jueves, 22 de diciembre de 2005

Nadie me invitó a una posada...

Cuando vivía mi abuelita en casa solíamos invitarla a cualquier reunión, comida o salida ocasional que la familia Valent tuviera. Se le decía una vez y contestaba que no; se le invitaba de nuevo a otra cosa y ella se aferraba hasta con las uñas a su rotundo no; a lo último ya ni los ruegos funcionaban para hacerla salir de su negativa, hasta que llegó el momento en el que decidimos avisarle que saldríamos y punto, nada más. Así debe suceder con mi persona porque cada vez que soy requerida en algún evento del tipo social me gana el síndrome del Son de la Negra (a todos les digo si, pero no les digo cuando), y sospecho que por eso este año nadie se interesó por solicitar mi presencia y compañía en las tradicionales posadas decembrinas... Caramba, ahora que tantas ganas tengo de ir a una.

Y es que como lo he manifestado tantas veces en ésta H. Columna, la Kittotta no es persona de festejos y pachangones, pero este año que termina ha dejado en mí un extraño halo de fe, esa fe que hace mucho creí haber perdido. Como dicen por ahí, cuando todo acaba lo único que queda es, además de la cultura, el asunto espiritual, las creencias, la convicción, la esperanza. Tal vez por ello ahora fortuitamente me asaltan tremendas ansias por acercarme al origen de las cosas, especialmente al de tan embriagantes tradiciones; y considero que el mejor camino es asistir a una verdadera y auténtica posada con peregrinación, arrullo del Niño Dios, partida de piñata y ricos aguinaldos. Para cuando esta columna se publique seguro habré tomado ya medidas extremas para saciar mi espíritu navideño, bien sea que: a) me haya autoinvitado a alguna de la colonia; b) haya detectado alguna en la cartelera cultural; o c) haya acudido a la parroquia más cercana para comer aunque sea un cacahuatito piñatero (porque eso de tomar ponche ni crean que me encanta).

Curiosamente las posadas no son las únicas celebraciones que se presentan en estos días. Muchas personas por múltiples motivos (la llegada del aguinaldo, aprovechar el viaje a casa de familia lejana, etc.) deciden contraer nupcias antes o después del 24 de diciembre. Kittotta y el amor de sus amores han sido convidados a una en donde el pequeño mundo manipulador hizo que un cúmulo de coincidencias nos llevaran a conocer al novio y la novia cada uno de nosotros en situaciones distintas. Esto ha sido un tanto emocionante puesto que es la primera vez que somos oficialmente invitados como pareja en una unión ajena a la familia, y esto de ir juntos a comprar el regalo de bodas es una experiencia surrealista (se nota que jamás habíamos hecho algo similar). No es que comprar un obsequio sea algo del otro mundo, pero... tanta campanita salpicando felicidad resulta un tanto “tétrico”, ¿o no?...

El caso es que quiero ir a una posada y no me invitan. No quiero ir a una boda y me invitan. Así es la vida, y quizá de eso se trata la Navidad...Que estas fechas nos sirvan, queridos e incautos lectores, para reflexionar en lo que queremos y cómo lo podemos lograr, y también para adquirir la sabiduría de convertir en experiencias todo aquello que simplemente se presenta ante nosotros sin opción alguna. Mis mejores deseos a todos para la Nochebuena, y, en la medida de sus creencias, que este espíritu invada su ser entero y los llene de paz y de luz.

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