jueves, 13 de diciembre de 2007

La bodega del duende

¿Alguna vez han perdido algún objeto valioso de la más inexplicable manera? ¿Nunca han pasado por la agonía de jurar por todos los santos del cielo, la luna y las estrellas haber dejado cierta cosa en un lugar y ésta mágicamente aparece en otro sitio? ¿Sabe algún querido lector a dónde se van todas las cosas del mundo que se pierden de siniestras maneras? Si han contestado que si a más de una pregunta, sabré que no soy la única persona que se enfrenta con ira a esas poderosas fuerzas del mal que nos arrebatan nuestros efectos personales. Explicaré.

Según la experiencia me lo ha dictado, hay cuatro posibles razones por las cuáles uno extravía las cosas: a) distracción o descuido, b) robo, c) sonambulismo (y mientras se camina dormido se cambian de pronto las cosas de lugar), y d) un duende maligno. “¿Duende?” dirán ustedes. Sí, duendes, esos juguetones seres mitológicos de orejas puntiagudas.

Desde hace más de 15 años hay escondido entre la tubería y el cuarto de los tiliches un despiadado duende que debe gozar de malsanas maneras los destrozos que causa en esta respetable y navideña casa. Es más, me atrevo a afirmar que ese diminuto sujetillo nos ha perseguido en todas y cada una de las mudanzas que ha vivido esta familia de gitanos errantes. De no ser así… ¿cómo explicar la pérdida de una nutrida colección de videocasetes en formato BETA donde mi hermana y yo atesorábamos especiales de Timbiriche y capítulos de Candy Candy? ¿En qué momento de la vida perdimos nuestra colección de revistas, incluidas algunas Videorisas que tantas carcajadas provocaron?

Pero ahí no ha parado su maledicencia. Cuando mi prima-hermana Liz llegó a instalar sus cosas y su vida con nosotros, el muy malvado le hurtó una sudadera blanca que tanto quería, prenda que duró en Xalapa lo mismo que el Pachuca en el Mundial de Clubes. Así han desaparecido discos, libros, videos, bolsas, zapatos y ropa, principalmente ropa. Tal vez se trata de un duende fayuquero que gusta de rematar nuestros efectos más personales los domingos en el Salón Bazar.

Estos días me cambió de lugar un zapato que tarde semanas en localizar (y eso que quien esto escribe es ultra sangrona con la teoría de tener zapatos regados por debajo de la cama o por doquier); en mi trabajo me raptó un lapicero en un abrir y cerrar de ojos, hace un año secuestró el tenis que el amor de mis amores dejó bajo nuestro árbol esperando sus regalos de día de reyes, y así puedo contabilizar una larga lista de faltantes en el inventario.

¿Descuidos? Tal vez. ¿Robos? Es poco probable que dentro de casa sucedan esas cosas. ¿Sonámbulos? Quizá mi par de peludos canes. Así que sólo queda el Duende, ese tipo al que imagino orgulloso recorrer en escaleras eléctricas la inmensa bodega donde él y sus congéneres almacenan todos aquellos objetos que los humanos perdemos por segundo. Tal vez hasta tengan un espacio destinado a todos esos fajos de billetes que nuestros políticos hacen perdedizos ante la sociedad, ¿no?

jueves, 6 de diciembre de 2007

El deporte nacional por excelencia

Ahí estábamos el amor de mis amores y yo un lluvioso domingo, entre el refresco y las palomitas, a punto de empezar la función de Spider Man 3 en la comodidad del DVD. En eso, mientras agarrábamos postura, se coló uno de esos odiosos comerciales de la mamá y el hijo que compra su diez pirata. “¡Aagggg!” expresé con furia, y ante esta repulsión comenzó una acalorada controversia por tal campaña publicitaria.

Mis argumentos fueron simples: en México estamos acostumbrados a que nos digan “esto es malo”, “¡no lo hagas!” y no hay más. Una campaña como esta sólo nos dice que la gente se ve mal, que los hijos lo pueden aprender, pero… ¿por qué nadie explica, con pelos y señales, la razón por la cuál la piratería es un delito? ¿No se puede, con palabras simples y sencillas, explicar todo lo que hay alrededor de esta práctica que pone en riesgo empleos, negocios y toda una industria completa? ¿Se subestima acaso el poder de comprensión de los niños si tratamos de explicarles qué repercusiones hay al comprarla sin nada más decirle “no lo hagas porque es malo”?. Spider Man voló por New York salvando al mundo mientras yo seguía con mi apasionada ponencia sobre el horror del diez pirata.

Y es que según los datos recién publicados, nuestro país es merecedor del cuarto lugar a nivel mundial en piratería. ¿Impresionante? No. Me impresionó más que pudiera haber alguien que nos rebasara.

Debo decir con franqueza que yo soy parte de las estadísticas de quienes la consumen; si bien no lo hago siempre, si de pronto acudo al puesto más cercano para hacerme de alguna película, sotfware o chuchería que cambia el Hello Kitty por Hello Katty. Pero algo que tampoco dicen en los anuncios esos del diez pirata es que a veces y sólo a veces, este negocio que no paga impuestos y anda impune por esquinas, calles y mercados es el que te provee de un mejor servicio. Ejemplo: Pasé años buscando de manera legal una película de Pedro Infante que tanto me gusta y resulta que aun no salía en formato DVD. Acudí con los piratas y ¿qué creen? El servicial muchachito que me atendió buscó entre todos los changarros hasta que dio con la joya y la tuve en mis manos sin cortes comerciales. Ni menciono la maestría con la que te venden softwares entre esa gente que conoce y aplica tales maravillas de bajo costo.

Claro que la cosa no es únicamente ir a la fayuca a buscar ropa o perfumes cuyo precio original es desorbitante, ver shows de Barneys piratas, comprar medicinas o hasta vinos clonados. Se trata de una red de corrupción que comienza en grandes escritorios, en medio de grandes intereses y que involucra a demasiadas carteras como para mostrar en comerciales todo lo malo de la piratería cuando a esa misma gente no le interesa darlo a conocer. Obvio es que esos misterios jamás los conoceremos y mientras, debemos chutarnos al inicio de cualquier videojuego o película, legal o ilegal, que el FBI nos buscará hasta el cansancio si lucramos con ese material. ¡Ja!

jueves, 22 de noviembre de 2007

En mi otra vida

“El universo se encarga de arreglar sus cuentas”, dijo el Dr. House en un capítulo –de la misma serie- donde de una manera poco convencional logra vengarse después de 20 años de otro médico que al parecer se la puso difícil en su vida escolar. Y es que como dicen las abuelitas, nadie se va de este mundo sin pagar sus deudas… aunque nadie dijo que se puedan pagar, o cobrar, en otra vida.

Por siglos se ha creído que el Alma, el “motor del cuerpo”, se rige por el mismo principio de la materia, que afirma que esta no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Así, creencias religiosas como el Budismo han incluido a la reencarnación como parte de su ideología: el alma que habita diferentes cuerpos en diferentes tiempos. El Karma es el concepto que explica el hecho de que en esta vida nos sucedan cosas buenas o malas según los méritos y deméritos que hayamos acarreado en otras vidas.

Si bien el catolicismo no lo apoya, la ciencia sí ha explorado en la mente humana esos destellos que a veces, inexplicablemente, nos llevan a lugares en los que jamás hemos estado o nos inclinan por un gusto específico sin razón aparente.

Si uno es curioso se acuden a métodos poco ortodoxos y relativamente a la mano para intentar acercarse al pasado de nuestra alma. Quien esto escribe pasó hace como 8 años por todo el rito de un extraño personaje, quien luego de estar como poseído y en pleno trance cósmico, me echó la baraja y me aseguró que mi vida pasada más cercana había sido un señor llamado Samuel Richardson y que de ahí mi gusto por la escritura. Nunca supe quién tuvo los ojos más desorbitados: si el hombre luego de aquella fuerza del más allá que poseyó su ser o yo con esa revelación que no me decía absolutamente nada. Entonces el hombrecito (ignoré entonces si sabía de quién me hablaba) me dijo que fuera a la Enciclopedia y leyera más sobre él, que eso iba a despejar mis dudas.

Escéptica me sumergí en el tumbaburros:

Samuel Richardson (Gran Bretaña, 1689-1761) se hizo famoso por sus cartas y en 1739 comenzó a escribir un volumen de cartas modelo para el uso de los lectores del país publicadas como Cartas de familia. Entretanto escribió y publicó la famosa novela Pamela, o la virtud recompensada, que narra en forma de cartas la historia de una joven doncella obligada a defender su honor. Todas sus novelas están escritas en forma epistolar, una estructura que Richardson perfeccionó y desarrolló, y que le permitía revelar el flujo de conciencia de sus personajes. Por esta razón se le se le considera el fundador de la novela moderna.

¿Será cierto? ¿Están ustedes ante un texto escrito por el alma errante del fundador de la novela moderna? ¿Seré ahora la antítesis de esas cartas modelo del pasado? ¿Mi estilo realmente es mío? Nadie sabe.

