jueves, 29 de diciembre de 2016

2016

Este año se va, se va, se va y está a punto de salirse del estadio para dar paso a un esperanzador 2017. Para muchos el recuento de los daños resultará sumamente desconsolador, para otros, quizá los menos, tendrá sus pequeñas pero significativas chispas de felicidad.

Para mí en lo personal fue un año tremendamente extraño, por mucho, con más cambios y volteretas emocionales de lo que nunca había vivido, o al menos no últimamente.

En 2016 me permitió experimentar darle forma a mi pequeño emprendimiento llamado Abrazos Verdes. He ido aprendiendo el arte del vender, de platicar, de acudir a los bazares y mercaditos a donde la gente se reúne para encontrar productos como los que decidí poner a la disposición de la gente, y así compartir con muchas personas mis propios gustos e intereses. Pero también me trajo baches, bajones, frustración, corajes, y angustias al respecto. Nadie dijo que fuera fácil, y no fueron pocas las veces que he querido salir corriendo para volverme cajera de algún OXXO y dejar a un lado este sueño que, aunque chiquito, he ido construyendo.

También ha sido el año en el que me animé a grabar podcast y a darle un mayor impulso a la Ratona de TV porque, tenía la esperanza, algún día llegaría a los oídos correctos que me ayudaran a brincarle a algo más. Pasaron muchos meses y aunque no fue del todo así, tuve la fortuna de darme cuenta que mis contenidos llegaron a algún lugar, fueron de utilidad, y sobre todo, que mi trabajo es poco a poco reconocido al respecto (algo nada despreciable). Me tomé con mayor seriedad mi concepto -aunque sigo sin creerme eso de "analista" o "crítica de"-, sin embargo traté de ser más constante con mis publicaciones, con la página, con las redes sociales, e incluso me llené de valor para empezar a diseñar mi propio ebook, algo que no sé qué rumbo tomará pero a lo que le traigo muchas ganas. También fui invitada por primera vez a un evento para hablar sobre mi tema enfrente de muchas personas y, contra todos mis pronósticos, fui capaz de armar dos cursos "en infínitum" para dar clases express en distintas escuelas. Créanme, eso para mi representó un reto de proporciones épicas. Y como cereza del pastel, pude ver mi nombre por primera vez en mi vida en un libro sobre uno de los temas que más me apasionan, después de una cita que yo escribí con mis propias manitas. Eso no es felicidad menor, se los aseguro. De pronto imagino que todo lo que he sembrado durante tanto tiempo por fin está dando la cosecha deseada, que no es más que el que el conocimiento que he ido adquiriendo sea de utilidad para los demás.


Pero, en cambio, aunque en 2016 fui capaz de generar mucho contenido de otra índole, también fue uno de los años en los que menos escribí. Y para ser sincera, lo extraño mucho. También fue un año muy frustrante porque algo a lo que le tenía tantas ganas, como el regresar a un congreso padrísimo que ocurre cada dos años y que para mi buena suerte este año sería en México y ya tenía mi ponencia aceptada, nomás no pudo ser por cuestiones financieras. Una crisis económica personal y el aumento del precio del dólar fueron pretextos mucho más poderosos que mi propia emoción. Y es que perseguir los sueños así, como lo he venido haciendo, no deja mucho margen de ahorro. Por no decir que en realidad no reditúa para nada.

Y bueno, en lo emocional hay cosas tan intensas que he preferido guardármelas para mis propias memorias personales que extrañamente no comparto con nadie. Parecerá tonto pero así es. Por alguna razón imaginé que la llegada de mi prometido (estatus que fue adquirido el 31 de diciembre de 2015), después de dos años de un noviazgo de Facetime, sería uno de los eventos más documentados de la temporada en todas mis redes sociales, pero no ha sido así. He descubierto (aunque esto no es nada nuevo) que las cosas que más emoción me causan tiendo a guardármelas para mis adentros. Quizá porque dentro de toda la alegría que ha representado tenerlo junto a mi físicamente después de tanto que lo añoré también hay de fondo un cambio de paradigma de todo lo que hasta entonces había conocido, y de pronto me vi compartiendo cama, cocina, auto y demás espacios que ni aún viviendo con mis padres tenía a bien hacer. Recordemos que soy un bicho raro que gusta de la vida en solitario y que a sus 37 años nunca había experimentado la vida en pareja. Acostumbrarme a esto ha sido mágico y ha tenido sus risas y alegrías, pero, siendo sincera, no por eso ha resultado para mi. Posiblemente no me resulte atractivo escribir para desahogarme para luego darme cuenta que todo pasa y todas las cosas tienen solución y pues chin, lo dejé por escrito.

La idea de una boda ha estado presente pero también ha tenido sus momentos. Para como está la situación financiera, nadie sabe si realmente ocurrirá como tal en 2017 o no. Así que tampoco he querido documentar esto porque nada es seguro y pues, ni modo de ilusionar al amable y respetable público lector con sucesos que Dios sabe si pasarán.

Este 2016 pude reforzar algunos lazos con gente que quiero mucho, pero también he tenido que aprender a no juzgar, a comprender cuando algunos ciclos se cierran, y a dejar ir a personas que por alguna razón ya no quieren ser parte de mi momento. He entendido que cuando siento que no puedo hacer nada por los demás siempre puedo ofrecerles un oído, y así, sin decir nada, ayudo mucho. Muchas personas prefieren o necesitan más ser escuchadas que escuchar, así que quizá por eso he sido más selectiva con aquellos con quienes comparto mis experiencias personales, que acaso se quedan en los propios oídos de Tokotina bebé, otra víctima del caos y de la revolución emocional de este año. Pero también vencí miedos y superé retos, y el día de mi cumpleaños logré pararme de cabeza en mi clase de yoga. Fui una triunfadora.

Y si, debo decir que los últimos días de este año se me van un tanto harta, un tanto asqueada de todo lo que ocurre afuera de mi propia burbujita. Tantas causas por las cuales indignarse, tanta crisis, tanta maldad, tantas muertes, y tan poca voluntad para que nuestras energías y actitud al respecto sean distintas para entonces sí hacer la diferencia. Creo que el enojo constante y colectivo no nos lleva ni nos llevará a ningún lado, pero esas somos mis creencias y yo.

Así, con este tonto recuento que tal vez únicamente me interesa a mi, quisiera agradecer a toda la gente que este año confió en mi, que me ofreció trabajo, oído, ayuda. Agradecer a quienes compartieron alegrías y me abrazaron en lo difícil. Agradecer a aquellos que, sin saberlo, hicieron algo grande en mi vida. 

A los seguidores de Abrazos Verdes, a los de Ratona de TV, a mis amigos y familia. A quienes están y quienes ya no. A Toto, a Caba y a Tokotina. Y a Alex, por estar, por llevarme a límites a los que mi zona de confort se hubiera negado a ir, por hacerme perder miedos y enfrentarme a ellos, por rodearme de una forma de amor nueva y hasta ahora desconocida para mi.

Quisiera decirles que 2017 será una mejor temporada, llena de amor, de buenas vibras, de bendiciones, de oportunidades para encontrar oro en medio de tanto derrumbe, pero posiblemente pecaré de optimista porque el petróleo y Trump y todo lo demás. Así que me concretaré en desearles todo lo mejor, que cada quien haga su lista/ritual/propósitos/metas para tener todo lo que desean, que en estos días haya más reflexión y menos dolor. Que cada quien busque y encuentre su felicidad de la manera en la que más les apasione. Que sea mayor lo bueno que lo malo, hoy y siempre.

