miércoles, 27 de febrero de 2008

Pláticas con mi abuelito

La vida está llena de bienvenidas y de pérdidas. Gente va, gente viene; gente que conoces y gente que se despide, así, sin más. Cuando yo tenía 3 años sufrí la pérdida más fuerte de toda mi vida y mis padres, de alguna manera, encontraron el mejor remedio para calmar mi tristeza: siempre me dijeron que volteara al cielo y que la estrella más brillante de entre todas era mi hermana, mi pequeña hermanita, esa que murió tras 8 meses de gestación y a quien tantas ganas tuve siempre de abrazar, de besar, de jugar con ella. Así, aprendí que cuando las cosas fueran mal, cuando necesitara que alguien me escuchara, cuando quisiera sentir una caricia en el alma, podía voltear al cielo y ahí estaba ella, siempre, cuidándome en todo momento, haciéndome sentir especial, única, feliz.

Con el tiempo aprendí a platicar con ella. Sí, platicar. Entablo largas charlas con mi hermana en el cielo y casi puedo jurar que ella me escucha y me alecciona, a veces hasta me regaña cuando lo considera necesario. Mi hermana se ha vuelto esa vocecita interna, es como mi conciencia, como mi guía, esa auto terapia que me ha permitido muchas veces exorcizar varios demonios sueltos.

Conforme fui creciendo fui teniendo cada vez más bienvenidas y aprendí también a comprender las pérdidas que iban formando mi camino. Se fue mi abuelito Rogelio, luego mi abuelita Albertina, luego mi abuelita Raquel. El altar de muertos poco a poco fue acumulando fotos de los seres queridos a quienes en algún momento pude abrazar con fuerza y expresarles con besos, cariños y apodos cuánto los quise. Y aprendí también, tras su partida, a entablar pláticas silentes con ellos, igual que como aún hoy lo hago con mi María. ¿Que de qué les platico? Bueno, a veces les cuento cómo va la vida por acá, como está de cambiado el mundo que abandonaron, cómo se portan sus hijos y nietos… digamos que de cierta manera “los pongo al día”. Tengo tan presentes sus voces…

Mi papá tiene la sabia costumbre de actualizar el calendario familiar que mes con mes decora el refrigerador de la cocina. Febrero no tenía nada de particular salvo el día 15, cumpleaños de mi abuelito Efraín, el papá de mi papá. Ese día nos llegó un mensaje de mi tío Carlos diciéndonos que en esa fecha don Efraín estaría cumpliendo 100 años de vida. Nunca lo imaginamos.

Mi abuelito Efraín, según me cuentan, fue todo un personaje. Nació en Alfajayucan Hidalgo, sus padres eran primos hermanos, y de entre todos los hijos sólo él al final de cuentas se hizo cargo de la tienda familiar en el pueblo y de sus progenitores. Se casó con doña Albertina y crearon el equilibrio perfecto entre el mal carácter de ella y el buen humor de él. Era dicharachero y su oficio no se limitó a tan sólo despachar una tienda. Fue un hombre muy culto, leía muchísimo, era completamente miope, sabía hacer desde velas hasta ataúdes, conocía perfectamente el fino arte del albur y tenía un grupo de amigos con el cuál se reunían para tocar guitarra, tomar cerveza, comer a reventar y por supuesto, para alburearse unos a otros. Tuvo una sonrisa maravillosa y adoraba comer paletas heladas.

Sé todo eso de él por varios motivos: es lo que la familia cuenta, es lo que veo en todas esas fotos que atesoré secretamente por años y por el simple hecho de ver a mi papá. Dicen los que saben que es su vivo retrato, física y emocionalmente. Sin embargo mi abuelito, quien no gozó precisamente de una gran salud, murió muchos años antes de que yo naciera; nunca escuché su risa, nunca oí su voz, nunca le di un abrazo fuerte y apretado. Así las cosas, nunca lo he podido considerar como una pérdida en mi vida, es más bien una ausencia, una que ha estado ahí por 28 años, 34 en realidad.

A pesar de que siempre he sentido una enorme envidia por todos mis primos que alcanzaron a mirarlo, jamás me habían dado ganas de entablar esas extravagantes charlas post mortem que arriba mencioné. Pero este es el año 100, el centenario de su nacimiento, y quizá él mismo me fue preparando sin siquiera yo saberlo. Y es que la vida laboral me ha obligado a estar en el constante conocimiento de un personaje llamado Gonzalo Aguirre Beltrán, un ilustre veracruzano quien por sus notables aportaciones al mundo social, intelectual y antropológico es el objeto de celebración durante todo el 2008, el año del centenario de su nacimiento.

Este hombre nació el Tlacotalpan, una población veracruzana. Tuvo estudios, afán de superación, y su basta descendencia lo recuerda hoy en día con cariño, con admiración y con un profundo respeto. Al referirse a él, por ejemplo, lo llaman “El tío Gonzalo”.

Todo esto viene a colación porque mi abuelo también cumple 100 años, porque nació en un pequeño pueblo de Hidalgo, porque tuvo estudios y afán de superación, y porque toda la familia que tanto lo quiere y lo recuerda también lo refiere a él como “El tío Efraín”. Tal vez esas coincidencias, lo poco usual del térmio "el tío" y por esas tantas cosas que he aprendido de ambos, que puedo suponer la vida me preparó para recordarlo más que nunca en estas fechas.

Hoy tuve ganas de mirar al cielo y platicar con él. Me pregunté qué cosas podrían interesarle a alguien como él, que conoció los radios trasatlánticos más no el internet, que tal vez nunca imaginó los avances de la ciencia, ni lo lindas que han quedado las carreteras para llegar al pueblo. Me puse a pensar en todas esas anécdotas familiares que tal vez sólo contempló de lejos porque nadie se las supo contar, pensé en decirle que a meses de su muerte mi abuelita Albertina me platicó de su noviazgo, que mi mamá aún lo sigue recordando por esa bromita de la alberca, que mi tía Chelo me ha contado sobre su faceta como padre amoroso y que mi padre jamás ha dejado de sentirse orgulloso de él. Le quise contar de mis perros, de mis hermanas, de lo que soy gracias al ejemplo que inculcó en los suyos. Hasta quise contarle que el Fidel Castro que él conoció apenas ahora está dejando el poder. No sé si esas cosas pudieran interesarle tanto, pero creo que son importantes. Pero después pensé que era mejor mirar al cielo y esperar su caricia, su señal, esa que me indicara que aunque jamás nos conocimos en persona ambos entendemos la conexión que existe entre nosotros y que tal vez pudimos haber sido muy buenos amigos y excelentes albureros.

Abuelito lindo, tal vez algún día me visites en mis sueños… Ahí te estaré esperando para ponernos a platicar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

chismosa horrorosaaa...con lo chillona que soy...ya toy sniff sniff...