martes, 29 de marzo de 2016

Yo como Britney... ups, ¡lo volví a hacer!

Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando me repetí miles de veces que nunca, jamás lo volvería a hacer. Ese mantra me lo dije una y otra vez al terminar la primavera del año 2009, pero hace un par de años ¡pum! caí de nueva cuenta. Y no, no es que esto sea un vicio al que vuelvo porque la vida no me deja otras opciones (o sí, todo depende del cristal con que se mire), sino que aparentemente reincidir, como acabo de hacerlo este mes, resulta ser el camino idóneo para que un bicho como yo pueda cumplir con su misión de vida.

Mientras escribo esto escucho a Britney, la Britney antes de la rapada, y la papada, y las hamburguesas, los hijitos y los amores locos, cuando envuelta en su traje rojo espacial entonaba "Oops, i did it again... Im not that inocent" con más cara de sensualidad que de tragedia. O sea, ¿qué no se supone que está rompiéndole el corazón a alguien oooootra vez? No se puede ser tan gacho en la vida pues, por andar con esa actitud luego los dioses te castigan con una carrera truncada y una gran panza y... no hay que ser así. A menos de que la canción hable de otra cosa y yo ande inculpando a la exjuvenil estrella (puede ser), pero el asunto es que yo, en efecto, volví a hacer algo que me había prometido no repetir jamás nunca de los nuncas, y no, no lo digo con cara sexy pero, debo reconocerlo, tampoco con cara trágica.

De los creadores de "No lo volveré a hacer versión 2009", y "No lo volveré a hacer nunca jamás versión 2014", este invierno llegó a mi vida una experiencia más de la saga: "Si, lo hice: Volví a dar clases". Resumo: Las habilidades docentes que corren por el ADN de mi familia fueron sabiamente repartidas en la información genética de mi hermana, quien desde los 6 años decidió que su vocación era ser maestra y hoy en día es una admirable profesionista que 5 días a la semana se para frente a un grupo de niñitos ansiosos por aprender de la vida. Puedo decir que yo fui su primera alumna desde los juegos infantiles, lo que me hizo entender que, a) siempre fui una estudiante hiperactiva que deseaba más el recreo que el conocimiento; y b) lo mío lo mío era hablar como una loca, más no jugar (creo que no lo hice ni de broma) a la maestra dedicada y juiciosa. En pocas palabras, siempre supe que la docencia no era lo mío, cosa con la que aprendí a vivir sin ninguna preocupación a decir verdad. Mientras Sandra se preparaba estudiando dos carreras a la vez para ser una brillante maestra, yo vivía mi vida loca.

Pero no fue hasta el 2009 cuando mi querida amiga Eva me invitó a dar clases en la misma universidad donde ella estaba, y yo dije que sí porque mi estado emocional era vulnerable y mi necesidad económica estaba puesta en ahorrar para lo que entonces sería mi boda (que no fue). ¡Qué ciega fui! La cosa más feliz que recuerdo de aquel semestre fue el día del maestro y la rifa en la que me gané 5 mil pesos. Yo iba por la abundancia económica, ¿qué no?. La experiencia fue fatal pero la lana fue una bendición en su momento.

Después, en 2014, recién titulada de la maestría, recibí una feliz invitación para volver a dar clases y juro por Dios que me mira que lo pensé una y otra vez. Lo consulté con la almohada, lo consulté con Tokotina, lo consulté hasta con los gatos que corrían sin razón en el techo de mi antigua casa y en el espíritu de "me voy a quitar la espinita" dije que si. La experiencia fue decepcionante, tanto que lo más relevante que puedo recordar fue el coraje que me dio que en la primera clase un alumno (que después descubrí era un pésimo estudiante), me tomó una foto en plena cátedra. Osea, ¿cómo? ¡que alguien me explique!

Pero entonces llegó el 2016 y las necesidades de mi pobre cochinito ahorrador con anemia, como consecuencia de las decisiones de vida de mandar todo al carajo y ser mi propio jefe, me hicieron tomar medidas desesperadas. Una casualidad de la vida me llevó a ver una publicación en un grupo de Facebook que llamó mi atención, respondí a ella enviando mi CV, y días después me preguntaron si podía dar clases. Y pues ni modo de decir que no, ¿verdad?. Eso sucede cuando uno decreta y el universo responde. Pero aquí el reto de "sacarme la espinita" episodio 2 fue mayor para mis escasas habilidades en la materia: se trató de armar una clase en menos de dos semanas, con duración de 40 horas impartidas de manera express en un mes completo, sobre asuntos teóricos para alumnos de octavo semestre de una carrera que es totalmente práctica. El reto, además de todo, fue venderles a alumnos de la licenciatura de cine que la idea de que la televisión también puede ser una vía de trabajo. ¡Apocalipsis! Es bien sabido en este medio que el gremio cinematográfico no es particularmente amigo de los contenidos televisivos. El reto, entonces, era enorme para mi.

He invertido todo el mes de marzo en armar clases, bajar videos, hacer diapositivas, leer textos, ensayar frente a una Tokotina que o se convierte en la perrita más conocedora de telenovelas de la región o en la mascota con mayor índice de aburrimiento del mundo, y hoy que estoy a dos clases de terminar ya me siento como el clásico meme de fin de cursos, arrastrando la cobija antes de llegar al final. Aunque tengo mucho que decir respecto a esta experiencia guardaré los mejores momentos para otro post (el de hoy es el resultado de procastinar mis quehaceres para la clase de mañana, ¿no se nota?), sí quiero reflexionar esas sabias y populares palabras que dicen "la tercera es la vencida". Esta tercera vez frente a un grupo ha resultado mucho más agradable que las anteriores. Esta tercera vez frente a un grupo, de maneras insospechadas, me ha ayudado a entender que la docencia forma parte de un grupo de actividades en las que gente como yo puede ser capaz de transmitir el conocimiento que adquiere tras tantas horas nalga invertidas en leer y consumir televisión e internet. Esta tercera vez me ha ayudado a entender que lo que digo tiene algún sentido, que puede sembrar algo en alguien (poquito o mucho, eso lo sabremos al fin del semestre), pero que incluso puede ser relevante llevar mi mensaje de amor sobre la tele y las telenovelas en este asunto formativo y de alfabetización mediática. La verdad, no me la he pasado tan tan mal, pese a lo maratónico de este esfuerzo que bendito sea el creador que está en los cielos (no como el pobre Jesucristo del meme que se nos cayó de la cruz en pleno Viacrucis), ya está llegando a su fin.

Mi cara al terminar este post no puede ser la de Britney porque la culpa por no terminar mi material está invadiendo mi ñoño ser, así que nada de bailar con trajes rojos ni pelucas largas por toda mi casa. Pero sí, hay un guiño de satisfacción al decirlo: Ups, ¡lo volví a hacer...! ¡Y creo que me gustó!