sábado, 30 de diciembre de 2006

jueves, 7 de diciembre de 2006

Mi vida con Fox

Una de mis mejores y más constantes enseñanzas universitarias fue saber aplicar el término Contexto, lo que me implicó relacionar toda clase de sucesos a la materia en cuestión, pero, dañada quedé, esta sabia cátedra trascendió hasta mi vida personal. Entonces aprendí a valorar eventos políticos, artísticos y deportivos con ciertos momentos Kodak de mi andar por el mundo.

Así, ese mismo contexto que en algún momento mostró a Kevin Arnold, el de “Los Años Maravillosos”, recibiendo su primer flechazo mientras el hombre llegaba a la luna, me tuvo a mí haciendo una complicadísima tarea de geografía (compartida vía telefónica con el romance en turno) mientras a televisión mostraba las últimas horas de Luis Donaldo Colosio; gritando por Soraya Jiménez y su medalla dorada desde Sydney hasta mi exilio en California, y un 11 de septiembre, cuando en Nueva York todo parecía una increíble película de ficción, el contexto me tenía al pie de mi cama, escuchando una noticia que cambió mi día y el rumbo de la Historia mundial.

Estas semanas, ese mismo contexto me mantuvo preocupándome lo mismo por nimiedades tales como el proyecto del adorno navideño como por el destino del país. El frío invierno nos trajo un nuevo presidente, una infinita ingobernabilidad, desestabilidad política y social, y, para algunos la nostalgia por el pasado, la nostalgia por Vicente Fox.

No crean que estoy divagando. Aunque las esperanzas de medio México (la otra mitad se divide en otros colores) están fincadas en Felipe Calderón, uno ya estaba, digamos, impuesto al estilo y el folclor de nuestro hoy ex mandatario. Hasta en un periódico apareció un recuento de todo lo que vivimos durante los seis años de su gestión, desde la desintegración de OV7 hasta el auge del Ipod, de las nuevas tecnologías médicas hasta el nacimiento y ocaso de los reality shows. Álvaro Cueva igualmente describió en su libro “Lágrimas de Cocodrilo” la vida de las telenovelas en México ubicándolas por sexenios, desde su entorno social hasta los álgidos momentos de la televisión nacional. Ejemplos no faltan.

Inspirada entonces por ese contexto en pasado (“lo que Fox quiso decir”, con el “hoy, hoy, hoy” o con las toallas de Martita), echo un vistazo sucinto y ubico la toma de posesión del panista en mi exilio gabacho; vislumbro mi ingreso a la flamante vida laboral, la muerte de mis queridas abuelas, mis subidas y bajadas de peso, la partida del Papa (otro evento que movió masas, corazones y cintas de video), diversos libros y programas de televisión consumidos, pericias al volante, cambios de moda, transiciones en el color de mi recámara de un beige puberto a un morado juvenil, y por supuesto, la estabilidad emocional que mi corazón nunca tuvo en todos los sexenios anteriores.

Sabrán Dios y el destino me nos espera en la era Calderón, pero lo que sí sé, es que la ingenuidad de Vicente Fox pasará a la Historia Nacional por su tibieza, pero en mi contexto personal, enmarca los albores de mi compleja adultez.

Chente