miércoles, 16 de octubre de 2013

El papa y yo


Esta fue mi primera Policromía, publicada el 14 de octubre del año 2003. Hace muchos, muchos años... 
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La religión no es precisamente mi tema favorito. A pesar de que vengo de una familia donde el catolicismo prevalece y donde la misa dominical es la costumbre de cada ocho días, yo soy mas bien del tipo rebelde, y desde hace algunos años expuse ante los jerarcas de mi hogar mi resistencia a cumplir con tal designio bíblico. No es algo personal en contra de la Iglesia, y mucho menos en contra de Dios. Es solo que la preparatoria y las enseñanzas de las doctrinas marxistas y filosóficas le cambian de momento a uno la visión de las cosas, sobre todo en temas tan polémicos como la religión vista como una institución y todo lo que ésta encierra.

Sin embargo y a pese a mi escaso fervor católico, hablar del Papa Juan Pablo II siempre me ha producido una gratificante sensación. Secretamente hay cosas que me unen a él, y tal vez por ello siento un especial cariño por aquel a quien llaman "el máximo representante de Dios en la Tierra".

Karol Wojtyla nació un 18 de mayo de 1920 al sur de Polonia. Yo nací un 18 de mayo de 1979 al sur de la ciudad de México. Él, al igual que yo, somos los menores de un par de hermanos; y, por aquello de la fecha de nacimiento, coincidimos en estar regidos por el planeta Venus en la casa de Tauro.

En el momento en el que pasó de Karol a Juan Pablo, yo estaba en vísperas de pasar la barrera que divide al mundo uterino del mundo real. El primer viaje que realizó en su calidad de Papa fue justo en México, justo en el año que yo nací: 1979.

En 1990 Juan Pablo II desempacaba sus maletas en tierras mexicanas para hacer un recorrido que lo traería, entre muchos otros lugares, al estado de Veracruz. Mientras veía su imagen en la televisión, yo desempacaba mis maletas para instalarme en lo que sería mi nuevo lugar de residencia: Xalapa.

Su imagen me acompañó la primera Navidad que pasé fuera de mi casa, lejos de mi familia, aunque su rostro me ha seguido toda la vida gracias a una bendición a nombre de mi señora madre, quien la cuida con especial empeño y le ha dado un lugar importante en todas las cosas en las que hemos habitado. Creo que de niña nunca entendí lo que aquel papel enmarcado significaba, y mucho menos comprendía porqué resultaba tan significativo. 

Por una extraña razón, yo he tenido mi propia identificación con Juan Pablo II por cosas totalmente ajenas a la religión, y lo que si puedo decir, es que reconozco la fortaleza que como ser humano posee, no sólo por soportar el trote de un trabajo que requiere estar físicamente al 100% (aunque últimamente su salud le de para un 60 o 70%), donde los viajes y las audiencias con los fieles o jefes de estado resultan desgastantes al final de la jornada, sino por la vida tan difícil que le tocó vivir en su juventud, siendo testigo de guerras e injusticias, sobreviviendo al entierro de todas las personas a las que amó en su familia, y aun así, siguiendo a toda costa el camino que la vida le tenía trazado.

Tal vez este no sea el único Papa que llegue a conocer en mi vida, pero si puedo asegurar, que es el único con quien tendré, secretamente, tantas cosas en común.