sábado, 28 de marzo de 2020

Bloguear en cuarentena

2020. Vaya año. El año en sí mismo ha resultado todo un extraño acontecimiento que nos ha obligado a pensar, a repensar, a plantear y replantearnos no solo nuestro sistema político, económico o social, sino también nuestras relaciones con la gente más cerca y, evidentemente, con nosotros mismos. 

Bueno, no ha sido tampoco una obligación hacerlo. Para muchos el escenario de una pandemia ha resultado trágico, con más preguntas que respuestas, con más incertidumbre que fe, otro tópico que desde lo religioso está resultado un tanto deslucido por ésta y las situaciones que han antecedido al bicho del COVID19, como lo son la violencia, la corrupción, el abuso a mujeres, hombres y niños... Pffff. Qué escenario pues. 

Y en medio de todo este circo algunas cosas deciden ocurrir por el simple hecho de que la vida sigue  su curso y los ciclos no se detienen, y ahí es a donde entro yo, persona que por su trabajo vive una cuarentena constante (algunos días mi única salida es a tirar la basura y a pasear a Tokotina, literal) pero que durante esta semana vio cómo su vida tomó un giro inesperado para sospechar un domingo y descubrir un lunes que estaba embarazada, para luego el martes sentir que ya no lo estaba y confirmarlo el miércoles, mientras que el jueves lloró el duelo y el viernes siguió sin entender de qué se estaba tratando la semana. Así de efímero fue, así de extraño resulta hasta el grado de narrarlo en tercera persona porque no siento que mis últimos días se hayan tratado de eso. 

Y con toda la gama de eventos inesperados que trae una noticia de esta índole vienen también las reacciones y los desencantos. Es como si el clima general encajara perfecto con mi contexto particular. Un evento inesperado, pero el cuál sabías que tarde o temprano iba a ocurrir (porque si no, en mi caso, era indicador de otras tragedias sanitarias que aparentemente han quedado de lado), que genera todo tipo de miedo, de gestión de recursos, de incertidumbre, de opiniones miles, de silencios u omisiones innecesarias, de empatía o escasez de ella. 

El COVID19 nos ha traído eso: mirar cómo todos los países están transitando por este momento, cómo algunos han tomado medidas antes que otros, cómo se atiende a sus enfermos, cómo se preparan sus médicos, cómo para muchos hay sorpresa y falta de atención temprana; avisos por parte de las autoridades, fakenews con teorías conspirativas de toda índole, mensajes de Whatsapp diciendo que el agua con limón y bicarbonato es la cura o que untarle cloro a las patitas de los perros alejará la presencia del virus. Eso, más un caos familiar, alumnos que no van a las escuelas, jefes o jefas de familia que no acuden a sus trabajos, personas de la tercera edad que no saben cómo vivir así, sin contar a la gente que vive al día, que no puede parar, que no debe parar porque si no se acaba el sustento y la comida del día. 

A falta de eventos deportivos, de otros hechos noticiosos, de espectáculos cancelados o chismes de farándula, el tema de todas estas semanas es el COVID, muchos especulan, otros opinan porque han creído que sus opiniones son importantes para los demás, muchos analizan, reportan, consultan, indagan y eso está bien, porque de pronto ya no sabes ni a quien creerle. Y cuando se trata de vislumbrar el futuro más próximo la cosa se pone peor. Todos hablamos, todos opinamos, todos tenemos miedo, todos lo evitamos. Y aunque aparezcan noticias tan bonitas como que la Madre Naturaleza está haciendo su propia reingeniería y se está tomando un respiro de los humanos, el estar encerrados solos o con nuestras familias es en muchos casos enloquecedor. Así como descubrir un embarazo sorpresivo. 

La idea de una nueva vida trae justamente esa clase de reingeniería familiar express que debes hacer para resolver (o al menos intentarlo) cómo es que en 9 meses podía llegar una almita a este mundo cochino y cruel, qué se pondrá, qué comerá, dónde dormirá, cuánto dinero hay que destinar al tema sanitario (les digo, las circunstancias se parecen), a las pruebas, al diagnóstico, a los cuidados... Pues así fueron estos 5 días. Confusión, emoción, felicidad, decepción y tristeza. Y mucha, mucha desilusión. 

Porque así como las autoridades del gobierno no nos inspiran toda la confianza del mundo, porque cuando esperábamos que nos dijeran que todo va a estar bien y que vamos a estar protegidos nos salen con estampitas, con abrazos, con silencios o con palabras que más que alentar simplemente desmotivan, así sucede cuando das una noticia así a tus semejantes y éstos, sin saber qué decir, simplemente se callan o te enseñan estampitas, o te dicen que estás joven y lo lograrás después, que estés tranquila y que todo se logrará a futuro. Así como hay autoridades sordas, poco empáticas, también hay gente alrededor que lo son. Y no es culpa de la gente en sí, como tampoco podría yo culpar al gobierno por no tener los recursos económicos o políticos para enfrentar una contigencia inesperada sin preguntarse primero cómo vivirán esto los ciudadanos, qué necesitarán, qué sentirán, qué certeza tendrán. La gente, en el contexto de una noticia fea como una pérdida, tampoco saben cómo reaccionar y simplemente se callan, o intentan no ser imprudentes, creyendo así que su aportación emocional a la causa de quien está del otro lado resultará de utilidad. 