Lo que si sé es que tan egoísta resulta creer que somos los únicos en el planeta como que nuestra alma es única e irrepetible. Pruebas hay muchas si tan solo prestamos atención a los mensajes extraños de nuestra mente… ¿No?


(La buena noticia es que no me parezco al hombresito...)

jueves, 8 de noviembre de 2007

El sentido del tiempo

Cuando alguien afirma con poca lógica y contundencia que la televisión es una caja idiota, yo pongo mis más severas objeciones ante varios hechos irrefutables: a) Gracias a la modernidad y la tecnología los receptores han dejado de tener la regordeta silueta de una caja para convertirse en tremendas “varitas de nardo” que caben en los rincones más insospechados; y b) Quien tenga el lujo de recibir (legal o pirata) señales de paga, puede presumir de todo menos de no tener una programación que pone hasta a la ardilla mental más perezosa a correr a todo vapor. En uno de esos ejercicios tan concienzudos del zapping me topé con un estudio bastante extravagante donde científicos y médicos trataban de explicarse el sentido del tiempo que todos los humanos poseemos aún sin tener un reloj.

La idea la detonó un experimento donde un hombre, encerrado e inactivo un X número de horas en un lugar completamente blanco y sin ventanas, registró actividad en su cerebro que lo llevó a determinar un cálculo estimado del tiempo que había pasado ahí, y que sorpresivamente no era del todo errado. Después pasaron las tomografías de otra persona que fue inducida a contar el tiempo que pasaba entre una estimulación y otra, y se reflejó en una parte del cerebro muy cercana a las sienes, la localización de esa bombita contabilizadora. Después ponen otra clase de experimento donde enfrentan a un voluntario a una situación límite para descubrir si verdaderamente, en casos similares, el tiempo puede detenerse.

Todo esto me llevó a la reflexión de que hoy en día el tiempo es un tema de plática frecuente. Que si se va volando, que si ayer fue enero y hoy noviembre, que si no me alcanza para nada, que si el tráfico, que si los niños… En esta realidad todos somos surrealistas conejos blancos que salen de sus casas disparados, dejando a Alicia –impávida- en una habitación repleta de relojes que sólo indican que aquel novelesco animalillo o estaba bastante chiflado o que tenía miedo de quedarse dormido.

Finalmente comprendo que el hombre siempre ha sido esclavo del tiempo, ha vivido regido por las épocas de cosecha, por las salidas del sol, por la luna, por las lluvias. Y debe ser cierto que todos llevamos un cronómetro por dentro, ese famoso “reloj biológico” que tantos sopores nos provocan a las mujeres en, próximas o posteriores a los 30 años que aún no tenemos descendencia.

Los relojes han sido un gran negocio, pero sospecho que aún sin poseerlos la vida seguiría igual. De niña tuve uno divino, muy moderno, con una burbuja y corazones que flotaban para dar la hora hasta que descubrí que a los relojes digitales no les creo (cada quien su chifladura) y mi burbuja fue cambiada por un Snoopy con manitas por manecillas al cuál le creí hasta que se perdió. Lo adoré entonces y lo añoro ahora. Bu.

Con o sin ellos, pienso en La persistencia de la memoria de Salvador Dalí. Relojes escurridos, tiempo irrecuperable, cada uno con su hora, cada uno con sus bichos. Eso según creo, es el verdadero sentido del tiempo.


jueves, 1 de noviembre de 2007

¿Quién dijo miedo?

Por asuntos de la naturaleza, el miedo es una parte innata del ser humano. Así como todos traemos necesidades espirituales, de afecto, de sensaciones almacenadas en nosotros cual si trajéramos un chip integrado, el miedo es, al igual que la pasión o el odio, uno de esos sentimientos intensos que generalmente se detonan a partir de una experiencia, y los evocamos con cualquier pequeña chispa: un sonido, una sombra… algo activa nuestro sensor del peligro, los cabellos se nos erizan y nos ponemos en estado de alerta, aunque esta vulnerabilidad culmine siempre en estallidos de risa, de llanto o de locura. Una adrenalina que aun compartida, resulta una experiencia íntima y personal.

Debo advertir al lector que soy, por herencia, genética y humanidad, un ente cien por ciento miedoso. Pensar en situaciones de pánico me pone como beisbolista con 10 carreras en contra, pues al saberme más asustadiza que Scooby Doo evito a toda costa enfrentarme con cualquier indicio cultural que pueda provocarme temor. Así evito a toda costa ir al cine a ver alguna película de suspenso u horror y en la tele paso por alto todos los especiales y asuntos similares que en estas fechas se ponen tan de moda.

Mis primeros indicios de miedo me llevan hasta la casa de mis abuelos maternos. De noche, las sombras, aquella luz tenue que entraba en la ventana del cuarto donde nos hospedaban cuando íbamos de visita, alumbraba misteriosamente la silueta del cuadro del soldado Nazi que mi tío había pintado cuando era joven y que escoltaba, fiel y cruelmente, al búho disecado que estaba junto a él, con sus alas siempre a punto de alzar el vuelo y la mirada rapaz, con la intención de buscar alimento.
Ahora me veo en la casa de mis otros abuelos, que vivieron en una casa construida en siglo XIX que había pertenecido a mis bisabuelos. Aquel lugar tenía un largo pasillo a la intemperie que te llevaba hasta el baño, tenía un pequeño acceso al final para llegar a lo que todos conocíamos como “la otra casa”, otra construcción más vieja donde la familia celebraba las fiestas de Navidad y donde los miles de primitos jugábamos hasta antes de que oscureciera. Todos temíamos a esa casa cuando las luces se apagaban, pues los perros de mi tío dormían ahí y siempre se escuchaba su aullar ante la menor provocación, además de la madera que truena de vieja. Sí. Eso era miedo, angustia, horror.

Aunque el entorno lo determine para mí estas fechas son más de respeto que de terror. Respeto a la muerte, que es lo más desconocido que el ser humano puede siquiera imaginar. Son días pintados del naranja de las mandarinas y los cempazúchiles de los altares, el incienso y el pan, y de ver la película de Macario, aquella donde la Muerte muestra al hambriento leñador una humanidad metaforizada en cientos y cientos de velas que se mueven ante la peste y las guerras, que se tambalean, que se prenden y se apagan según la voluntad divina. Todo eso, más que horror, me produce una paz mágica, casi del más allá.

jueves, 25 de octubre de 2007

Breve encuentro con las estrellas

No cabe duda que los niños de hoy nacen con la consigna de darnos clases de Windows Vista, Office 2007 y Google “voy a tener suerte”. Hoy en día, los infantes podrán no saber “quién es ese que anda ahí” pero dominan perfecto la ergonómica postura para manejar un mouse, y que por medio del Internet pueden ver horas y horas sin parar sus programas favoritos que algún ocioso y mala leche osa subir al YouTube.

Así, es fácil comprender que la Niñita, mi sobrina y terrible mini dictadora de sólo año y medio de edad, exprese contundente sus deseos por ver en la computadora los musicales de ese horror de programa llamado Hi-5. Esta lucha entre la niña y sus adultos parientes se repite una, otra, otra y otra vez durante todo el santo día.

Por esa razón cuando mi amiga la Tam me invitó a hacerme parte de la comunidad virtual Hi5, pensé en los horrores que eso representaría con la niña. Pero luego entendí que no, que hi5.com es El sitio de moda, lo in de lo in en el pulso de la vida social cibernética. Así pues me inscribí y de inmediato me boletiné entre los cuates para que me agregaran a sus listas de amigos, donde aparecen con fotito y toda la cosa.


Este tipo de sitos, así como los blogs o los chats, ofrecen o hacer amigos o buscar a los que ya lo son. Andando en esas, uno de tantos días de ocio comencé a buscar foto en foto a los amigos de mis amigos, y así de pronto llegué hasta la gente famosa. Que si Silvia Pasquel, que si Café Tacuba, que si Yahir… “Naaa” –pensé- “seguramente estos sitios los sacan los fans y estas personas ni enteradas de que tienen un Hi5 con su nombre”. Entonces llegué a la página de Héctor Suárez Gomíz, quien ya tiene larga carrera andada. El morbo es grande, y ya que está uno ahí pues lo mínimo que debe hacer es leer con atención para comprobar la autenticidad del firmante. Por sus fotos tan personales y su redacción, casi pude creer que se trataba de un sitio publicado por él mismo, y entonces decidí dejarle un Comment donde lo saludé y le pedí, si es que tenía, me hiciera llegar el mp3 de una canción que sacó en plenos años 90, cuando Alcanzar una estrella y el copete con crepé eran lo máximo, que adoré de chavita y jamás pude volver a conseguir.