Abrazos Verdes y de todos colores y borreguitos de la abundancia para todos.


lunes, 14 de noviembre de 2016

¡Hola Katy!

Si le queremos encontrar un nombre pirata pirata a la tan famosísima y admirada gatita blanca japonesa, que ni es gatita ni es japonesa (según Sanrio es una niña que vive en Londres, Inglaterra), yo propongo que sea Hola Katy. Es bonito, no traduce literal, tiene un no sé qué que le da cierto caché fayuquero... todo en uno. Sí, ¡Hola Katy!

Y es que como muchas (o casi todas) las personas que me rodean llegan a saber, quién sabe cómo o por qué, que soy ultra plus fan de mi adorada Hello Kitty. No sé, simplemente me encanta. Como somos de la misma generación, debo decir que fui una niña a la cuál le regalaron algunas cosas de la gatita en forma de bolsita para guardar cualquier chuchería o libretitas para anotar pensamientos profundísimos de la infancia. Después no pasó mucho hasta que en 1997 el internet llegó a mi vida y me dediqué a buscar por todo Altavista (el papá de Google) cualquier dibujito o página web que me llevara a Sanrio, y fue entonces como conocí al perrito Pochacco, a KeroKeroKeropi, a Batzmarú y Chococat y recordé a los viejos conocidos como MyMelody. Desde entonces esta fiesta no termina, como diría Proyecto Uno. La red, con todo su poder, volvió a poner en el mapa de muchas fans a toda esta bonita banda de amiguitos con artículos (oficiales y similares) que han hecho las delicias de muchas de nosotras, así que en cuanto tuve edad para ganar mi propio dinero tuve a bien empezar a comprar todo lo que mi cartera pudiera gastar en mochilas, playeras, y demás artículos varios que se cruzaran por mi camino. Basta decir que, por obvias razones, la gente comenzó a regarme más y más cosas y de pronto volamos hasta el año 2016 en donde con el poder de las redes sociales puedo constatar lo mucho que piensan en mí cada que Sanrio da nota, porque (en verdad), me etiquetan siempre al menos dos diferentes personas, ya sea porque hay un avión con la cara de la gatita, un restaurante, o una exposición especial.



La semana pasada tuve la fortuna de ir al Museo de Juguete de la Ciudad de México, con el pretexto de que todo este mes se celebrarían los 42 años de la Kitty presentando una exposición donde varias coleccionistas están compartiendo sus propios acervos. No todos son artículos viejos como yo esperaba, pero lo que vi simplemente me fascinó. ¡Y lo documenté!


Lo cierto es que mientras estaba ahí, con esa estúpida sonrisa que sólo puede poner alguien que disfruta en demasía tan tremenda experiencia, no pude evitar pensar el por qué a mis 37 años este icono que pasa como infantil me entusiasma tanto. Y es que así como mi extraordinario gusto por ver telenovelas, este fantatismo también me convierte en un interesante objeto de estudio (ojalá me gustaran así los estudios de recepción), sobre el por qué personas como yo, o como muchas otras en el mundo, sentimos esta especial fascinación.

Daniel Mato (2007) hace preguntas más profundas que yo, y por principio habla del juguete como un referente en la producción de sentido. y se refiere a ellos como una especie de consumo cultural. Para él, la industria del juguete es una industria cultural ya que produce productos que tienen aplicaciones funcionales y, al mismo tiempo, resultan significativos de manera sociosimbólicamente, es decir, no sólo cubren una necesidad sino que también producen sentido según valores específicos e interpretaciones del mundo.

Christine Yano (2013) va más allá. Con su libro Pink Globalization, Hello Kitty´s treak across the Pacific, se hace tantas preguntas y va explicando poco a poco y según su tremendo estudio hay determinados factores que desde la estética están creados para llamar la atención del público más allá de su natal Japón. Hasta donde voy de su libro (porque está en inglés y me toma mi tiempo leerlo), hay algo en esta cultura de lo cutecool que jala lo mismo a niños que a adultos, y según lo plantea el 9/11 trajo un boom entre las personas de más edad que encontramos en este tipo de imágenes, ya sean Kitty, Precious Moments o Rosita Fresita, una forma pasiva de escapar de la realidad que cada vez se pone más fea. Incluso también hay algo de subversión cuando afirma que el rosa es el nuevo negro (Pink is the New Black). Pero ya que llegue a ese apartado les contaré las afirmaciones de esta mujer, una destacada Doctora en Antropología que pertenece al colegio de Ciencias Sociales de la Universidad de Hawaii.

El caso es que seguramente las niñas internas de muchas o muchos de nosotros tienen algo que ver en esto. Niñas y niños que disfrutan el ver, el coleccionar, el atesorar, el tener productos utilitarios lo mismo con una gatita que con un Mickey Mouse o un Snoopy. Lo cierto es que hay algo tan particular en el disfrute de estas aficiones, en el valor que le damos a una mochila, un sartén, una wafflera o un par de chanclas con las figuras admiradas (y es que los dibujos no nos traicionan, aunque también tengan juegos de roles tales que son capaces de mostrarnos a una gatita candidata a presidente o a una ladronzuela terrible) y le dan continuidad a eso que quizá nos quedó pendiente en la tierna infancia. Cada quien tendrá sus propias razones.




En fin... Esto nada más era para introducir al bonito video que pude hacer en las instalaciones del MUJAM, un lugar padrísimo que, si están en la Ciudad de México, deben conocer. Tiene muchas colecciones  y juguetes de hace muchas cuantas décadas que, como podrán ver en el video, están tremendamente increíbles.

Si les gusta, les da risa, o saben de alguna otra fan que quiera disfrutar enloquecidamente de esta exposición, compartan este bonito video que hice con mucho cariño y haaaaarto enloquecimiento juvenil. Le harán el día a más de tres, jejeje.

domingo, 18 de septiembre de 2016

La vida sigue...

Y no, no lo digo por las muchas personas que a tantos días de la muerte de Juan Gabriel le siguen llorando cual plañidera derrumbada en féretro (bueno, la neta sí que sentí feíto pero tampoco fue para tanto). Lo digo porque después de mi agolpado y apasionado post anterior, que fue escrito con todo el sentimiento del que fui capaz, me doy cuenta que las aguas se calman, la vida sigue y lo hace con tantas emociones que hasta el sueño me quitan.

Esta semana ha sido particularmente reveladora. Parece que Diosito escuchó algunas de mis múltiples interrogantes y ante la duda de "¿quién soy o quién quiero ser yo?" me ha mandado muchas señales que no puedo ser capaz de ignorar. ¿Quién soy o quién quiero ser? Ni releyendo El mundo de Sofía habría podido descubrir la respuesta (que no es una, en realidad).

Como en juego de tetris imaginario, todo se ha empezado a acomodar en su lugar: Tokotina en su camita, la despensa en la mini cocina, los horarios, las pasiones y los espacios de trabajo. Después de estos días de ajuste, por fin parece que todo está empezando a encajar en esa palabrita que unos detestan pero que yo adoro: RUTINAS. Para personas como yo que gustan de la estructura y la planificación (aunque sea a corto plazo), las rutinas son el cielo mismo en vida. Por obvias razones mis rutinas personales perdieron todo rumbo, y por muchas más obvias razones las de mi amado roomie estaban peor, así que era no solo urgente sino necesario que empezáramos a darles forma juntos, sobre todo ahora que los dos estamos en plan de pequeñomicroemprendedores trabajando en casa.