Porque si acá ya se vivió de todo, ahora la idea de una pérdida tan inesperada como la llegada requiere al menos de mucho, muchísimo amor. Se siente y se vibra en la pareja, por supuesto que sí, Pero la pareja no es un ente solitario que solo existe entre cuatro paredes. La pareja se allega de gente, gente con quien comparte momentos felices, y con quienes desea también compartir los tristes porque pues, es parte de la vida. Pero, oh decepción, a veces la gente, como las autoridades, prefieren evitar el tema y hablar de la rifa de un avión o de otros tantos distractores antes de preguntar un ¿cómo estás? que podría resultar tan saludable, tan empático, tan honesto. 

Y no, tanto como el COVID como el embarazo/aborto espontáneo no tienen porqué ser motivo de tristeza. Son lecciones que nos llegan a nivel sociedad pero también a nivel personal, a nivel espiritual, y para muchos el reto es mantenerse en pie aún con todo el tsunami que traen ambas situaciones. Y de las dos se sale, o se saldrá cuando sea necesario. Y se logrará solos y en compañía, gracias a la ayuda de doctores, de gente preparada, de cuidados preventivos para tener un buen sistema inmunológico, de exámenes, ecografías y mucho más. De todo se sale. 

Para mí la lección es que después de la muerte hay vida, que después de la pérdida hay un renacer, que después del desencanto hay un aprendizaje, si bien no a nivel externo sí a un nivel interior, donde se aprende a que la gente jamás va a reaccionar como uno lo espera, que cada quien da lo que quiere y puede dar, y que no es lo mismo reclamar a las autoridades que reclamar a la gente que simplemente no dijo nada, porque nadie está obligado a dar su opinión (a Dios gracias) sobre algo que no conoce o no ha vivido como un embarazo interrumpido. Mejor en silencio que víctima de la fakenew o la ola de consejos que nadie te pide pero que de la nada empiezas a recibir. 

Lo cierto es que uno madura, desde el punto de vista espiritual (es inevitable replantearse la fe en momentos como éstos), pero también dejando atrás las maletas pesadas que cargan enojos y culpas. O al menos es lo que debo de hacer, tomando en cuenta que mis eventos personales tienen menos de 8 días de acontecidos y aún traigo un poco de adrenalina o lo que sea que desarrollen el cuerpo y la mente para tratar de entender qué es lo que acaba de ocurrir y cómo a partir de ésto tu vida va a cambiar para siempre. 

En fin. Bloguear en cuarentena no era algo que tenía en la mente pero ha sucedido. 

Hasta aquí mi reporte. 

lunes, 24 de junio de 2019

Fragmentada y derretida

Hace casi dos meses me mudé de ciudad. No es un evento que no haya conocido ya; lo mismo sucedió hace casi treinta años, cuando el trabajo de mi padre hizo que conociera de manera consciente la fragmentación interna que produce una circunstancia de esta índole.

En esta ocasión mi mudanza obedeció al trabajo de mi esposo... horrible forma de decir que este cambio  no solo estuvo rodeado de consciencia sino de voluntad propia. Cuando niña no tuve voz ni voto, solo el insondable deseo de sentir a mi familia completa y reunida. Ahora, con voz y voto, me movió el mismo sentimiento.

Cuando el amor es el que te mueve imaginas que todo lo que vendrá estará lleno de un sentimiento de aventura, matizado con alegría, con risas, con ilusión, con abrazos y felicidad ilimitada. Cuando el amor es el que te mueve, pero también la necesidad económica, el panorama comienza a llenarse de manchitas, de polvo, de imperfecciones que el amor no necesariamente borra. Cuando descubres que el amor y el proyecto de vida tienen soportes que, aunque uno los cree fuertes y sólidos, también se tambalean, no queda más que aceptar que el miedo, la frustración y la desesperanza forman parte de la gran ecuación. En fin. Qué mugre todo.

Porque por más que uno se esfuerce, por más que uno amanece con su mejor cara tratando de luchar contra adversidades climáticas, por ejemplo, a veces no hay nada que hacer mas que aceptar las lágrimas y la resistencia civil ante el calor que derrite y chorrea tantos fluidos como ilusiones, hormigas que, animadas por el bochorno, trazan caminos en los lugares más insospechados, buscando sustento en cada superficie mal limpiada, en cada migaja mal barrida, en cada plato sucio que no es pasado previamente por el chorro del agua. Resistencia civil a un entorno donde no eres nada sin un ventilador de por medio (no, nada. Te vuelves humo, te vuelves agua, te vuelves un brote de sudor inaceptablemente incómodo); donde limpiar el hogar requiere de tres dosis previas de espinacas frescas porque sino la energía se agota demasiado rápido, donde salir al banco más cercano se vuelve una feliz carrera contra el tiempo para llegar al espacio donde seguramente el aire acondicionado sofocará hasta el trámite más enfadoso, uno donde a veces pensar cuesta mucho trabajo porque el calor calentó todos tus sistemas y las alertas internas bloquean cualquier acción cerebral por realizar.

Ahora comprendo al Extranjero de Camus cuyo móvil de asesinato fue el rayo del sol.

Ahora comprendo estos entornos polarizados en donde el calor, el mismo calor que absolutamente todos sienten en la calle, se entiende diferente si en tu casa existen ventiladores, climas de ventana o techos de lámina. El calor no es el mismo para todos si tu lugar de trabajo es bajo un techo o si vendes helados en tu carrito sin sombrilla, o si ofreces casa por casa -hasta el desmayo- tus servicios como plomero. Escribo esto y mi queja absurda de las hormigas se vuelve contra mi, señalándome con el dedo la mezquindad de mis infundados berrinches.

