jueves, 5 de enero de 2006

Calzado de ocasión

El tema de la semana en casa de la familia Valent ha sido la imperante necesidad de adquirir un par de zapatos para mi futura sobrinita, con el fin de colocarlos bajo el árbol navideño esperando que los Reyes Magos la colmen de regalos a unos cuantos días de su arribo a este mundo cruel. Ante esto y presurosas, las abuelas de la Chimbombita ni tardas ni perezosas le hicieron llegar a la futura mamá dos lindos y diminutos pares, que a petición de la tía Kittotta serán ubicados estratégicamente junto con el demás calzado familiar considerando la miopía de los Reyes Magos, no vaya a ser la de malas que se pasen de largo y olviden dejar algo coqueto para la pequeñita.

No es que una sea vanidosa, pero pretendo desde ahora legarle a mi sobrina una antigua tradición personal: procurando que los Reyes no desfallezcan de horror a la hora de toparse con mis chanclas, elijo cuidadosamente al representante en el árbol de cada año en un casting que realizan algunos pares de tenis y dos o tres zapatitos elegantes. De niña solía dejarlos limpios, boleados y talqueados una vez elegido el indicado con su respectiva cartita (todo menos mis archi-odiados zapatitos de goma marca “Lunarcito”), pero ahora suelo colocar los más gastados y maltratados (pero siempre mis favoritos) para que sus Reales Majestades aprecien, con hechos, que mi año ha sido por demás ajetreado y que soy merecedora de alguna cosita linda que motive de nueva cuenta mi andar.

Pensando en esto y leyendo un libro que por casualidad llegó a mis manos justo antes de redactar la H. Columna del día de hoy, caigo a la cuenta de todos los significados que podemos atribuirle a un par de zapatos, pues lo mismo hablan (y delatan) la personalidad y la vida de quien los porta, que son objeto de culto, cura para las depresiones, pieza clave de varios cuentos y leyendas e incluso hasta estimulantes eróticos, eso sin dejar de lado su función de origen.

Un ejemplo: hace poco acudí al cine con una amiga para ver la película “En sus zapatos”. El simple título de la cinta refleja la metáfora cultural empleada para expresar que te encuentras en el papel de otra persona: “Estoy en sus zapatos”. La trama habla de un par de hermanas totalmente disímbolas entre sí que comparten una extraña fijación por el calzado: una tiene el poder adquisitivo para hacerse de un par distinto cada vez que se siente deprimida (tenía todo un clóset repleto) y la otra tiene el cuerpo y las ganas para lucir las extravagancias que su hermana no se atreve a usar. Hay una frase que también encontré en el libro antes mencionado donde se justifica el por qué una mujer se inclina a la compra compulsiva de calzado en plena época depresiva: “Si compras ropa y engordas ya no te queda, si compras comida engordas igual, pero el pie ni crece ni engorda”…Buena reflexión a la cual agregaría el hecho que las mujeres fuimos educadas bajo la idea de que por medio de una zapatilla de cristal encontraríamos a nuestro príncipe azul…

Con toda sinceridad yo prefiero los tenis. El charol me deslumbró de pequeña, los tacones de mi mamá los usaba para sentirme “mayor”, pero hoy en día apuesto todo por la comodidad de mis sucios y medio rotos tenis. ¿Querrá eso decir algo sobre mí? Hay se los dejo de tarea, incautos y queridos lectores.

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