Cuando
escribía mis Policromías, columna que aparecía semanalmente en un diario local,
encontré en estos textos el lugar más seguro para externar mi poca o nula
comprensión sobre los acontecimientos que en esos momentos fueron ocurriendo.
Preguntaba al universo e intentaba reflexionar sobre ciertos temas que, muy a
mi modo, dejaban al descubierto mis inquietudes y quizá también, el tipo de
opinión que me formo al respecto, sin aportarle nada a nadie mas que mi propio
punto de vista.
Al
concluir mi etapa columnas semanales, las nacientes redes sociales del momento
(mi blog y luego el Facebook), fueron ese bonito espacio donde podía lo mismo
contar alegres historias de mi vida personal como, de nueva cuenta, mis
angustias como ciudadana, como parte de una sociedad que cambia y se transforma
y que uno luego no entiende para dónde va. Pero de pronto dejé de hacerlo por
cuestiones de tiempo o inspiración, o quizá porque, como diría Milan Kundera,
mi vida estaba en otra parte: en la maestría y en un receso emocional bastante
catastrófico poco digno de documentar.
Pero
como en todo tuve que adaptarme a las nuevas propuestas tecnológicas y en ese
trayecto reduje mis pensamientos a 140 caracteres. Twitter me pareció un lugar
mucho más amable para decir cualquier clase de idiotez con la sensación de que
quien me leyó me leyó, y que no quedaría tan fácilmente a la vista aquello
comentado. La fecha de caducidad de un tuit es mucho más efímera que el post de
un blog o un comentario de Facebook, así que si nadie le da FAV o RT, el tuit
puede pasar sin pena ni gloria. Y es que, en el trayecto, también aprendí a
dimensionar lo que significa externar mis opiniones ante un grupo de seguidores
que no siempre están de acuerdo con lo que dices. Y aprendí que estas mismas
redes sociales han propiciado cierto nivel de intolerancia, y que la gente
(alguna) se toma demasiado enserio lo que se dice y se publica. Y aprendí
también que reducir tus pensamientos o reflexiones a 140 caracteres puede
generar todo menos reflexión; por el contrario, si quien te lee se clava en un
comentario al que le falta contexto y no está de acuerdo contigo entonces sí se
friega la cosa: bullying cibernético ipso
facto. Con todo ese bagaje he preferido entonces quedarme calladita y
compartir lo que pienso y siento en estos temas únicamente con la gente de mi
confianza, con quienes sé que inclusive no piensan como yo (bendito Dios), pero
que respetan lo que digo sin que eso derive en una apasionada tercera guerra
mundial.
Así
las cosas hoy sólo quiero decir lo que pienso y siento y deseo hacerlo por este
medio por varias razones, que van desde la nostalgia hasta la prevención. Me
molestan mucho las polémicas y si siguen leyendo comprenderán que lo que menos
quiero es generar eso precisamente. Todo es una mera cuestión de desahogo desde
el más profundo de los respetos hacia toda la gente que no piensa como yo y que
externa sus pensamientos desde otras vías.