viernes, 19 de septiembre de 2014

Confesión de amor

Adoro a Catalina Creel. Lo siento, pero no puedo callarlo. Cuna de Lobos ha sido la telenovela que más he visto en toda mi vida, desde su primera transmisión (oculta detrás de un sillón amarillo logré ver el final a mis escasos 8 años, y no pude dormir del espanto), hasta las diferentes versiones editadas que ha comercializado Televisa en VHS, DVD y sus repeticiones en el canal Tlnovelas. La primera investigación seria que pretendí hacer en mi vida (una tesis de licenciatura truncada) giraba en torno a la maldad de la señora Creel y su herencia sangrienta en las villanas posteriores a ella. Según versaba mi hipótesis, la vida AC (Antes de Catalina) en los melodramas era para mujeres cuyas truculencias se manifestaban haciéndole la vida de cuadritos a las protagonistas, queriéndole quitar al galán con sus sexosas artimañas o bien, espantándole las moscas a los hijos que por supuesto, ante los ojos de sus castrantes madres, no merecían a ninguna muchachita ingenua y pobre. O eran esposas terribles que sólo querían el dinero de los maridos. O yo que sé. Pero, según mis elucubraciones, esas cosas de matar a diestra y siniestra eran asuntos de hombres, tal y como lo demostró prodigiosamente don Ernesto Alonso en El Maleficio. Ellos, incluso, podían llegar a ser el mismísimo Satán. Entonces llegó mi Caty (perdonen ustedes la confianza pero tantos años de convivir con ella me dan ciertos privilegios) y las villanas femeninas no volvieron a ser igual. Después de ella estuvieron Dulcina Linares (Rosa Salvaje), María Paula (Lazos de amor), Soraya (María la del Barrio, hoy la reina de los Memes), e incluso hasta mi adorada Evangelina Vizcaíno (Cadenas de amargura), que de pronto y de diversas maneras provocaban muertes, asesinatos terribles, lo que era inversamente proporcional a sus respectivos desenlaces. 

Para Álvaro Cueva:
"Cuna de lobos es una de las telenovelas más exitosas e importantes de todos los tiempos. Un melodrama seriado que marcó época. Un fenómeno social sin precedentes. Un producto que cambió la manera de hacer, ver y entender las telenovelas". (2006)

Si, otro ente enloquecido de amor por esta historia. Pero independientemente de su pasión, Cueva logró hacer algo más allá que una definición: en el aniversario número 20 de esta producción, conjuntó en su entonces revista "Álvaro Cueva Presenta" las más diversas opiniones sobre Cuna de lobos: desde sus protagonistas, desde la historia de sus creadores, desde los asistentes de producción y gerencia, desde la música, la moda ochentera, los clubs de fans en internet hasta el perfil psiquiátrico de Catalina Creel. Si nos ponemos sangrones podría decir que le faltó un sociólogo que opinara sobre el fenómeno del que habla en la cita, pero eso es cosa de académicos elevados.

En todos los textos que he podido leer con la opinión de Cueva al respecto, no deja de mencionar que su éxito se debió a la combinación de muchos factores, desde lo macro económico (la crisis que se vivía en el país) que afectó en la economía particular de Televisa (que dejó de importar series gringas y comenzó a vivir de su propia industria melodramática, razón por la cuál en ese entonces hubo tal variedad de temáticas y subgéneros); desde el entramado multidisciplinario de talentos de teatro, cine y televisión (Carlos Olmos era escritor de teatro, Carlos Téllez director de teatro, Diana Bracho y Gonzalo Vega habían hecho más cine en ese entonces), hasta la impecable, majestuosa e inolvidable interpretación de María Rubio, la mujer del parche. Sin embargo hay dos asuntos que vale la pena mencionar aquí: 1) la telenovela fue escrita en un tono fársico; y 2) la telenovela se transmitió en 1987, dos años después del sismo.

Sí, no es casual que escriba esto un día antes del 19 de septiembre que, aunque lejano, sigue moviendo las fibras de miles de personas en este país. O tal vez sea casual el hecho de que los directivos del canal hayan programado la repetición de la telenovela justo en estas fechas. Yo que sé. El caso es que coincidió y aquí estoy yo en plena reflexión filosófica acerca del tema. El caso es que dos años después del temblor del 85 la gente en general seguía con una sensación real de descontento, de decepción, de incredulidad hacia las autoridades que ante la desgracia actuaron no tarde, lo que le sigue. La rechifla que se llevó Miguel de la Madrid en la inauguración del Mundial del 86 fue uno de esos tantos testimonios. El caso es que el país no estaba para comedias y risas fáciles. No. Se necesitaba una válvula de escape y Carlos Olmos encontró en la farsa el género idóneo para tales fines.