Así que, felizmente, volvieron esas mañanas de yoga (ahora acompañada, que se siente francamente bonito) y agua calientita con limón en ayunas, y se han incorporado algunas nuevas respecto al ejercicio y el baño y los ratitos de vapor. Han vuelto esos fantásticos momentos en los que lleno la agenda con planes y pendientes y citas y sueños; hemos repartido las áreas de trabajo, y mientras uno está en la computadora la otra trabaja desde su laptop, en una mesita o desde la cama (lo cuál es mejor porque así la tele me queda en línea directa a los ojos), a las horas de costumbre (o sea, casi todo el día); hemos ido aprendiendo a ceder tiempos pero también a compartirlos cuando sea posible (cine, super, paseos con Tokotina). Y todo eso ha sido motivación para que mi creatividad, tan dormidita en estos días, haya despertado de su sueño cual princesa de cuento, llena de lagañas (un momento, ¿las princesas tienen lagañas?).

No voy a negar que en este camino hay eventos desafortunados que no han sido lo que una espera. Por ejemplo, esto de la salida de Televisa Networks de mi paquete básico de cable me tiene abatida hasta las lágrimas... ¡y en las semanas finales de El pecado de Oyuki! No hay que ser, están viendo que la costumbre es más fuerte que el amor y ahora de alguna manera debo recomponer mis sanos hábitos de consumir telenovelas de antaño, que están en franca agonía por un tremendo malentendido mercantil. Eso sin mencionar mi panza de globo aerostático en pleno vuelo debido a la resistente colitis nerviosa que me aqueja, y a la frustración que me dio confirmar que debido a la inflación (no la de mi panza) no podré acudir a un evento que con tanta ilusión esperé desde hace dos años.

Mis palmaditas en la espalda profesionales han llegado en otras formas: no hay congreso pero sí una plática sobre telenovelas en conocida universidad; no hubo clases sobre televisión pero sí las habrá de diseño en Power Point; no ha habido inspiración para hacer publicaciones pero sí para hacer podcast, que hasta eso no me han salido nada mal (vayan a www.ratonadetv.com para que sepan de qué les hablo); los Abrazos Verdes han estado un poco desatendidos de manera online pero en cambio estoy recibiendo muchos nuevos saberes para mejorarla, y la planeación de una boda es uno de esos quehaceres extra que se viven con mucha ilusión. Explico: Desde hace algún tiempo entendí que mi misión en esta vida y en este planeta era compartir mis conocimientos y opiniones sobre la televisión (no es que sea pretensión de mi parte, es que algo tengo que hacer con tanta hora nalga al respecto), pero en el camino se me han atravesado otras cosas que ni siquiera sé si hago bien, pero que por algo me llegan, como esto del emprendimiento que me ha servido para aprender muchísimo y ya de pasito y sin que yo lo quiera, para inspirar a más personas. No sé ni cómo ha sucedido, pero ahí está, tal como yo he recibido mis dosis de motivación de muchas otras personas más. Y un nuevo saber ha llegado de manera un tanto empírica pero que me trae loca de ilusión: sin yo ser diseñadora profesional, sin yo ser una community manager, sin ser experta en nada pero aprendiz de todo, atendí a la invitación que me hicieron para impartir unos pequeños cursos sobre diseño y redes sociales que poco a poco se ha ido transformando en algo que me estoy tomando muy en serio, que es sacarle jugo a un programa tan subutilizado como el Power Point para crear carteles, dibujos e imágenes sin ser tan ducho en el asunto (y sí, es otra forma de sacarle partido a tanta hora nalga invertida frente a la computadora).

¿Que qué es eso de diseño en Power Point? ¿cómo es posible? ¿estoy loca o me cayó un coco?... y lo que es peor: ¿yo, pensando en dar clases UNA VEZ MÁS? Tantas preguntas que se contestan con el hecho de que he entendido que mi misión en esta vida, más que hablar únicamente de televisión, es ayudar y contribuir en la sociedad con los saberes y pasiones [quizás inútiles, quizás no] que la vida me pone en frente. Igual da que sean sobre televisión, telenovelas, dibujitos y carteles que resuelven algún apuro o un estilo de vida más "verde". Quizá mi colitis nerviosa se aloca cuando entran a escena mis temores e inseguridades al sentirme poco calificada para hablar de cualquiera de estos temas (o de todos los demás), y mucho más cuando me debato entre si compartirlos o guardármelos en los rincones torcidos de mi alma. La exposición de mi propio ser me hace (siempre me ha hecho) temblar del horror. Por eso prefiero ver mi propia vida con humor, reírme, y pensar que nada es tan serio como mis propias creencias me hacen pensar.

La vida sigue... y sí, este bonito dibujito fue hecho en Power Point. ¡Muy pronto les contaré de este cursito, para que se inscriban y aprendan un montón! (y sigan apoyando a esta policrómica mipyme casadera, por qué no).



GuardarGuardar

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Líos domésticos, la revancha (o de cómo voy poco a poco convirtiéndome en una señora)


El título obedece a muchas cosas que si han sido fans de las Policromías con anterioridad quizá podrán reconocer. En el caso de que el diagrama de flujo invisible los lleve al NO, entonces explico brevemente que desde hace algunos años tuve a bien narrar una bonita saga de "increíbles" (con énfasis en las comillas) aventuras que me ocurrieron en mi vida de soltera "que se fue a vivir sola para saber lo que se sentía llevar una casa antes de que el universo marital tocara a la puerta". Se incluyeron algunos desastres culinarios (yo tan linda, invitando a mi familia a comer cosas preparadas por mí y bueno, bendito el creador aún viven para contarlo), o la vez que dejé encerrado al buenhombre que me ayudaba con las actividades domésticas (sí, era un señor de lo más amable que por una distracción fatal estuvo horas atrapado en mi ex casa de pitufos y gatos), o cuando se me tapó el lavabo y... hay no, esa mejor no la cuento. Ahora la saga vuelve porque desde hace un poco más de un mes comenzó una nueva etapa de mi existencia que trae, además de muchos cambios, muchas preguntas, millones de dudas y altas dosis de amor,  una oleada de nuevas experiencias de índole hogareño. En resumidas cuentas, me arrejunté con un muchachito (ay, que ahora es más señor que otra cosa), y en esta vida clandestina del pecado están comenzando a pasar muchas cosas, como el hecho de que, tal como lo menciono en el título, también yo estoy convirtiéndome en una [terrible] señora.

Y es que estos líos involucran luchas a muerte con la paciencia y las buenas intenciones. Las mujeres que han tenido la fortuna de haber vivido solas, al menos alguna vez en su vida, entenderán mejor a lo que me refiero. En la vida doméstica que pude conocer como dueña y señora de mi casa de gatos, pitufos y Tokotinas aprendí a llevar el control de una casa que prácticamente habitaba un único ser humano. Nadie más ponía peros u objeciones sobre el orden, el desorden, el canal de la tele, o las decorativas telarañas de las esquinas. Y aclaro, no es que ahora alguien lo haga (a excepción de las telarañas, hagan de cuenta que pertenece a la patrulla antibichos), pero los espacios han cambiado mucho desde entonces. De vivir en un palacio que habitamos mis recuerdos y yo, ahora vivimos en una casita que velozmente se llena de amor, expectativas y cosas compartidas que deben estar en orden para no ocasionar un caos medieval.

