sábado, 30 de diciembre de 2006

jueves, 7 de diciembre de 2006

Mi vida con Fox

Una de mis mejores y más constantes enseñanzas universitarias fue saber aplicar el término Contexto, lo que me implicó relacionar toda clase de sucesos a la materia en cuestión, pero, dañada quedé, esta sabia cátedra trascendió hasta mi vida personal. Entonces aprendí a valorar eventos políticos, artísticos y deportivos con ciertos momentos Kodak de mi andar por el mundo.

Así, ese mismo contexto que en algún momento mostró a Kevin Arnold, el de “Los Años Maravillosos”, recibiendo su primer flechazo mientras el hombre llegaba a la luna, me tuvo a mí haciendo una complicadísima tarea de geografía (compartida vía telefónica con el romance en turno) mientras a televisión mostraba las últimas horas de Luis Donaldo Colosio; gritando por Soraya Jiménez y su medalla dorada desde Sydney hasta mi exilio en California, y un 11 de septiembre, cuando en Nueva York todo parecía una increíble película de ficción, el contexto me tenía al pie de mi cama, escuchando una noticia que cambió mi día y el rumbo de la Historia mundial.

Estas semanas, ese mismo contexto me mantuvo preocupándome lo mismo por nimiedades tales como el proyecto del adorno navideño como por el destino del país. El frío invierno nos trajo un nuevo presidente, una infinita ingobernabilidad, desestabilidad política y social, y, para algunos la nostalgia por el pasado, la nostalgia por Vicente Fox.

No crean que estoy divagando. Aunque las esperanzas de medio México (la otra mitad se divide en otros colores) están fincadas en Felipe Calderón, uno ya estaba, digamos, impuesto al estilo y el folclor de nuestro hoy ex mandatario. Hasta en un periódico apareció un recuento de todo lo que vivimos durante los seis años de su gestión, desde la desintegración de OV7 hasta el auge del Ipod, de las nuevas tecnologías médicas hasta el nacimiento y ocaso de los reality shows. Álvaro Cueva igualmente describió en su libro “Lágrimas de Cocodrilo” la vida de las telenovelas en México ubicándolas por sexenios, desde su entorno social hasta los álgidos momentos de la televisión nacional. Ejemplos no faltan.

Inspirada entonces por ese contexto en pasado (“lo que Fox quiso decir”, con el “hoy, hoy, hoy” o con las toallas de Martita), echo un vistazo sucinto y ubico la toma de posesión del panista en mi exilio gabacho; vislumbro mi ingreso a la flamante vida laboral, la muerte de mis queridas abuelas, mis subidas y bajadas de peso, la partida del Papa (otro evento que movió masas, corazones y cintas de video), diversos libros y programas de televisión consumidos, pericias al volante, cambios de moda, transiciones en el color de mi recámara de un beige puberto a un morado juvenil, y por supuesto, la estabilidad emocional que mi corazón nunca tuvo en todos los sexenios anteriores.

Sabrán Dios y el destino me nos espera en la era Calderón, pero lo que sí sé, es que la ingenuidad de Vicente Fox pasará a la Historia Nacional por su tibieza, pero en mi contexto personal, enmarca los albores de mi compleja adultez.

Chente

jueves, 30 de noviembre de 2006

Las palabritas mágicas

Cuando era niña me educaron bajo ciertos valores y preceptos. Entre ellos, la sentencia de que “una persona acomedida cabe en cualquier lugar” (obligándome a recoger la mesa de la casa a la que íbamos de visita) o aquello de que había que ser cortés y agradecida al momento de solicitar algún objeto o favor. Por este motivo mis padres, toda vez que me dirigía a ellos con la clara intención de pedir un permiso o algún juguetillo (incluso hasta el salero), me recalcaban el uso de las palabritas mágicas, es decir, “Por favor” y “Gracias”. El asunto era verdaderamente latoso hasta el día que comprendí el valor de estas expresiones. Entonces me convertí en su defensora número uno, y hoy voy por la vida haciendo de mi hígado un nudo scout cuando escucho a cualquier niño que exige, no pide, y que al obtener lo suyo se da la media vuelta campante y fresco como una espinaca contaminada.

Con la importancia que para mí han cobrado tan simples palabras, me sorprende cómo hasta ahora le pongo atención a una fiesta cuya esencia es la gratitud: el Día de Acción de Gracias. Increíble, como menciona Germán Dehesa, que esta celebración estadounidense tan limpia no haya sido exportada al mundo entero, tanto o más como el horror del Halloween o del rechoncho Santa Claus.

La historia de esta fiesta es sobre un grupo de ingleses que llegaron a aquellas tierras en el siglo XVII tras ser perseguidos por sus creencias religiosas, y sobrevivieron al crudo invierno que les asaltó. Al año siguiente, en las mismas fechas, celebraron a la tierra próspera que les había dado una buena cosecha y que les permitiría tener un invierno mejor. Dieron las gracias por lo que tenían y por el simple hecho de estar vivos, y así, sin más adornos, cascabeles o regalos, cada tercer jueves de noviembre las familias siguen reuniéndose con tal fin.

Sin querer, este tercer jueves del mes mi familia se reunió en una sentida y bastante jocosa convivencia para conmemorar el cumpleaños de la creadora de mis días. Sentida porque todos radiantes y jubilosos estuvimos ahí, compartiendo con la flamante festejada, y jocosa porque sin querer se juntaron tres cumpleañeras en la misma zona del restaurante, y a la familia de las tres se nos ocurrió pedir velas y mañanitas. Mi madre fue la segunda en la ronda, pero qué clase de bochornos sentimos cuando, esperando la sorpresa, el entonado guitarrista soltó su lira hacia otra mesa. En los acordes del tercer “Éstas son las mañanitas” las tres mesas caíamos al suelo de la risa por tal coincidencia. Así, por el simple hecho de reír en compañía, mi alma se sintió agradecida.

Mañana el país penderá de un hilo. Oaxaca seguirá siendo un terrible hervidero; los políticos seguirán sin ponerse de acuerdo y la gente, en su mayoría, irá por ahí sin apreciar el simple pero infinito poder de las palabritas mágicas. Qué distinto sería todo si, al menos por hábito, hiciéramos de la gratitud una forma de vida y no tan sólo una palabra más del diccionario.
Qué distinto sería...

viernes, 24 de noviembre de 2006

Unos quieren subir...

La vida es tan diversa que todos tenemos diferentes conceptos y opiniones sobre ella y lo que nos rodea. Quien haya siquiera imaginado que pude existir el término objetividad seguramente lo hizo imaginando una tierra utópica donde el colectivo pudiera ponerse de acuerdo en cosas tan simples como la comida del día o la tonalidad exacta del azul del cielo.

Entre tantos ejemplos está el de la música; hay para quienes ésta resulta el vehículo ideal para expresar situaciones políticas, denuncias sociales, ideas de cambio, descontentos contra una guerra o un sistema represor. Hay quienes, por el contrario, tienen en ella a la más pura expresión del alma y todos sus sentimientos. Para mi ambas posturas, igual de válidas, tienen un cierto punto medio, donde se logran fusionar emociones con realidades.

Sin saber mucho del tema e ignorando si estoy al borde de incurrir en algún estropicio, puedo decir que las letras que escribe Aleks Syntek me evocan eso precisamente. La primera vez que escuché con detenimiento una canción suya llamada “Lo perfecto” comprendí que determinadas piezas están destinadas a ser digeridas, a ser comprendidas, a ser asimiladas, reflexionadas. ("No va conmigo lo perfecto/ Pero intento lo correcto/ Nadie nace conociendo lo ideal/ Debes poner tu mano en fuego, y sabrás...”)

Para esta ocasión encontré la canción ideal de este cantaautor sobre lo que quiero decir; “Unos quieren subir, yo me quiero bajar/ sino saben que hay arriba/ dejen de fastidiar...” Más que una frase rebelde creo que así es la humanidad: un puñado de inconformidades acumuladas. Cuando unos quieren subir, otros se quieren bajar, cuando unos quieren salir, otros quieren entrar. Cuando unos aspiran encontrar en la música protesta, otros buscar amor; cuando unos quieren paz, otros buscan la guerra.

Leía con tristeza la muerte de una joven modelo brasileña cuyo cuerpo se marchitó tras la anorexia. Leía también que México es el segundo lugar en obesidad seguido sólo por los Estados Unidos. Recientemente fui a una boda donde la pareja estaba radiante por celebrar su unión mientras, por otra parte, escucho a quienes se quejan amargamente de la vida marital y prefieren vivir su vida por separado. De pronto me rondan pensamientos sobre la idea de tomar mis maletas y salir de mi casa para formar mi propio hogar, mientras que quienes ya lo han hecho anhelan y extrañan la vida familiar. Los jóvenes quieren crecer, los viejos desean regresar.

Y así, en lo más simple hay quienes son delgados y quieren engordar, quienes son chinos y sueñan con una lacia cabellera, quienes son de piel clara que desean broncearse y quienes son oscuros quien aclararse. Unos que quieren subir, y otros, que ya han estado arriba, quieren bajar. Qué irónica es la humanidad y su cúmulo de inquietudes, pues, como dice el buen Syntek: “Cada cabeza es un mundo/ y cada mundo tan distinto/ cada destino diferente/ y diferente es la gente...”

jueves, 16 de noviembre de 2006

Las pequeñas cosas

Querido lector policrómico: lo invito a hacer un pequeño ejercicio. Piense por favor en un día normal, común y corriente. Piense en lo que hace desde el momento en que se levanta hasta el instante en el que se aleja al mundo de los sueños junto a Juan Pestañas. Cada uno de nosotros seguramente tendrá rutinas muy distintas, sin embargo, seguramente, tendremos también ciertos puntos en común, como el empleo de implementos y artefactos que nos ayudan a prepararnos el desayuno o a mantener el aliento fresco durante la mañana. Pero, alguna vez hemos reparado en la real utilidad de estas pequeñas cosas? He aquí algunos datos de quienes han llevado lo cotidiano a otros niveles...

*Antes de los muros absurdos y el terrorismo, los estadounidenses tuvieron la gran idea de llevar un gran invento de la antigüedad hasta la Luna; en 1969 Neil Armstrong elevó la higiene bucal hasta las estrellas, al empacar en su travesía un cepillo de dientes cuya historia sitúa al primer ejemplar en el año 1498, cuando un emperador chino adaptó cerdas de pelo de puerco en un hueso. Luego vinieron los ingleses a darle forma y el resto todos lo conocemos.

*¿Usted sabía que existe una Organización Mundial de Sanitarios? Uno acude varias veces al día a esta maravilla de invento moderno, sin siquiera imaginar que en algún lugar del mundo existe una Academia Mundial especializada en Baños, donde el mantenimiento y la limpieza de los lavabos ocupa un curso completo en esta escuela de Singapur, cuyas clases comenzaron el mes pasado... Pero aquí no acaba la sorpresa. La cultura asiática ha logrado imponer fuertes multas a quienes no jalan la cadena del retrete, y desde hace cuatro años han convocado a la “Cumbre Mundial sobre Baños”, donde en su última edición se dio a conocer que un total de 2 mil 600 millones de personas en el mundo carecen de baño propio.

