jueves, 1 de septiembre de 2005

La dieta DDT


Recién leía en una nota de cierto periódico nacional sobre la Segunda Feria de la Torta, así, sin albur alguno. “¡Santa cachucha!” –pensé yo- aquello es el paraíso para todos los que estamos en vías de una urgentísima dieta rigurosa. Las cifras volvieron a mis ojos en espirales; la idea de una deliciosa, pachoncita, rellenita y mordisqueable megatorta de más de 36 metros de largo me ponía la misma expresión babeante que a Homero Simpson le brota cuando imagina una dona, un chocolate o lo que sea; y el dato de que tan sólo en el Distrito Federal existen mil 500 torterías establecidas puso a mi ardilla mental a hiperventilarse de tan sólo imaginar cuántos de estos amables changarritos abundarán en este estado, en los circunvecinos y en todo el país. Pero la pobre se puso prieta del esfuerzo cuando le ordené hacer un recuento de cuántas tortas me habré comido durante toda mi existencia.

Qué cosa más triste realmente. Hagan sus cuentas, incautos lectores. De niño a uno le ponen en su loncherita de agradables dibujitos una torta por día. Supongamos que todos los recreos de la primaria fueron de a torta, bueno, supongamos que 3 por cada 5 días. Entonces, si en promedio entre vacaciones y puentes los periodos escolares son de 40 semanas, por 6 años, arroja un saldo como de 80 suculentos ejemplares tan sólo en la primaria. Eso sin contar las vacaciones, los días de campo, y los domingos de flojera donde este es el platillo familiar por excelencia. Como ven, las cifras se tornan alarmantes. Eso quiere decir que, poniendo (y exponiendo) al aparato digestivo de Kittotta como ejemplo, en mis 26 años he vivido 1352 semanas y 9490 días aproximadamente, de los cuáles descontamos la primera infancia y los antes contados 6, dan un cuantioso total de ¡Aaaaaaahhhhhhhh! Una asquerosa cantidad que rebasa las 2 mil unidades, por no poner un número más penoso. Ustedes disculpen si las cuentas no coinciden entre sí, pero las matemágicas no fueron hechas para ardillas humanísticas como la mía que sabe bien redactar ensayos y no da una con las raíces cuadradas.

Ante esta depresión numérica y tropical se confirma la imperante necesidad de entrar en riguroso régimen alimenticio, visitar al nutriólogo, hacer ejercicio, forrar la torneada figura con fajas, hules o vendas, y, sobre todo, aplicar la maravillosa dieta DDT. ¡Dejar De Tragar! Ay, si tan sólo se pudiera... Por un lado, la voz de la conciencia sugiere las buenas formas para sentirse saludablemente más feliz y vanidosamente más hermosa, y por otro lado el estómago, que con flechas y a gritos nos indica que la comida va ahí, y que cualquier manjar que por su conducto pase será siempre muy bien recibido.

Rayos. “Las tentaciones, a diferencia de las oportunidades, siempre llaman dos veces” (cito textualmente a un alma compungida que así se presenta en el chat). Y es cierto. La tentación abruma la pureza de la mente, y nos pone en un lugar como nuestro México, en un sitio donde en cada esquina abundan los comercios formales e informales que ofertan ricos y variados taquitos, tamales, y tortas, justo en el lugar donde este alimento de la canasta básica tiene su propia feria, sus propios récords y muchos, muchísimos débiles (y hambrientos) seguidores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente dieta y si funciona