La paciencia se enfrenta a las buenas intenciones cuando la contraparte pone todo su esfuerzo en, por ejemplo, tender la cama. Imaginen la escena: él, tratando de agradar en todo a su pareja que es particularmente mamona para semejante menester. Mi paulatina pero evidente transición a señora que todo lo analiza con lupa en mano no ayuda en nada cuando esta inocente alma se esfuerza en acomodar las múltiples almohadas en el orden preciso (sí, soy de esas locas que toma en cuenta hasta el lugar en el que debe ir la etiqueta), o cuando las sábanas no están estiradas de acuerdo a los cánones militares. Para relajar la contienda diré que respiro tranquila al enterarme que no soy parte del cliché de la pasta del dientes, y que en esta casa nadie protesta por las formas que adopta el tubo dentrífico en cuestión al ser apretado. Donde los contrincantes cambian de bando es cuando entramos en materia culinaria. Pese a que el proceso de adaptación no ha sido fácil (ponerse de acuerdo con lo que comemos, sus gustos y mis hábitos, su tipo de súper y mi tipo de súper), hay cosas que fluyen a la perfección, como el hecho delegar funciones: uno cocina los platillos más suculentos, y a la otra le toca la ensalada y hacer el agua. Todo va bien hasta que la chica de las ensaladas decide ser la señora de su casa e intenta preparar la comida. El resultado de este primer arrebato fue un hombre sacado de onda y con tremenda interrogación, una comida hecha a medias, lágrimas, drama, horror, y una mujer que tuvo que salir a caminar para bajarse la frustración de que el platillo deseado no se veía precisamente como la foto del recetario.

Me temo que uno de los más terribles líos domésticos que enfrento en este desafío tiene que ver con el compartir. Debido a que por cuestiones logísticas el amable hombre que quiere desposarme (¿lo habrá pensado bien?) llegó a Xalapa a cohabitar conmigo en esta casita de llena amor y cositas que se desparraman por las ventanas, el asunto de compartir se intensifica sobremanera. Y no, de verdad que no me educaron para ser la clásica niña de piñata que se queda con todo el tesoro sin compartir ni un mísero Duvalín (o Nucita, cada quien su presupuesto), pero digamos que en este pequeño espacio solo cabe una tele y las únicas puertas que existen son las del baño y la entrada. Si deseo ir a la cocina doy dos pasos, si quiero llegar al clóset, doy tres. La cama está a un gallo-gallina del estudio y quizá la ventana representa cinco pasos más de esfuerzo. Es decir, no hay para dónde hacerse. Así que por el momento debemos tener acuerdos importantes para decidir quién va a ocupar la computadora o qué es lo que veremos en la tele. Imaginen lo que eso significa para mí. Yo, que en mi casa de gatos tenía 3 televisiones para mí sola (sí, y monitoreaba todo lo que quería de un cuarto para el otro), ahora debo darle un trago de humildad a mis pasiones televisivas y aceptar que hay canales más allá del Home and Health, el Fox Life o el de Tlnovela. Llegan entonces relatos extraterrestres, documentales de conspiraciones políticas y muchas, miles, incontables horas de películas de acción con balas, sangre, muertes y todas esas cosas que simple y sencillamente aborrezco, pero debo aceptar así como a mi me aceptan mis programas de cambios de estilo o los últimos y emocionantes capítulos de El Pecado de Oyuki. 


Por esas mismas cuestiones de espacio la cama king size tuvo que reducirse a matrimonial, en donde debemos caber dos almas y una perrita pulgosa y consentida que a pesar de tomar su tratamiento de flores de Bach para minimizar el cambio, insiste en defender su derecho de cama a toda costa y en todo lugar. Si todo esto no es un lío doméstico entonces no sé qué pueda serlo. Y es que este proceso de ajuste, de reacomodamiento, de asumir esta nueva versión de nosotros mismos en la que nos estamos convirtiendo, tiene tantas cosas complicadas como felices. Ahora que lo pienso, todo el mundo (hasta yo lo estoy haciendo ahora) nos concentramos en lo que cambia, en lo que implica estar acompañado, negociar y ponerse de acuerdo en todo momento y por cualquier circunstancia, pero dejamos del lado lo divertido que puede ser esta experiencia. Sí, divertido, aún pese a que mi lado controlador insiste en ser el líder de esta manada. Hay muchas risas, hay muchas pláticas, hay muchos planes y muchos sueños compartidos. Y también hay muchos retos que ambos, como cualquier pareja que inicia una vida en común, debemos enfrentar de manera personal.

Mi crisis culinaria, esa que relaté renglones atrás y que terminó conmigo llorando como loca en el parque, fue más bien un pretexto para implorar por respuestas que deberé encontrar lentamente: ¿Vivir en pareja me convierte únicamente en "la pareja de"? ¿Seguiré siendo yo? ¿Volveré a tener mis momentos de soledad, indispensables para mi trabajo, para mi creatividad, para mí? ¿Quién rayos soy en este momento? ¿Qué quiero ser? ¿Quién quiero ser? Espero que no todas las mujeres sean tan liosas como quien escribe estas líneas, porque es muy desgastante tanta innata teatralidad. Esto de intensear tiene un único punto de provecho, que es escribir Policromías cargadas de ironía y desahogo, mucho desahogo, que espero los diviertan o quizá, en algunos casos, hasta logren cierta identificación con alguna de las partes.

Esten pendientes porque esta saga  c o n t i n u a r á...

jueves, 14 de julio de 2016

Sueños transmedia (o cómo sobrevivir al cambio)

Dice la sabiduría popular que lo único realmente constante y permanente en esta vida es el cambio. Irónico, pero al parecer, totalmente cierto.

Y debe serlo cuando un día amaneces y descubres que el mundo que conociste una noche antes deja de ser lo que era; en un minuto estás enviando algún jocoso tuit desde tu celular y te detienes a mirar con atención que ahora Twitter implementó algo incomprensible llamado "momentos" con un rayito igual de incomprensible como forma de reconocerlo. En un instante estás viviendo tu vida así, casual, hasta que descubres que el tierno Pikachú ha vuelto y no precisamente en forma de fichas, sino que ahora la gente lo mira por todas partes en una realidad paralela a la tuya. ¡¿Pues qué es esto?!



Y es que cuando a uno le mueven el piso y lo invitan obligatoriamente a fuerzas a salirse de sus amadas y familiares zonas de confort, no se sabe para dónde puede ir la vida ni qué tan incierto puede ser el futuro inmediato. Así, justamente en ese punto de mi existencia estoy.

Debo confesar que este post fue concebido en el sueño loco que me tiene despierta desde las 4 am y que no puedo parar de procesar en mi mente, porque no sé si por dimensionar qué afectada puedo estar de mis facultades mentales o porque quizá me parece la cosa más ingeniosa que he concluido en años. Dejen les cuento:

No es un secreto lo embobada que me tienen desde hace muchos meses algunos ingeniosos vloggers (o youtubers) con sus creativos contenidos y la forma en la que nos los presentan. Tengo mis rachas, a algunos los celebro más que a otros, pero cada vez que tengo un nuevo hallazgo suelo ciberperseguirlos en sus redes sociales cual quinceañera stalker enloquecida. Pues bien, mi nuevo hit es una pareja de esposos que viven en Culiacán, Sinaloa, que graban su vida e ilustran algunos momentos relevantes de su día a día, aunque en realidad lo que más me gusta ver es su canal "profesional", llamado Mis Pastelitos. Ella se llama Gris y es una buenaza para hacer repostería, él se llama Charly y no sé si tiene formación de comunicólogo, pero graba, edita y posproduce como los grandes. Han aprendido a trabajar en equipo, y la verdad es que su canal de recetas puede tenerme (entretenerme) frente a la pantalla por horas enteras. Tienen ritmo, buena narrativa, pastelitos que se ve saben al cielo mismo, colores padrísimos, y como cereza del pastel, han logrado hacer de su canal un espacio colectivo, donde los usuarios también tienen participación no nada más con un simple hashtag, sino con fotos y videos que aparecen en la última sección. No todas las estrellas del Youtube tienen estas deferencias.