Sí. El calor fragmenta como también el hielo permanente, la oscuridad temprana o la lluvia constante. Aunque en realidad ahora que lo pienso el clima no es el que fragmenta a nadie, solo acompaña los procesos de vida que de pronto se sienten como jarrones chinos que se han hecho añicos, esperando que algún día esas piezas se vuelvan a unir aunque al final resulten platos amorfos o tazas con una sola asa. A mi se me atravesó la mudanza, la lejanía física de mi tribu (esa, de sangre y de amistad que te sostiene en los tiempos difíciles) incluso hasta la llegada de mis 40 años, sin mencionar a la crisis que propia que acompaña a esta edad. Se me atravesó dejar los espacios laborales ganados después de tantas batallas, dejar atrás a ese lugar en donde alguna vez fuiste algo, se me atravesó la ilusión de que tu CV tendría los suficientes méritos como para empezar de cero sin mayor dificultad. Todo se quedó atrás. Todo está en donde hoy ya no es su espacio vital.

Hoy soy simplemente ama de casa porque, por más que me esfuerzo, no sé a ciencia cierta cómo ser algo más aquí. Hoy soy la esposa que besa y ve partir a su marido por la ventana, con una mano en la despedida y otra en la ropa sucia que hay que lavar porque ah cómo se acumula, concentrando sus energías en los trastes apilados de la noche anterior y el menú de la comida aunque minutos antes se había quemado los fusibles para inventar un desayuno diferente, aunque sea en la presentación. Soy la esposa que mira el reloj para organizar sus actividades caseras esperando que encajen con sus quehaceres -inventados- personales, como leer, hacer un podcast o escuchar entrevistas sobre productores de televisión y showrunners porque antes, la esposa en su rol de profesional, creía que la reflexión sobre esos temas podría en algún momento interesarle a alguien. Pero una vez más es el calor y sus sucias jugarretas el que todo lo nubla y le da a esa esposa amorosa y dedicada alucinaciones de cosas que en este entorno, en esta realidad, no tienen ninguna validez. Son solo entretenimientos temporales, pasajeros, improblables, inservibles.

En días como hoy no sirve de nada llorar, patalear o gritar tan fuerte que hasta espantas a tu igual de sofocada perrita, escondida en lo que considera el lugar más fresco de la casa. No sirve de nada sentirte frustrado porque han pasado menos de dos meses y no reconoces a la versión en la que te has convertido; de nada sirve preguntarte por qué te falta valor para pedir trabajo en un OXXO o si la vida sería más sencilla si tan solo hubiera sido contadora o maestra de química. Simplemente no sirve de nada mirarte al espejo para descubrirte canas nuevas, ver tu cuerpo diferente porque no cabes ni en los zapatos cuando retienes líquidos y todo te aprieta o descubrir que ni siquiera tu guardarropa estaba preparado para sudores que todo lo manchan y todo lo traspasan.

Yo por eso he decidido dejar de consultar la temperatura local. Porque nada sirve en días como hoy.

martes, 2 de abril de 2019

Mis contextos

Cuando estaba en los primeros semestres de la universidad tuve una maestra que nos insistía mucho en que, como comunicólogos en formación, debíamos aprender a comprender todo fenómeno desde sus propios contextos. Contextos. A estas alturas sé que tengo bloqueadas gran parte de las cosas que escuché en esa época, sin embargo esa lección me marco irremediablemente; será porque solo unos años antes, en la clase de literatura de la prepa, me mostraron una gama de autores para mí entonces desconocidos con la insistencia de que todos y cada uno de ellos habían escrito esas grandes obras a partir de sus concepciones del mundo, y en ellas fueron capaces de expresar su descontento, su desencanto, su rechazo, su sobrevivencia ante tales sucesos, ante tales contextos.  

Así conocí a Milan Kundera, así gocé a Jorge Ibargüengoitia, así fui capaz de buscar por mi cuenta las opciones que me replantearan desde la actualidad ese ejercicio de ir de lo general a lo particular. ¿Cómo contarlo así, desde lo cotidiano? Llegué a las columnas del Ángel de Germán Dehesa y no sólo lo encontré, sino que hasta fui capaz de -ni medianamente a su nivel- emularlo. Este blog dio cuenta de ello durante muchos años. 

Hoy, en medio de todas las cosas que ocurren a mi alrededor, ya no me siento capaz de solo contarme a través de mi contexto. Hoy siento la necesidad de cuestionar mi contexto. 

Todo debe partir de quién soy ahora: en este momento dedico mucho de mi tiempo a leer, estudiar y reflexionar sobre los temas que más me gustan, como las telenovelas, como lo que ocurre en las pantallas que nos bombardean con sus contenidos todos los días. Otra parte de mi tiempo se va a mi emprendimiento, pensado en otro de mis más profundos afectos que son los perritos. Mi niña interior no podría ser más feliz. También estoy casada (otro logro, pequeña niña) y hasta el momento, afortunadamente, sigo contando con mi familia completa y amigos afectuosos. Esa, de primera instancia, soy yo actualmente. 

