jueves, 12 de julio de 2007

El árbol de mi historia


Dicen que no hay mejor literatura novelada en el mundo que la Biblia. Más que el Quijote, más que Hamlet, más que ninguna otra, los relatos bíblicos conjugan historia, romance, milagros, acción, tragedia, amistad y muchos, muchos personajes. Así pues, cuando Adán y Eva hacen su aparición en los primeros textos comienza a escribirse la historia de su descendencia. Luego del Diluvio y por mandato divino, Noé aportó su granito de arena a la repoblación de la Tierra y aquí empieza un listado más grande que el padrón electoral. “X, hijo de Y y de Z, que a su vez se casó con A y tuvieron a B y a C, y estos a su vez se casaron con D y E” y tuvieron como un millón de hijos. Son miles de páginas de la descripción genealógica más amplia del mundo.

Uno a veces cree que su familia consta de los miembros cotidianos (padres, hermanos, abuelos) y de los parientes que se frecuentan cada año, cada dos años, cada boda o Navidad. En teoría la parentela se limita a ellos, a los que vemos, con quienes convivimos. Pero cuando uno se enfrasca en la interesante y complicadísima empresa de conocer sus orígenes, aparece como en pantalla IMAX un panorama amplísimo de combinaciones, de nombres, de apellidos, de historias que desconocemos y que se unen e intercalan en las mismas ramas de esa inmensidad que alguien acertó llamar Árbol Genealógico.

Algunos miembros osados de la familia Guerrero tuvieron a bien realizar esta titánica labor de saber quiénes somos y de dónde venimos. Afortunadamente la particular historia de nuestros antepasados ha sido documentada por algunos de sus miembros desde años muy lejanos, y los primeros registros del apellido datan de 1827, cuando José Antonio se casa con Petra y a partir de entonces comienza a escribirse la historia hasta ahora, donde mis hijos (cuando existan) serán parte de la séptima generación familiar. Todo un lío.

Involucrada en un papel muy secundario en este arduo trabajo antropológico he conocido anécdotas muy particulares para mí y tal vez demasiado comunes en todas las familias. En alguna parte del camino, dos primos hermanos se casaron y ahí sus hijos aparecen con el apellido duplicado. Esos mismos hijos, a la larga, tuvieron algunos defectos físicos que compensaron con sus destacadas capacidades intelectuales, y así aparecen miles de historias.

Todo esto cobra importancia en estos días porque se avecina, de nueva cuenta, una reunión que intenta entrelazar en un mismo sitio y un mismo lugar algunas de estas tantas ramas que existen por el mundo. Las anteriores han sido maravillosas: el descubrir que en tu familia también están la tía que juega cartas, el tío que abraza tu profesión, la tía religiosa, los parientes migrantes, y sobre todo y parafraseando a mi hermana, entender que tus rasgos físicos corresponden a un mismo machote y se vislumbran la misma nariz, las mismas patillas, la misma forma de la boca, multiplicados en decenas de caras. Si Adán regresara a la Tierra, tal vez diría lo mismo.

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