*Si le cuento que el invento cotidiano de Sir John Randall y del doctor Boot fue pensado para frustrar a la ofensiva nazi y no para lo que se ocupa actualmente no me lo creería. En 1946 el doctor Percy Spencer supo por casualidad que las microondas generan calor, y adaptó aquello que estos ingleses ocuparon como elemento para los radares durante la Segunda Guerra Mundial, en la maravilla moderna que hoy salva (sobre todo) a todos los negados en el arte culinario.

*Tal vez usted se ha emocionado y ha cantado alegremente con las películas de Walt Disney. La mayoría de estas cintas ofrecen a los niños atractivas historias animadas con mensajes implícitos sobre valores y principios morales; lo que seguramente desconoce es que después de la Segunda Guerra Mundial esta empresa realizó cortometrajes didácticos para diversificar su mercado: uno de ellos es del año 1946 sobre la historia de la menstruación con una duración de 10 minutos. Otro de estos ejemplos fue creado en 1977 y trata sobre las enfermedades venéreas. (http://www.youtube.com)

¿Verdad que lo cotidiano siempre nos puede sorprender? ¡Hagan sus comentarios!

jueves, 26 de octubre de 2006

Ánimos festivos

La semana pasada, queridos lectores, esta H. columna estuvo de manteles largos por la celebración de un año más compartiendo con ustedes las “Policromías” de la vida. Comí, a la salud de todos y rompiendo la dieta deliberadamente, una pieza de pollo con mole y un rico pastel que sólo de recordarlos se me erizan los bigotes. Éste fue el sencillo festejo, pues para quienes no lo sepan las grandes y majestuosas fiestas no son muy lo mío.

Curiosamente en estas fechas las pachangas abundan; o mucha gente cumple años o todos se han puesto de acuerdo para celebrar sus eventos sociales en vísperas del invierno, y la racha de bodas distribuidas en mi agenda está imparable. Mis ánimos festivos, digámoslo así, se ponen de lo más efervescentes mientras mis pies lo lamentan mucho más cuando los someto a horas de entera tortura, con tacones que “claquetean” (de la onomatopeya “clac”, “clac”, "clac") por doquier dándome como resultado un destacado número de ampollas y una imponente hinchazón. Esos ánimos que me han llevado a bodas pequeñas de suculentos menús, a otras con música animosa y sonrisas por doquier e incluso a fiestas amenizadas por los grandes personajes de la farándula musical, me ponen a pensar porqué la gente siente siempre tantas ganas de celebrar, y cuando digo celebrar es en el sentido más mexicano que existe: el que surge por cualquier ocasión.

Supongo que esto de los festejos surgió desde la edad de piedra, (de pronto imaginé tremenda algarabía cuando el hombre creó la rueda), y hasta cierto punto supongo también que darle rienda suelta a la alegría es parte intrínseca del ser humano. Los ánimos festivos que actualmente llevan a la gente a organizar fiestas en honor de un cumpleaños o de ciertos rituales sociales como los matrimonios, los bautizos o los quince años, lo hacen a sabiendas que: a) jamás quedarán bien con nadie; b) gastarán un dineral en ropa que sólo se usará una vez; c) la organización deja, generalmente, roces, pleitos y desacuerdos familiares; y d) los festejados, a menos que sean niños, son los últimos en divertirse.

¿Realmente cuál es el motivo de una fiesta? ¿Cumplir con las normas y protocolos establecidos? ¿Darle rienda suelta a la inventiva para organizar una fiesta original? ¿Cómo saber si tu fiesta será un éxito o un simple y aburrido gasto innecesario? Muchas son las preguntas que me asaltan cuando estoy en pleno brindis, mirando como los presentes a tales ceremonias brindan por la felicidad y el futuro prometedor de quienes, envueltos en elegantes trajes o vestidos llenos de encajes, se embriagan con su propia dicha.

Yo nunca he tenido una fiesta así, al menos no una propia. Tal vez algún día, cuando el ánimo festivo me invada en tales proporciones, sabré por qué la gente gusta de armar tremendos fiestones sin engentarme ni sentir deseos de salirme recién terminada la cena... Como diría la sabia mariposa del cuento: “algún día lo sabré”, mientras tanto, Policromías celebra con alegría su tercer aniversario.

jueves, 19 de octubre de 2006

de Cumpleaños


Aniversario 3 de la columna
POLICROMÍAS
Si quieren dejar un mensaje, una felicitación, alguna palabra bonita o simplemente una rechifla (bueno... si quieren mentadas...), serán bienvenidas...
Gracias a todos los que han sido parte de estas líneas, a quienes las leen, a quienes las comentan, a quienes son parte de ella y a quienes resultan toda una inspiración por 3 años de un proyecto que le da un sentido muy especial a la vida de quien redacta esta columna...

jueves, 12 de octubre de 2006

Expresiones de moda

Nunca esperé caer en estos temas tan rápidamente. Apenas recuerdo mis días de pubertad, cuando retaba furiosamente a todo adulto que osaba de manera jocosa o dolosa, atentar contra aquello en lo que por esos días era mi credo y forma de vida. Que si mi abuela criticaba mis copetes altos y llenos de spray Aqua Net ¡No se la acababa! Que si mis padres veían con recelo que usara más de un par de aretes, o que me maquillara en exceso (según sus cánones) ¡Cuidado! Y más de alarma era aquel que interfiriera con el caló que regía mis conversaciones juveniles, con expresiones tan básicas como un “qué onda”...

Esos días no han terminado del todo. Apenas el fin de semana mi madre se escandalizó por el corte de cabello de la ex Barbie Basterrica, en un look que definen las revistas como “estilo manga o anime japonés”. Mi papá por su parte, sigue expresando sus severas opiniones sobre los chamacos con gorra que se sientan así a comer, reprobando categóricamente lo que antaño normaba el entonces famoso “Manual de Carreño”, sobre mostrar respeto descubriendo la cabeza de todo sombrero o cosa similar.

Como muchos jóvenes, en una actitud de tipo generacional, comprendo y defiendo los comportamientos y modas que surgieron en la flor de mis ayeres, incluso aquello que jamás adopté. Pero hoy, sin embargo, me asusté terriblemente ante lo que mis ojos captaron con la más grande y absoluta reprobación.

Vivimos una época donde la expresión individual es alentada por la tecnología moderna: bitácoras personales, mensajes en el celular, youtube.com. Estamos en un bombardeo constante y sonante. La juventud del momento que tiene al alcance estas herramientas, las emplea para lo que todo puberto promedio: saludar a los amigos, hacer citas, conocer gente, odiar al mundo y derramar miel por los noviazgos en turno. Todo eso, aclaro, es perfectamente comprensible para quien redacta estas líneas.

El caló de los pubertos de hoy no me asusta; a mis 27 años he comprendido que nunca se leen los libros suficientes para tener un basto vocabulario, y que nada hay de malo en expresarse con frases propias o plagiadas. Pero en lo que expongo mi queja, mi queja adulta, la queja que jamás creí exponer... ¿Por qué “la moda” en expresión implica hacer garras a nuestro bellísimo idioma castellano? ¿Por qué ahora “que” es “ke”, “yo” es “io” y se alternan aleatoreamente altas y bajas? Se me ocurren algunas razones: economizar letras en los mensajes de celular, perseguir una corriente con la cuál identifiquen su expresión propia... pero... ¡chicos, eso es contaminación visual!

En verdad me aterra parecer un adulto, y más ahora que la única palabra que ocupo para lo que siento es aquella con la que mi padre denomina todo lo que le molesta, pero esas modas me parecen simplemente ¡aberrantes! Y lo peor de todo: Si esto es ahora... ¿Cómo reaccionaré ante la adolescencia de mis hijos? ¿Ellos me odiarán? ¿Seré una copia al carbón de mi madre? El futuro, desde ya, me horroriza...

jueves, 5 de octubre de 2006

Asuntos bochornosos

He comprendido que el ridículo es una condición humana de la que nadie está exento. Ni aún escondiéndose debajo de las piedras uno se libra de momentos que, literalmente, provocan que una ligera (pero visible) gota de sudor ruede por las mejillas... ¿Enlistamos algunas? Se vale tachar las más cercanas a la vida real...

Muy bochornoso


Ocurre cuando...

*Cuentas la anécdota de un mal programa televisivo sobre “medicuchos” cuando almuerzas en un restauran ubicado justo frente a un hospital, donde todos los que se encuentran a tu alrededor usan batas y zapatos blancos.

*Te pasas el alto justo en la cara de un oficial de tránsito.

*Envías un maravilloso mensaje de celular a la persona equivocada (nunca falta el marcar mal el número del destinatario).

*Entras por una sutil equivocación a un baño público del sexo opuesto.

*Se te caen las monedas en una coladera.

*Dejas las llaves de tu coche... en tu coche.

*Vas a una despedida de soltera donde el striper vuela una tanga que cae justo en el plato de tu comida... y tú sufres.

*Dices que estás a dieta pero en el primer evento público te comes hasta las migajas de los platos.

*Anuncias a los cuatro vientos tu ropa nueva... que aún conserva la etiqueta.

*Compartes una maravillosa sonrisa con el mundo decorada por un simpático frijolazo... y queda plasmada en una fotografía.

*Sacas a tu mascota a pasear, y justo donde se le ocurre hacer su gracia pasa un incauto sin la menor idea del reciente decorado en su calzado.

*En medio del ruido conversas con otra persona donde, cuando el ruido cesa, sólo se escucha el más ridículo comentario de tu parte (tipo el Chavo del 8).

*Saludas a una persona a quien crees conocer y de pronto caes en la cuenta de que te has confundido.

*Alguien saluda a otro alguien que está justo al lado tuyo, y tú contestas el saludo (aunque saludar nunca será algo malo).

*Comes una comida fatal que sólo por que la hizo tu suegra debes fingir que te ha encantado.

*Te subes al camión equivocado y debes caminar cuadras enteras para llegar a tu destino original.

*Te descubren jugando solitario justo el día que presumes haber trabajado más.

*Opinas sobre un tema que no tienes ni la menor idea de lo que trata.

*Tomas de un vaso que no es el tuyo... y de pilón le dejas la marca de tu lápiz labial.

*Te ahogas en medio de una importante conferencia y debes toser con toda tu fuerza ante una horda de miradas curiosas.

*Te ríes de algo chistoso en pleno sermón de la misa y el padre se acerca y te regaña.

*Acudas al nutriólogo y ante un leve aumento de peso te autoboicoteas a la menor provocación.

*Estás en un baño público, te miras y haces caras en el espejo hasta que descubres que no estás sola.

*Equivocas el número de teléfono de las pizzas y despiertas a otra persona justo a la media noche.

Y así, podemos enumerar un sinfín de asuntos bochornosos... ¿Cuáles han sido los suyos?

jueves, 28 de septiembre de 2006

Como luz fosforescente...

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A pesar de que todos los tenemos, nadie, jamás, coincide en una definición común de los sentimientos. Sabemos (sentimos) que hay algo llamado amor, algo llamado amistad, algo llamado odio, pero tal vez mis conceptos del amor, del odio y amistad no son iguales a los de otra persona, y por eso, quizá, existe tanto enredo en el mundo y tanta guerra, y tanta confusión.

