jueves, 15 de septiembre de 2005

Relato con la letra entrecortada


En la conmemoración del vigésimo aniversario del 19 de septiembre de 1985 muchas serán las historias que salgan a la luz desde el anonimato, por eso hoy quisiera sumarme a las voces que, murmurantes, aun evocan los recuerdos de un acontecimiento que a 2 décadas de distancia sigue estando vigente en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana.

Mi versión es la de una niña de 6 años de edad estrenándose en la escuela primaria, que desayunaba junto con su hermana y su mamá en el segundo piso de un edificio en la ciudad de Oaxaca, punto donde los sismos y temblores no son desconocidos. Mi papá había salido a una comisión a la Ciudad de México, y mi único recuerdo vivo fue el susto por la sacudida y la entrecortada transmisión de Lourdes Guerrero anunciando que “un fuerte viento” estaba moviendo las lámparas del estudio de televisión. Fade out.

La versión de mis padres, recientemente conocida, es extremadamente distinta. Mi papá se encontraba hospedado en el hotel Romano, parte de una cadena que contaba con otras dos sucursales en el Distrito Federal. Se levantó, se bañó, y en la tina literalmente “le agarró el temblor”. Pero él siguió con su rutina: se cambió, se perfumó, y salió de su cuarto rumbo al elevador. Ahí, un hombre asustado lo recibió: era el gerente quien, impactado, le solicitaba a todos los huéspedes tomaran las precauciones necesarias. Mi papá no había reparado en el daño, solo sintió muy duro el jalón pero nada más. Salió y el panorama no era tan desolador. Llegó todo trajeado a la esquina donde había quedado de verse con algunos otros colegas; uno de ellos llegó a tomarse un jugo, todo pálido y lleno de horror. -“Iba a tomar un pesero y un edificio completo cayó ante mis ojos”- Algunos lo tacharon de loco, entre ellos mi padre. Fue hasta que llegó al lugar donde era su junta de negocios (el edificio de la Comisión Federal de Electricidad) cuando dimensionó todo. Ante la urgencia visible de su jefe por resolver su asunto ajeno a la desgracia, tomaron un auto rumbo a Cuernavaca hasta donde mi papá fungió de chofer... Él, hidalguense de nacimiento más chilango por antigüedad, transitó entre escombros, entre ruinas, entre edificios que se derrumbaban al instante ante sus ojos, entre lugares que en su juventud había observado en todo su esplendor.

Mientras tanto mi madre, habiendo despachado a sus hijas al colegio, se quedó atenta ante las noticias intermitentes de la televisión donde anunciaron la caída del hotel Romano, sin decir de cuál se trataba. Pasó todo ese día en shock, sentada en una mecedora frente a la ventana esperando el regreso de su esposo. Yo no lo recuerdo fielmente, pero las vecinas vieron su estado y literalmente la doparon para que ajustarle los nervios. Mi padre, como pudo, llamó a mis abuelos en el Estado de México para que ellos le avisaran a mi madre que estaba bien, pero desafortunadamente la telefonía en el país se cayó junto con la torre de Telmex.... Un día después él pudo regresar y estar con su familia... veinte años después, estando con su familia, las lágrimas regresan al recordar el olor, las paredes caídas, la gente dolida, la suerte que él tuvo y muchos no... Este es un relato más entre los miles y millones que aun permanecen sin ser contados, que se quedan, tan sólo, en los corazones de quienes fueron parte de esta historia y de los suyos.

4 comentarios:

Miguel-Iván Barradas dijo...

Yo tenía cinco años en 1985. Y recuerdo el suceso de un modo peculiar, quizás porque aún no cobraba pleno sentido de lo que sucedía. Estaba desayunando por la mañana en Xalapa, y repentinamente un móvil de metal que colgaba en el pasillo que conectaba a la cocina con el traspatio comenzó a sonar, mi madre dijo a mi hermano y a mí que se trataba de un sismo y nos encaminó al patio. (El móvil en cuestión solí ser una premonición de varios sucesos fatídicos, por lo que unos años después terminé destruyéndolo y lo arrojé a la basura). Las horas siguientes fueron confusas, por supuesto: la T.V. daba cuenta de un terremoto en el D.F., me viene a la memoria una nota sobre el mural de Diego Rivera, "Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central" que había sido lo único intacto del otrora Hotel del Prado, que se derrumbó en un instante, entre otras imágenes dispersas. Sin duda varios años después, al situarme en los sitios que alguna vez fueron relevantes y en instantes se redujeron a escombros, tomé conciencia de las dimensiones del terremoto.Y eso es parte del 'oscuro encanto' que para mí simboliza el vivir en la Ciudad de México.

Pilonona dijo...

Heeeey!!
que onda, vengo a devolver la visita y a leer un poco, bye bye!!

Anónimo dijo...

Agradecer tu visita a mi ventana y decirte que es me parece un blog muy cálido...volveré con más tiempo para devorarlo!

Un biko fuerte ;)

Anónimo dijo...

Agradezco tu visita y a mí también me gusta tu blog (ambos, pero en el otro te dejaré también una nota).

Gracias por compartir ese recuerdo tan íntimo de ese evento del que tantos hablamos hoy.

Saludos,
Ileana