jueves, 30 de noviembre de 2006

Las palabritas mágicas

Cuando era niña me educaron bajo ciertos valores y preceptos. Entre ellos, la sentencia de que “una persona acomedida cabe en cualquier lugar” (obligándome a recoger la mesa de la casa a la que íbamos de visita) o aquello de que había que ser cortés y agradecida al momento de solicitar algún objeto o favor. Por este motivo mis padres, toda vez que me dirigía a ellos con la clara intención de pedir un permiso o algún juguetillo (incluso hasta el salero), me recalcaban el uso de las palabritas mágicas, es decir, “Por favor” y “Gracias”. El asunto era verdaderamente latoso hasta el día que comprendí el valor de estas expresiones. Entonces me convertí en su defensora número uno, y hoy voy por la vida haciendo de mi hígado un nudo scout cuando escucho a cualquier niño que exige, no pide, y que al obtener lo suyo se da la media vuelta campante y fresco como una espinaca contaminada.

Con la importancia que para mí han cobrado tan simples palabras, me sorprende cómo hasta ahora le pongo atención a una fiesta cuya esencia es la gratitud: el Día de Acción de Gracias. Increíble, como menciona Germán Dehesa, que esta celebración estadounidense tan limpia no haya sido exportada al mundo entero, tanto o más como el horror del Halloween o del rechoncho Santa Claus.

La historia de esta fiesta es sobre un grupo de ingleses que llegaron a aquellas tierras en el siglo XVII tras ser perseguidos por sus creencias religiosas, y sobrevivieron al crudo invierno que les asaltó. Al año siguiente, en las mismas fechas, celebraron a la tierra próspera que les había dado una buena cosecha y que les permitiría tener un invierno mejor. Dieron las gracias por lo que tenían y por el simple hecho de estar vivos, y así, sin más adornos, cascabeles o regalos, cada tercer jueves de noviembre las familias siguen reuniéndose con tal fin.

Sin querer, este tercer jueves del mes mi familia se reunió en una sentida y bastante jocosa convivencia para conmemorar el cumpleaños de la creadora de mis días. Sentida porque todos radiantes y jubilosos estuvimos ahí, compartiendo con la flamante festejada, y jocosa porque sin querer se juntaron tres cumpleañeras en la misma zona del restaurante, y a la familia de las tres se nos ocurrió pedir velas y mañanitas. Mi madre fue la segunda en la ronda, pero qué clase de bochornos sentimos cuando, esperando la sorpresa, el entonado guitarrista soltó su lira hacia otra mesa. En los acordes del tercer “Éstas son las mañanitas” las tres mesas caíamos al suelo de la risa por tal coincidencia. Así, por el simple hecho de reír en compañía, mi alma se sintió agradecida.

Mañana el país penderá de un hilo. Oaxaca seguirá siendo un terrible hervidero; los políticos seguirán sin ponerse de acuerdo y la gente, en su mayoría, irá por ahí sin apreciar el simple pero infinito poder de las palabritas mágicas. Qué distinto sería todo si, al menos por hábito, hiciéramos de la gratitud una forma de vida y no tan sólo una palabra más del diccionario.
Qué distinto sería...

2 comentarios:

Eduardo Jácome Moreno dijo...

saludos!,, recien me tope con este blog,, esta chido.,

Ra dijo...

Gracias Jacomix!

Saludos!