Sin embargo para comprenderlos, para expresarlos, para celebrarlos, para definirlos, existen miles y millones de canciones, poemas, películas, proverbios, tratados, estudios científicos, refranes, dichos populares y hasta adivinanzas sobre la esencia de los más puros sentimientos humanos, entre ellos la amistad.

¿Qué es un amigo? ¿Cómo nace una amistad? ¿Qué se necesita? ¿Cómo conservarla? ¿Cuántas clases de amigos hay?

Para contestar estas preguntas es necesario hacer una autoexploración del alma y echarnos un clavado en el baúl de nuestros más recónditos recuerdos. Sólo así cada uno podrá saber dónde surgieron sus buenas amistades, qué cualidades tienen en común o si por amigo se entiende un compañero de pedas o a un confidente de ocasión. El tema es tan, tan amplio…

Mi primera amiga en todo el mundo llegó de manera circunstancial. Éramos vecinas de la misma edad e íbamos al mismo colegio. Desde los 2 años compartimos todo: días de reyes, eternas horas de juego, piyamadas, acontecimientos escolares, y hasta un par de hermanas mayores y mandonas. Hasta que un día ella se fue del edificio, yo me cambié de casa, ambas nos mudamos de ciudad, y de pronto, pasados los años, nos hemos vuelto a encontrar, una vez físicamente y muchas vía email. Si bien mi querida Cossy y yo no somos las confidentes de antaño, nuestra amistad queda por el recuerdo de lo vivido, por el cariño, por la simple experiencia de crecer juntas y saber que ahora, incluso, me ha dado un pequeño sobrinito que espero muy pronto llegar a conocer.

Así como a Cossy gracias a la escuela llegamos a conocer a nuestros primeros amigos, pero no todo surge ahí. Todos los lugares donde la gente se congrega son tan susceptibles de generar amistades como de no encontrarlas. Entonces puedes iniciar una amistad en una fila del súper, en un accidente automovilístico, en un curso de verano, en el otro lado de la calle, en una carta… Lo que no cambia es el hecho de que alguien que es nuestro amigo nos da confianza, nos hace sentir bien, y siempre, invariablemente, duren poco o mucho en nuestra vida, nos enseñan y aportan algo.

Hay quienes creen en ella, hay quienes piensan que entre hombre y mujer una amistad no existe, hay quienes dan por hecho que cuando un noviazgo termina jamás las partes logran entablan una amistad… En fin. El mundo jamás podrá ponerse de acuerdo en un concepto tan común y universal como éste, pero mientras lo vivamos y eso nos dé la alegría para compartirlo, nuestro espíritu se llena de todas esas cosas gratas que se necesitan para llegar a ser un poquito más feliz…

jueves, 21 de septiembre de 2006

Malas mañas

Hábito: Manera de hacer algo o proceder de determinada forma, por costumbre o circunstancia.

Costumbre: práctica repetida de algo.


Dicen por ahí los más románticos que la vida está llena de detalles. Yo también lo creo así. No se trata sólo de los detalles como las cosas materiales que un enamorado le obsequia a la novia un día de San Valentín, sino de las cosas esenciales, casi imperceptibles, que nos dan ese toque perfecto como seres irrepetibles.

Desde el nacimiento convivimos con el núcleo social más a la mano que un bebé posee: la familia. Ahí vamos aprendiendo lo que a nivel más amplio se conoce como los usos y costumbres de esta pequeña entidad, donde mamá y papá, (si no es que cohabita con otras ramas alternas del árbol genealógico) hacen y deshacen actividades tan simples como beber determinado sabor de té, leer el diario de su preferencia, o dormir a horas tardías. El tipo de cosas con las que uno crece y, en nuestro mundo, se diría que son normales. Pero... ¿Qué ocurre cuando uno observa el movimiento en otras casas, de otras familias? No todos beben el mismo sabor de té (tal vez ni siquiera se acostumbra), en vez del periódico se lee el TvyNovelas y la gente duerme a la hora en la que las gallinas ponen. Uno se sorprende, sin embargo, estas extravagantes diferencias que abundan entre individuos, entre familias, entre ciudades y entre naciones son una de esas cosas deliciosas que nos permiten valorar (o desdeñar) los hábitos adquiridos desde la cuna.

Cuando la mudanza transportó mis cositas de una ciudad a otra comprendí que no sólo cambiarían mis afectos y espacios. Desde que abrí la lonchera en el recreo de mi primer día en quinto año supe que esa diferencia (lo que yo tenía por costumbre en mi nueva escuela era casi un hallazgo arqueológico) marcaría el nuevo sendero de mi vida. Aquí comprendí que las naranjas partidas por la mitad y disfrutadas con todo y cáscara era mal visto, que en Veracruz todo el mundo acostumbra café por la mañana, que para la gente disfrutar de un Carnaval es la cosa más normal del mundo y que ir al teatro es parte de la vida de esta ciudad, como ir al centro o a la escuela. Situaciones que distaban mucho de ser reales para mí.

Pero hay asuntos más particulares, más de cada familia, de cada persona. Los hábitos de mi familia son interesantes: siempre hay una televisión prendida, hacemos una sobremesa eterna, tomamos té caliente de una marca determinada desde hace más de 20 años y solemos tardarnos (todos, sin excepción) una eternidad en el baño. Esos quizá sean hábitos hechos costumbres que a algunos les parecerán aterradores, como para mi lo es ese pésimo, asqueroso y de mal gusto hecho de remojar el pan en una taza de café. Cuestión de hábitos, cuestión de costumbres, y cuestión quizá de malas mañas, pues aunque parezca redundante hay mañas quizá no tan malas como esta... ¿Así que, cuáles son las suyas?

jueves, 14 de septiembre de 2006

Yo también quiero Padrinos Mágicos

¿Alguien ha visto la caricatura de los Padrinos Mágicos? Es el sueño de todo niño, y también de todo adulto que aun no se ha resignado a dejar de ser niño. El asunto trata sobre un pequeño de gorra rosa, Timmy, hijo único cuyos padres un tanto despistados siempre están fuera de casa y por ello lo dejan a cargo de Vicky, la malvada niñera, una niña despiadada únicamente interesada en torturar al pequeño y hacerse millonaria con este oficio. Ante semejante tragedia, Timmy es recompensado por la vida con sus Padrinos Mágicos, una pareja de “hados” que le cumplen todo deseo, desde volverse popular en la escuela, tener cualquier clase de comida, entrar a los programas de televisión y tener toda clase de aventuras mágicas, las cuáles siempre terminan con una especie de simpática moraleja. ¿Pero, por qué mencionar a tan maravillosos personajes del mundo animado?

Es simple: Amo esta caricatura y hace poco traté de hacer un mágico ejercicio sobre lo que pudiera pedirle alguien como yo a un par de Padrinos Mágicos. El resultado es realmente lo que deseo compartir con ustedes.

En mi realidad pediría que no existiesen personajes tan inauditos como los terroristas o los políticos que ejercen el terrorismo detrás de un escritorio; pediría que exista la cordura y el sentido común para aquellos que contaminan, que odian, que perjudican su entorno con rencores y horror; pediría que el poder, la ambición y el sufrimiento fueran únicamente palabras dentro de un diccionario... ¡Sería increíble que con el meneo de una varita mágica todo esto desapareciera!

Después pensé en el hambre de los pueblos, de aquellos lugares donde comer es prácticamente un lujo, y así, cavilando ingresé a otros pensamientos más allá de los deseos... ¿Qué tan importante resulta todavía el poder soñar con un mundo mejor? ¿Existirá una manera “tangible” de alcanzar tales anhelos? ¿Creer en la magia es malo? Pero sobre todo... ¿No sería más fácil para la humanidad que nadie creciera, y así no tener que pedir la paz o el fin de la corrupción sino una gigantesca montaña de golosinas?

Retomo aquella frase de la columna anterior, citada por el filósofo Fox, donde le decía a una indígena que no saber leer la hacía más feliz pues no se enteraba de lo que pasaba más allá. Supongo que ocurre lo mismo al crecer, ese desencanto de saber que existe un mundo cargado de egoísmos, de resentimientos, de seriedad. Con esto no quiero decir que en la infancia uno no sabe o no comprende lo que ocurre, simplemente que todo sería más leve si conserváramos la esencia de los niños que lo mismo anhelan seriamente salvar al mundo que desenfadadamente una hamburguesa con leche malteada.

Sería muy justo que a todos, niños oprimidos y reprimidos por una sociedad que anula todo sentido del humor (algo mucho peor que una niñera loca), nos destinaran Padrinos Mágicos para pedirles por la gente, por la vida, y, porqué no, ¡vivir en una casa de chocolate y poderla comer sin remordimientos!


(Si no conocen la caricatura, aquí les dejo una pequeña muestra...Púchenle a la imagen o denle en el botón PLAY)


miércoles, 6 de septiembre de 2006

La niñera y el presidente

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¿Podría existir algo más tétrico en este mundo que la versión de dos horas de la terrible “Nana Fine” llevada al celuloide? Sí, existe. La niñera y el presidente no es sólo el título de este “célebre” largometraje, es también la idea que encierra ese algo que supera a todo churro palomero. Iré al punto.

Por asuntos fuera de toda explicación, estos días he cumplido a pie juntillas con mi reciente y flamante título mobiliario (preferiría ser un mueble) de Madrina de una niñita de 7 meses. Según parece, entre las múltiples comisiones que conlleva mi nombramiento está la de cuidar y apapachar a semejante miniejemplar del modelo humano que con la misma facilidad pasa de la risa al berrinche, y de la sequía al huracán, todo en un sólo pañal.

Pues ahí tienen a quién escribe: famosa entre las tropas por su destacada animadversión para con los infantes, afiliada al club de las brujas antiniños, desechó sus ideales frente a la joven Bambina, quien, poseedora de un par de dientes que muestra malévolamente al reír, se empeñó cierta tarde de verano en hacerle la vida de cuadritos azules a esta triste figura en la que, por su culpa, me convertí. Y es que la verdad esto de ser no sólo madrina, sino niñera, no es nada sencillo, y menos si se trata de una niñita del siglo XXI quien ha decidido que para mantenerla contenta es imperante tener música chunchaquera a la mano. ¡Eso es lo suyo! Ahora multipliquen 4 minutos de “Sopa de Caracol” en las casi 2 horas que pasamos juntas, sólo ella y yo, donde los intentos por mantenerla entretenida me llevaron a leerle un poco de Madame Bovary, a cantarle, bailarle, y hacerle todas esas caras y gestos que no vale la pena reproducir en descripción alguna... todo por una sonrisa. ¿Ahora imaginan mi terror?