La parte interesante de mi labor profesional es invertir tiempo de calidad al consumo de ciertos fenómenos, como lo hice hace algunos días con la serie de Netflix Historia de un crimen, Colosio. El aniversario 25 de la muerte del candidato remontó a muchas personas a recordar qué estábamos haciendo cuando nos enteramos de la noticia, y ahí estaba yo, sentada con mis 14 años que justo ese día guardaban picardías propias de la edad, como el haber fingido que estaba muy enferma de mi garganta para no ir a la escuela pero no tanto como para haberle llamado a mi crush del momento para saber qué había de tarea y, por supuesto, para escuchar su voz. Tontear un poco, le dicen. Después de mí valiente y arrojado acto me senté frente a la máquina de escribir de mi hermana para refunfuñar entre palabra y palabra tecleada por el infame trabajo de Geografía que, dicho sea de paso, creo que nunca terminé. Así como solía hacer dejé encendida la televisión que siempre me acompañaba hasta que la inusual presencia de Jacobo en horarios vespertinos acaparó mi atención y bueno, todos conocemos la historia mediática que vino después, y que la serie escenifica con bastante éxito. 

¿Qué impacto tuvo en mí aquel acontecimiento? No lo tengo muy claro en realidad. A los 14 años se tiene la suficiente conciencia como para comprender lo que ocurre a nuestro alrededor pero también la suficiente complicación interna como para que nos importe un bledo. En ese entonces mi papá había pasado de trabajar 18 años para la Comisión Federal de Electricidad a trabajar para el gobierno del estado de Veracruz, cosa que de alguna manera me fue obligando a entender la realidad de mi contexto socio político cultural a partir de las viviencias internas de mi familia, a partir de los desazones, de las historias de corrupción y falta de honestidad que impactaron directamente a los míos incluso años antes de mi nacimiento. Sin embargo nunca lo había visto tan expuesto en la televisión, y vaya que a esa edad había visto muchas cosas. 

Años antes del asesinato de Colosio, en 1987, aprendí el arte de esa grande y maravillosa pantalla escondida detrás de un sillón. Me acuerdo perfecto el día que vi el final de Cuna de lobos: mi cuarto estaba al final del pasillo que daba en línea directa con la sala, así que hacía uso de mis aptitudes ninjas para caminar sigilosamente, sin que nadie se de cuenta, y llegaba al sillón amarillo que hoy tanto adoro donde me colocaba estratégicamente para verlo todo sin que se notara mi presencia. Si no mal recuerdo una de mis abuelitas estaba de visita, por lo tanto los adultos presentes en la sala estaban tan paralizados como el cuerpo inerte del inspector en la alberca, mientras Catalina burlaba a la justicia en el interior de su cuarto. Cuando apareció el pequeño Édgar con su glorioso parche en el ojo, la que salió corriendo despavorida a su cuarto fui yo... ¡vaya que me asusté! El fondo rojo como la sangre, un niño más pequeño que yo tan lleno de maldad, la palabra fin (que ya sabía leer) entre signos de interrogación. Ay, qué angustia terrible me dio. Porque hasta entonces en mi contexto el concepto de maldad no existía en esos niveles, hasta entonces, como quizá hasta ahora, mi burbuja me mantenía libre de horrores similares. 

En mi hoy, revisar noticias en twitter es una actividad cotidiana. Hace un par de días notificaron que Paz Vega será la "nueva Catalina Creel" en la nueva versión de Cuna de lobos que formará parte de la serie Fábrica de Sueños, una estrategia de la nueva Televisa para rehacer una vez más algunos de sus clásicos telenoveleros más exitosos. Yo me niego profundamente. De hecho, cada que me topo con alguna noticia al respecto la paso sin poner la menor atención. Básicamente no me interesa. Sé que Televisa es una empresa que persigue ante todo intereses económicos y que versionar hasta el cansancio historias reconocidas, so pretexto de que "las nuevas generaciones las conozcan". Y está bien, porque así es como quizá conocí Cumbres Borrascosas antes de leerla (tras ver Encadenados, con la finada Christian Bach y Humerto Zurita), porque hoy sé gracias a mis lecturas y estudio que la humanidad se cuenta a través de sus historias, las orales, las escritas, las escenificadas, que cobran nuevos distintos sentidos tras ser expuestas en distintos contextos. Pero me cuesta imaginar a una moderna Catalina Creel moderna en un contexto en donde los horrores de las noticias sobrepasan su mente maligna. Hoy, el que  el personaje de una mujer mal arrullada que amaba a su único hijo por encima de todas las cosas y por el cuál era capaz de matar viejecitos en un incendio, allanar una casa para matar a una chica con los audífonos puestos con un abrecartas, paralizar a un ex colaborador con un spray en los ojos para luego inyectarle una sustancia mortal, cambiar café por combustible para provocar la caída de un avión... todo, pensando en que nadie le arrebatara a ese hijo lo que según ella le correspondía, al que él misma dio muerte en un giro final del guionista. En serio, ¿para qué queremos ver hoy en pantalla esos horrores que leemos todos los días en las redes sociales, y que ocurren entre políticos (agua en vez de medicamentos, aviones y avionetas caídas, encapuchados que entran a hogares a matar a golpes), entre mujeres, entre la gente común y corriente? Catalina fue grande no porque fuera mala, sino porque el guiño con el público era ese: ella era capaz de evidenciar a las autoridades, ella podía hacer y deshacer mientras la policía llegaba tarde, se despistaba con sus pelucas y lentes de sol, se confundía ante su habilidad. La gente la enalteció (lo descubrí años más tarde) porque estaba harta, porque no tenían voz, porque el ambiente de la crisis económica y social le dio ese lugar no porque a la gente le interesara si la señora tenía un amante o no (en realidad la telenovela nunca la mostró como una mujer con necesidades afectivas, todo lo contrario), al contrario, la gente no tenía necesidad de justificarla porque ella podía ser mala con licencia, podía hacer que día con día los televidentes pudieran sacar sus frustraciones a través de sus fechorías. 

