miércoles, 10 de enero de 2018

Toto


Querido y muy amado Toto:

Hoy diste el último suspiro de tu vida (larga, por cierto), y yo no puedo más que sentirme absolutamente privilegiada por el hecho de que por 16 hermosos años me permitiste estar contigo.

A veces uno es un poco egoísta al creer que son los animales los que nos hacen compañía, y hoy, justo hoy, mientras te tenía conmigo sintiendo los últimos latidos de tu corazoncito, pensé que en realidad son los animalitos los que eligen a sus acompañantes. Y tú elegiste llegar a mi casa, con mi familia, para hacerme la persona más feliz de este planeta.



Cuando llegó tu papá, ese Pochaco tan malhumorado y enojón, entendí que él no era un perrito que quisiera jugar conmigo, ni dormirse en mi cama, ni dejarse abrazar hasta el ahogo; él tenía sus propias reglas y yo no tuve más que respetarlas o pagar las consecuencias (mordía muy duro a decir verdad), pero tú, tú no fuiste así. Tú resultaste ser el perro que siempre quise, mi amigo, el que me acompañaba en todo momento y a todo lugar, ese que no se me despegaba, que lloraba cuando me oía llegar, que brincaba y comía y vivía la vida sin mayor preocupación que la de comer como si no hubiera un mañana.





Siempre fuiste más obediente, con tu pelito suavecito suavecito, con cara de travieso y patas grandes y gorditas. Siempre fuiste mi mejor compañerito, y de alguna manera sé que fuiste capaz de comprender cuando me fui de casa y te dejé ahí, en el que siempre, hasta hoy, fue tu hogar. Siempre fuiste un perro feliz.





Ay Toto, yo sabía que algún día nos íbamos a despedir pero no creí que fuera así, tan rápido todo. Yo esperaba que a diferencia de tu papá contigo hubiéramos aprendido lo que era una muerte natural pero las circunstancias no se dieron así; lo único que agradezco es que tuve la posibilidad de tomar tu cabecita y sostenerla mientras tu alma dejaba de ser parte de este mundo. Afortunadamente para mí, este sábado pude darme el regalo de dormir por última vez junto a ti, como lo hicimos incontables noches en el cuarto de la azotea.





Mi monín, mi chiquitín, mi eterno bebé. Mi amigo. Cómo duele despedirse de un amigo que secó tus lágrimas con besitos y nunca, jamás, te defraudó en lo más mínimo. Me gusta pensarte corriendo en el pasto, subiendo las escaleras de caracol hacia mi cuarto, abriendo las puertas fácilmente con tus patitas y brincando como chapulín cuando tocaba la señora que vendía las tortillas y siempre te daba, cuando menos, una de regalo. Me gusta imaginarte tomando tus deliciosos bañitos de sol, durmiendo con la panza hacia arriba, subiéndote a las camas y comiendo todo lo que encontrabas a tu paso, desde verduras, migajas, comida real o hasta piedras.









Querido y muy, muy amado Toto, hoy diste el último suspiro de tu vida y deseo de todo corazón haberte dado la existencia que merecías, que te hayas ido sabiendo que viviste rodeado de amor y que tu paso por este mundo fue lo mejor que pudo haberme pasado. Sé que te volveré a ver, cuando me toque cruzar al otro lado. Te amo, mi perrito hermoso.

Pochaco y Amy te recibieron ese primer día en casa. Estoy segura que hoy también lo hicieron en el cielo de los perritos


Algunas de nuestras primeras selfies juntos

Con mamá

Con papá

Cuando te operaron y fuiste una lamparita Pixar

Estrenaste chalequito y te veías tan guapo
Y te gustaba sentir el calorcito de la chimenea...

El día que llegó Cabita a la casa.
¡Hasta hicimos yoga juntos!
¿Sabes, Toto? Dani también estuvo contigo, así, como en esta foto, dándote todo su amor hasta el final. 
... y yo también