Claro, el mundo real no perdona nada, y antes del horror cinematográfico existe esa circunstancia que vive la política mexicana. Cielo santo, cuánto folclor. Por salud he comprendido aquella cita poco afortunada de Vicente Fox al decirle a una mujer indígena que era más feliz sin saber leer, pues no tenía que preocuparse por lo que estaba más allá de su nariz. ¡Qué razón tuvo mi Chente! Así que, en un arrebato irresponsable pero saludable, decidí no ver el último informe de Gobierno y alejarme momentáneamente de toda noticia política sobre las elecciones, el Tribunal, los paros, los diputados, etc. Mientras los jitomates iban y venían, y el Mandatario hacía su visita de doctor a San Lázaro, esta reciente niñera vibraba con un partido de fútbol americano y con aquella banda de la Secundaria No. 5 que prepara sus maletas para participar en el Desfile de las Rosas. ¡Qué maravilla! Escuchar a esos niños interpretar el Huapango de Moncayo con todo y coreografía fue, a todas luces, mucho más gratificante que oír gritos y sombrerazos.

Así que ya comprenderán... ¿Existe algo peor que la película “La niñera y el Presidente”? ¡Si! ¡Ser niñera y ser Presidente! (Creo que nadie envidia ni a Fox ni a Calderón)

jueves, 17 de agosto de 2006

Otra clase de Cosmos

Cosmos... bonito


Hace algunas semanas hizo su arribo veraniego la ya famosa y tan esperada Feria del Libro en esta ciudad, contando con una sede imponente y majestuosa: el Colegio Preparatorio. Digo esto porque ahora que gozo de mis vacaciones recuerdo que aprovechando las ofertas y variedad de tal evento me hice de una considerable cantidad de libros que junto con otra considerable cantidad acumulada de las vacaciones pasadas suman una generosa multitud de historias que debo retomar ahora que tengo el tiempo y las ganas. Pero el punto real no es ese.

En la búsqueda incesante de los libros hacia mí (soy de la teoría de que un libro te encuentra, no tú a él), cierto título dio conmigo dejándome patidifusa. De no ser por mi sentido del ahorro (o codera, si así lo quieren) este raro y fascinante ejemplar tendría su lugar de oro en mi biblioteca particular. Lo primero que me impactó fue que una de las autoras fuera Julieta Fierro, una mujer de ciencia dedicada al Cosmos, que especifica en la introducción que se trata de “un texto que los adultos odiarán pero que no podrán dejar de leer”... Se trata de El libro de las Cochinadas. Una astrónoma multipremiada y su coautor, Juan Tonda, explican la parte “científica” de esas cosas que a todos nos pasan pero que nos da pena confesarle al mundo, con el sustento de que el organismo es una maquinaria perfecta, con acciones y reacciones.

Así que ya se imaginarán mi entero morbo ante aquella concurrencia que iba y venía, mientras hojeaba página por página este libro ilustrado (para explicar tales cosas se debe por fuerza ser gráfico) donde explican punto por punto los orígenes de reverberaciones tan humanas como un eructo o un pedo, fluidos vitales como el sudor o el orín y, por qué no, se mencionan a detalle algunas técnicas para deshacernos del molesto mocasín, y las historias engarzadas de la cera, la mugre, las lagañas y sobre todo, de los desechos orgánicos que gentilmente emigran por el escusado. Como ven, todo un ejemplar sobre las cosas que todos hacemos... sin excepción.

Siempre he pensado en los beneficios de ser desinhibido en estos temas. Mi familia es, digamos, un poco escatológica, y para terror de algunas tías cuando los hermanos se encuentran estos temas salen a colación más para hacerlas rabiar que para debatirlos en sí. Es algo de lo más sano, y ahora que tengo en casa a la pequeña Gaby, mi sobrina que apenas si alcanza los 6 meses de edad, me pregunto por qué todo mundo le festeja cuando acaba de comer y su mamá le saca “el airesito” exitosamente, o por qué todos se ríen si la parte posterior de su pañal se confunde con el vibrador del celular (¡con todo y su propio tono... y olor!); pero cuando uno de adulto lo produce se hace acreedor a una cantidad de improperios exorbitantes.

Pero la verdad, hablar de ello es tratar sobre otra clase de Cosmos, con sus asteroides, sus cometas, sus explosiones y sus finales felices ¿O acaso no cada vez que nos deshacemos de algo ocurre un final feliz?

jueves, 10 de agosto de 2006

Por amor a ti

México

México es un país maravilloso, diverso, lleno de riqueza, de cultura, de sabores, de colores, de historia, de modernidad, de contrastes. Y como en todos los cuentos de hadas, siempre existe una bruja perversa que atenta contra la magia de aquel lugar no muy lejano en el que habitamos cientos, miles, millones de personas unidas por un lazo invisible pero inocultable: la mexicanidad.

A veces siento envidia de todos aquellos oriundos de un lugar al que aman y defienden contra viento y marea. Aquellos que escuchan el Huapango y se sienten como en casa, aquellos quienes hablan de Alto Lucero con la misma pasión con la que escriben frases célebres... Yo no soy de esa especie. Siempre he sentido que soy una mezcla tan rara que prefiero decir que soy, simplemente, hija de la Nación. Soy una chilanga sin ejercer, pues el Distrito Federal vio las primeras luces de mi mañana aunque sólo haya sido eso (días después la familia regresó a Morelia). Tras haber sido registrada en el estado de Hidalgo, a los dos años llegamos con nuestras chivas a la ciudad de Oaxaca, y años después las raíces familiares comenzaron a extenderse en estos parajes jarochos.

Hoy, a mis 27 años, mi corazón está colmado de buenos recuerdos de todos estos lugares. Pero hoy, también, mi corazón está repleto de impotencia al ver cómo México, mi ciudad natal, y Oaxaca, la ciudad de mi infancia, se encuentran sitiadas, secuestradas. La política es algo con lo que se debe lidiar, pero con toda sinceridad prefiero abstenerme del tema. Sé bien que mi México, al ser tan basto y diverso, también tiene sus luces y sus sombras, sus injusticias y sus luchas cotidianas... Pero no podemos seguir así.

Leer las noticias es añorar cada vez más el pasado; es leer que los maestros confabulan en la fuente de las Siete Regiones, que antes solía ser un paseo tranquilo, con una fabulosa neveria enfrente; que aquel centro donde mi familia solía escuchar a la Banda del Estado domingo con domingo se encuentra hoy pletórica de basura, de inseguridad, de tristeza; saber que la gente tiene miedo ante un asunto viejo, muy viejo, tan viejo como la guerra o el sabio uso de la razón. El Distrito Federal, mi raíz, la rama materna del árbol genealógico vive una situación emocionalmente tan trágica como la de Oaxaca. Si bien no es la misma clase de pobreza, existe un espíritu belicoso que no sólo maltrata las calles que tanta historia le cuenta al pueblo día con día...

Tal vez no soy la única que en su vida ha tenido que ir de un lugar a otro. Nosotros podremos envidiar el amor a un terruño, pero nuestra condición gitana nos da un sentido especial de amor a la patria. A nombre de todos los que apasionados de su tierra, a nombre de los que la conocemos de otra forma, desde lo más secreto, pido que el recuerdo feliz no se empañe, que la prudencia quepa en alguna de las partes, que la injusticia se equilibre, que el poder se mida, pero sobre todo, que la pobreza de amor a los demás termine... Por el bien de todos.

viernes, 28 de julio de 2006

Reflexiones en la fila del super

*COLUMNA PUBLICADA EL VIERNES 28 DE JULIO

Cuando uno se forma en una multitudinaria fila tiene dos opciones: a) maldecir al que inventó esa manera lenta y democrática de obtener un turno para hacer “algo” mientras pasa todo ese tiempo perdido; o b) observar, curiosear y si es preciso viborear al de enfrente, y al otro, y a toda la parte de atrás (en un hábil y discreto movimiento), y dejar que la imaginación vuele tratando de imaginar los miles de motivos que pueden llevar a una persona para estar en ese lugar, en ese momento y en esa fila.

Dependiendo del clima, de lo que haya pasado en la novela de anoche, de la posición de la luna y de mi frágil estado de humor, cada vez que hago cola no decido cuál de las dos opciones me parece la más sensata porque yo paso de la a a la b (y viceversa) con la misma facilidad con la que AMLO convoca asambleas. Así pues, y en esos ánimos, uno encuentra cualquier cantidad de pequeñas historias en esos puntos en común.

Cierto día de ocio merodeando en los pasillos del súper, caí presa de la oscura tentación de adquirir una hermosa faldita a un precio regalado y me sumé a la amplia fila de mujeres que esperaban su turno en el probador. Frente a mi se encontraba una mujer o muy vanidosa o muy urgida de prendas íntimas, pues estaba por probarse como 10 brasieres de todas copas y colores, y mientras papaloteaba, dos niñas a su lado sostenían un debate propio de todo par de hermanas. La mayor, harta de la pequeña, la reprimía por agarrar la compra mientras ésta, arriba del carrito, se concentraba en arremedarla. Que si le decía “¡Cállate!”, la otra lo imitaba y aquello era el cuento de nunca acabar. Cuando la pequeña sintió que tenía una observadora puntual de su show, volteó a verme, me dirigió una de esas pícaras sonrisas que sólo las hermanas menores pueden emitir al saberse ganadora de la batalla, y prosiguió con lo suyo. Mi memoria voló.

Colocarse al final de la lista de hermanos es un privilegio que de niño se disfruta horrores. En las peleas uno termina ganando, exasperando al rival a tal punto que los padres los regañan a ellos mientras uno observa la escena con semblante paciente e inocente. Los menores, como los clientes, siempre tenemos la razón. Los mayores son experimento, los chicos experiencia. Sin embargo al crecer, los menores vemos cómo los grandes se van, se casan y hacen sus vidas mientras uno, sin paciencia ni inocencia, anhela el día de emprender el mismo vuelo.

Del súper volé al pasado inmediato, cuando mi hermana y yo compartimos el micrófono en plena fiesta kareoke para entonar juntas un himno de nuestros ayeres. De la niña que arremedaba a la mayor me encontré cantando, maquillada y de tacones, con mi única (y mejor) compañía de la niñez. La miré cantar y sin querer, le esbocé la misma sonrisa pícara de la niña del súper, no por la batalla ganada, más bien, por sentir la tácita tregua de amor que entre estrofa y estrofa, quedó sellada por los años entre mi hermana mayor y yo.


Nenitas

jueves, 20 de julio de 2006

No sé que tiene tu voz...

Celia Cruz comparó en una canción la voz del ser amado con un susurro de palmas, con un cristalino torrente, con un ceñir de campanas al morir la tarde, y con un gemir de violines en la madrugada. Eso, damas y caballeros, es estar enamorado y nada más, porque cuando uno flota en esa nube de romance celestial todo lo que provenga de la otra persona nos parece maravilloso, y su voz, por supuesto, nos derrite cual cubito de hielo al sol en cada “te quiero” y “te amo”. Pero a menos que se esté profundamente enamorado o sea uno absolutamente fijado, poco notamos que la gran mayoría de nosotros poseemos voz, y con ella, toda una fuente de posibilidades para asegurar nuestro éxito en la vida.