Hoy insisten en vendernos superhéroes porque las cosas siguen mal. Aunque para algunos las redes sociales, en las causas compartidas, son la nueva manera de hacer catarsis sin necesidad de encontrarla en referentes audiovisuales industriales. En medio de eso se insiste en seguir contando las mismas historias de la humanidad dentro de los nuevos contextos, y ahora hasta las brujas de Disney tienen su derecho de réplica y nos cuentan por qué son tan malas. Es que vivimos en la era de lo políticamente correcto, esa en la que hasta Friends ahora es cuestionada con los inquisidores ojos de los millenials que tachan la serie de inapropiada, racista y excluyente. Hoy se retoman las columnas de Guadalupe Loaeza para adaptarlas a una película en donde la directora se pregunta ¿qué pierden los ricos cuando la riqueza se va?, con un enfoque distinto pero sigue siendo un tema que las telenovelas han tocado por años. La que mas recuerdo es Qué pobres tan ricos, quizá porque fue la primera que vi virtualmente junto con mi hoy esposo (contextos): la historia de una familia rica que de un día para otro se queda pobre y es obligada a vivir con otros pobres hasta que recuperan su fortuna. 

Enmarcada en comedia, el shock se mostraba tanto en quienes recibieron a la familia en desgracia como en los nuevos pobres: Sylvia Pasquel, que además figuraba como un personaje medio antagónico, ilustraba tan jocosamente a esa mujer de sociedad que todos los días se levanta añorando su comida, sus hábitos, las costumbres que la solvencia económica le permitían tener. Mi yo de este momento no puede empatizar más con este triste personaje porque mi contexto, ese del que un día me río y tres no, me tiene en una situación similar: atrapada en un bucle donde el dinero es tan escaso como nunca antes viví, donde como gracias a la generosidad de mis padres, donde llevo más de un año separada de mi esposo porque viviendo en la misma ciudad yo tenía trabajo (poco) pero él no. Así como el personaje he tenido que aprender a agradecer más que nunca el techo, la cobija, la computadora y el internet que me permiten hacer lo que hago (antes por necedad, hoy por necesidad), pero hay días en los que sueño con unos chilaquiles, un trozo de carne, una deliciosa malteada, ropa nueva, salidas al cine... nada de lo que hoy tengo, quizá porque mi forma de llevar las finanzas me obliga a pensar primero en pagar nuestras deudas contraídas antes de en mi alimentación diaria. Inmersa en esta realidad, que no es diferente a la de muchas familias de una clase media que está en vías de extinción, me pregunto incluso si mirar con cierto placer a esos ricos venidos a menos es conveniente o no. Las telenovelas polarizan la estructura social de pobres y ricos ilustrando así los valores morales que se enaltecen o se corrompen, pero en medio de este contexto, creo yo, habría que ser más empáticos con sus realidades. Eso van a hacer con Catalina como ya lo hicieron con Maléfica, ¿qué no? 

En mi contexto, luego de terapias, luego de perseguir mi sueños de vivir de lo que quiero, luego de caer en una realidad donde los matices no están bien vistos (o estás a favor o en contra, no hay medias tintas), siento que la lucha por sobrevivir es mucho más difícil cuando insistes en tus ganas de tener fe y de mejorar tu relación con el dinero, tan llena de creencias absurdas que vienen de tus entornos sociales más próximos donde los pobres son buenos y bondadosos y los ricos malos, vacíos, perversos porque la abundancia nos trae vacío emocional, cuando lo que se ve y se lee es que los vacíos no distinguen personas ni clases sociales. En mi contexto las historias de las telenovelas han perdido la conexión con la gente y nos encontramos representados en Youtube, en Instagram, en esas personas imperfectas que exponen sus luces pero también sus sombras y muchas de ellas son duras, durísimas. En mi contexto lo que veo en la televisión ya no es catártico, es angustiante, aunque a veces lo que leo en las redes me deja mil veces peor. 

¿Cómo escapar de esta realidad? O mejor dicho, ¿cómo ser capaz de documentar mi contexto en medio de un contexto mayor, sin ser yo una gestadora de grandes obras como Kundera o Dehesa? ¿Cómo leer mi crisis personal, esa donde estoy casada pero separada del hombre que amo, esa donde veo cómo mis padres envejecen y con la vejez las emociones no resueltas de su vida que afectan incluso su salud física y mental; esa donde hacer lo que amo me frustra porque aunque cumplo en tiempo y forma dependo de la burocracia que me impide pagar mis deudas que crecen y crecen, que me generan tal sentimiento que en vez de buscar ayuda hacen que me esconda, que no quiera ver a nadie, que le tema al juicio o al intento sermoneador de los demás por "hacerte sentir mejor"; esa que va limitando mi lista de afectos tanto como mis salidas recreativas? ¿Cómo leerla en medio de un contexto sociopolítico tan polarizado, donde si dices algo o te alaban o te linchan (o las dos), donde las alegrías cotidianas se diluyen ante los horrores que ocurren en tu colonia, a pocas casas de la tuya, a la gente cercana a la que tú conoces? 

La serie de Colosio me hizo redimensionar lo que viví a los 14 años sin entenderlo bien a bien. El regreso de Catalina Creel me hace replantear lo que significa para mí y para muchos como yo el que nos toquen a un clásico que va más allá de un personaje. La nueva versión de Orgullo y prejuicio con zombies me hace entender que éstas son las nuevas estrategias para acercar a los más chicos a los textos del pasado, tal como mi sobrina de 13 años me lo acaba de notificar. Nada está bien, nada está mal, todo simplemente ES. Los humanos nos contamos una y otra vez, nos versionamos y reversionamos en nuestros relatos pero también en nuestra propia existencia. No podemos evitarlo, y ese, creo yo, es el gran juego de la vida. 