Descubrí al team de Mis Pastelitos gracias a un video que hicieron con Karla Celis, otra vlogger que sigo morbosamente desde hace casi un año, y desde entonces los empecé a seguir. Nunca imaginé estar hablando de ellos porque, gracias a un maratón que me aventé ayer de sus recetas (arma efectivísima contra el aburrimiento infantil de unas sobrinas que ya salieron de vacaciones), pasé una buena parte de mi noche soñándolos en tremendas travesías culinarias. Sin embargo no es por eso que estoy aquí haciendo esta sesuda y poco interesante reflexión, sino porque quizás en mi mente se mezclaron mi entretenimiento del día con mis lecturas del día e hicieron un mix de tonterías que posiblemente no lo son tanto.

Yo, como la Ratona de Televisión que soy, he estado indagando en el tema de la cultura  transmedia, un fenómeno cada vez más interesante y actual que en resumidas cuentas determina los nuevos planteamientos sobre la producción, promoción y circulación de contenidos "llamando la atención de los choques que acontecen cuando los textos mediáticos se mueven entre esferas comerciales y no comerciales" (Jenkins, Ford & Green, Cultura Transmedia 2013, p. 294). Los autores ocupan continuamente la palabra COLABORACIÓN como uno de los términos claves para comprender lo que está sucediendo con estos nuevos generadores de contenidos en distintas plataformas a las antes conocidas. Mientras tanto, las industrias culturales luchan de todas las formas posibles para insertar sus viejos modelos de negocio en estas novedosas formas de expresión, recurriendo a estrategias como la que señaló hace algunos días el periódico El Financiero en su nota sobre el posicionamiento de Televisa y Televisión Azteca ante las plataformas Over the Top (OTT): alianzas para COEXISTIR.

¿Y por qué les cuento todo este choro mareador en las Policromías si este tema pertenece a otro blog?  Pues porque todo apunta al cambio, y es hasta el momento la forma más clara en la que puedo explicarme lo que está ocurriendo en mi vida, ahora que estoy a menos de una semana de dejar la soltería (aunque ante las leyes de los hombres esto vaya a ocurrir hasta el próximo año). El hecho de que por fin Alejandro y yo vayamos a estar físicamente en el mismo espacio geográfico, luego de dos años de una relación que ha subsistido gracias a la mensajería instantánea y el Facetime, es casi una realidad. Una que me tiene enloquecida de la emoción pero con el nerviosismo suficiente como para mantenerme despierta desde altas horas de la madrugada. Es algo que he pedido tanto, con lo que he soñado desde mi más temprana infancia (lo sé, soy una cursi pero así ha sido la historia), que después de tantos años de espera por fin parece ser un hecho de a deveras. Y si es algo que he pedido con santos y veladoras prendidas, ¿por qué me causa tal nerviosismo? ¿por qué me quita el sueño este cambio tan grande?

En sueños, mi situación es vista como si yo fuera una de estas industrias culturales que eran muy felices siendo ellas las que determinaban qué contenido debía ver la gente, a qué horas y en qué canales. Hagan de cuenta que soy como una suerte de Televisa que ha pasado muchísimos años existiendo de acuerdo a su propia voluntad, sin depender de lo que nadie diga, sin depender de los tiempos ni las voluntades de nadie. Por mucho que tanto en casa como en relaciones anteriores haya tenido que "ceder" en ciertos temas, al final del día nadie me decía qué canal de televisión sintonizar antes de dormir o con cuál despertar, o si mi escritorio estaba estúpidamente lleno de hojas y libros que debía recoger por que alguien más ocuparía ese espacio. No. Así he andado por la vida, feliz como Televisa en ese solitario modelito de industria llamado broadcasting. Pero entonces la cultura transmedia me está enseñando que también existen más modelos, otros que se ajustan a tus tiempos, a tus necesidades, y que viven gracias a su tendencia a la COLABORACIÓN, es decir, a gente emprendedora como Mis Pastelitos pueden trabajar en equipo haciendo cosas interesantes, apareciendo con otros vloggers, presentándonos sus conocimientos profesionales pero también su vida personal sin dejar de ser esposos. ¿O sea, CÓMO? Y si a este ejemplo le sumamos lo que va a ocurrir con Chumel Torres, un vlogger dedicado a hacer una suerte de crítica política mexicana que ahora va saltar de la pantalla del Internet a la pantalla del HBO (la bonita narrativa transmedia, que implica que un mismo universo, en este caso personaje, tenga distintas manifestaciones en distintas pantallas sin perder la línea común. Hagan de cuenta que es el mismo Pokemón en diferentes plataformas)... ¿Qué puede hacer Televisa ante esto? Televisa, que ha estado viviendo en su zona de confort tan feliz tantos años, sin depender de nadie, ahora se ve obligada a hacer ejercicios colaborativos en un afán de COEXISTIR en estos nuevos entornos mediáticos...

Y entonces Televisa (o sea yo), que sabía que necesitaba un cambio necesario y radical para seguir con una vida sana y positiva, está por experimentar algo que desconoce y que se antoja como la mismísima dimensión desconocida. ¡Pero ni modo, todo cambia porque es la única constante! Y entonces comprendo que COEXISTIR y COLABORAR (que vienen del CO, que significa unión), no puede ser tan malo. Que un par de esposos pueden ser esposos en su vlog y productor y conductora en otro sin que eso los afecte. Que Chumel podrá ser Chumel con contenidos distintos en una pantalla y en otra, y que YO podré seguir siendo YO aún compartiendo mi espacio, mi cama y mi vida con alguien más. Porque si algo me apanica es convertirme en "la esposa de", "la novia de", "la señora de", y que entonces todo lo que Raquel ha sido se pierda en el camino. Me apanica que el YO que me he construido lo deje, por voluntad propia, perdido en algún cajón que deberé ceder la próxima semana para guardar pantalones y playeras que no son mías. Me quita el sueño la idea de que ese YO, esa Raquel, no sepa cómo sobrevivir a este cambio. Supongo que Televisa tampoco sabe cómo le va a ir en el futuro, ¿o si?

¿Ven lo que pasa cuando el entretenimiento es su objeto de estudio? No lo hagan, por favor, o terminarán escribiendo post tan confusos como éste que, penosamente, me creo es una iluminación divina. O quizá es sólo la falta de sueño y la tormenta garrafal que acaba de azotar en estas tierras.

Dice la sabiduría popular que lo único realmente constante y permanente en esta vida es el cambio. Irónico, pero al parecer, esto es absoluta y absurdamente cierto.  Seguiré informando.

Sueños transmedia (o cómo sobrevivir al cambio)

Dice la sabiduría popular que lo único realmente constante y permanente en esta vida es el cambio. Irónico, pero al parecer, totalmente cierto.

Y debe serlo cuando un día amaneces y descubres que el mundo que conociste una noche antes deja de ser lo que era; en un minuto estás enviando algún jocoso tuit desde tu celular y te detienes a mirar con atención que ahora Twitter implementó algo incomprensible llamado "momentos" con un rayito igual de incomprensible como forma de reconocerlo. En un instante estás viviendo tu vida así, casual, hasta que descubres que el tierno Pikachú ha vuelto y no precisamente en forma de fichas, sino que ahora la gente lo mira por todas partes en una realidad paralela a la tuya. ¡¿Pues qué es esto?!



Y es que cuando a uno le mueven el piso y lo invitan obligatoriamente a fuerzas a salirse de sus amadas y familiares zonas de confort, no se sabe para dónde puede ir la vida ni qué tan incierto puede ser el futuro inmediato. Así, justamente en ese punto de mi existencia estoy.

