lunes, 10 de noviembre de 2014

Algunos hashtags no van conmigo

Cuando escribía mis Policromías, columna que aparecía semanalmente en un diario local, encontré en estos textos el lugar más seguro para externar mi poca o nula comprensión sobre los acontecimientos que en esos momentos fueron ocurriendo. Preguntaba al universo e intentaba reflexionar sobre ciertos temas que, muy a mi modo, dejaban al descubierto mis inquietudes y quizá también, el tipo de opinión que me formo al respecto, sin aportarle nada a nadie mas que mi propio punto de vista.

Al concluir mi etapa columnas semanales, las nacientes redes sociales del momento (mi blog y luego el Facebook), fueron ese bonito espacio donde podía lo mismo contar alegres historias de mi vida personal como, de nueva cuenta, mis angustias como ciudadana, como parte de una sociedad que cambia y se transforma y que uno luego no entiende para dónde va. Pero de pronto dejé de hacerlo por cuestiones de tiempo o inspiración, o quizá porque, como diría Milan Kundera, mi vida estaba en otra parte: en la maestría y en un receso emocional bastante catastrófico poco digno de documentar.

Pero como en todo tuve que adaptarme a las nuevas propuestas tecnológicas y en ese trayecto reduje mis pensamientos a 140 caracteres. Twitter me pareció un lugar mucho más amable para decir cualquier clase de idiotez con la sensación de que quien me leyó me leyó, y que no quedaría tan fácilmente a la vista aquello comentado. La fecha de caducidad de un tuit es mucho más efímera que el post de un blog o un comentario de Facebook, así que si nadie le da FAV o RT, el tuit puede pasar sin pena ni gloria. Y es que, en el trayecto, también aprendí a dimensionar lo que significa externar mis opiniones ante un grupo de seguidores que no siempre están de acuerdo con lo que dices. Y aprendí que estas mismas redes sociales han propiciado cierto nivel de intolerancia, y que la gente (alguna) se toma demasiado enserio lo que se dice y se publica. Y aprendí también que reducir tus pensamientos o reflexiones a 140 caracteres puede generar todo menos reflexión; por el contrario, si quien te lee se clava en un comentario al que le falta contexto y no está de acuerdo contigo entonces sí se friega la cosa: bullying cibernético ipso facto. Con todo ese bagaje he preferido entonces quedarme calladita y compartir lo que pienso y siento en estos temas únicamente con la gente de mi confianza, con quienes sé que inclusive no piensan como yo (bendito Dios), pero que respetan lo que digo sin que eso derive en una apasionada tercera guerra mundial.

Así las cosas hoy sólo quiero decir lo que pienso y siento y deseo hacerlo por este medio por varias razones, que van desde la nostalgia hasta la prevención. Me molestan mucho las polémicas y si siguen leyendo comprenderán que lo que menos quiero es generar eso precisamente. Todo es una mera cuestión de desahogo desde el más profundo de los respetos hacia toda la gente que no piensa como yo y que externa sus pensamientos desde otras vías. 

Sí, a mi me duele México. Sí, a mi también me aterroriza siquiera el tratar de comprender el mundo, el país en el que vivimos. Sí, yo no puedo creer que un puñado de personas sin escrúpulos ni humanidad sea capaz de crear la realidad en la que estamos [sobre] viviendo. Sí, estoy harta, estoy asustada, estoy triste porque esta es la realidad que les toca padecer a mis sobrinas, a los hijos de mis amigas,  a los jóvenes de los campos y las ciudades, a las personas que quiero y que de alguna u otra manera les afecta la situación laboral, económica y social de nuestros tiempos.

Y no, yo no voté por ningún partido político (no creo en la democracia mexicana), y por eso es que, como lo sentencian hasta el cansancio, como yo no voté no tengo derecho a quejarme. Por eso lo hago poco o no lo hago público. Pero eso no me quita el derecho a observar. Por mi educación, por mi formación e incluso hasta por mi experiencia laboral mis afiliaciones políticas no van para ningún lado: eso, creo, es en lo único en lo que puedo ser ambidiestra. Me molesta muchísimo ser radical, y si no mal recuerdo las lecciones de mis primeras clases en la licenciatura de comunicación, antes de emitir una opinión personal es necesario tener contexto para poder abarcar y entender las situaciones con la mayor cantidad posible de elementos para ello. Es por ello que, aunque comprendo que es tremendamente válido tener afinidad con una manera de entender la vida o con otra, me disgusta casarme con una sola idea, con una sola visión de la realidad. De-formación profesional, si así lo prefieren llamar.  

Me molesta la gente que se forma opiniones de unos cuantos tuits. Me molesta la gente que te juzga porque no piensas igual, me molesta la gente que señala y asume que como uno no es activo, ni cree en las marchas, ni sale a la calle, entonces no está haciendo nada por su país. Pero más me molesta la gente que, desde su hartazgo (uno que en mayor o menor cantidad TODOS compartimos) se siente con el derecho de insultar, de ofender, de radicalizar sus emociones y pensamientos. Una de las tantas, tantísimas cosas que aprendí en la maestría y que logro aplicar diariamente en mi vida cotidiana es una de las reflexiones de Boaventura de Souza quien, en el intento por crear una sociología que explique las problemáticas y fenómenos propios de América Latina sin tomar prestadas ninguna de las teorías e ideas del viejo mundo (el eurocentrismo, lo llaman), sugiere que nuestro continente es tan diverso que no podemos darnos el lujo de reducir nuestro pensamiento a meras dicotomías: no se puede entender nuestra realidad desde lo blanco y lo negro, desde lo bueno y lo malo. Hay que entender los matices, hay que mirar los detalles. Y entonces intento aplicar esto a lo que leo diariamente en las redes sociales y entiendo que aquellos que luchan, piden y protestan de manera radical, los que no están de acuerdo con el partido político en turno, los que, al igual que muchos otros quieren un México mejor, se quedan en este plano: en el blanco y el negro, en el bien y el mal. Así, justo lo que tanto critican y tanto odian de las telenovelas mexicanas, que no muestran la realidad tal como es y que los personajes están profundamente estereotipados. Así, justo como de pronto ellos entienden la realidad: con políticos malos malos y una sociedad buena buena. Para mí esto no es así.

