lunes, 24 de junio de 2019

Fragmentada y derretida

Hace casi dos meses me mudé de ciudad. No es un evento que no haya conocido ya; lo mismo sucedió hace casi treinta años, cuando el trabajo de mi padre hizo que conociera de manera consciente la fragmentación interna que produce una circunstancia de esta índole.

En esta ocasión mi mudanza obedeció al trabajo de mi esposo... horrible forma de decir que este cambio  no solo estuvo rodeado de consciencia sino de voluntad propia. Cuando niña no tuve voz ni voto, solo el insondable deseo de sentir a mi familia completa y reunida. Ahora, con voz y voto, me movió el mismo sentimiento.

Cuando el amor es el que te mueve imaginas que todo lo que vendrá estará lleno de un sentimiento de aventura, matizado con alegría, con risas, con ilusión, con abrazos y felicidad ilimitada. Cuando el amor es el que te mueve, pero también la necesidad económica, el panorama comienza a llenarse de manchitas, de polvo, de imperfecciones que el amor no necesariamente borra. Cuando descubres que el amor y el proyecto de vida tienen soportes que, aunque uno los cree fuertes y sólidos, también se tambalean, no queda más que aceptar que el miedo, la frustración y la desesperanza forman parte de la gran ecuación. En fin. Qué mugre todo.

Porque por más que uno se esfuerce, por más que uno amanece con su mejor cara tratando de luchar contra adversidades climáticas, por ejemplo, a veces no hay nada que hacer mas que aceptar las lágrimas y la resistencia civil ante el calor que derrite y chorrea tantos fluidos como ilusiones, hormigas que, animadas por el bochorno, trazan caminos en los lugares más insospechados, buscando sustento en cada superficie mal limpiada, en cada migaja mal barrida, en cada plato sucio que no es pasado previamente por el chorro del agua. Resistencia civil a un entorno donde no eres nada sin un ventilador de por medio (no, nada. Te vuelves humo, te vuelves agua, te vuelves un brote de sudor inaceptablemente incómodo); donde limpiar el hogar requiere de tres dosis previas de espinacas frescas porque sino la energía se agota demasiado rápido, donde salir al banco más cercano se vuelve una feliz carrera contra el tiempo para llegar al espacio donde seguramente el aire acondicionado sofocará hasta el trámite más enfadoso, uno donde a veces pensar cuesta mucho trabajo porque el calor calentó todos tus sistemas y las alertas internas bloquean cualquier acción cerebral por realizar.

Ahora comprendo al Extranjero de Camus cuyo móvil de asesinato fue el rayo del sol.

Ahora comprendo estos entornos polarizados en donde el calor, el mismo calor que absolutamente todos sienten en la calle, se entiende diferente si en tu casa existen ventiladores, climas de ventana o techos de lámina. El calor no es el mismo para todos si tu lugar de trabajo es bajo un techo o si vendes helados en tu carrito sin sombrilla, o si ofreces casa por casa -hasta el desmayo- tus servicios como plomero. Escribo esto y mi queja absurda de las hormigas se vuelve contra mi, señalándome con el dedo la mezquindad de mis infundados berrinches.

Sí. El calor fragmenta como también el hielo permanente, la oscuridad temprana o la lluvia constante. Aunque en realidad ahora que lo pienso el clima no es el que fragmenta a nadie, solo acompaña los procesos de vida que de pronto se sienten como jarrones chinos que se han hecho añicos, esperando que algún día esas piezas se vuelvan a unir aunque al final resulten platos amorfos o tazas con una sola asa. A mi se me atravesó la mudanza, la lejanía física de mi tribu (esa, de sangre y de amistad que te sostiene en los tiempos difíciles) incluso hasta la llegada de mis 40 años, sin mencionar a la crisis que propia que acompaña a esta edad. Se me atravesó dejar los espacios laborales ganados después de tantas batallas, dejar atrás a ese lugar en donde alguna vez fuiste algo, se me atravesó la ilusión de que tu CV tendría los suficientes méritos como para empezar de cero sin mayor dificultad. Todo se quedó atrás. Todo está en donde hoy ya no es su espacio vital.