A la mañana siguiente me encontré con un mensaje suyo en mi Hi5, me pidió mi correo y ¡paz! en menos de dos días canté cual mozuela enamorada “Las ganas de amar”. Pero aquí no para la cosa. Héctor, quien además me agregó a su lista de amigos (y no es que les presuma ni nada), tuvo a bien enviarme amablemente otra gran rola de su autoría que poca gente conoce. La verdad creo que le di en el clavo con eso de preguntar por su música, y lo más extraño del caso es que así de globalizado es este cibermundito que una querida prima vino a encontrar mi contacto ¡por ser amiga de Héctor Suárez! Qué asunto tan más gracioso.


Este fue queridos lectores, mi breve pero brillante encuentro con las estrellas. ¡Gracias Hi5, y no precisamente el que le gusta a la Niñita!

jueves, 18 de octubre de 2007

Los intocables

Cuando estaba en la prepa y el grupo de amigos en pleno relajo nos botaneábamos todos contra todos, mi amigo Paco, feliz y dicharachero, soltaba a los vientos su frase célebre “Aquí no hay intocables”, para justificar que acabáramos verbalmente con medio mundo sin distingo ni excepción. Esta misma frase la trasladé al ámbito familiar, donde cierta pareja de amistades de mi madre y su terrible hija fueron bautizados como “Los Ness”, por obvias razones y honrando al célebre capo y anexas, aunque eso avivara más la furia de mi adorable progenitora.

México es un país con jocosidad en las venas y altas dosis de humor negro que se aplican hasta para la muerte. Aquí, literal, el respeto se le pierde a los políticos, a los jefes, a los artistas o al asunto más solemne. Pero hay un selecto grupo, un gremio improfanable, una sociedad que puede ser fácilmente clasificada como “Los Ness” de la nación.

Desde niño te lo dicen: Nunca te metas con la bandera, con la Virgen de Guadalupe ni con el Ejército. Atentar contra alguna de estas valiosas entidades del colectivo mexicano equivale casi a quedar excomulgado o a purgar la peor de las condenas en las Islas Marías en tiempos del Torito Infante.

¡Condénense en los infiernos Paulina Rubio, el Padre Amaro, el heredero presidencial y todos aquellos que osan profanar tan inmaculados símbolos! ¡Y valga alguna pena capital para Roberto Madrazo, hábil en el arte de la maña y de dar pena ajena corriendo cual rayo veloz, cual centella fugaz, enchamarrada y fraudulentamente en nombre de nuestro país!

¿Se acuerdan del escándalo tan grande que hizo un tipo de nombre Jorge Serrano Limón, el mismo que rezaba diez rosarios por la “perversa” secuencia donde Padre Amaro y una mozuela mancharon de pecado el manto de la Virgen, cuando por fuerita pagaba picantes tangas por mayoreo? Quisiera decir que me gustó la cinta de Carlos Carrera, pero no. Quisiera decir que vi la atentamente, pero esa fue la primera vez que fui al cine con el amor de mis amores siendo una pareja de recién ennoviados, así que ya sabrán.

No contentos con eso, este septiembre Felipe Calderón con todo y banda tricolor, con todo y esposa fachosa, atentó contra la soberanía del Ejército disfrazando a su soldadito de plomo en tremendo generalito Gi Joe… Y lo último de mi Pau Rubio… ella tan linda. A esta pobre ya le cayó Lolita, ya la embarazaron y ahora la quieren quemar en leña verde por hacer un glorioso homenaje a Juan Escutia, quien se arropó en nuestra insignia para morir por la patria, aunque ella muera por ser fashion.


¡Cuánto escándalo por piedad! ¡Infierno para todos! ¡Lumbre para todos quienes hemos cantado mal el Himno, para los que van a los partidos de la Selección con la bandera por doquier, para los que no le cantan las mañanitas a la Virgen, para los que sacan bola negra en el servicio militar!

De plano se pasan. Ofenden más a nuestro México otras agresiones, pero mientras nadie realmente las diga seguiremos con nuestros Intocables, nuestros “Ness” región 4.

FE DE ERRATAS: En la redacción de esta columna expongo a Eliot Ness como capo, cuando en realidad fue el policía que enfrentó a la mafia de Capone. Una disculpa.

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¡DE MANTELES LARGOS!

P.D. La columna POLICROMÍAS está celebrando 4 años de aparecer interrumpidamente (casi siempre por razones de escasa inspiración) en el Diario Milenio-El Portal.
Me encantaría que se unieran a este festejo expresando lo que les gusta, lo que no les gusta, algún tema que creen se pueda abordar... en fin, que participen en este espacio que es suyo, como lo hacen todos aquellos a quienes agradezco con todo el corazón han sido parte de este pequeño gran logro.

jueves, 11 de octubre de 2007

Instrucciones para pelear

Cuando mi hermana y yo éramos chicas, como todos los hermanos del mundo, peleábamos a morir por las cosas más absurdas del planeta. Un veraniego día, frente a las azules aguas del caribe, un profeta disfrazado de adolescente nos vaticinó que un día, así de pronto, creceríamos y los pleitos cotidianos ser esfumarían por arte de magia. Aquel imberbe sabio que compartió con nosotros una cevichada de antología no se equivocó. Las peleas se fueron, aunque una de vez en cuando reaviva ese fuego fraterno que nos une.

Alguna vez Julio Cortázar tuvo a bien legarle al universo un magistral manual que nos enseñó paso por paso a llorar, a cantar, a subir una escalera o incluso a cómo tener miedo. Se le escapó hacer un instructivo para pelear.

Pelear es un arte. Debe tenerse toda la inteligencia, toda la sagacidad, toda la delicadeza para pelear de la manera más fina posible. Cuando uno es niño y pelea con su hermana nada se sabe sobre sutilezas: en mi caso cuando una mordía la otra pellizcaba, cuando una desgreñaba la otra aventaba hasta las chanclas sobre la otra. Claro que el enojo duraba, a lo mucho, 15 segundos. Siempre después de cada agarrón, y de que cada combatiente se encerraba en sus buhardillas a rumiar sus corajes, una cartita se deslizaba debajo de la puerta, con algún dibujillo simpático o un simple “¡Perdón!” y la promesa de nunca más volverlo a hacer… al día siguiente la escena se repetía y así fue la historia de nuestra niñez.

Pero cuando uno va creciendo se aprende que las demás personas también son óptimas candidatas a un round de vez en cuando. En la pubertad son los padres, luego los amigos, luego los amores. Luego los peatones que se atraviesan mal las calles, o los conductores que no ven el semáforo, o el perro que alborota a los tuyos, o el vecino que deja su basura en la esquina cuando ni la campana ha tocado. Es fácil irritarse con el mundo pero… ¿de verdad sabemos cómo pelear?

Yo suelo ser como mis perros: cuando me provocan soy muy gallita pero a la hora de los catorrazos salgo corriendo. Creo que sólo con mis papás tengo los argumentos suficientes para una acalorada defensa. En primero de secundaria una iracunda fulanita me la armó de tos por una insignificancia y hasta el día de hoy me arrepiento por no haberle dicho sus verdades y, por el contrario, quedarme petrificada mientras ella escupía sus juveniles venenos hasta por los zapatos.

Y aunque dicen los expertos que pelear es tan normal y sano para las relaciones humanas y la convivencia común (inclusive en alimentar el morbo que da ver a alguien pelear hasta con los sartenes), es un arte decir lo que se quiere decir sin herir a nadie, puntualizando sólo los asuntos importantes. Cuántos amores, cuántas amistades, cuántos familiares se han perdido por una riña mal llevada.

Si Julio Cortázar hubiera escrito tal instructivo juro que hubiera muerto millonario. Ahora debemos pagar terapias para saber cómo hacerlo mejor... por que dejar de hacerlo, ¡jamás!

jueves, 27 de septiembre de 2007

Ni Ripley se lo cree

En el mundo están pasando cosas increíbles, cosas que ni el mismo Robert Ripley, el “Caballero de lo Bizarro” que estudió los más extravagantes fenómenos paranormales hubiera imaginado. Y es que es como una ley de Murphy, como una regla, como una maldición: cuando crees que lo has visto todo, te equivocas… siempre hay algo más que te recuerda que tu capacidad de asombro está ahí, rebasada, superada, escandalizada.

No es sólo el nombresote que recibirá la hija de Salma Hayek, la carriola blindada en la que viajará o el hecho de haber visto a su madre en una versión tipo Shamú de ella misma; no es ver las sonrisas de catálogo de la pareja Fox-Sahagún en las portadas de Quién y mirar que tantos años de esfuerzo les darán una senectud segura, aunque después se haga de palabras con la prensa que sin duda, extrañaba las hazañas de Chente y zu Martita, ese mismo ex presidente que tanto nos hizo reír y hoy tanto nos hace sufrir.





No, no es únicamente ver en televisión lo que queda de Lucía Méndez (quien ante las terribles circunstancias hubiera sido mucho mejor ex primera dama… ahí si que no funcionaron sus esencias de feromonas, ¡chin!), “actuando” en una “súper novela” que conmemora el medio siglo de un género que cumple sus 50 años ¡en el año 2008!, presumiendo con vestidos ajustados los millones invertidos en cirugías que la dejaron como clon de Alfredo Palacios. Tampoco las imágenes de un O. J. Simpson detrás de las rejas ¡otra vez!, o las fotos lujuriosas con las que la protagonista de High School Musical deleitó la pupila de su novio, o los puños de Oscar de la Hoya resaltando el atuendo de tacón y media de red que según dicen no son obra del fotomontaje. Vaya, ni siquiera los dimes y diretes entre Cristian Castro y su Rosa Salvajemother han llevado a sus completos límites mi capacidad de sorpresa.