Vivimos inmersos en los contextos. Todo, como lo decía mi maestra de universidad, debemos leerlo y entenderlo en los contextos. Los contextos son cambiantes, no estáticos, tanto como no lo son nuestras vidas. Sin ser una gran escritora hoy pude volver a desahogarme tal como mis referentes lo hicieron y antes de ellos sus propios referentes. Ojalá el día de mañana pueda ponerle humor a tanta angustia. Ojalá. 

miércoles, 10 de enero de 2018

Toto


Querido y muy amado Toto:

Hoy diste el último suspiro de tu vida (larga, por cierto), y yo no puedo más que sentirme absolutamente privilegiada por el hecho de que por 16 hermosos años me permitiste estar contigo.

A veces uno es un poco egoísta al creer que son los animales los que nos hacen compañía, y hoy, justo hoy, mientras te tenía conmigo sintiendo los últimos latidos de tu corazoncito, pensé que en realidad son los animalitos los que eligen a sus acompañantes. Y tú elegiste llegar a mi casa, con mi familia, para hacerme la persona más feliz de este planeta.



Cuando llegó tu papá, ese Pochaco tan malhumorado y enojón, entendí que él no era un perrito que quisiera jugar conmigo, ni dormirse en mi cama, ni dejarse abrazar hasta el ahogo; él tenía sus propias reglas y yo no tuve más que respetarlas o pagar las consecuencias (mordía muy duro a decir verdad), pero tú, tú no fuiste así. Tú resultaste ser el perro que siempre quise, mi amigo, el que me acompañaba en todo momento y a todo lugar, ese que no se me despegaba, que lloraba cuando me oía llegar, que brincaba y comía y vivía la vida sin mayor preocupación que la de comer como si no hubiera un mañana.





Siempre fuiste más obediente, con tu pelito suavecito suavecito, con cara de travieso y patas grandes y gorditas. Siempre fuiste mi mejor compañerito, y de alguna manera sé que fuiste capaz de comprender cuando me fui de casa y te dejé ahí, en el que siempre, hasta hoy, fue tu hogar. Siempre fuiste un perro feliz.





Ay Toto, yo sabía que algún día nos íbamos a despedir pero no creí que fuera así, tan rápido todo. Yo esperaba que a diferencia de tu papá contigo hubiéramos aprendido lo que era una muerte natural pero las circunstancias no se dieron así; lo único que agradezco es que tuve la posibilidad de tomar tu cabecita y sostenerla mientras tu alma dejaba de ser parte de este mundo. Afortunadamente para mí, este sábado pude darme el regalo de dormir por última vez junto a ti, como lo hicimos incontables noches en el cuarto de la azotea.





Mi monín, mi chiquitín, mi eterno bebé. Mi amigo. Cómo duele despedirse de un amigo que secó tus lágrimas con besitos y nunca, jamás, te defraudó en lo más mínimo. Me gusta pensarte corriendo en el pasto, subiendo las escaleras de caracol hacia mi cuarto, abriendo las puertas fácilmente con tus patitas y brincando como chapulín cuando tocaba la señora que vendía las tortillas y siempre te daba, cuando menos, una de regalo. Me gusta imaginarte tomando tus deliciosos bañitos de sol, durmiendo con la panza hacia arriba, subiéndote a las camas y comiendo todo lo que encontrabas a tu paso, desde verduras, migajas, comida real o hasta piedras.









Querido y muy, muy amado Toto, hoy diste el último suspiro de tu vida y deseo de todo corazón haberte dado la existencia que merecías, que te hayas ido sabiendo que viviste rodeado de amor y que tu paso por este mundo fue lo mejor que pudo haberme pasado. Sé que te volveré a ver, cuando me toque cruzar al otro lado. Te amo, mi perrito hermoso.

Pochaco y Amy te recibieron ese primer día en casa. Estoy segura que hoy también lo hicieron en el cielo de los perritos


Algunas de nuestras primeras selfies juntos

Con mamá

Con papá

Cuando te operaron y fuiste una lamparita Pixar

Estrenaste chalequito y te veías tan guapo
Y te gustaba sentir el calorcito de la chimenea...

El día que llegó Cabita a la casa.
¡Hasta hicimos yoga juntos!
¿Sabes, Toto? Dani también estuvo contigo, así, como en esta foto, dándote todo su amor hasta el final. 
... y yo también

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Flores naranjas para mi

Escribo un 1 de noviembre porque hoy es día de muertos, porque hoy se ofrendan flores y alimento a aquellos seres que ya no están con nosotros, porque toda esta temporada en sí siempre vibra y se pinta de un hermoso color naranja (mandarinas, flores, hojas secas), y pues, porque es en estos días en los que mi aprendizaje de vida me está marcando un antes y un después. Porque lo único constante es el cambio, dicen los que saben.

Esta vez no pretendo contar muchos detalles, me parece que no son tan necesarios. Creo que hay términos clave que transmiten mejor lo que pueda yo adornar con descripciones inútiles: crisis económica, Veracruz, gobierno, desilusión. Desafortunadamente no son cosas ajenas a la mayoría, así que la empatía con mi situación es inmediata, colectiva y latente.

