miércoles, 13 de febrero de 2008

Policromías

Siempre me ha gustado escribir. No sé si el hábito lo adquirí desde que comencé a escribir diarios y cartas a mis amistades lejanas, o si simplemente la necesidad de expresión que tuve desde que tenía año y medio (rumoran los que saben que aprendí a hablar más rápido de lo que lo hizo mi hermana) me han llevado irremediablemente por el camino de las letras.

Me hice el hábito de contarle a una libreta en blanco mis acontecimientos del día, que para alguien de escasos 9 años no podrían ser más que "comí pescado y sopa", "hoy mi hermana y yo nos peleamos" o "tuve un examen archi difícil". A los 11 años la escritura en libreta se transformó en cartas nostálgicas en donde le contaba a los amigos que había dejado atrás, junto con la mudanza, las novedades ante los retos que la vida como "la nueva" en la ciudad me imponían; mis logros en la nueva escuela, el nuevo hogar, los nuevos amigos. Poco a poco esas cartas fueron quedándose ahí, en el cajón, con el sobre y el remitente escrito hasta que comprendí que era tiempo de retomar al viejo diario.

En la pubertad las palabras se dirigieron a los amores en turno; para ellos hubo largas y emotivas misivas (algunas incluso intensas para tan corta edad), poemas, canciones, tratados enteros que redactaba en todas las clases que me producían flojera, razonamientos casi filosóficos ante las intrigantes situaciones del "¿por qué no me quieres?", "¿Acaso es justo que la mires a ella?" o "¿no entiendes lo mucho que te quiero'?". Desgarradores asuntos, sin duda, de vida o muerte en aquel momento.

No toda mi escritura ha sido igual. Con el tiempo me releo y comprendo lo mucho que ha cambiado mi redacción, las palabras que utilizo, y redescubro que, incluso, inventé con una amiga un código secreto a base de números pares para enviarnos recaditos en la secundaria y que nadie comprendiera de qué platicábamos.

Por irónico que parezca, ante tal necesidad de expresión jamás sospeché que encontraría en la escritura una manera de ser, de vivir, de realización. Nunca imaginé, aun con mis libretas escolares repletas de letras distintas (mi caligrafía también ha variado terriblemente pero siempre con el distintivo de casi perforar las hojas de tanto que empuño el lápiz), que escribir iba a ser no sólo un escape, sino un lazo, la vía perfecta para sentirme cercana a la gente que amo, pero también para conocer personas que parecen saber más de mi que nadie sólo por el hecho de leerme periódicamente.

En mis días como universitaria lancé una idea al aire y sin pensarlo años después fue una realidad: el trabajar en un periódico haciendo algo que me gustara muchísimo. En octubre del 2003 llegó esa oportunidad y así nacieron las POLICROMÍAS, un espacio tan mio, tan personal, tan especial; la ventana dentro de un diario local donde podría hacer lo mio y por supuesto, hacer currículum aun sin ganar un sólo peso.

Tras más de cuatro años me acostumbre a resumir en 3 mil caracteres una anécdota, una vivencia, una reflexión, una observación o simplemente una curiosidad. Ahora que el ciclo impreso de las Policromías ha terminado me siento extraña escribiendo sin parar, en la bandeja del blog y no en una hoja de Word (y sin el contador de palabras) y, lo confieso, no sé muy bien cómo es escribir en este sitio sin pensar en que esto no aparecerá en el periódico, y que hoy es martes-miércoles y esto generalmente aparecía en jueves.

Las palabras son lo mio, y como estoy acostumbrada expresarme por este medio debo confesar que estoy triste y un tanto bloqueada por la repentina desaparición de mi columna. Sé que internet es una maravilla y se llega a un gran público, pero uno se toma con tal cariño ciertas cosas que, sin duda, haber perdido mi espacio propio me dejó como sin manos, como si me hubieran cortado una parte de mi vida, de mi día, del hábito maravilloso que implicaba sentarme ante el monitor y esperar hasta que los dedos cobraran vida (cual si fueran las zapatillas mágicas del cuento) y que empezaran así su sinfonía de movimientos en el teclado sin freno ni paradero.

Han pasado muchos días para que esa magia regresara. Aun no sé si volvió del todo, pero debo agradecer el cariño de todos ustedes, las muestras de afecto y apoyo, y sobre todo, las cosas tan maravillosas que me ocurrieron como una suerte de despedida al recibir dos regalos increíbles por parte de quienes me leyeron desde el principio y que manifestaron ante quien escribe lo que mis palabras, esas que salen de mi cascarón particular, provocaron en sus vidas. De verdad, créanme, saber que algo que uno escribe toca fibras sensibles en alguien más, ajeno a tu casa, a tus amigos o a tu familia, es simplemente mágico, es algo que uno como lector lo vive, pero siendo la otra parte resulta casi inexplicable entener que los sentimientos son universales, y que hay cosas con las que todos podemos identificarnos. Esa ha sido siempre la intención de Policromías y fue una gran emoción saber que, en algún momento, cumplió su cometido.

Hoy he vuelto a escribir a las 2 de la mañana porque sólo así puedo empezar a hacer esto. Las anécdotas se están acumulando en mi diario-agenda y espero tener ánimo algún día para transmitírselas a todos ustedes. Mientras tanto les agradezco horrores su paciencia, su amistad, su cariño... y no me queda más que seguirle, pues como dijo el sabio Korky... "Life goes on".

1 comentario:

Brenda J. Caro Cocotle dijo...

las palabras están allí, agazapadas.