domingo, 12 de febrero de 2012

Vivimos para narrar

"Vivimos para tener experiencias que se puedan convertir en historias". Omar Rincón no puede estar más en lo correcto... o al menos, así es como a mi ha gustado vivir. Las Policromías, de hecho, han pretendido ser exactamente eso: extractos de mi cotidianidad que con alguna que otra licencia literaria, se convierten en narraciones a veces jocosas, a veces dramáticas, y yo creo que para todos debe ser la misma cosa, lo que ocurre es que de pronto se nos agota (o simplemente desconocemos) esta grandiosa capacidad de sacarle jugo a la anécdota más irrelevante, la menos importante del día. Esa capacidad si la tienen (y mantienen) los escritores que en pocas palabras logran hacer de esas aparentes nimiedades verdaderas obras maestras.

Uno, simple mortal, no aspira a tanto; se conforma con compartir de forma más o menos elocuente lo que va encontrando en su día a día. Escribir sin embargo es una disciplina tan cruel como el ejercicio, y si no se practica con constancia la condición se pierde, se recuerda pero no se ejerce, y retomarla es un acto valiente pese a que, seguramente, dejará uno que otro músculo embarado. Aquí me tienen en ambos casos.

Regresar al ejercicio después de las fiestas decembrinas es francamente una locura. La única motivación a estas alturas es detectar ese insólito desparrame carnal al abotonar el pantalón, e intuir cuántas calorías llevaron a la formación de tan redondos y perfectos cachetes apreciados en las fotografías más recientes. El inicio quizá no es lo más complicado: te enfundas el pants, pagas lo que debas pagar de recargos por inasistencia al gimnasio, regresas a ese parque donde solías correr y listo. Mantener la rutina es lo verdaderamente osado en esta acción, aunque al final es el cuerpo y solo el cuerpo el que le pide a uno a gritos esa inyección de adrenalina que da el sudar, el quemar calorías, el poner al corazón a bombear sin freno alguno.

Regresar también al ejercicio de la escritura después de una larga, larguísima ausencia no es propiamente una locura, es más bien un acto particular de exorcismo. En realidad no hay razón física alguna que me motive a hacerlo: no es el cachete ni la lonja invernal, es más bien esta necesidad de desatorar mis emociones, de recordar lo que es tomar una idea, desarrollarla, expresarme. Antes, escribir era para mi una forma de desahogo, y quizá ahora tiene una carga de más: escribir me libera de miedos, me recuerda que, si lo plasmo (aunque sea de forma virtual), debo cargar con la responsabilidad de lo que esto conlleva. Tal vez por eso he huido tanto, porque el poder de escribir y ser leído es tan grande como hacer promesas al universo, promesas que uno debe de cumplir, o al menos intentar hacerlo por el simple compromiso de haberlas expresado y que alguien las haya leído.

De pronto todo se vuelve menos importante cuando las modernidades te limitan a 140 caracteres. Es refrescante, poco comprometedor. muy liberador. Dices sin decir, hablas sin hablar, solo reflexionas para ti mismo. Por lo tanto enfrentarme a la inmensidad del blog me motiva, pero a la vez me inhibe. El corazón bombea y la adrenalina fluye, es verdad. Habrá que rebasar los miedos y saltar los obstáculos, poniéndome muy olímpica en este 2012.

Según el año nuevo chino, el año del Dragón traerá para las Cabras una importante estabilidad después de varios años de andar de un lado al otro. Ojalá que si, muchas Cabras merecemos esta tregua emocional. Y seguro los chinitos no deben andar muy equivocados, porque desde que empezó el año las energías han vibrado en otras frecuencias más armónicas (usando todo el argot debido) y los planes a corto y largo plazo se antojan tan interesantes como divertidos. Pero dentro de toda esta venidera estabilidad, hay un aspecto que me trae emocionada sin control: el regreso a la escuela.

Jamás imaginé que volver a estudiar (por mi propia voluntad y decisión) me traería desde el inicio tantas y tantas lecciones de vida; desde el asumir un rol específico dentro de un grupo escolar, el océano de cosas que uno está ávido de conocer, hasta lo que implica formar y defender tus ideas. Eso, señoras y señores, es un acto que todavía me parece un reto que no me percaté de haber tomado. No es que uno vaya por la vida haciendo solo lo que le dicen, al contrario, si existe persona terca en este mundo es quien esto redacta. Pero de pronto, por algún torcido patrón educativo, uno aprende a dejar del lado sus opiniones, o simplemente a ignorarlas, nomás para no tener un problema, por dar gusto, por complacer y estar en paz. La escuela es el lugar donde menos te enseñan a defender y abrazar tus propias causas, y a estas alturas del partido, desaprender lo antiguo y aprender lo nuevo es titánico e ilimitado; la voluntad se confunde y no sabe si está bien decir que si o que no, si el maestro verá con buenos ojos que uno entienda otra cosa o que no esté de acuerdo con él. Ilimitado porque en el ejercicio para aprender lo nuevo uno, irremediablemente, termina aplicando esos conceptos a la vida misma, y vaya chascos que de la nada se llevan.

Defender lo que uno quiere en la mente y el corazón no siempre es sencillo, no. Existen 200 causas diferentes para ceder contrariamente ante lo que el alma y el espíritu te piden a gritos, y de pronto preferimos ignorarlo por el hecho de no mortificar a los demás, de no incomodar los sentimientos de quienes queremos. Enfrentar a todo y a todos (uno mismo incluido) es paralizante. Uy... vaya lecciones.

Pero no sólo eso he aprendido durante mi retorno a las aulas: sorpresivamente estoy aprendiendo lo que es la humildad. Porque si bien es importante defender una idea, es igual de importante reconocer cuando esta idea no siempre es la mejor. No es lo mismo confrontar a tus padres cuando tienes 15 años defendiendo tu derecho de ser joven y querer divertirte, que exponer tus hipótesis frente a un público amplio, que de seguro al igual que los padres, siempre tienen una opinión diferente a la tuya. Uy... tragarse el orgullo de creer que uno lo sabe todo es un balde de agua fría que cae encima cuando el clima está a 8 grados centígrados. Vaya lecciones.

"En el fondo, nosotros buscamos, en el transcurso de nuestra existencia, una historia originaria que nos diga por qué hemos nacido y por qué hemos vivido", dice Umberto Eco. Mientras sigo buscando esa historia que me explique la razón de mi vivir, continuaré narrando, relatando, esas breves e insignificantes experiencias que seguramente algún día me llevarán a algún lugar, a ser alguien que, quizá, ni siquiera imagino que puedo ser.