Debo confesar que este post fue concebido en el sueño loco que me tiene despierta desde las 4 am y que no puedo parar de procesar en mi mente, porque no sé si por dimensionar qué afectada puedo estar de mis facultades mentales o porque quizá me parece la cosa más ingeniosa que he concluido en años. Dejen les cuento:

No es un secreto lo embobada que me tienen desde hace muchos meses algunos ingeniosos vloggers (o youtubers) con sus creativos contenidos y la forma en la que nos los presentan. Tengo mis rachas, a algunos los celebro más que a otros, pero cada vez que tengo un nuevo hallazgo suelo ciberperseguirlos en sus redes sociales cual quinceañera stalker enloquecida. Pues bien, mi nuevo hit es una pareja de esposos que viven en Culiacán, Sinaloa, que graban su vida e ilustran algunos momentos relevantes de su día a día, aunque en realidad lo que más me gusta ver es su canal "profesional", llamado Mis Pastelitos. Ella se llama Gris y es una buenaza para hacer repostería, él se llama Charly y no sé si tiene formación de comunicólogo, pero graba, edita y posproduce como los grandes. Han aprendido a trabajar en equipo, y la verdad es que su canal de recetas puede tenerme (entretenerme) frente a la pantalla por horas enteras. Tienen ritmo, buena narrativa, pastelitos que se ve saben al cielo mismo, colores padrísimos, y como cereza del pastel, han logrado hacer de su canal un espacio colectivo, donde los usuarios también tienen participación no nada más con un simple hashtag, sino con fotos y videos que aparecen en la última sección. No todas las estrellas del Youtube tienen estas deferencias.



Descubrí al team de Mis Pastelitos gracias a un video que hicieron con Karla Celis, otra vlogger que sigo morbosamente desde hace casi un año, y desde entonces los empecé a seguir. Nunca imaginé estar hablando de ellos porque, gracias a un maratón que me aventé ayer de sus recetas (arma efectivísima contra el aburrimiento infantil de unas sobrinas que ya salieron de vacaciones), pasé una buena parte de mi noche soñándolos en tremendas travesías culinarias. Sin embargo no es por eso que estoy aquí haciendo esta sesuda y poco interesante reflexión, sino porque quizás en mi mente se mezclaron mi entretenimiento del día con mis lecturas del día e hicieron un mix de tonterías que posiblemente no lo son tanto.

Yo, como la Ratona de Televisión que soy, he estado indagando en el tema de la cultura  transmedia, un fenómeno cada vez más interesante y actual que en resumidas cuentas determina los nuevos planteamientos sobre la producción, promoción y circulación de contenidos "llamando la atención de los choques que acontecen cuando los textos mediáticos se mueven entre esferas comerciales y no comerciales" (Jenkins, Ford & Green, Cultura Transmedia 2013, p. 294). Los autores ocupan continuamente la palabra COLABORACIÓN como uno de los términos claves para comprender lo que está sucediendo con estos nuevos generadores de contenidos en distintas plataformas a las antes conocidas. Mientras tanto, las industrias culturales luchan de todas las formas posibles para insertar sus viejos modelos de negocio en estas novedosas formas de expresión, recurriendo a estrategias como la que señaló hace algunos días el periódico El Financiero en su nota sobre el posicionamiento de Televisa y Televisión Azteca ante las plataformas Over the Top (OTT): alianzas para COEXISTIR.

¿Y por qué les cuento todo este choro mareador en las Policromías si este tema pertenece a otro blog?  Pues porque todo apunta al cambio, y es hasta el momento la forma más clara en la que puedo explicarme lo que está ocurriendo en mi vida, ahora que estoy a menos de una semana de dejar la soltería (aunque ante las leyes de los hombres esto vaya a ocurrir hasta el próximo año). El hecho de que por fin Alejandro y yo vayamos a estar físicamente en el mismo espacio geográfico, luego de dos años de una relación que ha subsistido gracias a la mensajería instantánea y el Facetime, es casi una realidad. Una que me tiene enloquecida de la emoción pero con el nerviosismo suficiente como para mantenerme despierta desde altas horas de la madrugada. Es algo que he pedido tanto, con lo que he soñado desde mi más temprana infancia (lo sé, soy una cursi pero así ha sido la historia), que después de tantos años de espera por fin parece ser un hecho de a deveras. Y si es algo que he pedido con santos y veladoras prendidas, ¿por qué me causa tal nerviosismo? ¿por qué me quita el sueño este cambio tan grande?

En sueños, mi situación es vista como si yo fuera una de estas industrias culturales que eran muy felices siendo ellas las que determinaban qué contenido debía ver la gente, a qué horas y en qué canales. Hagan de cuenta que soy como una suerte de Televisa que ha pasado muchísimos años existiendo de acuerdo a su propia voluntad, sin depender de lo que nadie diga, sin depender de los tiempos ni las voluntades de nadie. Por mucho que tanto en casa como en relaciones anteriores haya tenido que "ceder" en ciertos temas, al final del día nadie me decía qué canal de televisión sintonizar antes de dormir o con cuál despertar, o si mi escritorio estaba estúpidamente lleno de hojas y libros que debía recoger por que alguien más ocuparía ese espacio. No. Así he andado por la vida, feliz como Televisa en ese solitario modelito de industria llamado broadcasting. Pero entonces la cultura transmedia me está enseñando que también existen más modelos, otros que se ajustan a tus tiempos, a tus necesidades, y que viven gracias a su tendencia a la COLABORACIÓN, es decir, a gente emprendedora como Mis Pastelitos pueden trabajar en equipo haciendo cosas interesantes, apareciendo con otros vloggers, presentándonos sus conocimientos profesionales pero también su vida personal sin dejar de ser esposos. ¿O sea, CÓMO? Y si a este ejemplo le sumamos lo que va a ocurrir con Chumel Torres, un vlogger dedicado a hacer una suerte de crítica política mexicana que ahora va saltar de la pantalla del Internet a la pantalla del HBO (la bonita narrativa transmedia, que implica que un mismo universo, en este caso personaje, tenga distintas manifestaciones en distintas pantallas sin perder la línea común. Hagan de cuenta que es el mismo Pokemón en diferentes plataformas)... ¿Qué puede hacer Televisa ante esto? Televisa, que ha estado viviendo en su zona de confort tan feliz tantos años, sin depender de nadie, ahora se ve obligada a hacer ejercicios colaborativos en un afán de COEXISTIR en estos nuevos entornos mediáticos...

Y entonces Televisa (o sea yo), que sabía que necesitaba un cambio necesario y radical para seguir con una vida sana y positiva, está por experimentar algo que desconoce y que se antoja como la mismísima dimensión desconocida. ¡Pero ni modo, todo cambia porque es la única constante! Y entonces comprendo que COEXISTIR y COLABORAR (que vienen del CO, que significa unión), no puede ser tan malo. Que un par de esposos pueden ser esposos en su vlog y productor y conductora en otro sin que eso los afecte. Que Chumel podrá ser Chumel con contenidos distintos en una pantalla y en otra, y que YO podré seguir siendo YO aún compartiendo mi espacio, mi cama y mi vida con alguien más. Porque si algo me apanica es convertirme en "la esposa de", "la novia de", "la señora de", y que entonces todo lo que Raquel ha sido se pierda en el camino. Me apanica que el YO que me he construido lo deje, por voluntad propia, perdido en algún cajón que deberé ceder la próxima semana para guardar pantalones y playeras que no son mías. Me quita el sueño la idea de que ese YO, esa Raquel, no sepa cómo sobrevivir a este cambio. Supongo que Televisa tampoco sabe cómo le va a ir en el futuro, ¿o si?