Todos los eventos desafortunados mencionados tuvieron en la boda de mi prima, la semana pasada, la cúspide del asombro. Como lo dicen las fotos de tal evento, soy una viejecita consumada. Poco tiempo destinado al arreglo personal, un peinado nada acertado y el aparente parecido con mi abuela paterna hacen que me tome muy enserio eso de escandalizarme como cualquier adulto sexagenario cuando acudo a una boda donde la novia entra sola al altar, con sus padres detrás de ella (¡Jesús de Veracruz, el padre no entregó a su hija!); cuando veo que al final nadie avienta arroz, o pétalos o burbujas; cuando leo que la invitación dice BRINDIS y con el estómago vacío a las 9 de la noche espero cualquier variedad de bocadillos cuando lo único que ofrecieron fueron hartas bebidas y ¡puros cacahuates!, y no hay recuerditos, y no hay palabras del padrino, y si un ambiente launch tipo antro que me hizo sentir más en una taquiza de graduación que en una unión amorosa.

Estos escándalos de la farándula y de las juventudes modernas, y un claro desvelo permanente me llevan a expresar que todo ha ocurrido, tal vez como en un sueño, ¡aunque usted no lo crea
!


jueves, 20 de septiembre de 2007

México, ¿Creo en ti?

Corrían mis años de estancia en la escuela secundaria. Con motivo de las fiestas patrias, el homenaje de septiembre contó en su programa con la participación de una principiante declamadora que, una vez anunciado su turno, tomó posesión del micrófono y con arrebatada pasión (y bastante melodrama) deleitó al respetable con su propia versión de “Suave patria”, de Ramón López Velarde. Sólo quienes vivimos para contarlo podemos dar fe de la risa contenida que semejante ímpetu provocó en los imberbes eufóricos, quedando ésta como una anécdota del todo jocosa.

Recordar el entusiasmo de aquella poetiza me tocó muy hondo en estas fechas tan patrióticas, en este mes que conjunta varios acontecimientos de suma importancia para la historia mexicana, donde a todos nos brota el amor a nuestra tierra, donde todos nos sentimos más paisanos que nunca. Escuchamos a los Fernández y a Aída Cuevas, y en todos los rincones el sonar de una campana acompaña los gritos sonoros de “¡Vivas!”. Algunos festejan de las formas más originales, y otros volteamos los ojos a poetas que como López Velarde describen su sentimiento con amor, con orgullo, con pasión, sea como “Suave Patria” o como la afirmación de Ricardo López Méndez: “México, creo en ti”. Tristemente la realidad de nuestro país opaca las emociones de estos poemas. Al leerlo y releerlo me asaltó una penosa duda… México, ¿creo en ti?

¿Creo en ti, si las personas que rigen tu destino son políticos tan ocupados en pensar en sí mismos que pasan inadvertido el bienestar de tu gente?; ¿Creo en ti, en ese falso sentimiento patriótico que se evapora poco después de las borracheras; en esa apatía que tiene la gente cuando te contamina, te desgasta y mancha de petróleo tus aguas?; México, ¿Creo en ti, en las desigualdades sociales, en la apagada voz de la gente honesta, en el grito ahogado de la ética y tu Carta Magna; en sujetos que creen que dar dinero es la forma de obtener votos y en ciudadanos que piensan que es mejor dinero que trabajo?; México, ¿Creo en ti, en la ceguera y dejadez de tu gente, en la censura, en la ineptitud de quienes fomentan la ignorancia, la pereza, la corrupción, la porquería social?; México, ¿creo en ti, en tu futuro, en esos niños que son educados creyendo que el que no tranza no avanza?; México, ¿Creo en ti, en la idea de que tu pasado es mucho más fuerte que tu presente, en tus maravillas que se bañan de tragedias y que siguen en pie, como testigos de los siglos?; México, ¿creo en ti, en todos tus orgullosos hijos que han tenido que buscar el pan en otros países porque en tus tierras, México, la siembra no crece pero el hambre sí?; México… ¿debo dejarme llevar por el negro que te empaña cuando desbordas colores por todas partes?

Una de las estrofas del poema me da la clave…

México creo en ti, porque escribes tu nombre con la X,
que algo tiene de cruz y de calvario,
porque el águila brava de tu escudo,
se divierte jugando a los volados,
con la vida y a veces con la muerte.

jueves, 30 de agosto de 2007

Ellos tienen alma

Una noche sin quehacer me topé en la televisión con un documental sobre el Holocausto que me dejó helada. Producido por Steven Spielberg, este fue un relato colectivo de personas que estuvieron ahí, que padecieron el horror, que sobrevivieron a la furia de un sujeto ajeno a toda realidad, inmerso en una locura abrumadora. Una mujer, explicando a detalle los campos de concentración y el hacinamiento, terminó su testimonio con una idea contundente que resumió la fuerza que la hizo salir adelante: “Los nazis me habían quitado a mi familia, mi casa, mi libertad… comprendí que lo único que no podían quitarme nunca, era mi alma. Por eso sigo aquí.”

El alma. Qué etérea, qué valiosa, qué invisible es. Escuchar que una mujer salió adelante del peor de los infiernos en defensa de su alma me hace pensar en todas las mentes brillantes que a lo largo de la historia dedicaron sus neuronas con el fin de explicarla, de comprenderla, de conocerla. Palpable o intangible, nadie puede en efecto robarla. Ni siquiera el amor.

Gracias a esas fuerzas cósmicas que de pronto te llevan a un mismo tema, me topé con una revista española dedicada a las mascotas, cuyo reportaje principal destaca la pregunta “¿Tienen alma los perros?”.

El texto de Eduardo de Benito nos remota hasta los días del antiguo Egipto. Sus dioses reflejan el respeto que esta cultura manifestó durante su existencia al reino animal; menciona también a Empédocles y su filosofía biológica en la cual los seres son mortales pero su alma es eterna. En este recorrido existencial también se encuentran Plutarco, un pensador griego que concluyó que el alma es idéntica en humanos y animales y de quién se sabe escribió el tratado “Los animales hacen uso de la razón”, mismo que como tantos documentos valiosos se ha perdido.

Aristóteles también dedicó sus pensamientos al alma de los animales. Para él, existen tres clases de alma (el principio de toda vida): la vegetativa, la sensitiva y la racional. Los hombres comparten con los animales la segunda. Tiempo después Santo Tomás retomó la filosofía aristotélica aplicada a los perros, y por otra parte, Descartes los denominó máquinas animadas carentes de conciencia e inteligencia. Por supuesto que el reportaje no excluyó las diferencias que el tema genera entre ciencia y religión, donde esta última rechaza en absoluto el alma en los animales pese al ejemplo del gran San Francisco de Asís.

Para mi sorpresa encontré en este texto a Pitágoras, con quien comparto la idea de la metempsicosis, una doctrina que hace a las almas transmigrar de un cuerpo a otro. Así, el alma de quien hace 25 años pudo pertenecer a mi hermana María una década después regresó al mundo en el cuerpo de Pochaco, mi extravagante mascota con comportamiento humano. Tras este recorrido los lectores llegamos a la conclusión que más nos conviene, y si todos creemos en nuestra alma, quienes amamos a los animales sin duda, respondimos la pregunta de origen con un estruendoso SI: ellos también la tienen.

Pochaco en su casa de perro

El hermoso Toto

jueves, 16 de agosto de 2007

Nunca es tarde

¡Ay, la niñez! Esa época maravillosa donde no existe noción alguna de conceptos sociales y uno puede correr, jugar, saltar, decir, hacer y deshacer con la licencia que te da la pureza de espíritu, el nulo conocimiento de cosas viles como el ridículo, la pena ajena, la vergüenza social, etc. Se puede decir la verdad más incómoda (también los borrachos lo hacen pero a ellos los censuran), se puede comer un helado con la mayor impaciencia y embarrarse hasta las orejas, se pueden lucir plácidamente las prendas interiores sin importar la marca de origen (ningún niño viborea si el otro trae Huggies o KleenBebé) y si se decide tomar una siesta de 3 horas no sólo no se les juzga, sino que los papás hasta lo celebran. La vida del niño… qué feliz.

Mis visitas a los parques en domingo se remontan a unos cuantos años luz. En ese entonces mis padres nos llevaban a mi hermana y a mi al “Llano”, el parque más tradicional de la capital oaxaqueña que los fines de semana se convertía en una romería. Niños por todas partes, padres persiguiendo a aquellos que se desprendían en pos de alguna aventura, maestros de la pintura aleccionando a infantes que confeccionaban obras de arte no en las cartulinas sino en su ropa, emprendedores en la industria del minicoche y la cultura vial, y todo un mosaico de colores, voces, risas, llantos que son las estampas que no cambian jamás.

