martes, 9 de agosto de 2005

Caravana kittacional


La oleada vacacional que inundó a la mayor parte de la población mexicana en estas semanas me tocó como el "Emily" a Veracruz: sólo de colita. Así, alejada de la efervescencia de las masas por retacar balnearios, centros vacacionales y carreteras, estos días empaqué mis suntuosos ropajes y partí hacia un estructurado itinerario que ni la pareja presidencial sería capaz de seguir. La misión: visitar todas y cada una de mis extensas ramas genealógicas en tan solo una semana. Parece fácil, pero se requiere de un gran esfuerzo. Así pues, besando a la madre que me dio la vida y me despedía con pañuelo blanco en mano, emprendí la travesía a las 4:45 de la madrugada del sábado colmada de bendiciones y pastillitas de paciencia, por si acaso fueran necesarias para sobrevivir a todo lo que me esperaba...

No pretendo que el incauto lector crea que mi familia tiene alguna rareza ni cosa parecida, es sólo que, como le sucede a la gran mayoría de los seres humanos, mi sangre materna es el polo opuesto de mi vena paterna, y el shock de convivir con tales diferencias en tan poco tiempo deja en consecuencia alteraciones emocionales y, en el peor de los casos, sacudidas que lo dejan a uno (o ya lo tienen) bastante atontejado.

La primer parada fue en la ciudad de México. Ahí, mi familia materna me esperaba con los brazos abiertos y yo, con la gorra bien puesta. Lo explicaré de esta manera para no caer en discursos grandilocuentes: mi familia materna alimenta en mí mi parte intelectual, creativa, en cierta manera aspiracional. En mis dos días de estancia hablar de libros y cine fueron motivo perfecto de amenas sobremesas y una excelente desvelada sabatina, y en tan poco tiempo pude platicar con mis 3 primas (todas ellas tan distintas entre sí) y mis tíos, en escenarios distintos: el carro, el mercado, la sala, la cama... la verdad, momentos altamente motivantes. Pero la caravana kittacional debía seguir su curso y una vez aventada en la central de autobuses me tomó hora y media de camino ponerme en el traje de los Valent (mi lado terrenal) para llegar con mucha disposición a conocer y reconocer a los nuevos miembros de este lado de la vena que no deja de procrear.

Para mi buena fortuna me hice amiga del enemigo de inmediato (escondido tras la piel de una nena de apenas 10 meses, pucherosa y berrinchuda) y entre risas y gestos extraños llegué al paraíso de Michael Jackson donde 6 de mis 8 primas se reunieron con 12 de mis 16 sobrinitos, chicos, grandes, pubertos y bebés donde los temas de plática eran las escuelas, los matrimonios y los pañales. Mundos totalmente opuestos.

Este último reporte lo escribo desde un pequeño punto geográfico donde los moscos masacran despiadadamente. Aunque el lugar es pequeño, para mi es tremendamente inmenso en recuerdos de mi infancia, de la gente que amo, y donde un par de niños incansables que son mis primos (aunque me crean su tía) me han hecho correr por el campo, caminar entre el maizal, cortar duraznos y jugar con cachorritos y pequeños gatitos. En fin, ya después hablaré del resto del itinerario, porque la semana aun no termina y varios camiones esperan desplazarme de un lado a otro con todo y mi cargamento de experiencias. Nos seguimos reportando...

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