jueves, 24 de enero de 2008

Cultura chaterrera

Se dice por ahí que nosotros somos lo que comemos. Esta afirmación popular no deja de ser más que cierta: hay quienes, por ejemplo, degustan con discreción de ensaladas y platillos gourmet como dieta principal y esto resulta congruente con su imagen, con su vestuario y hasta con su carácter. No vayamos más lejos, en la más reciente película de Disney, Ratatouille el protagonista era delgado, caminaba con las patitas traseras y gustaba del buen alimento, mientras que su hermano y su padre mostraban una imagen más robusta, más desaliñada, denotando con esto su poca capacidad selectiva sobre aquello que entraba a su boca.

No es que la gente que disfruta de la grasa y la garnacha deje de ser elegante o refinada, pero hasta cierto punto la piel, el cutis, el cabello, todo es un claro reflejo de lo que se consume (si es que acaso es ésta la dieta diaria). Por eso de pronto uno se va con la finta de que las estrellas de la televisión comen puras cosas orgánicas y que son remotamente incapaces de consumir algo que rompa el balance de los carbohidratos estrictamente necesarios. ¿Pero qué cree? Que las apariencias engañan.

Una invernal tarde me encontraba recibiendo mi dosis cotidiana e infaltable de chisme farandulero y en una entrevista hecha a Jorge Garralda por aquello de su Juguetón, todo el elenco de Ventaneando desvió la entrevista cuando los dedos delatores del señor (y el ojo veloz que lo notó) mostraron los indicios de haber comido papitas saladas con tremenda dosis de salsita chamoy. Ese detalle dio pie a que por varios valiosos minutos de televisión comercial todos intercambiaran no tan sólo recetas sino hasta estilos para preparar y degustar semejantes majares del mundo chatarrero.

En otra ocasión miraba con cierta atención y la baba a medio resbalar el noticiario matutino del canal Cadenatres, donde su conductor principal Francisco Zea y todo, absolutamente todo su equipo (los de deportes, la del clima, la de espectáculos, el de finanzas) iniciaron una especie de mesa redonda ante la alarmante noticia de que los estadounidenses retiraban de su mercado los famosísimos “Miguelitos”, esos chilitos agridulces que tantas y tantas alegrías le han dado al pueblo mexicano, dizque por sus elevadas dosis de plomo. Semejante indignación movió las fibras del equipo de noticias que en acalorada defensa mostró sus amplios conocimientos en el área del dulce, el chamoy y toda la variada oferta gastronómica al respecto.

Tan sólo en una ocasión en la oficina donde laboro se dio de pronto una acaloradísima plática que nació de definirnos de acuerdo a nuestros gustos chatarreros. Yo me debatía entre la Tutsi pop y los Flippys (extintos pastelitos de Gamesa), y así aparecieron Mamuts, Gansitos, Pingüinos… ¡Uf!

Para todos los que nos damos el lujito de pronto de comer un chicharrón con Salsa Valentina, unas palomitas ensalsadas, un Pelón pelo rico… A Erasmo, a Claudine, a todos aquellos de amplio y fino paladar, dedico esta muy chaterrera columna.

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