Invitada a ser partícipe de las nuevas gracias que mi ahijada Gabriela, alias “La Niñita”, he asistido en calidad de testigo a sus felices interacciones con los personajes comunes de los parques en domingo. Sí. Tal como en el “Llano” de mi infancia, Los Berros tiene al globero, al chicharronero, al miniPYMES automotriz, a los que ríen, a los berrinchudos… Todos están ahí, incluida esa máxima atracción xalapeña que es toda una tradición: El Piojito, un trenecito que rodea el parque llevando alegría por doquier. Pues bien, la Niñita ha desarrollado últimamente un gusto peculiar por este transporte ferroviario y no sé qué le emociona más (y qué me aterra más a mi): si el sonido de la campana que anuncia su llegada, si la música de Cri-Cri mixeada con Tatiana y El chavo del 8, o la presencia de Barney, Mimí y Winnie Poo en cada uno de los vagones.

A insistencia de la doncellita, novel adoratriz de las bolsas de chicharrones, luego de tres vueltas de espera y un coraje radical, mi hermana, la Niñita y yo abordamos el Piojito, ¡Ay bendito! Ella iba como reina del carnaval, a grito pelón para que la botarga morada que no sé por qué le fascina tuviera a bien saludarle, tan feliz como una lombriz mientras yo escondía mi cara detrás de ella, temiendo que mi imagen y mi buen nombre se vieran afectados por la temeraria hazaña de treparme a aquella cosa entre monos de peluche y chamacos chillones. Y si bien, nunca es tarde para hacer un ridículo de semejantes proporciones, tampoco lo es el hecho de sentarse y disfrutar de la sonrisa de una niñita loca que no le teme a nada con tal de ser feliz.




http://chimbombita.blogspot.com

jueves, 9 de agosto de 2007

¿Lo hacemos?

Un chico se acercó presuroso a la ventanilla cuyo letrero superior indicaba el área de Quejas. “Señor, señor, ¿aquí puede uno quejarse?” dijo el muy impaciente. “Por supuesto” le respondió el burócrata. “¡Aayyy!”.

Este chiste, más feo y terrible que un periodo electoral, da fe de la cultura mexicana. Hace unos días escuché por el radio a un periodista fúrico en un noticiario; el hombre se enlazó desde Italia y con todo uso de pasión (y razón) reportaba cómo sus habitantes han dejado atrás un pasado de dictadura política para ser un pueblo que, a base de política pero sobre todo de acción ciudadana, ha conseguido un nivel de vida cotidiana que les permite viajar en un sistema de transporte público que cuenta ¡con aire acondicionado!. Así pues, tras la larga lista el periodista con la vena saltada del enojo, concluyó que México es un país tan conformista que somos nosotros, con nuestra apatía, quienes permitimos que nuestros gobernantes hagan lo que hacen; que los mexicanos jamás exigimos y que, por ende, fomentamos y solapamos la corrupción desde los más altos niveles.

El asunto es que nunca nos quejamos.
Yo creo en parte que este comentario es totalmente cierto. Otra parte de mi opina que sí, los mexicanos sí nos quejamos, pero o no lo hacemos a tiempo, o lo hacemos mal o simplemente escupimos nuestras muinas ante las personas equivocadas.

Mi padre es un hombre muy recto. Él tiene muy claros ciertos conceptos y el de quejar
se está entre ellos. Él reclama si un servicio es malo, si la comida sabe fea, si existe irregularidad en la cuenta del súper. Cuando era niña y nos enfrentábamos ante el hecho de que algo lo contrariaba y ejercía este derecho, los pelos se nos ponían de punta. Yo creía que era nada más la gana de hacer ruido y de hacernos pasar en mayor de los bochornos, hasta que crecí y como suele suceder, supe darle la razón.

Ahora yo asumo esos papeles y mi novio (pobre) es el que sufre de calores cuando algo me encoleriza y lo expreso; hace poco fuimos al cine y noté con profunda consternación que un café que solía tomar comúnmente fue abruptamente retirado. ¿Pero por qué? ¿Quién hace esto? ¡Me voy a quejar!. Y lo hice. Llamé al cine y expuse mi queja. Tal vez no pase nada, tal vez el asunto no haga mella en nadie, pero es válido que se sepa que alguien sufre (de verdad) por la eliminación del Shake en la cafetería.


La cultura de la expresión, de la retroalimentación entre un prestador de servicio y el consumidor está ahí, en los buzones y las líneas 01 800 que vienen en las etiquetas de casi todo y que están a disposición del público en un afán de mejorar. ¿Alguna vez lo han hecho? El asunto es que hay que ejercer el derecho sin tono de bronca, como también el de sí algo nos ha resultado excelente, nos encantó o nos fue de gran utilidad ¿por qué no decirlo? Es como cuando uno se esmera en un trabajo y se emociona al recibir por ello una palabra amable. En esto todo se vale; el asunto es lograr que nuestra voz sirva para mejorar nuestra sociedad.

jueves, 2 de agosto de 2007

Un sitio para el amor

Seguramente ustedes lo han sentido: hay lugares que tienen magia. Sitios específicos, rincones imperceptibles o de increíble magnificencia, el caso es que todos tenemos ese punto especial que, de sólo pisarlo, nos transporta a otros universos, a otros tiempos.

Para muchos de nosotros la escuela resulta el lugar por excelencia si de recordar se trata, sobre todo a los primeros amores. Quien escribe estas líneas es particularmente una sentimental en el tema. Como lo dictan mi signo de tierra y su respectivo ascendente, también terrenal, tiendo a ser una persona de afectos, aferraciones y rituales inamovibles, es por ello que el ejercicio de transportarme a puntos específicos de mi vida visitando esos lugares especiales donde todo sucedió es indispensable, por lo menos, una vez al año. Y es que no importa qué tan bello o espantoso sea ese lugar: si tiene magia, lo tiene todo.

La Feria del Libro es mi evento favorito del verano, una situación que espero con ansia año con año por la sencilla razón de que me permite ingresar con su esplendor, movimiento y color a uno de mis sitios favoritos en todo el mundo: el Colegio Preparatorio de Xalapa, mi Prepa Juárez. Éste es un lugar con historia, con olor a años, con el eco de las risas, con un millón de anécdotas de amor y odio impregnadas en sus paredes, con el conocimiento de los siglos inundando sus aulas.



Fundado en 1843 con el auspicio de Antonio Maria de Rivera, en 1901 el actual edificio albergó uno de los principales colegios, creado para que los jóvenes no tuvieran que emigrar a la capital para recibir una excelente educación media. Con reminiscencias propias de principios del siglo, en el Colegio Preparatorio se aprecian también su hermosísimo Salón de Actos y una maravillosa biblioteca que, de sopetón, transporta tus sentidos a siglos pasados, a historias lejanas.

Son muchas las generaciones que desfilaron por sus aulas; muchos los nombres, los personajes destacados, los maestros; muchos cuyo tránsito ocurrió sin pena ni gloria y otros que le guardamos una secreta adoración. Haber pisado esa escuela ha sido una de las mejores cosas que me han sucedido, por la calidad de amigos que ahí encontré, por la clase de anécdotas que ahí viví, por la cantidad de maravillas que ahí aprendí, por la inmensidad de sentimientos que ahí conocí. Fue algo casual que la primera vez que asistí a una Feria compré un libro (mi pasaporte) al adictivo mundo de los vampiros; fue más casual haber descubierto ahí el canto y la música, fue causal que en sus aulas quedé prendida de mis clases de Historia y Literatura, fue algo casual que ahí, en la Juárez, me enamoré perdidamente de la lectura.

Hay lugares que lo tienen todo y por eso son mágicos. El Colegio Preparatorio es y será un sitio para el amor para los que pasamos, los que están y los que vienen, y, para mí, fue el espacio de mi eterno romance con los libros y el punto de reunión anual con los amigos que hoy, son lo mejor de mi vida.

jueves, 26 de julio de 2007

Volver al pasado

Este asunto me resulta una paradoja. Uno pensaría que por vivir en los albores del siglo XXI lo nuevo, la tecnología, los avances, el futuro, acapararían nuestras mentes por completo. Sin embargo y al parecer, mientras más lejos llegamos mayor es la necesidad de volver a lo conocido, a lo probado, a lo viejo, al lugar común que nos mantiene a salvo de esta volátil realidad.

Esta tendencia retro no aplica sólo en la moda, aplica a cientos de cosas cotidianas tales como aparatos de sonido que incluyen reproductores de mp3 con la carátula de un radio antiguo, y es mucho más obvio en las manifestaciones artísticas y culturales. El fenómeno es cíclico: uno como público retoma aquello que le evoca algún recuerdo y sus creadores acuden a fórmulas conocidas para explotar desde perspectivas ese lucrativo juego con el ayer, y en otras muchas ocasiones, por simple nostalgia. Pero voy al punto.

