jueves, 22 de septiembre de 2005

Muchas interrogantes y una boda

Aquí entre nos me encuentro un poco mortificada. Estoy en una de esas edades donde los acontecimientos sociales abundan entre la gente conocida; quiero decir, cuándo tienes 15 años te llueven las invitaciones al debut de las ahora llamadas “señoritas”; cuando estás en los veintes acudes a las fiestas de graduación de casi todos tus amistades, y por estos días, pasada la mitad de la segunda década de existencia, a todo el santo mundo le da por invitar a sus bodas o bautizos de sus descendientes. Ante esta efervescencia por ensanchar las estadísticas matrimoniales o las largas filas de las pilas bautismales me surgen varias dudas: ¿Acaso el mundo se ha vuelto loco? ¿Qué chinitas prisa tienen por buscarse problemas? ¿Estarán seguros de lo que están haciendo? ¿De dónde sacan dinero para sufragar gastos de fiestas y de la vida post luna de miel?

Las pláticas con las amigas del pasado siempre tienen este matiz: “¿Ya te enteraste que Fulanita se casó?”, “¡No! ¿Sutanita ya tiene hijos?”, “¿Que la pidieron hace cuanto?” Todo gira alrededor de eso. SIn embargo yo pertenezco a una clase extraña de mi generación donde las mujeres somos de amplios criterios y decisiones muy firmes. De mi más cercano círculo de amistades (pequeño pero conciso) las mujeres se caracterizan por ser profesionistas, independientes, emprendedoras, ansiosas por vivir lo que la vida les da día con día. Ellas trabajan, son valientes, defienden sus ideales y para ninguna, ninguna, el matrimonio es un aspecto primordial. No caen en el feminismo (esa etapa ya la superamos todas), y tampoco quiero decir con esto que la palabra boda esté vetada por toda la eternidad; simplemente, a los 25, 26 o 27 años, el tema queda con puntos suspensivos.

¿Qué más puedo decir? Yo, a pesar de que el amor de mis amores representa el puerto donde mi corazón se ha anclado, tengo la misma mentalidad de mi selecto y poco común círculo. Y así como compartimos estas ideas sobre el hoy también, cada una por su cuenta, pasa por ese difícil trance de escuchar a las familias (hambrientas de actividad social) que suelen hacer comentarios tales como “Ya te estás quedando”, “¿Y para cuando la boda?”, “Estás en perfecta edad para tener familia”.... ¿Será acaso tan difícil entender que uno desea ampliar sus horizontes más allá de la vida conyugal? ¿Representa un pecado querer vivir un poco más que el promedio general (decidido o calenturiento) que en plena flor de su juventud unen sus vidas y ven al matrimonio como el yugo que frenó sus apetitos de toda clase?

Esta columna está dedicada a todas estas mujeres de quienes hablo: Chicas inteligentes, firmes, que defienden sus soledades, que no temen arriesgarse en el amor, que defienden sus relaciones social (y estúpidamente) “prohibidas”... y también se la dedico a Paquito, mi gran amigo, mi hermano de memela, el único de mis amigos más cercanos que en el día 15 unió su vida con la chica que robó sus sueños y que desde ahora le da muchísima felicidad. Con convicción y por amor, su carrera hacia al altar no es de sorprenderse y gracias a él se inaugura en mi agenda la lista de los afectos más cercanos que desde ya me indican que las campanas están al vuelo, y que los quince años han quedado atrás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo estoy casada desde hace ya un buen rato (10 años) y eso no me ha impedido ser una profesionista exitosa, ni nada por el estilo. Es cuestión de saber lo que quieres y hablarlo con tu pareja.

También tengo hijos y bueno, hay muchas cosas que no podemos hacer, pero a los 45 serémos chinos libres con muy buena edad para viajar y ese tipo de cosas y mis hijos serán lo suficientemente mayores para ser independientes.

En fin, la boda no impide todo lo demás, igual que la independencia tampoco asegura la felicidad.