jueves, 10 de enero de 2008

2008

Marineros, soldados, solteros, casados, amantes, andantes y alguno que otro cura despistado. Todos, la madrugada del martes entre gritos y pitos hicimos por una vez algo a la vez: recibir la llegada del 2008.

Amante de los ritos y las costumbres pre-establecidas, en ocasiones fugaces como estas me pregunto por qué al ser humano le da por celebrar de maneras tan bárbaras asuntos como un cambio de año, por qué este tipo de conmemoraciones merecen el gasto innecesario de aguinaldos, la visita casi obligada a alguna casa de empeño (negocios que hoy se propagan a la par de fondas o cantinas), el abuso excesivo de alcohol, el efímero intento por hacer propósitos per se incumplibles y un muy largo etcétera que de pronto me asaltó al ver el alboroto con el que diciembre y el año nuevo irrumpen en la vida de la población.

¡Qué suerte que se trata de una época de reflexión y recogimiento! Que si no, empezaría a creer que el capitalismo aflora hasta por las coladeras cuando veo las filas del supermercado llenas, niños y familias felices alrededor de los mundanos placeres de la vida material y hasta al barrendero más flojo pedir junto con su cooperación, su aguinaldito. Bueno, bueno, tampoco voy a ponerme tan radical en una columna donde me he declarado seguidora de la filosofía madonniana (Vivimos en un mundo material y soy una chica material), pero siempre existen situaciones extremistas donde comprendo que ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre, es decir, qué bueno que en estas fechas nos llegue un dinerito extra pero, ¿es tan necesario gastarlo en cuanto llega a nuestras manos? ¿Por qué no aprovechar estas fiestas para agradecer las bendiciones y ahorrarlas, en vez de malgastarlas? ¿Es un buen síntoma o un hecho descarado que las iglesias y templos se abarroten en estas fechas?

El asunto es que si bien muchos no lo hacen concientemente, lo que celebramos en estas fechas es, en sí, lo que creo debemos agradecer cada día: el milagro de estar vivos y en compañía. Así se la pasen escuchando aterradores y desgarradores cánticos (una navidad amenizada por un infame grupachón de cantantuchas aspirantes a La Academia que berreaban con singular alegría y poquísima entonación “Mi dulce niña” pero que jamás supieron la letra de “Los peces en el río”, y un año nuevo con vecinos que a las 7 de la mañana seguían cantando a Alicia Villarreal y en vez de decir “mueve las caderas” pedían mover la escalera ¿?), todo lo que rodea estas fiestas gira en torno a un propósito que está en cada uno de nosotros aquilatar y sopesar durante los 366 días que el 2008 dure: aprender a vivir y disfrutar.

Amor, salud y la inteligencia para saber aprovechar las oportunidades que se presenten es lo que desde esta columna y con los tímpanos hechos trizas deseo para ustedes, mis cinco, veinte o cuarenta amadísimos lectores. A todos ustedes les envío un abrazo reflexivo y esperanzado de que el par será lo máximo (a estas alturas tengo 28 años en el 2008… ¡qué mejor señal puedo pedir!)

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