Frente a una deliciosa ensalada y un par de cervezas escuché atenta cierto día la plática del amor de mis amores donde me explicaba con lujo de detalle por qué la secuela del Padrino supera por mucho la primera versión, y por qué con esta cinta se afirmó que si segundas partes nunca fueron buenas, ésta era la excepción a la regla. Pensé entonces en la cartelera actual: Shrek 3, Harry Potter 5. Duro de Matar 4, Los cuatro fantásticos 2; luego aterricé este fugaz pensamiento en la televisión: Alcanzar una estrella, y los culebrones gringos que han durado siglos. Me pregunté entonces la razón por la cuál hemos perdido la capacidad de asombro cuando se anuncian las segundas, terceras y quintas partes de historias que en algún momento resultaron entrañables (Rocky, Rambo, Indiana Jones) y no tuve que ir tan lejos para encontrar la respuesta.

Un simple vistazo al librero familiar me hizo pensar que desde hace muchos años esta idea de retomar lo conocido para darle nueva forma es una práctica común. Cervantes lo hizo con el Quijote, Dumas lo hizo con los Tres Mosqueteros, Lois M. Alcott llevó a sus Mujercitas a tres aventuras más, El libro de la selva también tuvo su secuela, y así puedo nombrar un largo etcétera. Sin saber si toda esta información me llevó a la respuesta correcta, me dio una idea de la necesidad que todos tenemos darle continuidad a algo, a cierta historia que nos emocionó y que representó un pequeñísimo instante en nuestra existencia, esa que no detiene su curso. Creo también que para sus creadores significa su legado en la Humanidad, un sentimiento que todos los seres humanos experimentan al momento de tener un hijo.

Segundas partes no son malas. Yo que soy la versión 2 de los Guerrero Viguri comprendo bien que esto que nos impulsa a los lugares comunes puede ejemplificarse en los hijos, en esa idea de aprender y corregir, en esa ilusión de dar continuidad a la historia familiar que no nos aleja en absoluto (tal vez sólo por los millones) con esa idea de trascendencia que el cine, la música, la literatura, manifiestan a cada momento.

jueves, 12 de julio de 2007

El árbol de mi historia


Dicen que no hay mejor literatura novelada en el mundo que la Biblia. Más que el Quijote, más que Hamlet, más que ninguna otra, los relatos bíblicos conjugan historia, romance, milagros, acción, tragedia, amistad y muchos, muchos personajes. Así pues, cuando Adán y Eva hacen su aparición en los primeros textos comienza a escribirse la historia de su descendencia. Luego del Diluvio y por mandato divino, Noé aportó su granito de arena a la repoblación de la Tierra y aquí empieza un listado más grande que el padrón electoral. “X, hijo de Y y de Z, que a su vez se casó con A y tuvieron a B y a C, y estos a su vez se casaron con D y E” y tuvieron como un millón de hijos. Son miles de páginas de la descripción genealógica más amplia del mundo.

Uno a veces cree que su familia consta de los miembros cotidianos (padres, hermanos, abuelos) y de los parientes que se frecuentan cada año, cada dos años, cada boda o Navidad. En teoría la parentela se limita a ellos, a los que vemos, con quienes convivimos. Pero cuando uno se enfrasca en la interesante y complicadísima empresa de conocer sus orígenes, aparece como en pantalla IMAX un panorama amplísimo de combinaciones, de nombres, de apellidos, de historias que desconocemos y que se unen e intercalan en las mismas ramas de esa inmensidad que alguien acertó llamar Árbol Genealógico.

Algunos miembros osados de la familia Guerrero tuvieron a bien realizar esta titánica labor de saber quiénes somos y de dónde venimos. Afortunadamente la particular historia de nuestros antepasados ha sido documentada por algunos de sus miembros desde años muy lejanos, y los primeros registros del apellido datan de 1827, cuando José Antonio se casa con Petra y a partir de entonces comienza a escribirse la historia hasta ahora, donde mis hijos (cuando existan) serán parte de la séptima generación familiar. Todo un lío.

Involucrada en un papel muy secundario en este arduo trabajo antropológico he conocido anécdotas muy particulares para mí y tal vez demasiado comunes en todas las familias. En alguna parte del camino, dos primos hermanos se casaron y ahí sus hijos aparecen con el apellido duplicado. Esos mismos hijos, a la larga, tuvieron algunos defectos físicos que compensaron con sus destacadas capacidades intelectuales, y así aparecen miles de historias.

Todo esto cobra importancia en estos días porque se avecina, de nueva cuenta, una reunión que intenta entrelazar en un mismo sitio y un mismo lugar algunas de estas tantas ramas que existen por el mundo. Las anteriores han sido maravillosas: el descubrir que en tu familia también están la tía que juega cartas, el tío que abraza tu profesión, la tía religiosa, los parientes migrantes, y sobre todo y parafraseando a mi hermana, entender que tus rasgos físicos corresponden a un mismo machote y se vislumbran la misma nariz, las mismas patillas, la misma forma de la boca, multiplicados en decenas de caras. Si Adán regresara a la Tierra, tal vez diría lo mismo.

jueves, 5 de julio de 2007

Clones y maldiciones

Uno de estos fines de semana el amor de mis amores y yo empacamos los bikinis, el salvavidas de Keiko, los flotadores de patitos, y arrancamos motores para pasar dos días de increíble aventura acuática. Llegamos al hotel con maleta en mano esperando la voz de “en sus marcas, listos, fuera” para arrojarnos del tobogán un millón de veces (por lo menos), pero desde el inicio la experiencia arrojó indicios funestos.

Debido a alguna mala jugada, ese fin de semana llegó la versión petatiux de “Los Sánchez” en una comitiva de dos camiones que prácticamente dejó sin vacantes el hotel. Desangelados, con el Keiko-salvavidas a medio inflar, nos informaron que una reservación se había cancelado y ¡bingo!, tuvimos pasaporte a la diversión. Por la noche, totalmente agotados y hambrientos, debimos salir al puestesito esquinero de hotdogs a cenar porque el hotel ofrecía para los Sánchez un espectáculo sin precedentes: el doble de Juan Gabriel a la orilla de la alberca.

No niego que entre la catsup y la mostaza canté algunas letras de este clon del divo de Juárez, (no crean que era envidia por no ser invitada), pero, mientras tanto, pensé en los berrinches que pega uno cuando te prometen a un artista y llega “su clon” sin tu esperarlo. Mis papás hace años pegaron el enojo de su vida cuando llevaron a sus pizpiretos retoños a ver el show de Burbujas cuando que esas botargas eran más fraude que un billete de ochenta pesos.

El caso es que nos fuimos a dormir y esperando ansiosamente la llegada del nuevo y acuático día, nos despertó a las 6 de la mañana el clamor de un muerto. Si, un fantasma, un espíritu, el resultado de algún ocioso que urdió homenajear al finado Antonio Aguilar poniendo un disco entero de sus canciones a la orilla del mar. Desafortunadamente, las notas sonaron en nuestros oídos cual estallidos de guerra mundial y al momento en que cantaba “donde quiera que te encuentres espero que tu, al escucharla te acuerdes de mi…” venían a mi modorro hablar enunciados altisonantes y poco aptos para esas horas del día. Eso bastó para que horas más tarde se fuera la luz y nos quedáramos con las ganas de disfrutar el tobogán porque sin electricidad, el asunto nomás no servía. Maletas en mano, bronceados semibonitos, Keiko ponchada y flotadores sin vida, regresamos a Xalapa a la triste realidad.

Después nos enteramos del acierto que fue haber ido ese fin, porque al siguiente tendría lugar el certamen “Señorita Turismo”. Así que, cual si fuera plan, el amor de mis amores y yo gozamos con singular alegría la viboriza televisada de estas aspirantes a modelo recorriendo la pasarela, montada justo en el escenario donde días antes el Juanga-clon extasió a la concurrencia.

Tan malo fue el concurso y tan amarga mi experiencia, que esperé con todas mis fuerzas que la maldición de Antonio Aguilar cayera sobre las felices aspirantes, a quienes imaginé de tubos y en bata refrescándole su mamacita, al amanecer, a un muerto. ¡Ah que Tristes recuerdos!…

jueves, 28 de junio de 2007

¿Grandes fraudes?

El pasado lunes se celebraron 60 años de que “El diario de Ana Frank” saliera a la luz pública, un documento de gran valía histórica y narrativa. En él uno puede acercarse en una mirada personal a un evento que involucró a millones de seres humanos que padecieron los horrores de la Segunda Guerra Mundial y de un sujeto deschavetado que jugaba a ser dios.

Leí este libro cuando tenía como 11 años de edad y aunque a estas alturas no sé ni dónde quedó ese ejemplar, me acuerdo que la historia de Ana me impactó muchísimo, pero no su Historia, con mayúscula (a esa edad sabía de guerras lo que hoy sé de medicina) sino su historia propia, todo aquello que contaba sobre su corazón, sobre sus ideas, sobre sus planes. Fue tal, que gracias a ella bauticé el diario que entonces llenaba de relatos absurdos e ingenuos y que hoy –creo- son la más clara explicación de mi gusto por la escritura.

