jueves, 21 de julio de 2005

Noticias del Imperio

Yo soy Kittotta, humilde intento de escritora de temas banales, egoístas e insignificantes en una columna que malgasta sin sentido. Yo soy Kittotta Valent, descendiente de distinguidas, alharaquientas y extravagantes familias por parte de padre y madre. Yo soy Kittotta Valent, reina absoluta de mis sueños e ideales, emperatriz de mi baño propio, alcaldesa de la azotea donde se ostentan mis aposentos, vecina de tendederos, antenas televisivas y cables de electricidad. Yo soy Kittotta, hija de Don Pipián, nieta de don Efraín y doña Beta, única heredera del bagaje cultural de albures, picardías y el mágico don fregativo que aplico sin distingo de razas, colores y credos. Yo soy Kittotta Valent, Soberana de la ironía y la burla cotidiana, Princesa de la cama de perro y los tapetes roídos por los apestosos súbditos de mi corona. Yo soy Kittotta, prima de muchas mujeres fértiles, hermana de la Chimbomba (Primogénita) Valent que, contagiada por el furor familiar, traerá al mundo en algunos meses al heredero de su corona. Yo soy Kittotta Valent, bruja malvada de los cuentos, acérrima y legendaria enemiga de los infantes latosos... futura tía de uno de ellos.

Las noticias del Imperio que ficticiamente relata María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, fugaz emperatriz de México, en el kilométrico texto de Fernando del Paso, no se comparan con el impacto que sufrí en reinos lejanos al conocer la nueva situación de mi papel dentro de esta familia real. Si bien es cierto que 10 de mis primas y primos me han convertido en tía en 21 ocasiones, el hecho de que sea mi propia hermana quien ahora me tenga en este trance emocional me parece no sólo injusto sino egoísta. Someter la paz y tranquilidad que inundan mis días de juventud por llantos, mamilas y pañales es una idea inconcebible, inaceptable, insoportable.

Desde el principio todo estuvo mal. Las intrigas del destino alinearon a los astros justo para que la noticia fuera difundida cuando mi persona se encontraba bañada en sudor cumpliendo con una misión importante en coatzacoalqueños parajes. Mi sopor se maximizó no en el momento de escuchar la voz de mi hermana en el auricular, sino cuando mi padre sugirió la idea de olvidarme del orden y la quietud a los que estoy acostumbrada. Viajando de regreso, la pesadumbre de estos pensamientos que merodeaban mi cabeza como las moscas en el cabello del niño que huele feo (el personaje amigo de Charlie Brown y Snoopy) se fundió con flash backs que evocaron mis clásicos con los niños, entre los más recientes, la satisfacción de haber ganado unas venciditas con un infame chiquillo que se sentía Rocky III.

Difundido mi estado de pánico, gentiles y queridas amistades han hecho lo imposible por persuadirme de las bondades de nombrarme tía: ver crecer a un niño, el ser ejemplo para él, el que te quiera, el que aprenda de ti... y fue entonces que lo vi todo de otro color. El pequeño Chimbombo no solo me traerá satisfacciones económicas el día de su nacimiento (las apuestas sobre su sexo se perfilan cuantiosas), sino que lo vislumbro como el más cercano heredero de la sabiduría que mis ancestros depositaron en mi... ¡Grandes planes le esperan! Malo, rebelde, rudo, el que le jale las trenzas a las niñas, y sobre todo, lo haré el enemigo público número 1 de ese odioso espécimen morado llamado Barney... ¡Bienvenido Chimbombito, serás lo máximo!

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