jueves, 27 de septiembre de 2007

Ni Ripley se lo cree

En el mundo están pasando cosas increíbles, cosas que ni el mismo Robert Ripley, el “Caballero de lo Bizarro” que estudió los más extravagantes fenómenos paranormales hubiera imaginado. Y es que es como una ley de Murphy, como una regla, como una maldición: cuando crees que lo has visto todo, te equivocas… siempre hay algo más que te recuerda que tu capacidad de asombro está ahí, rebasada, superada, escandalizada.

No es sólo el nombresote que recibirá la hija de Salma Hayek, la carriola blindada en la que viajará o el hecho de haber visto a su madre en una versión tipo Shamú de ella misma; no es ver las sonrisas de catálogo de la pareja Fox-Sahagún en las portadas de Quién y mirar que tantos años de esfuerzo les darán una senectud segura, aunque después se haga de palabras con la prensa que sin duda, extrañaba las hazañas de Chente y zu Martita, ese mismo ex presidente que tanto nos hizo reír y hoy tanto nos hace sufrir.





No, no es únicamente ver en televisión lo que queda de Lucía Méndez (quien ante las terribles circunstancias hubiera sido mucho mejor ex primera dama… ahí si que no funcionaron sus esencias de feromonas, ¡chin!), “actuando” en una “súper novela” que conmemora el medio siglo de un género que cumple sus 50 años ¡en el año 2008!, presumiendo con vestidos ajustados los millones invertidos en cirugías que la dejaron como clon de Alfredo Palacios. Tampoco las imágenes de un O. J. Simpson detrás de las rejas ¡otra vez!, o las fotos lujuriosas con las que la protagonista de High School Musical deleitó la pupila de su novio, o los puños de Oscar de la Hoya resaltando el atuendo de tacón y media de red que según dicen no son obra del fotomontaje. Vaya, ni siquiera los dimes y diretes entre Cristian Castro y su Rosa Salvajemother han llevado a sus completos límites mi capacidad de sorpresa.




Todos los eventos desafortunados mencionados tuvieron en la boda de mi prima, la semana pasada, la cúspide del asombro. Como lo dicen las fotos de tal evento, soy una viejecita consumada. Poco tiempo destinado al arreglo personal, un peinado nada acertado y el aparente parecido con mi abuela paterna hacen que me tome muy enserio eso de escandalizarme como cualquier adulto sexagenario cuando acudo a una boda donde la novia entra sola al altar, con sus padres detrás de ella (¡Jesús de Veracruz, el padre no entregó a su hija!); cuando veo que al final nadie avienta arroz, o pétalos o burbujas; cuando leo que la invitación dice BRINDIS y con el estómago vacío a las 9 de la noche espero cualquier variedad de bocadillos cuando lo único que ofrecieron fueron hartas bebidas y ¡puros cacahuates!, y no hay recuerditos, y no hay palabras del padrino, y si un ambiente launch tipo antro que me hizo sentir más en una taquiza de graduación que en una unión amorosa.

Estos escándalos de la farándula y de las juventudes modernas, y un claro desvelo permanente me llevan a expresar que todo ha ocurrido, tal vez como en un sueño, ¡aunque usted no lo crea
!


jueves, 20 de septiembre de 2007

México, ¿Creo en ti?

Corrían mis años de estancia en la escuela secundaria. Con motivo de las fiestas patrias, el homenaje de septiembre contó en su programa con la participación de una principiante declamadora que, una vez anunciado su turno, tomó posesión del micrófono y con arrebatada pasión (y bastante melodrama) deleitó al respetable con su propia versión de “Suave patria”, de Ramón López Velarde. Sólo quienes vivimos para contarlo podemos dar fe de la risa contenida que semejante ímpetu provocó en los imberbes eufóricos, quedando ésta como una anécdota del todo jocosa.

Recordar el entusiasmo de aquella poetiza me tocó muy hondo en estas fechas tan patrióticas, en este mes que conjunta varios acontecimientos de suma importancia para la historia mexicana, donde a todos nos brota el amor a nuestra tierra, donde todos nos sentimos más paisanos que nunca. Escuchamos a los Fernández y a Aída Cuevas, y en todos los rincones el sonar de una campana acompaña los gritos sonoros de “¡Vivas!”. Algunos festejan de las formas más originales, y otros volteamos los ojos a poetas que como López Velarde describen su sentimiento con amor, con orgullo, con pasión, sea como “Suave Patria” o como la afirmación de Ricardo López Méndez: “México, creo en ti”. Tristemente la realidad de nuestro país opaca las emociones de estos poemas. Al leerlo y releerlo me asaltó una penosa duda… México, ¿creo en ti?

¿Creo en ti, si las personas que rigen tu destino son políticos tan ocupados en pensar en sí mismos que pasan inadvertido el bienestar de tu gente?; ¿Creo en ti, en ese falso sentimiento patriótico que se evapora poco después de las borracheras; en esa apatía que tiene la gente cuando te contamina, te desgasta y mancha de petróleo tus aguas?; México, ¿Creo en ti, en las desigualdades sociales, en la apagada voz de la gente honesta, en el grito ahogado de la ética y tu Carta Magna; en sujetos que creen que dar dinero es la forma de obtener votos y en ciudadanos que piensan que es mejor dinero que trabajo?; México, ¿Creo en ti, en la ceguera y dejadez de tu gente, en la censura, en la ineptitud de quienes fomentan la ignorancia, la pereza, la corrupción, la porquería social?; México, ¿creo en ti, en tu futuro, en esos niños que son educados creyendo que el que no tranza no avanza?; México, ¿Creo en ti, en la idea de que tu pasado es mucho más fuerte que tu presente, en tus maravillas que se bañan de tragedias y que siguen en pie, como testigos de los siglos?; México, ¿creo en ti, en todos tus orgullosos hijos que han tenido que buscar el pan en otros países porque en tus tierras, México, la siembra no crece pero el hambre sí?; México… ¿debo dejarme llevar por el negro que te empaña cuando desbordas colores por todas partes?

Una de las estrofas del poema me da la clave…

México creo en ti, porque escribes tu nombre con la X,
que algo tiene de cruz y de calvario,
porque el águila brava de tu escudo,
se divierte jugando a los volados,
con la vida y a veces con la muerte.