jueves, 10 de agosto de 2006

Por amor a ti

México

México es un país maravilloso, diverso, lleno de riqueza, de cultura, de sabores, de colores, de historia, de modernidad, de contrastes. Y como en todos los cuentos de hadas, siempre existe una bruja perversa que atenta contra la magia de aquel lugar no muy lejano en el que habitamos cientos, miles, millones de personas unidas por un lazo invisible pero inocultable: la mexicanidad.

A veces siento envidia de todos aquellos oriundos de un lugar al que aman y defienden contra viento y marea. Aquellos que escuchan el Huapango y se sienten como en casa, aquellos quienes hablan de Alto Lucero con la misma pasión con la que escriben frases célebres... Yo no soy de esa especie. Siempre he sentido que soy una mezcla tan rara que prefiero decir que soy, simplemente, hija de la Nación. Soy una chilanga sin ejercer, pues el Distrito Federal vio las primeras luces de mi mañana aunque sólo haya sido eso (días después la familia regresó a Morelia). Tras haber sido registrada en el estado de Hidalgo, a los dos años llegamos con nuestras chivas a la ciudad de Oaxaca, y años después las raíces familiares comenzaron a extenderse en estos parajes jarochos.

Hoy, a mis 27 años, mi corazón está colmado de buenos recuerdos de todos estos lugares. Pero hoy, también, mi corazón está repleto de impotencia al ver cómo México, mi ciudad natal, y Oaxaca, la ciudad de mi infancia, se encuentran sitiadas, secuestradas. La política es algo con lo que se debe lidiar, pero con toda sinceridad prefiero abstenerme del tema. Sé bien que mi México, al ser tan basto y diverso, también tiene sus luces y sus sombras, sus injusticias y sus luchas cotidianas... Pero no podemos seguir así.

Leer las noticias es añorar cada vez más el pasado; es leer que los maestros confabulan en la fuente de las Siete Regiones, que antes solía ser un paseo tranquilo, con una fabulosa neveria enfrente; que aquel centro donde mi familia solía escuchar a la Banda del Estado domingo con domingo se encuentra hoy pletórica de basura, de inseguridad, de tristeza; saber que la gente tiene miedo ante un asunto viejo, muy viejo, tan viejo como la guerra o el sabio uso de la razón. El Distrito Federal, mi raíz, la rama materna del árbol genealógico vive una situación emocionalmente tan trágica como la de Oaxaca. Si bien no es la misma clase de pobreza, existe un espíritu belicoso que no sólo maltrata las calles que tanta historia le cuenta al pueblo día con día...

Tal vez no soy la única que en su vida ha tenido que ir de un lugar a otro. Nosotros podremos envidiar el amor a un terruño, pero nuestra condición gitana nos da un sentido especial de amor a la patria. A nombre de todos los que apasionados de su tierra, a nombre de los que la conocemos de otra forma, desde lo más secreto, pido que el recuerdo feliz no se empañe, que la prudencia quepa en alguna de las partes, que la injusticia se equilibre, que el poder se mida, pero sobre todo, que la pobreza de amor a los demás termine... Por el bien de todos.

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