sábado, 6 de diciembre de 2014

"El agua caliente es para niñitas"

Esta es la sentencia con la que justifico uno de los hábitos que con los años he ido adoptando: bañarme diario con agua fría. Esta idea la adopté después de una aleccionadora plática en la cuál aprendí que los rusos, en plenos fríos de invierno, se bañan a estas bajas temperaturas y su salud no se afecta. Tras escucharlo me dije a mi misma: "¡y tú que chillas por darte tu regaderazo después del baño!". Así pues, desde hace un par de años tengo este polémico hábito que sucita la sorpresa de algunos, el horror de unos más, y la angustia de otros (como mi madre).

Como me decidí un mes de agosto, el cambio no fue tan radical. Fue haciéndolo poco a poco hasta que ya para ese diciembre mi cuerpo estaba bien adaptado ya. La cosa es simple: conozco bien a mi mente y, aunque muchas, muchísimas veces ella trata de imponerse, en ocasiones juego a que la domino y logro hipnotizarla recitando varias veces una oración. Así pues, en el momento en el que abro la llave del agua inicio mi ritual al más puro estilo de Karl Malone antes de encestar, y recito una y otra vez en voz baja: "está rica, está rica, está rica". ¿Resultado? Entro y me doy un delicioso y veloz baño. 


Y es que lo mejor del asunto viene después. Una vez que se cierra la llave, en automático, mi cuerpo entra en calor y fácilmente logra adaptarse a las extremas temperaturas en las que vivo (mi casa de gatos y Pitufos se ubica en un epicentro de humedad y en pocos lados pega el sol). Por supuesto que eso no impide que a veces sí me vuelva una niñita y tome laaaargos baños de agua caliente, pero eso sucede en contadas ocasiones y sólo en lugares en donde no me da remordimiento alguno abrir la llave del calortz.

Por supuesto los beneficios son muchos: mi piel se ve firme y sana (¡nada de chichis caídas!) y por supuesto y como buena Tauro que soy, la mayor felicidad está en mi cartera, puesto que gracias al aparato posicionador del calor que se ubica a millones de kilómetros lejos de mi baño, tenía que pagar por un cilindro de gas al mes, ¡y eso que ni cocino! 

Bueno pero todo esto viene al caso por una jocosa y doméstica razón: llevo una semana con una harto bonita infección en la garganta, y desafortunadamente para mi, después de un bañito con agua fría la cosa se me complicó aún más. Fue cuando me dije a mi misma: "es momento de ser una niñita", y con más riesgos que Indiana Jones en expedición me aventuré a salir de la casa a encender el calentador. Dejé pasar el tiempo necesario para que el agua caliente llegara a su destino (por lo menos media hora, les digo que aquello son los extremos de la Muralla China), y cuál no sería mi terrible sorpresa cuando quiero abrir la llave y oh, oh, no salió ni una miserable gotita. Nada. Cero. 

El diagnóstico del plomero fueron los empaques pegados. A duras penas sé lo que eso significa. ¿Cuánto tiempo lleva asi? Nadie lo sabe. Creo que la última vez que se abrió fue en octubre. Así que como el gentil trabajador tiene la agenda ocupada y puede revisar el desperfecto hasta el domingo, mis jugos de tres días y yo tuvimos que tocar las puertas de casa de mis papás para bañarme. Fui a su casa para ser una niñita. Demonios azules. 

Y pues nada, sólo quise escribir sobre esto porque no he tenido muchas más graciosas aventuras, y porque ya tenía muy desactualizada mi famosa saga de jocosos inconvenientes domésticos. 

Es cuanto.