A eso se le puede agregar un cambio de estatus en todo este año (de soltera a pecadora a señora casada), lo cuál me ha repercutido en un nuevo modo de administración familiar (les juro que no es lo mismo las finanzas personales a las de pareja); vivencias que difícilmente me había tocado experimentar como ver a tus padres (al mismo tiempo) malitos de su salud y de sus ánimos; dudas permanentes sobre si lo que elegí como forma de vida es lo correcto, si me va a llevar a algún lugar algún día, si lo hago bien, si vale la pena hacerlo confiando en que pronto será redituable;  y por el otro lado, generar un poco de ingreso haciendo cosas que no emocionan pero sí pagan, aunado a una pyme que si bien va creciendo, exige mucha atención, cuidado y por supuesto, ingreso.

No es que todo sea malo, pero muchas cosas han resultado decepcionantes. Y a veces uno se siente tan abrumado que decide no gastar ni la poca gasolina que le queda al carro como para salir corriendo a buscar abrazos emotivos. A veces uno, y más un bicho raro como yo, se siente tan abrumado que su único deseo es meterse a su cama y aislarse del mundo, porque con el biorritmo tan abajo las personas no suelen ser buenas conversadoras, cuantimenos buenas compañías. Por eso el silencio, a veces, aparece como la única opción posible, que no por eso más saludable.

Por eso en momentos así se agradecen los saludos espontáneos y los mensajes casuales, las palabras bonitas y los oídos sin juicio. Saberse querido y recordado da mucha alegría cuando las cosas parecen no ir tan bien. Y no se dejen engañar, porque aunque la vida en pareja, a pesar de las crisis, resulta ser muy alegre y gratificante, no sólo de amor vive el hombre.

Hoy, como hace un año, y otro más, no puse mi altar de muertos, me pareció imprudente hacerlo mientras mi complicación más inmediata es encontrar cajas de todo tipo para realizar una nueva mudanza, pero no por eso dejo de pensar en los seres que pudieron ocupar un espacio en él, gente en extremo amada (el dolor de su pérdida también fue algo nuevo, o increíble de este año) a quien ofrendarle luz, comida y flores. Pienso en las flores tupidas y naranjas en el altar que pudo ser y aunque suene dramático creo que ahí también encajo yo. Bien podría haber puesto una foto mía, y no por que me deseé la muerte, sino porque metafóricamente, simbólicamente, en esta etapa de mi vida han muerto muchas de las creencias que eran parte de mí y que hoy simplemente ya no están. La yo que había sido ya no está más, pero eso no es motivo de llanto o tristeza, todo lo contrario.

La festividad de muertos en nuestro país es extraña porque nos invita a convertir la tristeza en celebración, la sombra en luz de velas, la ausencia en ofrendas que nuestros muertos comerán. Entonces no veo por qué no enmarcarme en esta dualidad: flores naranjas para mis creencias muertas, con la esperanza, la emoción, la ilusión y la fe de que lo que me espera sea siempre mejor. Flores naranjas como símbolo de renacimiento, de un ritual que recuerda al ciclo terminado pero alienta al ciclo que está por comenzar.

Sí, hoy (y lo digo sinceramente, hoy más que ayer o que antier), empecé a ver con otros ojos mi situación sin que la aprehensión me venza. Hoy le doy sentido a la yoga, y a las lecturas, y a los ángeles, y a todas esas acciones que uno hace esperando por claridad y luz. Hoy empiezo a verlas. Hoy le doy sentido al presente, comienzo a creer en el cliché de que vivir es una gran aventura y fluyo (o eso intento) con menos reservas que ayer. Hasta mi cuerpo lo manifiesta. Así que como vibro en el naranja y es el chakra de la relación con los demás, aprovecho estas líneas para ofrecer una disculpa a la gente con la que he quedado mal: por las reuniones a las que no he ido, por las cancelaciones de último minuto, por mensajes mal contestados o todas esas cosas que uno descuida por vivir en su silenciosa cueva. Perdón si no soy yo la que he llamado o preguntado un simple "¿cómo estás?". Perdón si mis actitudes han parecido poco amables. Perdón si en este trance algunas amistades se han quedado atrás, sin explicaciones ni razones concretas.


Esta ofrenda de flores naranjas son para mí pero también para todos aquellos que están en un proceso parecido (o no) pero que de igual forma represente su propio infierno particular. Flores para los que están y no, flores para los que somos y ya no, flores para los que llegan y flores para las nuevas versiones de nosotros mismos. Que las flores y los aires de otoño terminen de sanarnos por completo.

viernes, 3 de marzo de 2017

Documentar la vida cotidiana I: Nuevos ciclos, viejas costumbres

Hay cosas que uno aprende desde bien pequeñito y que, aunque deje de hacerlas, nunca se olvidan. El ejemplo clásico es eso de andar en bicicleta, pero me temo que yo no puedo aplicarlo mucho porque a) odio andar en bicicleta, b) ya no tengo bicicleta y c) mi rodilla cucha desfallece cuando oso andar en bicicleta. Así que interpongamos ese feo y añejo ejemplo por el hábito de escribir, cosa que me gusta mucho más.