¿Ven lo que pasa cuando el entretenimiento es su objeto de estudio? No lo hagan, por favor, o terminarán escribiendo post tan confusos como éste que, penosamente, me creo es una iluminación divina. O quizá es sólo la falta de sueño y la tormenta garrafal que acaba de azotar en estas tierras.

Dice la sabiduría popular que lo único realmente constante y permanente en esta vida es el cambio. Irónico, pero al parecer, esto es absoluta y absurdamente cierto.  Seguiré informando.

lunes, 30 de mayo de 2016

La grinch de las bodas y otras celebraciones

Pasó mi cumpleaños, pasaron las campañas electorales, pasaron muchas y muchas malas noticias de Veracruz en los encabezados de los medios nacionales y nadie hace nada. Me refiero a que yo, particularmente, no había tenido mucho ánimo para documentar tan variopintos acontecimientos porque mi mente ha estado en una luna de esas que quizá aún nadie ha decidido colonizar.

El caos general no me es ajeno. Las marchas, las luchas, las búsquedas, las injusticias, las pérdidas, los abusos de todo tipo son esas cosas de las que todo el mundo habla pero que yo prefiero no compartir más que en mis ratos de meditación. La indignación es tal que he aprendido a ser muy cuidadosa con mis palabras y pensamientos, para dedicarle a estos eventos la atención justa, los sentimientos que creo más convenientes. Y es que como sabrán no soy persona combativa, así que las herramientas que ocupo para manejar la indignación son diferentes y por lo tanto, menos comprensibles, quizá. Digo esto porque la siguiente reflexión es totalmente alejada de cualquier asunto que haya ocupado la atención popular, y porque temo ser tachada de frívola o superficial cuando que, me parece, las frivolidades no nos caen tan mal en medio de tanta maldita realidad.

¡Ahí está el asunto del colchón perdido! No quiero dejar de mencionar esto porque es el claro ejemplo de lo que estoy diciendo. El suceso fue así de simple: un chico xalapeño lavó su colchón, lo dejó secar en la calle, un taxista creyó que era desecho, lo trepó a su unidad, y el chico pidió ayuda a la bonita sociedad feisbukera para que su impecable pertenencia le fuera devuelta. ¿El resultado? Una lluvia de memes y de sonrisas que más de un habitante de esta revuelta capital agradeció. La clave fue que el afectado se tomó con muy buen humor la carrilla colectiva, y logró que amigos y desconocidos nos enteráramos del divertido recorrido que vivió su colchón que "tiene azul en la parte de abajo y como doble colchoncito" (como textualmente fue descrito el desaparecido). Eventos virales que quizá duren un sólo día, pero refrescan un poquito el espíritu.

Lo mío no es ni tan jocoso ni tal viral, pero vaya que es algo que me ha hecho pensar en los últimos días: ¿para qué va uno a una boda? ¿Qué tipo de celebración puede ser esta como para estar deseoso de acudir a una? Voy a ser muy sincera: yo ODIO ir a las bodas. Mucho. Y en realidad nunca había profundizado la razón de mi aberración a estas celebraciones, nunca nadie me había preguntado "¿pues a qué vas tu a una boda?". Y entonces pensé que en realidad algunas cosas pueden en teoría tener un significado pero vivirse de manera muy particular para cada persona. En teoría la Navidad es una de las fechas más bonitas y alegres, sin embargo hay un alto índice de gente que o la odia, o no la celebra, o cree que son hipocresías, o tiene algún recuerdo triste. Así las bodas para mí.



No ha sido un secreto para nadie que yo soy un ente asocial que disfruta poco las multitudes, situación que descubrí desde muy temprana edad y no he tenido ningún reparo en difundir. Soy grinch, soy amargada, soy agria como un limón seco cuando se trata de bodas, baby showers o despedidas de solteras. En las bodas (y creo que todo parte desde ahí), prefería ser la que tomaba fotos y video para evitarme la pena de dar un categórico NO cuando querían incluirme en la fila de la víbora de la mar. Entonces sí, iba yo a chambear a las bodas, porque en el momento en el que aprendí a usar una cámara me volví la productora oficial de la familia. Tenía sus ventajas, no lo niego: cuando me hartaba de todos podía irme a buscar un lugar tranquilo so pretexto de "es que la cámara pesa mucho" o "ya me cansé". Pero entiéndame: soy la menor de muchas, muchas, muchas primas que cuando yo apenas me estaba sacando los moquitos de mi nariz ellas ya se estaban casando y teniendo hijitos, así que no tenía mucha elección para negarme a asistir a estas festividades que por lo general resultaban sumamente aburridas para mi. Sin novio, sin amigos (porque era un evento familiar que sucedía siempre alguna ciudad lejana), rodeada de pura familia mayor que yo que solía hablar de lo que hablan todas las familias, asuntos en los que desafortunadamente yo nomás no he tenido cabida (excepto cuando ponían la del Payaso de Rodeo, con esa sí me sentía en ambiente por algunos minutos).

Cuando crecí la cosa cambió y no para bien. Aunque tengo muchas y muy gratas amistades, no puedo decir que pertenezco a ninguna cofradía que ha permanecido junta durante décadas, es decir, yo no tengo a "las amigas de la prepa" o "las amigas de la universidad" refiriéndome a ellas en ningún colectivo. Conservo amistades hechas en la prepa, en la universidad, incluso en la primaria, y si acaso son parte de un grupo es porque algunas de ellas se han conocido y saludado conmigo de pretexto. Así el asunto, debo acotar que de esas selectas amistades, muchas han decidido tomar rumbos en su vida que incluyen quizá la vida en pareja pero no una boda como tal. A lo que voy es a que tampoco puedo decir que ir a una boda me resulta un acontecimiento de amigos porque me parece que solo tres veces en mi vida he tenido esa suerte. Y una de ellas, para mi mala fortuna, implicó circunstancias muy tristes para mí y acudí nada más porque adoro a la pareja que se casó y no podía quedarles mal, pero hay evidencias (malditas fotografías manipuladoras) que dejan ver lo mal que la pasé. Y ni qué decir de la boda de mi hermana, ¡lloré toda la tarde-noche!.

Después de haber hecho esta emotivísima reflexión, me volví a preguntar: "¿pues a que vas tu a una boda?" y entendí que mi asistencia a un evento de esta magnitud era para acompañar a los celebrantes, para verme distinta a como normalmente me veo (ponerme un vestido ya es en sí mismo un acontecimiento), y también para conocer a la familia del contrayente a quien menos conozco. Nada más. No es para ponerme peda, no es para cantar y bailar hasta las primeras horas del alba. No. Voy, hago acto de presencia, saludo, y listo, me voy.

Pero, ¿qué sucede cuando la que está por casarse SOY YO? Ja, excelente pregunta. Y ni siquiera sabía que era tan necesaria esta retrospectiva para entender por qué el novio quiere una cosa y la novia, otra. Después de algunas acaloradas pláticas (vía Facetime porque pues, no nos queda de otra), el futuro marido y yo nos vimos en la necesidad de rascar en nuestras experiencias para poder llegar a un acuerdo lo más sensato posible respecto al tema. Una parte de este binomio disfruta las bodas porque se divierte, se ríe entre amigos, baila y la pasa increíble, la otra parte básicamente se aburre, come poco, saluda y se va. ¿Cómo conciliar este terrible diferencia? Creo que es algo que sólo el super poder de la wedding planner podrá resolver, y bueno, también el amor porque pues, todo lo que necesitamos es amor, dicen los que saben.