Hace poco vi un programa de televisión dedicado a este tema. En él dialogaron una actriz, una cantante, una profesional del doblaje y varios maestros de canto, y aquello fue una enorme lección sobre la importancia de la respiración, de la modulación, y sobre todo, del autoconocimiento de esta maravillosa arma que no sólo sirve para cantar, es simplemente una de las tantas claves que indican qué tipo de persona somos, qué queremos expresar y cómo lo queremos comunicar. Una de ellas decía, por ejemplo, el efecto que provoca cuando sus alumnos hacen una grabación y se escuchan por primera vez: ¡Siempre salen horrorizados y muertos de pena! Hagan la prueba y verán. Por lo general siempre nos aterra escucharnos en un par de bocinas, porque, como bien decía otro panelista, estamos acostumbrados a escuchar el exterior, pero jamás notamos cómo sale nuestra voz o cómo la perciben los demás.

Piénsenlo así. Las hot-lines no tendrían tanto éxito si las chicas (que tras el teléfono no se sabe si son las bellezas que prometen) no ejercitaran la voz a un modo tan sensual que las vuelve irresistibles. La Nana Fine no sería tan odiosa para la gran mayoría del público si su voz gangosa hubiera resultado “como todas”, y quizá no nos enamoraríamos tan seguido de los locutores de radio que, al conocerlos en persona, resultan una decepción. ¿O imaginan qué hubiera sido de la Sirenita si en lugar de voz la Bruja del Mar le hubiera quitado una mano?

Aplicado a la vida cotidiana es importante y muy poco valorado el buen empleo de nuestra voz. Para una cita de trabajo, lo primero que te recomiendan es que no te muestres nervioso, aunque para ello también hay que controlarnos al hablar; para contarle un cuento a un niño, no hay darle toda una gama de voces y hacerle sentir que su imaginación puede volar; cuando escuchamos a alguien, que tiene la voz grave, o chillona, o enérgica, o suave podemos saber de golpe su carácter (y hasta su vida); para dar una orden, para dar ternura o hasta para disfrutar ese secreto placer de cantar bajo la regadera.

Y es que es tan mágico conocer esta parte de nosotros tan evidente y tan expuesta, que si aprendemos a escuchar lo que somos, tal vez nos sorprendamos gratamente y, tal vez, hasta aprendamos a querernos solo un poquito más.

Hasta Colombia con amor...

viernes, 7 de julio de 2006

Mátenme porque me muero

Después de haber sobrevivido –con mediano éxito- al revuelo acontecido los últimos días, puedo decir que lo que venga en el futuro será liviano cual hoja al viento. Vayamos en orden.

La semana pasada mi padre me leyó la columna de una mente en extremo imaginativa que describía un oscuro panorama en caso de que México le hubiera ganado a la oncena argentina, notable heredera de la casta Lamarque entre visibles dramas y lagrimones. Aquella cadena de sucesos pintaba tan terrible que al final Martita acabaría saboteando las elecciones y todos los pibes de Televisa saldrían del país huyendo de la famosa 33. Entre risas y chascarrillos, el autor trató, como muchos otros mexicas, de sanar las heridas y mitigar el dolor ante la honra perdida tras un gol más plagado de buena estrella que de técnica futbolística. La resaca fatal aun estaba por llegar.

El asunto electoral también tuvo con los pelos de punta a más de cinco mexicanos. Ese vaivén de sarcasmos, declaraciones, y hasta los valerosos chispazos de humor involuntario llegaron al límite de mi paciencia cuando mi calle se vio tapizada de fotos de cierta candidata que a sólo 4 días de su elección dejó mi barrio como si fuera kermesse, ¡y hasta tuvo el valor de venir a cerrar campaña aquí! Estuve a nada de salir empiyamada y con escoba en mano para correr a toda la masa que con su relajito aplazaron mi sueño, aunque pudo más mi poca pero significativa decencia. No, el que acabaran unos días antes del 2 de julio no curó a nadie del daño cerebral que sería conveniente cobrar a los partidos políticos tras su oleada de basura y porquería (literal).

Cuando creí que nada podía ir peor, mi adorado Toto, mi perro consentido, mi gallo más sano, enfermóse tristemente con una tremebunda infección en su piel. “¡Castigo de Dios!” grité horrorizada al ver el daño que se había hecho tras rascarse sin parar, y con todo el dolor de mi corazón salí de la veterinaria en medio de una horda de risas anónimas que deprimieron a mi mascota al exhibir su, digamos, nuevo look. ¿Alguien recuerda el logo de Pixar, esa lamparita juguetona que salta feliz por la pantalla del cine? Pues así se ve mi animalito, con un cucurucho terrible que le frustra la picazón y por un día lo mantuvo más deprimido que los alemanes al perder contra los azurros. Para rematar mi tragedia del día, un grupo de niñas (en espíritu) tuvimos la primera reunión oficial del club de seguidoras de Candy Candy, y entre carne polaca, ensalada de atún, salchichas y postre sufrimos hasta las lágrimas cuando la protagonista se separa del guapísimo Terry. Corazones juveniles brotaron por los aires, latiendo con fuerza por una caricatura celestial.

Entonces amanece uno y resulta que el PREP "ya no es confiable", que Brasil decepcionó al mundo, que el doctor Simi debe estar ahogado en sus medicinas, que mis lentes rotos aun no están reparados y que perdí 10 pesos que de modo increíble se cayeron en una coladera. La semana sin duda no pudo ser peor.

jueves, 29 de junio de 2006

El juego de la fe

En mi puntual seguimiento a la Copa del Mundo y a las pasiones que ésta genera he aprendido lecciones sobre hermandad, sobre coraje, sobre pasiones, sobre dolores, y especialmente, sobre fe.

Los partidos jugados por la oncena mexicana uniformaron a todo rincón donde hubiera un paisano ilusionado. ¿Sabían ustedes que el México-Irán fue el evento con más audiencia de todos los tiempos en la televisión estadounidense de habla hispana? Es fácil imaginarlo cuando se aprecian las calles vacías, los changarros cerrados, el silencio sepulcral donde sólo se escucha la narración de las jugadas, la gente reunida frente al radio, ante la tele... Suspiros, rezos, mentadas, hasta que el gol es coreado en toda clase de tonos, de ímpetus y sentimientos. Son noventa minutos catárticos, y, después de ellos, la frialdad, el desánimo, el síndrome del estratega, el "te lo dije", el ansia por racionalizar el deporte, y en resumidas cuentas, la cruda realidad. Sin embargo, no faltó nunca un despistado que a la menor provocación sacudía su bandera y se entregaba al arrebato de un festejo a la nada. Así somos los mexicanos, nos gusta celebrar aunque no tengamos un pretexto aparente, y creo que de eso se trata este asunto de la fe: vibrar de felicidad por el simple hecho de estar vivos.

El resultado emotivo tras la actuación nacional fue en crescendo y ya para cuando jugadores y afición lloraban ante la maldición del "ya merito" (que según los que saben le va más a Holanda que a México), mi corazón se desbordaba de pasiones encontradas, aunque siempre con el freno racional debido a ese inexistente legado hincha que se disparó en mi padre tras cada silbatazo final: "Son pésimos", "Es una mafia", "Siempre se quedan igual", "No van a ganar", etc. Ahí es a donde va mi punto sobre la fe.

No es un secreto para nadie que los medios son fuente generadora de exageraciones desmedidas. Lo mismo nos venden fórmulas para deshacernos de las estrías que nos arrojan la idea de un Campeonato. Pero... es tan fácil creer.... Ante la escasez de figuras, ante la miseria del poder, es tan fácil y necesario creer que algo mágico pasará, que algo fabuloso puede ocurrirle a ese individuo con una historia desgarradora que ahora yace en la cacha llorando la derrota en algún continente lejano... es el creer que es posible que si le pasa a él me pasará a mí.

Los racionales dicen que hay que poner freno a esas emociones, que hay que actuar en vez de idolatrar, pero creo que también es necesario y muy saludable, permitirnos esa dulce sensación de depositar nuestras ilusiones en lo imprevisto, en lo inexplicable, en aquello que nos provoque entregarnos y aferrarnos sin miedo, pase lo que pase...

Después de los partidos de México aprendí que pese a todo, lo más importante no es querer tener fe en algo, sea lo que sea, sino tenerla y hacerla a prueba de balas, de nervios y de mentes racionales que seguramente en otros terrenos de sus vidas llevarán esa misma pasión hasta sus propios límites.

jueves, 22 de junio de 2006

Diario íntimo de una pambolera

Reportes de un experimento pambolero a inicios del Mundial Alemania 2006.

1.- Calentamiento

Para cumplir puntualmente con mis fines periodísticos recibí muchos estímulos del entorno, y en aras de una concentración adecuada, el amor de mis amores se apuntó cual señor Volpe (así lo dijo el señor Fox) a prepararme física, mental y emocionalmente para esta contienda. Así pues, una semana antes de comenzar el Mundial, el reto consistió en recorrer todas y cada una de las tiendas deportivas de esta capital (y sus alrededores) con el objetivo de conseguir el uniforme de rigor. Para ser sincera, consideré el hecho de que esta tarea resultaría una más que una proeza una locura, pues con tal efervescencia desbordada hacia la Selección mexica, la idea de dar con una remera original a estas alturas del partido no apuntaba hacia un resultado positivo; sin embargo, el estratega de este reto vio en tal peregrinar de cinco días la manera adecuada de alcanzar mi desarrollo físico de calentamiento, eliminando de manera contundente la versión de un caprichoso acto de aficionado.

Nota: Como suelen ser las compras arrebatadas, luego de caminar como en procesión hacia la Villa, conseguimos el uniforme deseado en la primer tienda del primer lugar al que acudimos el primer día. Mis pies quedaron como tamales oaxaqueños, pero al menos, sudé unas cuantas gotas. Prueba superada.

2.- Silbatazo Inicial

Tras el calentamiento consideré que mi condición se perfilaba en óptimas condiciones, reforzada con algunas jornadas previas de Protagonistas en vivo así como con documentales del NatGeo y el History Channel, a tal grado que en mis charlas laborales, cuando mi jefa me pregunta por los partidos contendientes en estas elecciones, yo le contesto sin chistar "Alemania – Costa Rica… ¡y ya va a empezar!".

A estas alturas mi DT, con permitido cigarro en mano y estimulando el saber, tuvo a bien prestarme una amplia colección de revistas especializadas que me llevaron desde Urugay 1930 hasta las sedes mundialistas del 2006 en lugares tan lejanos y gramaticalmente tan complejos como Gelsenkirchen o Kaiserslautern. Poco después comprendí, de la mano de Juan Villoro, que Dios es Redondo, y que la prueba de ello está en semejante texto que hasta ahora ha desenterrado mis más recónditas emociones pamboleras, puestas de manifiesto tras la primera ronda de partidos mexicanos que arrojan un saldo de más de 15 uñas comidas, algunas calorías adquiridas por tanta pizza, sublimes cánticos aprendidos contra el rival y un pobre inocente desgreñado. Pero esa es otra historia.