Cuando era una niñita de educación básica aprendí a escribir: la maestra me enseñó cómo debía trazar una a, una u, la diferencia entre v y b, cómo escribir mamá o papá o pepepecaspicapapasconunpico (cuando tuve más pericia, por supuesto), pero en realidad creo que fue hasta los 10 u 11 años cuando realmente aprendí a ESCRIBIR. Antes había empezado a llevar un insulso diario, en el cuál documentaba cosas de niñita como cuántas veces me había peleado con mi hermana, con quién había platicado en el salón de clases o posiblemente alguna injuria a la maestra en turno por encargar tanta tarea. Sin embargo fue un 7 de marzo de 1990, hace ya 27 años, cuando el camión de la mudanza llevó de una ciudad a otra una nueva inquietud, un nuevo sentido de percibir la realidad que estaba aprendiendo a conocer pero que reconocí sin mucho esfuerzo.

Fue así, por esa gana de platicarle a mis amigas lejanas cómo iban transcurriendo mis días apartada de todo lo que entonces me era familiar, que comencé el hermoso hábito de escribir cartas. Y esta necesidad de expresión, de comunicación, me fue enseñando a prestar atención a los pequeños detalles, a ser más observadora, a encontrar la diferencia en cada día que iba transcurriendo. Para entonces nos habíamos ido a una casa más grande y la oficina postal nos quedaba tan pero tan pero tan lejos (según mi infantil imaginario) que las experiencias narradas dejaron de ser compartidas para convertirse en un ritual íntimo, en un desahogo de mí para mí.

Desde entonces mis inquietudes, mi ocio y por qué no, la vida misma, me han puesto enfrente autores, textos y referencias cuya influencia ha hecho que pula este viejo hábito y no sólo eso, ha logrado que tenga el valor de compartir con la gente tantas y tantas tonterías que simplemente fluyen de mis dedos, así, inexplicablemente, como si mis manos y el teclado de la computadora tuvieran una extraña y misteriosa fuerza que los uniera por minutos, o cuando la inspiración es generosa, por horas enteras.

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El ser humano es tan complejo que en 21 días puede fijarse un hábito y destruir al mismo en menos tiempo que eso. Y si no destruirlo sí lo deposita en un baúl que arrumba en lo más tétrico y oscuro de sus pensamientos y emociones, en ese ático donde el piso cruje y las telarañas se asoman en cada esquina, y los murciélagos vuelan de una ventana a otra. Justo ahí, en ese rincón, quedó guardada y resguardada mi bonita habilidad de escribir, de escribir y describir mi presente, mi realidad, mi historia. En un acto (ahora lo entiendo) un tanto brutal, tuve que mandarla a un lugar horrible aunque seguro para ser reemplazada por otras formas de expresión y comunicación, un tanto más serias, un tanto más complicadas. Y así como mis miedos y mis más arraigadas creencias, la curiosidad de escribir, la capacidad de asombrarme y mofarme de mi vida cotidiana, fue tomando otras formas más gráficas, más concretas, que limitaban mi experiencia a una imagen o a 140 caracteres (lo cuál representaba todo un reto para quien no entiende mucho de límites), y así pasé del blog al Facebook, del Facebook al Twitter, del Twitter al Instagram, y del Instagram al baúl refundido y siniestro. Han pasado los años y me ha resultado difícil (por no decir más) traer esas capacidades a una realidad que también me ha traído mudanzas, nuevas compañías, nuevas formas de apasionarme y ganarme la vida y, claro, una oleada de múltiples complicaciones de esas del tipo adulto.

La pregunta sería: ¿por qué si la experiencia del movimiento me trajo esta hermosa habilidad, hoy un evento similar no la trae otra vez a la luz? La respuesta es este mismo texto.

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Los hábitos, sobre todo los nuevos, a veces parecen tan locos como que ahora mis desayunos (la mayoría de ellos) saben a brócoli. Mi niña interior estará muy decepcionada por semejante atropello, pero no puedo ir contra esas mañanas en las que amanezco con antojo de arbolito, y cada vez son más frecuentes. Dicen que es el llamado de tu organismo que te pide, te exige algún determinado nutriente, o como cuando comienzas a hacer ejercicio, dejas de hacerlo pero tu cuerpo se acostumbra. Así, justo así, hoy amanecí con antojo de los textos de Germán Dehesa, cosa que no me ocurría desde hace muchíiiiiisimo tiempo. Ese hábito que tuve y mantuve de leer religiosamente sus columnas terminó con su sorpresiva muerte y hoy, frente a la realidad tan triste, de tanta incertidumbre, de tanta decepción, mis ojos y mi espíritu tuvieron ganas de esos textos que con un suculento humor negro podía lo mismo criticar a políticos y gobiernos que narrar las historias de sus hijos, de sus amigos, de sus mujeres, de sus mascotas, de sus días tan llenos de todo porque él los dotaba de ese todo, lleno de sabor y estilo propio. Tan necesitaba estuve, que desde las 6 am leí algunas de las columnas que de manera póstuma compiló el grupo Reforma, y después abrí el único libro que tengo de él, que empieza con una frase (con la que yo termino este post), que definitivamente resulta llena de significado, porque esto es lo que tengo que recordarme siempre a mí misma:

"Escribo para no quedarme solo, solito y mi alma con mis recuerdos. Por eso, para eso, llevo ya tantos años viviendo acontecimientos, empleando palabras para volverlos anécdotas, historias, pequeñas estampas de lo humano. No siempre lo logro, no siempre fracaso. El tiempo y tú, lectora lector querido, se encargan de discernir entre lo memorable y lo olvidable, entre lo leve y lo pesado."

Ustedes, no yo, lo decidirán... Comienza entonces esta serie, multimedia, catártica, necesaria para la realidad pero más para mí realidad, que intentará documentar la tan gozosa, tormentosa y disfrutable #vidacotidiana.