Este señor puso (y expuso) los distintos tipos de maternidad: la mujer buena a la que le arrancan al hijo, la mujer que no puede tenerlos pero los desea, la mujer que no tuvo hijos pero funge como madrina, la mujer que ama demasiado a su único hijo y desea protegerlo de todo y todos. Y todo esto en el marco de una familia que parecía feliz y exitosa. Y todo esto en un giro dramático en el cuál, como explica María Rubio en una entrevista, los roles se invirtieron completamente:
"Catalina era un macho, mentalmente era un hombre. Podía tener cuerpo de mujer y funciones de mujer y ser madre y todo, pero yo sí pienso que poseía mecanismos mentales masculinos. (...) Gonzalo Vega tenía el comportamiento que en una telenovela digamos 'normal', tenía la dama joven, y yo me comportaba como hacía el villano hombre en una telenovela convencional. Olmos cambió los resortes psicológicos de todos los personajes" (2006, pp. 41-42).

El panorama de la maternidad tal como lo he expuesto amerita un planteamiento dramático, trágico, lacrimógeno. Pero entonces la más fuerte de todas estas madres, el "macho" disfrazado con parche y chongos y ropa combinada, justificó sus fechorías en nombre del amor a su hijo y entonces mató a diestra y siniestra, con venenos, con abrecartas, con fuego, con pistolas con silenciador, con spray americano para combatir maleantes, con podadoras eléctricas que caían en una alberca. Mi hermana mayor, que apenas está degustando las agridulces mieles de mi amada Caty, imagina que en la actualidad esta mujer no podría llevar tal vida licenciosa ante la tecnología, las redes sociales y los recursos policiales modernos; según mi hermana "Catalina Creel desafiaría al mismísimo CSI". Tiene toda la razón. Ese (quiero creer) es uno de los motivos por los cuáles una adaptación a este clásico resultaría infame: reduciría tan supremo personaje a una caricatura vil.

Y aquí es donde la farsa como género tiene importancia. Aristófanes, un hombrecito ateniense del que aparentemente poco se sabe en cuanto a su biografía, dejó su huella en las diversas obras escritas para el teatro griego, que se distinguían por su sentido del humor un tanto, digamos, distinto. En un ejercicio de transportar los elementos de su tipo de comedia a las expresiones actuales, Pedro L. Cano asegura que "lo que los guionistas y dramaturgos actuales le deben a Aristófanes es el modelo ancestral de la ridiculización de cualquier intriga o situación social, con nombres y apellidos" (1999, p. 65). Entonces, ¿qué mejor forma de pitorrearse de las autoridades que encabezaban las instituciones destinadas a repartir justicia? ¿qué otra manera había de canalizar ese resentimiento por aquellos que debieron haber hecho algo y que siempre, voluntaria o involuntariamente, llegaban tarde?

Si Catalina Creel logró cometer 8 asesinatos, provocar tantas intrigas, hacer y deshacer sin que la policía lograra atraparla (al final ella misma se da muerte, acto al que la policía, como siempre, llegó tarde) era porque de manera metafórica los actos terribles, las injusticias, la corrupción también andaban sueltos por las calles en aquella década ochentera y parecía que nadie podía hacer nada. Ella logró esquivar a la autoridad en persecuciones de carro, en aviones, con pelucas rubias y lentes oscuros. ¿Cómo no reírse de eso? ¿Cómo no comprender el absurdo de nuestra propia realidad en aquellas acciones?

Han pasado casi 30 años de este melodrama que ante nuestros ojos (y los de las nuevas generaciones) resulta acartonado,con una escenografía incomprensible, sin celulares ni pruebas dactilares, donde la más alta tecnología eran los disquetes de 5 y un cuarto, donde la fertilización in vitro no era una opción tan conocida. Y sin embargo algo nos engancha de nuevo, y sin embargo algo nos hace vibrar ante los poéticos diálogos de Catalina Creel (en el capítulo de hoy le dice a Bertha, su secretaria que acaba de conocer sus terribles secretos: "eres tan simple que no puedes comprender el odio, eres tan simple que todo lo explicas con la locura"), y también nos hace sentir la más absoluta flojera cada vez que Leonora Navarro chilla y sufre por el hijo que "los lobos" le arrebataron. ¿Es que acaso nuestro momento social es tan distinto de aquel de 1987? ¿Es que acaso ya estamos hartos de ser la dama joven que sufre y queremos tomar la justicia por nuestra propia mano, todo en aras de defender a nuestras familias e hijos de la indiferencia gubernamental?

Después de compartir por chat los pormenores del capítulo de hoy con mi hermana, después de recordar mi fallida tesis de la que aún conservo los archivos en mi computadora, después de todo este tratado barato que acabo de escribir, recuerdo por qué amo las telenovelas y por qué no cambiaría por nada mi objeto de estudio. Y pensar que todo empezó a una edad en la que no entendía absolutamente nada, cuando, escondida en un sillón amarillo, veía los melodramas que mis padres me prohibían estrictamente mirar...