La conclusión de estos primeros apuntes se resume en la publicitada expresión "El fútbol nos une", pues ni en mis más remotas pesadillas hubiera sospechado compartir gritos, goles, charlas y hasta manifestaciones algarábicas con ciertos distinguidos elementos de mi entorno laboral. Bendita sea la vida, éstos milagritos suceden sólo por un mes y cada cuatro años. Seguiré informando.

jueves, 15 de junio de 2006

Un ser tan común

Pochaca al Mundial

Antes de exponer mi punto debo disculparme ante el incauto lector por tener en “Los Simpsons” una fuente inagotable de analogías que empleo a destajo para efectos de contexto. Así pues, me remito al capítulo donde la joven Lisa, nerd de aventajados coeficiente y conciencia social (características que por su edad la destacan de entre la amarilla mayoría), se topa con una niña un año menor que ella, de tal inteligencia que llega a su salón porque en el grado anterior se aburría mucho, apasionada del saxofón y ganadora de múltiples trofeos en concursos de conocimiento y música. Lisa, ofuscada por tener en aquella niñita una rival que la despojaba de su título como la única de su entorno, se acerca a Marge y sacudiéndose el brazo con tirria, le dice “¡Por primera vez me siento tan común!”.

De cierta forma me identifico con Lisa. Una buena parte de mi vida la he dedicado a sentirme diferente del resto (eso trato), aspirando destacar por características que me definan como única e irrepetible. Sin embargo también he dedicado mis infinitos ratos de ocio y reflexión en tratar de sentirme parte de algo, de un grupo, de un mundo. Cosa extraña esto de ser humano: una dualidad entre el ser individuo y el ser colectivo. Así, me he esforzado por pertenecer al sector de la mujer actual, profesionista y emocional, amiga de los animales, enemiga de los niños, y últimamente fría calculadora de las calorías digeridas. Sin embargo hoy, por mera convicción, debo confesar que en pleno ejercicio de mi profesión, he decidido ser mi propio objeto de estudio al unirme a las filas de una mayoría que me vuelve tan común como una gran parte de la humanidad: He decidido sumarme a las masas ondeantes que vuelcan sus emociones en un Mundial de Fútbol.

Por mis venas no corre la mínima tradición futbolera, pero he tendido la suerte de contar entre mis romances del momento con ejemplares vivientes del Esto o el Fútbol Total. Aunque la primera justa mundialista de mi vida sucedió en 1982, fue en México 86 cuando al lado de mi hermana y vecinos, disfruté más de la mercadotecnia de Pique y la Ola que del juego en sí. A mis 7 años, le echaba porras a Manuel Negrete sin tener la más remota idea de quién rayos era él. Para Italia 1990 estaba más ocupada desempacar mis maletas tras una larga mudanza que en ver a extraños corriendo tras un balón. Sin embargo para el 94 saqué provecho de mis hormonales inquietudes juveniles para tener en el galán en turno, una guía que por vez primera me explicara jugadas remotamente comprensibles como un fuera de lugar o un juego peligroso (hormona mata lógica); del 98 ni me acuerdo, y desde el 2002 para acá tengo en el amor de mis amores al hincha que orienta mi senda hacia el furor total por el balompié.

Con semejante pasado y ante un prometedor futuro, llego casi en blanco a este experimento que reportaré en las siguientes entregas sobre cómo, por un mes, me transformo por mera convicción en un ser demasiado común.


jueves, 8 de junio de 2006

Mi abuelita contraataca

Imaginen por favor la escena: el mesero nos lleva las cartas y la charola de totopos al amor de mis amores y a mí, (quienes ipso facto atacamos las crujientes botanas), mientras el muchachín, tras el sonrojo, se retira de nuestra mesa muerto de la risa por la gloriosa discusión que sosteníamos entre totopo y totopo. Mi adorado galán, en un acto arrebatado, apoya el linchamiento masivo de aquel extraño enemigo que osó profanar con sus plantas el ego femenino nacional, y yo monto el cólera por la ofuscación que causó un absurdo comentario sobre los bigotes que todas tenemos.

La verdad me negaba mencionar el tema de las feas y los bigotes por mera ética profesional, pero después de lo que mis oídos han tenido que soportar no puedo más que emplear este medio para quejarme amarga y profundamente. Si me pareció exagerado ver a Brozo arrinconar a René Bejarano exigiendo explicaciones sobre ligas y dineros, me pareció doblemente ridículo ver a Andrea Legarreta y Paty Chapoy luciendo bigotes o rompiendo fotos al aire como si el italiano en cuestión hubiera matado a todas las mujeres de Ciudad Juárez en un mes. No es posible que una sociedad tan auto racista ahora se sienta ofendida por una declaración que no merecía la menor importancia.

No es sólo de mal gusto, es una doble moral que no me explico y, al paso que voy, no lo haré nunca. Sobre todo porque este infortunado sujeto, que si bien estoy de acuerdo en que es un malagradecido de 5 neuronas, dijo una gran verdad: Todas somos bigotonas. Y una hace tanto por luchar contra el vello facial que en vez de indignarnos deberíamos aprovechar esta oportunidad para que el sexo masculino aprecie los esfuerzos cotidianos que representan someternos a la tortura de una pinza, de una crema depiladora, de la cera caliente o, ya en casos extremos, del agua jabonosa y el rastrillo. ¡Y sucede hasta en las mejores familias, a toda edad y en cualquier momento!

Mi abuelita por ejemplo, era una mujer con una cara envidiable. A sus 83 años, murió con un cutis de envidia, sin arrugas y la nariz respingada. Pero con los años su vello facial fue su perdición, a mis ojos claro, porque a ella parecía no importarle. Para mí era un asunto desesperado darle un beso y sentir aquel picor proveniente de barba y bigote. Por más que le insistía en meterle la pinza, ella, estoica, defendía lo suyo como una fiera. Así pues planeé cientos de artimañas para sorprenderla en plena siesta y acabar con el odiado enemigo facial, pero desafortunadamente mi abuela murió con su cara impecable y sus 40 pelos repartidos.


Imagino ahora al pobre Tiziano, tristeando por alguna esquina azzurra, pateando un botesito en pleno acto de melancolía por el México que no volverá a pisar gracias a los increíblemente indignados medios de comunicación, mientras en la noche el espíritu de mi abuelita, escondido, aguarda su sueño para jalarle las patas en defensa de todas aquellas mexicanas orgullosas de sus pelos.


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jueves, 1 de junio de 2006

Lengua viperina

Me contaba mi queridísima amiga la Sailor de una anécdota que llegó a sus oídos sobre los beneficios de índole creativa que representa el arte de sacar la lengua. Sí, la lengua. Al parecer cuando uno se enfrenta a una tarea que requiere una buena dosis de inventiva no hay como flexionar las rodillas, relajar el cuerpo y sacar la lengua para que toda una avalancha de ideas lo envuelva a uno de sopetón. Curiosa como soy, mientras escribo para ustedes pongo en práctica este ejercicio que tal vez por sugestión o por eficacia comienza a convencerme en medio de una inminente sequía neuronal. Este principio también aplica a los bebés que, como mi joven sobrina La Bambina, sacan la lengua todo el tiempo, ya que tienen en esta práctica inconciente otro vehículo para conocer y percibir el mundo en el que se estrenan..

Por supuesto que hay algunas teorías que respaldan semejantes disparates, y para muestra el botón que uno de los locos más locos de este mundo, Albert Einstein, legó a la humanidad en una foto inolvidable donde al parecer no sólo fue por irreverencia que le mostró elegantemente la lengua al paparazzo que lo seguía a sol y sombra. Según se sabe, Einstein realizó estudios sobre este acto tan natural cuando descubrió que al practicarlo su nivel de concentración se elevaba.

Y es que la lengua es un órgano ondulante que alberga no sólo nuestra capacidad de degustar, también está la del placer (imposible hablar de pasión sin su necesaria presencia); la de manifestar sentimientos (si un niño te enseña la lengua definitivamente estás en problemas); la del juego (¿nunca han hecho lengua de taquito?); la musical (cuantos ruidos no salen por ahí) y por qué no, la de la rebeldía (el acto más solemne puede perder toda seriedad si alguien muestra la lengua de manera pícara). Y, por supuesto, la lengua es la representación más clara de la comunicación.

Dice el cubano Rubén Ríos Ávila en su texto El arte de sacar la lengua: “Una de las amenazas más inquietantes del que saca la lengua es esa súbita exhibición del órgano que nos permite hablar, el órgano que en español significa tanto el instrumento material que usamos para comunicarnos como el modo más supuestamente operativo del lenguaje, el que se subdivide babélicamente en la multiplicidad proliferante de las lenguas”.

También sirve para adjetivar: Si eres muy rollero puedes resultar bien lengua; si eres chismoso, eres un lengua larga y si tu chisme es de fuente dudosa entonces lo dicen las malas lenguas. Cuestión de enfoques.

Al escribir esta columna pasaron por mi mente los Rolling Stones, Gene Simmons (integrante de KISS), los trofeos MTV LA, la perrita Joya y hasta mi archiodiado enemigo Michael Jordan, que sacaba la lengua cada que hacia un enceste de ensueño. Todos ellos, lenguas de fuera, expresan con ello no sólo su creatividad, sino su singular manera de percibir su entorno... ¿O acaso los imaginan sin ese gesto? Yo, lengua de fuera, tajantemente creo que no.

jueves, 18 de mayo de 2006

Terrible serenata reciclada

En la fresca y perfumada mañanita de tu santo, recibe mi bien amada la dulzura de mi canto... Encontrarás en tu reja, un fresco ramo de flores, que mi corazón te deja, chinito de mis amores...”


Hoy, incautos y queridísimos lectores, tengo la misión de informarles una impactante noticia: El ídolo de Guamúchil no ha muerto. No, no se trata de ir contra Memo Ríos y su famosísimo rap que aseguraba “Pedro Infante ¡murió!”. Ésta es una aseveración que ni la Paca pudo haber declarado con tal firmeza cuando la pusieron a buscar osamentas sospechosas. Aclaro que no pertenezco a ningún club de fans y tampoco estoy afiliada a ningún partido político (que a estas alturas lo hacen todo para jalar electorado, hasta resucitar a los difuntitos); soy, simple y sencillamente, un mortal que más de una vez al año, justo a las 12 de la noche, siente más vivo que nunca el espíritu de Pepe el Toro que le canta al oído (y al de los demás presentes): “... ya los pajaritos cantan la luna ya se metió”.

Mi familia tiene por tradición cantar las mañanitas justo cuando el día importante comienza. Eso no me parece nada antinatural. Desafortunadamente desde hace más de 15 años, y aun contando con una gran variedad de versiones que van desde Las Ardillitas hasta Parchis, mis padres decidieron hacer oficial la versión del ídolo mexicano en un disco que es, según dicen, una serenata desde el track 1 hasta el 20. Y adivinen: la pieza en cuestión es la número 2. Así que haciendo cuentas, en promedio escuchamos ese CD 6 veces al año, multiplicado por los 15 desde que esta joya musical fue adquirida, más los anexos que nunca faltan, dan un promedio de haberla escuchado algo así como una centena de veces. Cuando escucho los acordes del mariachi, e intuyo que esa frasecita de “En la fresca perfumada mañanita...” se acerca, mi asqueado espíritu (y hasta los bigotes) tiemblan del horror

Mi hermana comparte de igual manera esta extraña fijación que mis padres, en un acto incomprensible, disfrutan con radiante algarabía. Y hoy sale al tema porque estas fechas son precisamente el blanco más fácil para ese 2X1 ATM, que bien pudo haber sido sólo 1 de no ser por un sabio doctorcito que mandó a su casa a una parturienta cuando ésta expresó sus deseos de que sus hijas celebraran en la misma fecha. “¡Señora, no la amuele! ¡Permítales que tengan cada una su propio día!”. Y así fue. Es por eso que Sandra, dos años mayor que yo, escucha su serenata cada 16 de mayo mientras yo debo esperar 48 horas para merecer tal deferencia.