Y como curiosamente hace poco me renació esa sensación de estar en contacto con mis inicios literarios, adquirí un nuevo ejemplar del Diario de Ana Frank y me puse a navegar a ver qué curiosidades encontraba al respecto. De repente aparece ante mis ojos una página bajo el título “La falsificación literaria más grande del siglo XX”, firmada por el Grupo de Estudios RT 791, en la cuál se asegura que un par de historiadores han demostrado públicamente que el único “sobreviviente” de la familia, Otto Frank, padre de Ana, fue el autor de esos estremecedores relatos. Según se explica, el señor Frank jamás quiso someter el manuscrito a pruebas de autenticidad, así como también que las pruebas de caligrafía no corresponden a la letra de una niña de 13 años, que está escrito con un tipo de bolígrafo que no fue inventado hasta 1951 y que hay en ese diario ciertos pasajes de tipo sexual que no encajan con el perfil de Ana.

El caso es que tras una larga lista de “evidencias”, el Grupo de Estudios RT 791 pretende dar otra cara a la versión aceptada históricamente que, ni así, le resta la emoción narrativa que poco importa a las niñas de esa edad que gracias al Diario tienen un acercamiento con el lenguaje personal, con la intimidad de uno mismo.

Este hallazgo me recordó mis primeros días como cibernauta, cuando, maravillada, encontré una explicación puntual donde se asegura que el hombre nunca llegó a la Luna, y que aquello fue un tremendo montaje fotográfico con errores garrafales como el aire que ondea la bandera en un lugar donde claramente no existe tal, sombras que no coinciden con la posición del Sol, etc, etc. Suena gracioso, pero jamás hemos oído que con los telescopios tan potentes de hoy en día alguien haya visto por ahí el lábaro estadounidense engalanando algún cráter lunar… ¿o si?

Grandes acontecimientos o grandes fraudes, eso que lo decida la ciencia. Lo cierto es que un diario o la llegada a la luna, nos dan perspectivas distintas del paso del hombre y nos invitan, por qué no, a la reflexión personal sobre la humanidad. Y eso es lo único que importa.

jueves, 21 de junio de 2007

Mis propias maravillas

El 7 del 7 del 07 será una fecha importante para mundo moderno. Sí, ese día anunció Ninel Conde que se casará con o sin pareja (¿?), y la (casi) Esposa (muy) Desesperada Eva Longoria ha planeado un asunto similar enfrascándose una penosa guerra por la ceremonia más naca del espectáculo. Ese día también mi querida prima Hilda cumple sus primeros 30 años de vida. Pero no es eso lo que nos ocupa. Tras una larga e intensa campaña publicitaria, los ciudadanos de este planeta seremos testigos del nombramiento de las nuevas siete maravillas creadas por la mano humana, obras que simple y sencillamente demuestran la trascendencia de una idea, de un reino, de una civilización entera.

Como en todo, fue hasta que se puso de moda el tema que mostré interés alguno en conocer algo sobre las antiguas y las postulantes. Tan asqueada terminé en el 2006 y al borde del vómito que continúo con las campañas electorales estatales que la idea de un voto más en mi currículum ciudadano no me atrajo en lo más mínimo, así que visité la página de las new7wonders.com sólo por la cosquilla de saber qué países postulan sus atractivos turísticos más importantes.

La Acrópolis, la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel, el Coliseo Romano, los templos de Kyoto, el Taj Majal y la pirámide de Chichén Itza son algunas de construcciones en disputa. En la página me encantó que cada una de éstas cuenta con una descripción de su historia e importancia y al final resumen por qué debes votar por tal o cual. Cuando leí la sugerencia debajo de las Estatuas de la Isla de Pascua, en Chile, me dio mucha risa: te invitan a votarlas porque son un símbolo de misterio y terror. ¿Pero cómo? ¿Votar por algo que me da miedo? Bueno pero qué invitación tan más chiflada... Tal vez lo haga por Timbuktu sólo porque la sola palabra me causa una gran fascinación.

La competencia está reñida, sobre todo porque hay que tener algo representativo de esta era y de todo el mundo, no como las maravillas antiguas, algunas al parecer existentes sólo en papel y planos.
¿Qué por qué 7? Para ciertas culturas era el número perfecto. Sólo piensen en la Biblia y sus 7 pecados capitales y el 70 veces 7. Así pues y con este frenesí en pleno auge he decidido elegir mis propias maravillas modernas tangibles e intangibles, aportaciones de la humanidad sin las cuáles no podría vivir. Pongo 8 porque los números impares me rechocan. Ahí les van, sin orden específico:

1.- La televisión. Mi vida definitivamente no sería la misma sin ella.
2.- Los libros. Dios bendiga a Guttemberg y su imprenta.
3.- El escusado. ¿Saben lo que sería de nuestra vida sin él? (Con osito Charmín incluido, por favor)
4.- El horno de microondas. Los flojos somos los más felices gracias a él.
5.- Las salchichas. No puedo vivir sin ellas, sobre todo de pavo.
6.- El internet. No me importa hacer más rico a Mr. Gates.
7.- La salsa Catsup. A todo le va bien.
8.- ¡Youtube.com!

Así que, ¿cuáles son sus maravillas particulares? ¡Hagan sus listas!

jueves, 14 de junio de 2007

Jolgorio de princesa

Apenas terminé de leer una de las tantas recopilaciones que de sus columnas ha hecho Germán Dehesa (maestro relator de esa cotidianeidad), y su reflexión sobre las mujeres y fiestas me dejó ahogada de tan jocosa y cierta. Según su relato, su entonces compañera la Hillary lo conminaba “amorosamente” a acudir a la boda de una de sus primas, y esto fue motivo para explicar minuciosamente cómo los hombres rechazan rotundamente asistir a estos jolgorios (a los que al final no se niegan por el temor a la reacción femenina) mientras las mujeres, en general, lo primero en lo que piensan es en qué ropa se van a poner.

Parece que estaba viendo el momento en el que invité con gentiles maneras al amor de mis amores a ser partícipe del bautizo-cumpleaños de mi sobrina la Samantha. Yo ya imaginaba a la feliz pareja como parte de la pachanga familiar (previo escaneo mental al guardarropa), cuando el aparato posicionador del ruido buscador de mi novio (su teléfono) sonó cual reloj de Cenicienta evaporando todo pensamiento feliz. Salvado por la campana y adiós al plan. Afortunadamente y debido a la envergadura del suceso, mi señora madre y yo hicimos maletas y nos hicimos compañía al emprender la odisea montadas en un ADO conducido por un sujeto que inauguró el tour del terror. Tras la zarandeada patrocinada por el candidato a compañero de celda de Paris Hilton, llegamos dispuestas a ser el alma de la fiesta.

¿Nunca han caído a la cuenta que la mayor parte de las fotos y videos familiares siempre ocurren en medio de alguna comilona? Pues esta no fue la excepción. Tras la ceremonia la honorable concurrencia se dedicó a encajar el diente a todo lo que a su paso tenía (¡adiós dieta, hola tacos!) y entonces entre vaso y vaso de agua de jamaica, la cumpleañera dio algunas vueltas tipo mujer maravilla y el ropón convirtiose de pronto en vestido de Blanca Nieves. Pero el show lo dieron los minimiembros de la generación del pulgar (dedo que usan en el celular, el Xbox, el iPod), cuando 7 de ellos sufrieron la transformación radical de pequeños terroristas a Enanitos de la princesa. Dos se disputaron, a pulso, el papel del Gruñón.

Luego llegaron las piñatas (de Blanca Nieves); las niñas casi acariciaban a la muñeca voladora mientras los niños le pegaban con singular alegría. En una esquina, esta postulante a Bruja Malvada animaba a las pequeñas a darle justo en la cara, pues según el espejo encantado, ella era la más bonita entre todas las presentes. Ñaca Ñaca. Llegó un momento en el que mi tío Enrique y yo deambulábamos como almas en pena por el lugar. Los dos agrios de todas las fiestas. Sin embargo mi momento llegó cuando la concurrencia, entretenida en el bolo, nos dejó solos al brincolín y a mi. ¡Oh qué feliz encuentro! Nunca había sospechado el placer oscuro en el arte del brincoteo.

Así, entre las risas de la festejada y la dicha de estar entre familia, mi madre y yo volvimos a nuestro dulce hogar. Mi planeadísimo atuendo, por cierto, fue todo un éxito… Manías femeninas…

jueves, 7 de junio de 2007

Universos paralelos

Para mi era una leyenda urbana y nada más. Nunca imaginé que fuera cierto. Tal vez fue un mecanismo de defensa, una hipnosis a mi mente para negar un hecho que mis ojos jamás habían visto, pero llegó el día en el que viví para contarlo y, realmente, transité este salto a la realidad prácticamente en shock.