(Conoce más de mi oscura pasión en este podcast)

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Cano, P. (1999). De Aristóteles a Woody Allen. Poética y retórica para cine y televisión. Gedisa, Barcelona, España. 
Cueva, A. (2006). Revista Álvaro Cueva presenta. Número 2. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Personaje en huelga

Empiezo este texto citando la famosa y célebre frase de Jaime Sabines, "yo no lo sé de cierto, pero supongo" (aplicable a una gran cantidad de situaciones), que cuando un escritor está entretejiendo los hilos de sus personajes en una novela a veces éstos cobran vida propia y exigen su derecho a ser parte más activa de la historia, o con esa vida propia, son capaces de apagarse hasta que el autor nota que ya no tienen más que hacer entre sus líneas y simplemente están condenados a la desaparición.  A veces, seguramente, el escritor se obsesiona demasiado con un personaje al que ya no tiene más jugo que sacarle, y por más que lo exprime no hay nada más que hacer. A veces, seguramente, existe algún otro que es una joya en bruto y está deseoso de ser explorado para así conquistar tanto al autor como al lector, y debe tener paciencia (si partimos de la idea de que un personaje casi siempre corresponde a un ser humano, entonces también debe tener esta cualidad) hasta que su creador lo reconoce y ¡pum!, juntos, uno con su talento, el otro con su sola presencia reconocida, logran hacer completas obras de arte.

Eso no sólo pasa en la literatura. En el cine o en la televisión hay personajes que estaban destinados de origen a ser apariciones de pocos minutos o pocos capítulos, y al final terminan por ser los más relevantes. No siempre resultan ser los protagonistas, pero acaparan la atención y se convierten, la mayoría de las veces, en objetos de culto (o del deseo, depende de la situación).

¿Y como por qué hoy se me ocurre escribir toda esta verborrea sin ninguna razón aparente? Pues porque por primera vez en mi historia un personaje de mi propia historia personal exigió su derecho "de piso" para ser parte activa de las Policromías, que normalmente son una exagerada e incluso algo poética visión de mi propia vida, alterada a mi gusto y sazón de la única manera en la que puedo tener el control de ella. Este espacio me ha servido lo mismo para contar ciertas alegrías como para compartir algunas cuantas penas. Cuando se trataba de una publicación semanal, esta columna contenía algunos pasajes de mi vida cotidiana que poco a poco (egoístamente) he ido reservado para las líneas de mis cuadernos particulares. Sí, perdí la costumbre de reírme públicamente de mis propias experiencias. Y ahora de pronto un personaje emerge, me sacude, y saca la bandera rojinegra de huelga, alegando que no volvería a leer las Policromías a no ser que ahora fuera parte de ellas. Imaginen por piedad mi sopor.

Y es que así como llegó a este punto es como llegó a mi vida: sin avisar, sin permiso, sin freno, provocando un singular caos que me ha obligado a salir de todas y cada una de las zonas de confort en las que estaba, incluyendo ésta, la de la no-escritura. El personaje, al que para efectos dramáticos llamaremos "El Panditas" (cierta fascinación a conocida golosina con tal fisonomía lo delata), se cansó de no figurar y creyó, con tal seguridad, que su huelga policrómica iba a generar algún efecto en mi. ¡Ja!. Quisiera de todas las formas posibles decirle que no, que este es el único espacio en el que no logrará tener influencia, que aquí aparece y desaparece quién yo quiero, que los personajes no tienen poderes mágicos para hacer tan tremendas exigencias. Quisiera de todas las formas posibles no compartir las cosas tan maravillosas e increíbles que está comenzando a generar en mi vida, en mis pensamientos, en mi corazón. Quisiera... pero veo que ya no es posible. Este texto ha sido la prueba de ello.

Llámenlo una voluntad escasa. Llámenlo si quieren poca severidad y disciplina de mi parte. Llámenlo quizá una secreta emoción propia por volver a ser y a hacer aquello que simplemente abandoné durante muchos años y que ahora, gracias a este caos inesperado, se desempolva y comienza a brillar de nuevo. El caso es que si un personaje nuevo ha llegado, si es un diamante en bruto, si le dará a la historia esa sal y pimienta que se requieren para mantener a los lectores cautivos y enganchados, entonces no me queda más que atender al olfato literario (bueno, en los términos de esta columna), acceder a su pliego petitorio, hacer que quite las banderas de huelga y dejarlo ser lo que quiera ser en este bonito y colorido espacio.

Así pues... Alejandro, bienvenido seas a éstas, mis Policromías.