Así que hoy, si el sereno de la esquina me quisiera hacer favor, apagaré las 27 linternitas del pastel para conmemorar mi diablo (evento más esperado que la navidad o el año nuevo), sospechando que grandes cosas sucederán en esta época, como que habrá campeón mundial de futbol y Los Pinos tendrá nuevos inquilinos; mientras tanto, mi vida aguarda por muchas más emociones de las que puedo imaginar... después de Pedro Infante cantándome al oído.

jueves, 4 de mayo de 2006

¿Cómo me metí a este tema?

Este 1 de mayo mis intenciones para solidarizarme con las manifestaciones en Estados Unidos se cayeron a pedazos cuando, haciendo cuentas, comprendí el concepto Globalización. Para mí, que fue un día laboral común y corriente, decirle no a los productos norteamericanos me hubiera significado no ponerme shampoo, crema, desodorante, y maquillaje (traducido en llegar oliendo a chivo); también me hubiera restado productividad sin usar la computadora y las máquinas que del diario se utilizan en el changarro, (gringas en buena parte), y por último, me hubiera quedado en prisas sin mi útil vehículo diario que es de popular marca estadounidense. Así que mis intentos por boicotear todo aquello de procedencia gabacha se limitó en estar atenta de lo que acontecía y nada más.

Cuando comenzó este "boom" sobre el tema migratorio jamás sospeché siquiera lo cerca que me iba a tocar vivirlo. Fue desde que un par de primos míos se aventuraron a sumarse a las fuerzas mexicanas radicadas del otro lado, y desde que como parte de mi exilio voluntario fui testigo de su forma de vida, de su realidad, de lo cerca y lo lejos que en están de México y de la vida misma de los indocumentados que emigran sin preparación ni estudios, que me pareció que tenía elementos válidos para sentirme parte de todo este fenómeno social. Pero por causas insospechadas, mis requerimientos laborales demandaron en mí la paciencia y la capacidad de escucha para ser parte no sólo de mi propia historia familiar, sino de montones de ellas que día con día suceden en los hogares mexicanos.

La de mis familiares es una historia de tantas, con sus semejanzas y particularidades. Las causas de su fuga son como las de muchos: alternativas laborales, mejor calidad de vida y estabilidad emocional en un entorno nuevo y diferente. Así pues, tras empezar de cero pese a sus títulos profesionales, poco a poco han escalando progresos muy merecidos. Mis amadísimos primos, si bien no padecieron el viacrucis del desierto, han enfrentado obstáculos que tristemente surgen desde su misma raza: Envidias, celos, soledad y la irritabilidad del entorno; un autoracismo entre los propios mexicanos que, en lugar de tenderse la mano, se encierran más en su mundo.

Y es que llegar a parajes gringos es ver una maqueta de ensueño: todo está limpio, en su lugar, todos cumpliendo las leyes de tránsito, todo en orden, con seguridad. Es muy fácil deslumbrarse ante la tierra prometida en donde se inculca el valor del deporte, de la ecología, y donde pagar impuestos se refleja en cada uno de los complejos como bibliotecas o parques a los que uno puede accesar. Pero ¿a qué precio? En mi última visita, estuve tentada mil veces a preguntarle a mis primos si ha valido la pena tanto sacrificio de su parte. Cuando los miré felices, unidos, con sus hijos sanos y con un futuro por delante, simplemente me quedé callada y comprendí que la felicidad no es un trámite geográfico, es simplemente, donde está el amor.

jueves, 27 de abril de 2006

Dannasaurus

El domingo pasado el amor de mis amores y yo gozamos locamente nuestra visita a la exposición Jurásica, observando réplicas de vestigios de los dinosaurios, aprendiendo sobre los efectos del meteoro que acabó con toda forma de vida, y yo, a la par de aquel disfrute, trataba de comprender la maravilla de la vida, ésa que existe desde hace millones de años. La vida es un milagro tan grande, que por lo mismo uno se siente muy pequeño ante la Naturaleza, ante el infinito Universo. Pero no se necesita ir a un museo a ver un Tiranosaurio Rex para admirarse ante tal magnificencia; basta ser testigo del andar y crecimiento de una niña de año y medio durante una semana.

Danna, mi sobrina, no es precisamente un peligro del mundo Jurásico, pero el hechizo que provocó en ella la convivencia con mi par de cockers la transformó en un peligro de rizada cabellera cuyas únicas palabras desde que amanecía hasta que anochecía eran Gua Gua. Este pequeño milagro llegó solo detrás del temblor.
Su antecedente inmediato es su mala fama de berrinchuda sin freno. Hace meses, de visita a su casa, tras todas las expectativas de su mal carácter y mi animadversión hacia los infantes, hicimos, extrañamente, excelentes migas cuando en sus pequeños intentos por caminar me tomaba de la mano y sonreía conmigo.

Ahora Danna, de año y medio, llegó con su equipaje, su mamá y su hermanita en ciernes. Sus progresos con el lenguaje arrojan expresiones como ¡Ah!, denominación aplicada a prácticamente todo y ¡ñooo mamáaa!, empleada ante sus dramáticas negativas de comer, dormir, bañarse o separarse de la casa de perro. Ahora Danna corre desafiando a su estorboso pañalazo, espanta lo mismo con un "Bu" sonoro o con su melena de recién levantada, balancea su cuerpecito con la sola mención de Barney, y baila en la cocina ante la menor provocación de acordes movidos. En su estancia en esta casa pasó del miedo al amor para con los perros, a quienes gustaba admirar hasta el momento en el que acarició sus cabecitas y estos respondieron con salvajes y amorosos lengüetazos. También superó sin exabruptos el fraude de su DVD de Dora la Exploradora (el primero le salió de Topo Gigio y el segundo simplemente nunca se vio). Pero su mayor logro fue, sin duda, el ganarse el corazón de toda su escéptica parentela.

En lo personal, ese inexplicable encanto que surgió hace meses entre ella y yo simplemente floreció de nuevo. Desde que llegó me tomó de la mano y me sonrió cuantas veces pudo hacerlo. Me puso a correr, a jugar a la comidita, a perseguir a los perros y a tocar a la tortuga, todo a su ritmo. Si bien pensé que el holocausto o el meteorito destructor llegaban a casa disfrazados de Danna Paola, me equivoqué atrozmente. Ella llegó a invadirnos de felicidad, a hacernos comprender que el milagro de la vida existe en cada pequeño ser que va en crecimiento... llegó, simple y sencillamente, a encajar en esta amorosa familia a la cuál pertenece desde antes de haber nacido, con todo y sus Gua guas...

miércoles, 19 de abril de 2006

El temblor que no fue

Viernes, 7 pm. Todo parecía una noche tranquila de viernes Santo. El atardecer acaecía, las estrellas se encendían, los grillos preparaban sus más finos cantos. De pronto, conmoción total en el silencio de mi violeta morada. Una sacudida de cama me puso de rebote en contacto con la realidad, irrumpiendo en mi insipiente siesta vespertina y dejando a mi corazoncito retumbando como al ritmo de reguetón. Mi primer sospecha amodorrada incluyó a alguna de mis abuelas fallecidas viniendo del más allá, deseosas de jalarme algo más que los pies (sólo una, si tampoco eran montoneras), aunque la idea de un efímero temblor triunfó como un pensamiento mucho más lógico, objetivo y real.

Pasaron algunos minutos más. 8 de la noche. La cama seguía igual de acolchonada y mullidita que hacía una hora atrás. De pronto, y a tono con el primer grito espeluznante de la noche, un segundo jalón de cama volvió a suceder. Corrí despavorida a corroborar el hecho, obteniendo positivas respuestas por parte de mis alarmados padres en el otro lado de la sala. Una vez ingerido un pedacito de pan pal el susto, volví a lo mío. Minutos después (más minutos después), un tercer y último zangoloteo puso en peligro por milésimas de segundo la finísima cristalería de mi dulce hogar.

“¿Y donde te tocó el temblor?” Versábamos al día siguiente, con afán y por separado, los tres testigos de aquellas sacudidas. Y nada queridos e incautos lectores. Al parecer fuimos los tres únicos entes de esta ciudad que un viernes vacacional se mantuvieron sobrios y en pie. Sólo el Servicio Sismológico Nacional le dio el beneficio de la duda a nuestros cuestionables estados mentales, arrojando en su página el registro de un movimiento telúrico de 3.8 de magnitud ese día.

Ya en la serenidad, traté de encontrarle respuesta a estos movimientos en los que muchos fuimos meneados pero pocos los entendidos Mi primer conjetura arroja que aquello fue la respuesta divina que todos los viernes Santos ocurre tras la representación de la crucifixión de Jesús. “A veces llueve, otras tiembla, así da muestra Dios de su enojo ante los hombres por matar a su hijo” – pensé yo.

Sin embargo después la razón arrojó una nueva e inquietante hipótesis: los suelos temblaron, los cielos ennegrecieron, mis perros nunca dieron una señal de alerta y el shock lo sentimos únicamente tres personas… sí, todo coincidía. La inminente llegada de la pequeña Danna de visita a nuestro dulce hogar puso a temblar hasta al mismo Dios. La fama que puede
autogenerarse una pequeña niña de año y medio y cabellera rizada, cuyo hobbie es simplemente llorar a mares a toda hora y en todo lugar, no tiene por qué pasar desapercibida. Algo debe haber de cierto. El caso es que al día siguiente del temblor Danna, mi sobrina, llegó desde Pachuca con juguetes en mano y maletas hechas para toda una semana. ¿Llegó el holocausto? La próxima columna, queridos e incautos lectores, lo sabrán.

¿Alguien más sintió el temblor? Pochacas@gmail.com

jueves, 13 de abril de 2006

Como pegarle a Dios en Jueves Santo

De fondo suena La Marcha Imperial; en la tele las noticias locales muestran alegres spring breakers versión chilango en ceñidos bikinis corriendo tras la chancla perdida, y yo paso de lo sublime a lo extremo al enfrentar mi enésimo fallido intento de subir videos a mi blog personal. Mientras todo eso sucede, uno de esos males de nuestro siglo se abona en mis adentros dibujando en las sombras una silueta como de globo de cantoya. ¿Qué será? Aún no sé. Los análisis descartaron salmonela o tifoidea y mientras propios y extraños diagnostican colitis nerviosa, gastritis, huevitis o ñoñitis, los méndigos dolores (tan feos como pegarle a Dios en jueves Santo, diría mi santa madre), me tienen a las 5 de tarde enfundada en rosados ropajes de dormir, agonizando la dolencia entre los episodios I y II de Star Wars, saga entera patrocinada por el viajero amor de mis amores.

