al punto.

Por asuntos fuera de toda explicación, estos días he cumplido a pie juntillas con mi reciente y flamante título mobiliario (preferiría ser un mueble) de Madrina de una niñita de 7 meses. Según parece, entre las múltiples comisiones que conlleva mi nombramiento está la de cuidar y apapachar a semejante miniejemplar del modelo humano que con la misma facilidad pasa de la risa al berrinche, y de la sequía al huracán, todo en un sólo pañal.

Pues ahí tienen a quién escribe: famosa entre las tropas por su destacada animadversión para con los infantes, afiliada al club de las brujas antiniños, desechó sus ideales frente a la joven Bambina, quien, poseedora de un par de dientes que muestra malévolamente al reír, se empeñó cierta tarde de verano en hacerle la vida de cuadritos azules a esta triste figura en la que, por su culpa, me convertí. Y es que la verdad esto de ser no sólo madrina, sino niñera, no es nada sencillo, y menos si se trata de una niñita del siglo XXI quien ha decidido que para mantenerla contenta es imperante tener música chunchaquera a la mano. ¡Eso es lo suyo! Ahora multipliquen 4 minutos de “Sopa de Caracol” en las casi 2 horas que pasamos juntas, sólo ella y yo, donde los intentos por mantenerla entretenida me llevaron a leerle un poco de Madame Bovary, a cantarle, bailarle, y hacerle todas esas caras y gestos que no vale la pena reproducir en descripción alguna... todo por una sonrisa. ¿Ahora imaginan mi terror?

Claro, el mundo real no perdona nada, y antes del horror cinematográfico existe esa circunstancia que vive la política mexicana. Cielo santo, cuánto folclor. Por salud he comprendido aquella cita poco afortunada de Vicente Fox al decirle a una mujer indígena que era más feliz sin saber leer, pues no tenía que preocuparse por lo que estaba más allá de su nariz. ¡Qué razón tuvo mi Chente! Así que, en un arrebato irresponsable pero saludable, decidí no ver el último informe de Gobierno y alejarme momentáneamente de toda noticia política sobre las elecciones, el Tribunal, los paros, los diputados, etc. Mientras los jitomates iban y venían, y el Mandatario hacía su visita de doctor a San Lázaro, esta reciente niñera vibraba con un partido de fútbol americano y con aquella banda de la Secundaria No. 5 que prepara sus maletas para participar en el Desfile de las Rosas. ¡Qué maravilla! Escuchar a esos niños interpretar el Huapango de Moncayo con todo y coreografía fue, a todas luces, mucho más gratificante que oír gritos y sombrerazos.

Así que ya comprenderán... ¿Existe algo peor que la película “La niñera y el Presidente”? ¡Si! ¡Ser niñera y ser Presidente! (Creo que nadie envidia ni a Fox ni a Calderón)