Y ustedes, ¿a qué van a una? ¿por viboreo? ¿por quedar bien? ¿por beber y comer sin freno? ¿por compartir con la pareja casadera?. Sin pena, nadie los va a leer aquí más que yo. Díganme, siquiera para saber si puedo considerarlos en mi feliz evento y con qué intenciones irán (jajajaja, no crean que esto es un truco ni nada por el estilo). Al fin de al cabo los haré pensar en otra cosa que no sean elecciones, triquiñuelas políticas, pobredumbre de sensibilidad entre los que dicen que nos gobiernan, y esas otras cosas horribles que suceden allá afuera, detrás de la ventana. Mejor hablemos de bodas y amarguras y grincheses similares, es más bonito y divertido... ¡capaz que hasta me dan buenos motivos para cambiar mi actitud con estas fiestas!

martes, 29 de marzo de 2016

Yo como Britney... ups, ¡lo volví a hacer!

Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando me repetí miles de veces que nunca, jamás lo volvería a hacer. Ese mantra me lo dije una y otra vez al terminar la primavera del año 2009, pero hace un par de años ¡pum! caí de nueva cuenta. Y no, no es que esto sea un vicio al que vuelvo porque la vida no me deja otras opciones (o sí, todo depende del cristal con que se mire), sino que aparentemente reincidir, como acabo de hacerlo este mes, resulta ser el camino idóneo para que un bicho como yo pueda cumplir con su misión de vida.

Mientras escribo esto escucho a Britney, la Britney antes de la rapada, y la papada, y las hamburguesas, los hijitos y los amores locos, cuando envuelta en su traje rojo espacial entonaba "Oops, i did it again... Im not that inocent" con más cara de sensualidad que de tragedia. O sea, ¿qué no se supone que está rompiéndole el corazón a alguien oooootra vez? No se puede ser tan gacho en la vida pues, por andar con esa actitud luego los dioses te castigan con una carrera truncada y una gran panza y... no hay que ser así. A menos de que la canción hable de otra cosa y yo ande inculpando a la exjuvenil estrella (puede ser), pero el asunto es que yo, en efecto, volví a hacer algo que me había prometido no repetir jamás nunca de los nuncas, y no, no lo digo con cara sexy pero, debo reconocerlo, tampoco con cara trágica.

De los creadores de "No lo volveré a hacer versión 2009", y "No lo volveré a hacer nunca jamás versión 2014", este invierno llegó a mi vida una experiencia más de la saga: "Si, lo hice: Volví a dar clases". Resumo: Las habilidades docentes que corren por el ADN de mi familia fueron sabiamente repartidas en la información genética de mi hermana, quien desde los 6 años decidió que su vocación era ser maestra y hoy en día es una admirable profesionista que 5 días a la semana se para frente a un grupo de niñitos ansiosos por aprender de la vida. Puedo decir que yo fui su primera alumna desde los juegos infantiles, lo que me hizo entender que, a) siempre fui una estudiante hiperactiva que deseaba más el recreo que el conocimiento; y b) lo mío lo mío era hablar como una loca, más no jugar (creo que no lo hice ni de broma) a la maestra dedicada y juiciosa. En pocas palabras, siempre supe que la docencia no era lo mío, cosa con la que aprendí a vivir sin ninguna preocupación a decir verdad. Mientras Sandra se preparaba estudiando dos carreras a la vez para ser una brillante maestra, yo vivía mi vida loca.

Pero no fue hasta el 2009 cuando mi querida amiga Eva me invitó a dar clases en la misma universidad donde ella estaba, y yo dije que sí porque mi estado emocional era vulnerable y mi necesidad económica estaba puesta en ahorrar para lo que entonces sería mi boda (que no fue). ¡Qué ciega fui! La cosa más feliz que recuerdo de aquel semestre fue el día del maestro y la rifa en la que me gané 5 mil pesos. Yo iba por la abundancia económica, ¿qué no?. La experiencia fue fatal pero la lana fue una bendición en su momento.

Después, en 2014, recién titulada de la maestría, recibí una feliz invitación para volver a dar clases y juro por Dios que me mira que lo pensé una y otra vez. Lo consulté con la almohada, lo consulté con Tokotina, lo consulté hasta con los gatos que corrían sin razón en el techo de mi antigua casa y en el espíritu de "me voy a quitar la espinita" dije que si. La experiencia fue decepcionante, tanto que lo más relevante que puedo recordar fue el coraje que me dio que en la primera clase un alumno (que después descubrí era un pésimo estudiante), me tomó una foto en plena cátedra. Osea, ¿cómo? ¡que alguien me explique!

Pero entonces llegó el 2016 y las necesidades de mi pobre cochinito ahorrador con anemia, como consecuencia de las decisiones de vida de mandar todo al carajo y ser mi propio jefe, me hicieron tomar medidas desesperadas. Una casualidad de la vida me llevó a ver una publicación en un grupo de Facebook que llamó mi atención, respondí a ella enviando mi CV, y días después me preguntaron si podía dar clases. Y pues ni modo de decir que no, ¿verdad?. Eso sucede cuando uno decreta y el universo responde. Pero aquí el reto de "sacarme la espinita" episodio 2 fue mayor para mis escasas habilidades en la materia: se trató de armar una clase en menos de dos semanas, con duración de 40 horas impartidas de manera express en un mes completo, sobre asuntos teóricos para alumnos de octavo semestre de una carrera que es totalmente práctica. El reto, además de todo, fue venderles a alumnos de la licenciatura de cine que la idea de que la televisión también puede ser una vía de trabajo. ¡Apocalipsis! Es bien sabido en este medio que el gremio cinematográfico no es particularmente amigo de los contenidos televisivos. El reto, entonces, era enorme para mi.

He invertido todo el mes de marzo en armar clases, bajar videos, hacer diapositivas, leer textos, ensayar frente a una Tokotina que o se convierte en la perrita más conocedora de telenovelas de la región o en la mascota con mayor índice de aburrimiento del mundo, y hoy que estoy a dos clases de terminar ya me siento como el clásico meme de fin de cursos, arrastrando la cobija antes de llegar al final. Aunque tengo mucho que decir respecto a esta experiencia guardaré los mejores momentos para otro post (el de hoy es el resultado de procastinar mis quehaceres para la clase de mañana, ¿no se nota?), sí quiero reflexionar esas sabias y populares palabras que dicen "la tercera es la vencida". Esta tercera vez frente a un grupo ha resultado mucho más agradable que las anteriores. Esta tercera vez frente a un grupo, de maneras insospechadas, me ha ayudado a entender que la docencia forma parte de un grupo de actividades en las que gente como yo puede ser capaz de transmitir el conocimiento que adquiere tras tantas horas nalga invertidas en leer y consumir televisión e internet. Esta tercera vez me ha ayudado a entender que lo que digo tiene algún sentido, que puede sembrar algo en alguien (poquito o mucho, eso lo sabremos al fin del semestre), pero que incluso puede ser relevante llevar mi mensaje de amor sobre la tele y las telenovelas en este asunto formativo y de alfabetización mediática. La verdad, no me la he pasado tan tan mal, pese a lo maratónico de este esfuerzo que bendito sea el creador que está en los cielos (no como el pobre Jesucristo del meme que se nos cayó de la cruz en pleno Viacrucis), ya está llegando a su fin.

Mi cara al terminar este post no puede ser la de Britney porque la culpa por no terminar mi material está invadiendo mi ñoño ser, así que nada de bailar con trajes rojos ni pelucas largas por toda mi casa. Pero sí, hay un guiño de satisfacción al decirlo: Ups, ¡lo volví a hacer...! ¡Y creo que me gustó!