Y es que la humanidad es tan diversa que como dirían las abuelitas, “hay de todo como en botica”. Si somos distintos físicamente de acuerdo a la raza, nacionalidad, color y sabor, ahora imaginen todas las posibilidades que la mente y el espíritu de los miles de millones de seres humanos podemos arrojar. Es como indagar todas las combinaciones posibles para ganarse el Melate (¡basta preguntarle a los 5 ganones del lunes!)… Gustos culinarios, programas en la tele, estilos de ropa y peinados, tipo de letra, preferencias literarias… y aficiones musicales.

Desde mi época de universitaria tuve la fortuna de rodearme de amistades que, por decirlo de alguna manera, habitaban en mundos muy distintos al mío. Poco a poco mi naciente lista de mp3 que desde el origen albergó los hitazos ochenteros localizables en el Napster (cuya alma permanece en el cielo de los softwares descontinuados, como el inolvidable ICQ), se fue llenando de aportaciones patrocinadas por esos amigos de otros mundos. Entonces conocí a los Pixies, a Ozzie Osborne, a los Aterciopelados o incluso a los mismísimos KISS. Mis horizontes se ampliaron, mi burbujita admitía lo más básico o lo más rimbombate.

En este proceso “desañoñador” en el cuál he comprendido que Daniela Romo, Timbiriche, Yuri o Magneto no son lo único, he transitado desde lo sublime hasta lo aberrante, hasta las leyendas urbanas provenientes de universos paralelos, salidas de hoyos negros o la dimensión desconocida. Es por eso que me resulta increíble que en una misma semana quede maravillada ante la experiencia de escuchar ópera en vivo por primera vez en mi vida, y a la vez quede horrorizada al descubrir, después de años de existencia en la oferta musical y la insistencia de los amigos de otros mundos, los videos del grupo “Los Caracoles”. Repito, el shock fue tal que creo perdí como 7 neuronas.

Pido disculpas si algún aficionado de este producto exclusivo de Televisa Veracruz se siente ofendido, pero no lo puedo controlar. Haga usted de cuenta que está viendo las plataformas de KISS debajo de 4 hombresitos porteños enfundados en interesantes prendas untadas, con rubias cabelleras oxigenadas y la cara pintada como en halloween. Y creo que fui benévola. No puede ser que días antes mi espíritu, que se fundió entre la ovación al tenor que nos regaló una extraordinaria versión del Nessun dorma, hoy escuche sobre lo bonito que bailan “las viejas del Papayal”, en una emisión en vivo donde las masas aclamaron y soltaron la polilla al ritmo tropicoso de “a mi me dicen el teibolero por mi meneo y sabroso cadereo”.

Que conste que esta columna requiere rigurosa investigación… y entonces quedé en shock.

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Nota: (si esta pena las causa una vaga curiosidad, puchen este video y se convencerán)

jueves, 31 de mayo de 2007

Miss Simpatía


Los seres humanos tenemos la necesidad, siempre, de aferrarnos a algo. Algunos se aferran a sus sueños, algunos más, a sus metas; hay quienes lo hacen a su fe, otros más, a sus recuerdos. Algunos se aferran a lo que tienen, y otros, se aferran a lo que quieren. Y aferrarse a lo que uno quiere es, entre todo, la cosa más difícil de encontrar.

Cuando era niña miraba con emoción los concursos de belleza. Atesoro en mi memoria recuerdos de vestidos, pasarelas en trajes regionales, concursantes divirtiéndose mientras posaban para la cámara mientras una voz hablaba de su signo zodiacal y sus gustos culinarios. Estudiaba a esas mujeres cual “Pequeña Señorita Sunshine”. Lo supe entonces: Mi espíritu infantil quería ser portadora de una banda y caminar por las pasarelas. Quería ser una Reina.

Entonces, a mis 5 años de edad, acudí a la primera fiesta de 15 años de la que tengo memoria. Aquello fue una pachanga familiar en todo su esplendor, pues las festejadas eran dos de las muchas primas que integramos esta generación de féminas en abundancia. La fiesta transcurrió, la gente bailó, pero lo mejor vino al día siguiente. Mis primas, jóvenes y ociosas, organizaron un improvisado pero impresionante certamen de belleza entre las más pequeñas, reciclando los ramos, trajes, peinados y maquillajes de la noche anterior. Los pocos testigos de este evento pueden decirlo: aquello fue la locura. A mi me tocó ser la Señorita Nuevo León (sabrá Dios quién me impuso esa bandita), pero modelé orgullosa enfundada en unas botas que casi le sacan los ojos al público en tremenda coreografía de las 6 aspirantes. En todas las fases de aquella ceremonia, desde el traje de baño hasta la difícil pregunta hecha por el jurado, di cátedra de lo aprendido en la televisión. Hasta la aventada de besos al jubiloso público, cosa que por cierto imité de mi hermana, chimuela en aquellos años, quien sorpresivamente ganó el título y la corona (la cuál era real). Yo fui, por cuestiones de mi carismática edad, Miss Simpatía. ¡Envídiame Sandra Bullock!

Este lunes el mundo entero atestiguo el logro de quien, también desde la infancia, tuvo un deseo y lo alcanzó. Por supuesto no fue Miss Estados Unidos –no creo que haya deseado con toda su alma rechiflas y tropezones-, sino Miss Japón, una joven que se aferró con todo a lo que quería y lo logró.

Como dije, aferrarse a lo que uno quiere es lo más difícil porque muchos no sabemos lo que queremos, o simplemente porque descubrirlo es tremendamente complicado. Así es la vida. Sin embargo también es parte de la vida comprender que lo que se quiere no es por fuerza lo mejor. Es cuestión de alcances y límites, es cuestión de contexto, del lugar, del momento. Querer ser la mujer más bella del mundo es casi como querer ser la mejor esposa del mundo, y esas cosas, aunque en gran parte dependen de uno, no es sólo una cuestión personal.

Por eso, ahora no sé si quiero ser la próxima Señorita Turismo o futura la Doncella del Mar. Difícil elección.

jueves, 17 de mayo de 2007

Columna sin sentido

Quería escribir una gran columna que no tuviera nada que ver con mi cumpleaños, ni con el día de la madre, o el día del maestro, o la libertad de expresión.

Quería escribir una gran columna sobre cosas triviales, cotidianas, increíblemente estúpidas para la gran vorágine que nos impide detenernos a observar el color de las cosas, el tamaño de los edificios, el canto de los pájaros por la tarde, los nombres graciosos con los que bautizan las misceláneas y tiendas de abarrotes (Omega 33, los Chicuelos, El tendedero… muy originales).

Quería escribir una gran columna sobre asuntos de importancia nacional como los secuestros, la violencia desmedida que sobrepasa los límites de la imaginación, los gobiernos, el papel de la mujer en el mundo actual, la capa de ozono, la temporada de huracanes, la enfermedad y la miseria.

Quería escribir cualquier cosa que me hiciera llegar a los 3 mil caracteres requeridos en mis textos semanales, sin importar (lo confieso) la forma o el estilo, la ortografía o la gramática.

Quería escribir una columna que no pareciera la auto evaluación trillada que de manera ritual me procuro año con año, analizando, recopilando, subrayando con letras enormes los eventos importantes de mis pasados 365 días, que incluirían, por qué no, ese momento terrible de escuchar las odiadas mañanitas con Pedro Infante (esta vez no pongo tanta objeción para escucharlo, finalmente no seré yo quien frene la emoción de las celebraciones por su 50 aniversario luctuoso). Quería escribir una columna que no me mostrara vulnerable, intranquila, inquieta, soñadora, emotiva, susceptible, irascible. Quería hablar de todo y de nada, de las estrellas y Julio Cortázar, de las ensaladas y la confusión que en estos días me lleva a emocionarme y no entender si por el hecho mismo de ser mujer o por la maravilla de poder reconocerme como tal en las reacciones y confidencias de todas aquellas que de una manera u otra, actúan conforme lo dicta su corazón.

Esta columna definitivamente no hablaría de calorías ni de chismes de farándula; tampoco hablaría del limbo y la injusticia de haberlo sacado del mapa así, sin razón aparente; aunque lo mismo ocurre día a día con programas de televisión, empleos, salarios, vidas.

Hago estas inusuales confesiones y volteo tras de mí: mis perros duermen en la cama, sienten mi mirada y me ven con indiferencia antes de volver a lo suyo; entonces comprendo de lo que sí debo hablar.

Hoy quiero escribir un agradecimiento profundo y sincero a quienes están ahí, diario, cada mes, cada semana, cada cumpleaños. A quienes me leen sin conocerme, a quienes escribo sin conocerles. A quienes me ponen pruebas de vida, a quienes me escuchan, a quienes me hacen crecer y a quienes me hacen llorar; aquellos a quienes detesto, y aquellos con quienes comparto carcajadas envidiables.

Gracias… gracias por ser y estar, por compartir lazos de sangre o de amor. Mis 28 años de vida serán lo que deben ser por todos y cada uno de ustedes. Feliz cumpleaños a mi.