Este deprimente cuadro me lleva a pensar que debido a mi condición anti fervorosa, al clima de primavera, a mis dotes actorales o a Salinas de Gortari (echarle la culpa es deporte nacional), estos supiritacos me aquejan siempre durante la Semana Santa. Y es que no sé a ustedes, queridos e incautos lectores, pero a mi esto del melodrama me encanta, y los desmayos forman parte de mi currículum de gracias y cualidades, a sabiendas que siempre hay alguien superior a uno, palmas que merece mi Dolce sisterna.

Aunque alguna vez les relaté la crónica de mi primer desmayo (primera comunión, en ayunas, medio día, dejé al padre hablando solo al caer de hambre), un domingo de Ramos cualquiera, entre aquella masa ondeante con palmitas en las manos, el simulacro de que Jesús llegaba en el burrito y mucho, mucho calor, mi espíritu cayose de pronto y sin previo aviso me desvanecí entre la multitud que no supo si pasar encima o darme una buena limpia. Cuando desperté recibía los primeros auxilios de mi acalorado padre y so pretexto de sofocón, me refundí en el coche hasta que las tres horas de misa pasaron. Para quienes unieron los puntos y dedujeron que los centros religiosos provocan en mí tales efectos, anótense una palomita, aunque acoto que lo mío es más universal. Otra vacacional Semana Santa hacía fila para entrar a la tumba Mayor de Mitla, Oaxaca, pero no llegué ni a ver la entrada. El rayo del sol mañanero y ni una migaja de pan en mi estomago pusieron a bailar al pobre amor de mis amores, que no sabía si cacharme al aire o pedir ayuda, mientras yo me desvanecía al más puro estilo hollywoodense.

La de hoy ocurrió en el super (centro ceremonial de las deidades capitalistas), en un osazo protagonizado en la cafetería mientras frente a mí las cajas sonaban, las cuentas se pagaban, y una señora amable detenía su andar para echarle aire a esta damisela en desgracia y a su sufrida mamá. No si claro está que lo mío va más allá de credos y religiones, de escenarios y pudores, y que mi relojito puntual siempre le atina a las mismas santísimas fechas.
Por algo será.

jueves, 6 de abril de 2006

Springfield vs. Burns

Recuerdo aquel capítulo de los Simpson donde el señor Burns, ebrio de poder, decide crear un aparato para tapar el sol y así dejar al pueblo de Springfield viviendo eternamente en la penumbra, lo cuál obligaría a consumir energía (generada en su enorme planta nuclear) a toda hora. El pueblo enloquecido pide el regreso de la luz solar, pues no están dispuestos a ensanchar los bolsillos del ya de por si millonario Burns. Esta escena se recicla en mi memoria cada seis meses por razones altamente similares.

Mi padre trabajó de 18 años la CFE y desde siempre me habló de las ventajas energéticas conseguidas con un horario apegado a la salida del sol, medida actual que sospecho nunca fue bien explicada. Quiero creer que este vacío de conocimiento hace que la gente se muestre iracunda y agraviada cada semestre; la verdad quiero creer que es eso y no que la nuestra es una cultura de inconformes, de lo inmediato

A veces pienso que hemos dejado toda nuestra vida en manos de la tecnología, y por eso depender de un reloj que cambia dos veces al año acalambra a más de diez. Desconocemos por completo el poder de la mente, que si la programamos para algo actúa de maravilla (hagan la prueba). Es como si los mexicanos que emigran a los Estados Unidos se quejaran amargamente del cambio de centímetros a millas y de kilos a libras. Ojala tuviéramos todavía la buena costumbre del reloj de sol, tal vez así comprenderíamos más este cambio que sólo porque pudo haber sido mal explicado desde el principio, dejó a la gente creyendo que el ahorro de la energía se reflejará en la inmediatez de su recibo.

Trato de entender que como el gobierno roba a tajo y destajo, la gente se siente ofendida cuando medidas impuestas por ese gobierno ratero y malhechor "imponen" un cambio en la vida cotidiana. Tal vez esta revolución veraniega responde a esta desilusión por la autoridad. Ese viejo deporte de echarle la culpa de todo a un gobierno paternalista que para estas cosas sí le pide opinión al pueblo (iracundo) y no para lo trascendente como las reformas a la Ley de Radio y Televisión. Esto es lo que me resulta sumamente contradictorio: que los apasionados reclamos se avalanchen en contra de algo así, y no contra asuntos verdaderamente importantes y urgidos de conciencia como la ecología, la falta de agua, la tala inmoderada en pos de la modernidad de grandes centros comerciales o industrias meganovedosas... "A no, eso nos beneficia... el horario de verano no". Cuestión de criterios.

En este espacio expongo únicamente mi punto de vista basado en mi (escaso) sentido común, mi efectivísimo reloj interno, y el excelente ensayo que Martín Pereyra, "Pereque", presenta desde su blog personal "La Corte de los Milagros" (
http://cortedelosmilagros.blogspot.com). Léanlo, es un muy acertado planteamiento sobre los mitos y realidades de este fenómeno que sigue moviendo masas, aquellas inconformes que no comprenden el sentido de la disciplina y del bien común a largo plazo.

miércoles, 22 de marzo de 2006

Turbulenta aprendiz

Según el calendario maya, el año nuevo daba comienzo con los primeros rayos del sol primaveral, justo durante el equinoccio vernal. Así pues y según la creencia, cinco días antes de este magno evento natural los mayas se guardaban a piedra y lodo en sus casas, pues creían que este periodo, llamado “de purificación” era el más crítico y nefasto de todos hasta que llegaba el Dios Kukulcán y todo comenzaba de nuevo.

Creo entonces que, o bien por mis venas corre sangra maya, o soy enteramente compatible con su filosofía de vida. Esa creencia de que los días antes del 21 de marzo las energías se mueven y los humanos actuamos como barcos en altamar es no sólo acertada sino 100% comprobable. Nada más basta con leer los periódicos, enterarse que las Chachalacas le tiran a los Espantachambas, saber que a Ventaneando lo cambian de horario, que Lety la fea tiene éxito pese a la torpeza y ñoñez que la Bety original no tenía, que la luna está más amarilla que de costumbre, que ahora si te quieres cargar de energía en la pirámide del Sol teotihuacano debes pagar $45 pesos más tus módicos 80 si llegas en vehículo, que nuestro recurso más preciado se acaba gota por gota mientras hay miles de chiquillos que esperan ansiosos el Sábado de Gloria para darse tremendas mojadas, que el calor pone tenso el ambiente, que la gente no sabe si va o viene (pero todos tenían las maletas listas para el fin de semana largo), y que yo dispongo todo lo disponible para tomar vacaciones adelantadas e irme lejos, muy lejos de aquí.

Sí, todo eso durante el periodo de purificación. No cabe duda que las aguas están revueltas, y el caos al que los mayas tanto le huían se hace presente aun mirando cual Dorothy tras su ventana el tornado que la arrasa.

Metida en mi casita e influenciada por tales turbulencias, este domingo entable tremendo debate con el amor de mis amores por el estreno de “El aprendiz” con Martha Stewart. Él protesta porque quiere de vuelta la actitud medival de Donald Trump, y yo me inspiro ante aquellos que sueñan con ser parte de una empresa femenina donde la sensibilidad tiene cabida (los aspirantes son desde publicistas hasta chefs, pasando por genios de las letras) y no es sólo la frialdad que el magnate necesita de sus aprendices. ¡Cómo me inspira esta nueva versión! Esa sana competencia de sucias artimañas combinadas con gloriosos desempeños… ¡Quiero ser una aprendiz! De hecho hasta fui capaz de desvariar pensando que en México el elegido sucesor del señor Trump podría ser Carlos Slim (por un momento imaginé su regordeta figura señalandome inquisidoramente con el dedo “¡Estás despedida!”), pero después recordé que el hombre se encuentra muy ocupado viajando por la República con su acuerdo de Chapultepec y entrenando a aprendices más capaces que, sin necesidad de salir en la tele, salen bien buenos para cobrarle a la gente tarifas telefónicas excesivas. ¿Será que ellos también sufren, como todos, un caos pre-primavera… permanente?

Pochacas@gmail.com

jueves, 16 de marzo de 2006

Aquí también lo celebramos

A veces creo que no todos tenemos la obligación de saber todo lo que sucede en este mundo. A veces creo también, que si por convicción propia te dedicas a tomar un micrófono y por medio de él le dices cosas a la gente, mínimo entérate de lo que pasa. Por eso pienso que si por un lado de la línea alguien dice que es el Día Internacional de la Mujer, en vivo y a todo color, la otra parte, la que toma el micrófono a sabiendas de su sapiencia, diga desde el otro lado del mundo: "Ah si... creo que aquí también lo celebramos".

Bueno, no es que todo el mundo tuviera que enterarse que el Día Internacional de la Mujer abarca a todas y cada una de las féminas del orbe, que se celebró el pasado 8 de marzo, que tiene un confuso antecedente donde, según la versión oficial, más de cien mujeres murieron quemadas en una fábrica neoyorquina, mientras que la UNICEF, en su página web, reconoce que la conmemoración de esta fecha proviene de movimientos socialistas... No. Se trata de un buen pretexto para la reflexión, como en todas las fechas oficiales y celebraciones. En mi caso me pregunto insistentemente porqué la tragedia es siempre la que orilla a instituir conmemoraciones tales como ésta, cuando la Historia misma está repleta de ejemplos que de manera menos aparatosa dan fe del papel de nuestro género en la evolución de la sociedad en espiral. También me cuestiono porque las feministas pelean por las igualdades y siguen sintiéndose orgullosas de tener su propio día.

Por alguna causa fortuita, desde recién nacida he crecido en un ambiente donde las luchas de género son sólo agudos temas de sobremesa. En la escuela o el trabajo, nunca he tenido la necesidad de sentir culpas por el hecho de ser mujer, tal vez porque mi árbol genealógico está nutrido de féminas luchonas y de hombres que han poseído la inteligencia de comprenderlas y amarlas, por lo menos en los casos más cercanos. Creo que, en todo caso, he tenido aun más suerte por rodearme de mujeres orgullosas de serlo, inspirándome cotidianamente de su fuerza, de su intuición y sus ideas; aprendiendo a compaginar el trabajo diario con la organización de la casa, comprendiendo que sapiencia y vanidad son dos lujos que todas podemos poseer.

Me maravilla darme cuenta de la aportación del género en el Universo; me ofusco ante las históricas sentencias malimpuestas donde las curanderas fueron brujas, prostitutas las apasionadas, locas las escritoras... esas insólitas censuras que no han podido, ni podrán, opacar la sensibilidad a través de la cuál el mundo se ve de distinta manera, esa sensibilidad tan femenina, tan nuestra, que su distinción no debe perderse entre la lucha por la equidad que, a veces, tiende a caer en el exceso.

Las mujeres valemos igual que valen los hombres, porque todos, absolutamente todos, somos seres humanos, vivientes y pensantes. Propongo silenciosos homenajes para quienes, mujeres o no, nos inspiran a ser mejores cada día. Desde el fondo de mi corazón ¡he dicho!