Hoy soy simplemente ama de casa porque, por más que me esfuerzo, no sé a ciencia cierta cómo ser algo más aquí. Hoy soy la esposa que besa y ve partir a su marido por la ventana, con una mano en la despedida y otra en la ropa sucia que hay que lavar porque ah cómo se acumula, concentrando sus energías en los trastes apilados de la noche anterior y el menú de la comida aunque minutos antes se había quemado los fusibles para inventar un desayuno diferente, aunque sea en la presentación. Soy la esposa que mira el reloj para organizar sus actividades caseras esperando que encajen con sus quehaceres -inventados- personales, como leer, hacer un podcast o escuchar entrevistas sobre productores de televisión y showrunners porque antes, la esposa en su rol de profesional, creía que la reflexión sobre esos temas podría en algún momento interesarle a alguien. Pero una vez más es el calor y sus sucias jugarretas el que todo lo nubla y le da a esa esposa amorosa y dedicada alucinaciones de cosas que en este entorno, en esta realidad, no tienen ninguna validez. Son solo entretenimientos temporales, pasajeros, improblables, inservibles.

En días como hoy no sirve de nada llorar, patalear o gritar tan fuerte que hasta espantas a tu igual de sofocada perrita, escondida en lo que considera el lugar más fresco de la casa. No sirve de nada sentirte frustrado porque han pasado menos de dos meses y no reconoces a la versión en la que te has convertido; de nada sirve preguntarte por qué te falta valor para pedir trabajo en un OXXO o si la vida sería más sencilla si tan solo hubiera sido contadora o maestra de química. Simplemente no sirve de nada mirarte al espejo para descubrirte canas nuevas, ver tu cuerpo diferente porque no cabes ni en los zapatos cuando retienes líquidos y todo te aprieta o descubrir que ni siquiera tu guardarropa estaba preparado para sudores que todo lo manchan y todo lo traspasan.

Yo por eso he decidido dejar de consultar la temperatura local. Porque nada sirve en días como hoy.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ánimo mi "Ra"! No sé muy bien qué decirte ni qué aconsejarte... seguramente en estos momentos cualquier intento de hacerte pensar que todo será pasajero pasará desapercibido... Dale tiempo al tiempo... Tal vez el cambio de ciudad "por amor" y todo lo que ello implica tengas que verlo desde el otro lado de la orilla... Tal vez el cambio no era necesario para "él" sino para tí... El Universo tiene sus formas... Muchas veces pensamos que tomamos decisiones para apoyar a quienes queremos y nos asalta la culpa cuando lo que estas decisiones nos generan son miedos, rabia, añoranza e incluso arrepentimiento porque no queremos "lastimar" al otro con lo que sentimos. Quien sabe el cambio estaba destinado para justamente provocar todo esto que sientes "en tí" y proveerte de una fuerza, de una energìa y de un impulso que se habìan dormido allá en tu Veracruz... Mírate hacia adentro, repotencia tu creatividad, re canaliza tu energìa y ponle alas a tus sueños... Yo renuncio este fin de año a mi trabajo de maestra despùes de 35 años ininterrumpidos y seguro pasasré por un proceso parecido al tuyo... Ahora estoy convencida que me comeré al mundo cuando llegue mi "después" pero quien sabe.. Lo que si debes tener por seguro es que no estás sola... Alguna vez me dijiste que no creías en la casualidad sino en la causalidad... Busca en el termómetro, la ropa sucia, las hormigas y el bullicio de la ciudad las señales que el Universo quiere que tu corazón detecte... Inhala, contén y exhala en ocho tiempos varias veces creando un paréntesis desde el cual puedas verte a tí misma desde fuera y verás el "ruido" desaparecer y la luz llegar.. Besitos desde Lima!!!