Yo no puedo creer en políticos buenos así como no creo en políticos malos. Creo que todos somos personas con defectos y muy susceptibles a caer en los peores vicios de la humanidad, como sentirse llenos de poder, y de tener, de pronto, chispazos de buenas acciones hacia los demás. Creo también (y como algunas teorías sociales lo proponen) que, a diferencia de los fenómenos naturales nada de lo que ocurre en una sociedad surge por generación espontánea. Creo que mucho de lo que vivimos es el resultado de las acciones del pasado y no por un partido político en específico. A diferencia de Enrique Peña Nieto, que aseguró a León Krauze en la entrevista realizada hace algunos meses a varios periodistas nacionales, que la corrupción sí es un asunto cultural, de educación, de ejemplo. Por eso me sale espuma por la boca cada que veo a papás con hijos chicos atravesando las calles en donde se les da la gana y no por las esquinas; por eso odio cuando se dan vueltas en los lugares prohibidos, pensando en que nadie los va a ver o a nadie se va a afectar. Por eso me irritan los aviadores, los que cobran sin trabajar, los que usan influencias descaradamente, los que dan mordida en vez de asumir la responsabilidad de sus faltas. Por eso no creo que las personas seamos totalmente puras como para juzgar a los demás.

¿A qué voy con todo esto? A que entiendo que la situación actual nos enoje hasta la rabia, hasta las mentadas de madre. A que entiendo que el enojo es lo que, desafortunadamente, nos está creando esta empatía con los demás ciudadanos sin necesidad de compartir ninguna otra clase de cosa en común mas que el hartazgo. Pero entiendo que el enojo no nos va a llevar a ninguna parte. Las soluciones que vengan después de lo que estamos viniendo no pueden venir desde el enojo, no desde la ira, no desde las campañas de odio. Y sí, estoy totalmente de acuerdo en que los medios de comunicación son mañosos y saben qué decir y cómo decirlo para tapar o callar, pero también creo que son mañosos para saber qué decir y cómo decir para alborotar una situación que ya de por sí es terrible. Sí, me molesta el descaro pero también me molesta que de manera excesivamente oportuna aparezcan reportajes de desprestigio que sólo fomentan la ira y el enojo. Me molesta que las palabras se tomen en exceso literal como para creer que un #Yamecansé represente a toda una clase política y su actuar. No, algunos hashtags no van conmigo, como aquellos llenos de rencor, odio y desesperación. ¿El cambio va a llegar desde ahí? No lo creo. Me molesta sobre todo, que la gente que sé tienen un auténtico y genuino deseo de cambio se enfrasque en tales manipulaciones, esas que de pronto tanto critican.

Y así, con estas ideas, me pregunto qué sucederá después de que pase el temblor. Me pregunto cómo será el día después de mañana, cuando la sociedad se haya unido, y manifestado y externado su sentir. ¿Qué seguirá? Creo que nadie lo sabe, pero hay que estar preparados. Yo no marcho, yo no grito, yo no me quejo en mis redes sociales pero respeto a quienes lo hacen y creen en ello. Yo no pongo moños de luto porque aunque me duelen todos los seres humanos que han perdido la vida de manera injustificada, cruel e inhumana, creo más en los que estamos vivos y podemos hacer algo desde nuestras trincheras. Yo no creo que México es un asco porque por donde veamos la situación mundial ya lo es; pero creo que en nuestro país hay demasiadas cosas mucho mejores que un puñado de gente sin escrúpulos y humanidad. Yo creo, perdonen ustedes, en las energías, en las vibras, en el karma. Creo en el poder de las palabras, en los decretos, en la intención de nuestras acciones. Creo más en la luz que en la oscuridad. Creo que formando mi criterio a partir de pensamientos que no sólo desacrediten o juzguen puedo explicarme a mi y a mis sobrinas, a mis seres cercanos y queridos, la realidad en la que vivimos. Creo que no se vale encontrarle a todo lo negro, ni tampoco de que todo sea blanco; no en balde mi columna solía llamarse POLICROMÍAS. Creo en el amor incondicional y que eso es lo único en lo que me puedo aferrar en estos días, cuando todo parece terrible y sin remedio.


Sí, yo puedo opinar y sentir y vivir, y no porque no comulgue con algunos hashtags no soy digna de ser mexicana o que eso me etiquete como de derecha, como del sistema o peor aún, como insensible. No confundan por favor. Que mi prudencia no se malentendienda con indiferencia. Que mi opinión no se confunda con estupidez. Sólo somos mis ideas y yo que nos estamos compartiendo con el mundo, y nada más.

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