viernes, 31 de mayo de 2013

Los vecinos invasores

Tal como lo prometí, he decidido retomar esta deliciosa y jocosa columna (soy sencilla, lo sé) escribiendo sobre las vidas de mis vecinos, o mejor dicho, sobre las azarosas, polémicas y retorcidas vidas que según yo tienen mis vecinos. Verlo todo a través de las ventanas suele, de pronto, distorsionar la realidad.

No crean, me da un poco de miedito ahora que las iniciativas andan atrás de todo aquel ciberusuario que hable mal de su prójimo, que lo difame, que le aplique un bullyng tal que se convierta en el tema (la carrilla) del momento... Pero esas prácticas, para bien o para mal, no resultan ninguna novedad en los patios de vecindad, edificios, colonias, y demás sitios habitacionales donde las personas comparten suelo y techo. Además, hasta ahora, nadie ha pedido #Noalacensuraenelblog. Me siento un poco a salvo.

Otra cosa que me mantiene lejos de tales posturas es que, tal como en la película de La Ventana Indiscreta, yo desconozco el nombre de la mayoría de mis vecinos, por lo cuál suelo identificarlos por el color y modelo de sus autos, el lugar de su casa o alguna otra característica o hábito que les resalte. No me siento mal por ello, sé de buena fuente que a mi en el mejor de los casos me conocen como "La Güerita", o bien, me ubican por mi preciosa (y ruidosa) perrita Tokotina.

Y es que justamente eso es lo que me distingue de mi destacada unidad habitacional, donde siete casitas de pitufos y sus usuarios comparten jardín y estacionamiento... y mascotas. Sucede que en este bonito mini edén en medio del caos citadino, lleno de plantas, naturaleza y humedad, la vida humana convive con la vida felina, guste uno o no de los mininos. Yo ya no alcanzo a entender si ellos llegaron y los adoptaron, si los vecinos llegaron con sus propios gatos, pero el caso es que si se pone atención se pueden contabilizar 15 de todos colores, tamaños y pelajes. Quesque unos son de la vecina de acá junto que tiene un novio músico y cuando él viene de visita gustan de hacer tertulias amenísimas los lunes a las 5 am; quesque otros son de la vecina de cabello largo que no alcanzo a entender si es maestra de yoga o terapeuta o hippie que vive de la tierra o mamá de un puberto nini; otro gatuchín que se ve medio fino y hogareño es propiedad de una pareja joven que llegó hace poco, aunque temo que ya se corrompió con la mafia que ronda por aquí y ahora se le ve casi siempre en malas compañías. Y todos los demás simplemente atienden al pitazo de "aquí nos ponen comidita" y decididamente se abonaron, como si este lugar fuera la Fonda de Carmelita Salinas. Posoigan.

No es que yo tenga algo contra los gatos. Una ultra fan de Hello Kitty no podría decirlo así. Pero lo que sí puedo decir a mi favor es que prefiero a los felinos de dibujito que a los reales, digamos pues que como que no soy del todo empática con ellos. Y es que la verdad las cosas entre ellos y yo no han sido tan cordiales, sobre todo cuando estoy en el más inspirado de mis momentos de lectura o reflexión tesística. Se pelean en mi techo, corren enloquecidos, lloran en la madrugada como bebés inconsolables en sonido estereofónico, vienen a "visitar" a Tokotina, quien se pone como niña del exorcista nomás de verlos, incluso los más vivales se han colado por las ventanas o así, cínicamente, se meten cuando dejo la puerta abierta, lo cuál me da un pavor por aquella vieja leyenda que asocia a las mujeres solteras con los felinos. ¿Mitos? ¿Realidades? ¿Estereotipos? He aquí unos cuantos ilustrativos ejemplos:


  • La escritora de El Talentoso Mr. Ripley, Patricia Highsmith, fue una mujer que murió a sus 74 sola sin mayores afectos que sus gatos y sus recuerdos.



  • En Los Simpson hay un personaje de una mujer loca, que no habla y que a la menor provocación lanza gatos que trae hasta en el cabello; se dice que "La loca de los gatos", como la conocen, fue en su juventud una persona de gran inteligencia, médico de profesión, ganadora de premios y galardonada, hasta que se casó, se divorció, y decidió refugiarse en los gatos, que le dieron más amor y comprensión que los hombres. 



  • Peggy Olson es un personaje de la serie Mad Men, una joven en la década de los 60 que prefiere trabajar en la publicidad que casarse y tener hijos. Sin embargo un día encuentra a una pareja con la que decide vivir y su madre, católica y apegada a sus valores, se horroriza cuando se entera de esa unión nonsanta. Tal era su indignación que cuando Peggy le pregunta: "mamá, ¿prefieres verme sola entonces?", la madre responde "¿Sabes qué solía decir tu tía? Si te sientes sola, consigue un gato. Viven 13 años, luego te consigues otro, y otro después de ese y listo". 

Realidad o fantasía, el hecho es que prefiero tenerle respeto a estos animalitos y evitar que por alguna sospechosa razón entren a mi casa, aunque parece que ellos son más listos e insistentes que yo y han emprendido, a través de las pulgas que se le suben a mi Toko, una invasión silenciosa a mis aposentos. A nada estoy de poner un letrero de que diga: "En este hogar somos perrunos, favor de no tocar". Qué miedo, caray.

Bueno, toda esta reflexión y no hablé ni bien ni mal de mis vecinos, pero era contarles las aventuras de los gatos o despotricar contra el vecino majadero y mal encarado de la casa del fondo, que pasa todo el día afuera de su casa escupiendo gargajos que brotan desde lo más hondo de su ser y recitando mentadas de madre en contra de las mujeres del mundo. Creo que el tema animal era más interesante, aunque... bueno, en ambos casos se trata de temas animales. Mucho.

Por lo que a mi respecta, mientras siga viviendo en esta casa de plantas y gatos, prefiero nunca revelar en voz alta mi edad, no vaya a ser que de pronto me caigan en banda y salgan como la leyenda de esta terrible imagen:


¡¡¡¡Aléjenme de las Whiskas!!!! ¡¡¡Pronto!!! 

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