jueves, 2 de septiembre de 2010

G.D.

Era el verano de 1997. En aquel entonces, la Universidad de Xalapa, lugar donde estaba decidida a estudiar la carrera de Ciencias y Técnicas de la Comunicación (todo con tal de no emigrar al fatídico y caluroso puerto jarocho), no realizó examen alguno de admisión para sus futuros alumnos; en cambio, cada uno de los interesados era citado a una entrevista donde el examinador dictaminaría si el iluso bachiller era capaz de llegar a ser un comunicador renombrado. La mía ocurrió con Raciel, entonces jefe de la carrera. Hombre alto, de cabellera larga, con mirada bonachona y voz amable, Raciel comenzó el interrogatorio en un vacío salón de clases, que tuvo momentos tan encomiables (como aquella disertación sobre las Crónicas Vampíricas de Anne Rice), como nefastos. Seguramente con semejante dato vampiresco le caí de variedad al hombre, pues cuando pasamos a la siguiente interrogante y dijo seriamente "Menciona a tres famosos columnistas de periódicos", me quedé helada, me derretí, y en el proceso escupí nombres tan idiotas como "Paty Chapoy". ¿Ahora me creen?

Creo que esa respuesta me dejó tan terrible sabor de boca, que desde mi primer día universitario me prometí que tendría 4 largos años para aprender a leer un periódico, para saber qué tenía un columnista de especial como para que me preguntaran por nombres destacados, y afortunadamente la tecnología comenzaba a ser mi aliada a través de un maravilloso computador. Tenía todo para llegar a ser una comunicadora renombrada.

Un buen día mi amado padre, hombre de altas tecnologías, descubrió que por internet podía leer todo el contenido de los periódicos nacionales e internacionales, y un día de 1998 me leyó el escrito de un tipo bastante cómico que le platicaba al mundo sobre "su perro café", una mascota difunta que tuvo a bien recordar y compartir con los lectores. El detalle de inmediato hizo click con mi familia, que en aquel entonces estaba revolucionada con la reciente llegada de Pochaco, nuestro propio perro café. Ése fue el día que conocí a Germán Dehesa... todo gracias a un perro café.

Desde entonces los Guerrero Viguri nos volvimos de lo más aficionados a leer "La Gaceta del Ángel", la columna semanal donde Dehesa nos dió a conocer el nacimiento de su hijo El Bucles, donde mi padre y yo reímos carcajadas con su frase "como perico en alfombra" (aun nos reimos mucho de eso), donde vimos a través de su opinión el México de la transición democrática, donde fui aprendiendo a conocer a Sabines, referencia constante en sus textos cotidianos.

¿Y cómo olvidar el día que narró la fiesta de disfraces del Bucles, donde él tuvo a bien ir vestido del Señor Smee, personaje de Peter Pan? (jajajajaa, ¡apenas al clavo!)

Pasaron los años, tomé muchas y productivas clases de redacción y géneros periodísticos, y mi gran meta de vida se cumplió: egresé de la universidad nombrando con total seguridad tres renombrados columnistas(y entendiendo el por qué de su relevancia), entre ellos, el señor Dehesa.

El hábito de leerlo, sin embargo, nunca se fue. Gracias a él entendí que una persona puede llegar a lo más profundo del corazón de sus lectores, simple y sencillamente con el hecho de compartir su vida, sus amores, su familia. Aunque por supuesto, él aderezaba sus comentarios con un agudo sentido de la política, del contexto internacional y por supuesto, del fútbol. Era amante de los apodos y sobrenombres, por lo cuál era más fácil ubicar a los constantes personajes que inundaban sus días con expresiones como "La rubia misteriosa", "Viruta", "El tamal", o "Rosachiva".

Me emocionaba muchísimo cuando hablaba de su familia, de sus padres y hermanos, de sus lazos veracruzanos, de esa sangre Dehesa que entendí en mis primeros años laborales, cuando aprendí que hubo un hombre llamado Teodoro que gobernó este bello estado en épocas de Don Porfirio... Don Teodoro A. Dehesa. Tanto fue, que en algún cumpleaños mi hermana me regaló "La familia y otras demoliciones", un libro que reúne muchas de sus columnas donde recuerda y evoca a los suyos.

Y sí, debo confesar que últimamente dejé de leerlo diario, pero cuando me acordaba leía con especial emoción sus palabras, y me preguntaba cómo es que tenía la capacidad de no repetirse después de tantos y tantos años. Quizá su gusto por la vida y los libros eran la única gran respuesta...

Hoy, por la apuración de llegar temprano al trabajo y las distracciones mañaneras, no tuve el tiempo de hacer mi ritual de prender la tele y esperar (qué costumbre tan fatal la mía), que los titulares de los noticiarios me avisen de la muerte de algún personaje querido. Según medio recuerdo, hoy todo transcurrió entre las noticias de la Barbie y el informe de Felipe Calderón. Pero nada me hizo pensar que a las 7 y media de la noche me llegaría un mensaje a mi celular con la terrible noticia: Murió Germán Dehesa. Hace apenas unos días compartió con sus amados lectores su mortal enfermedad, hace apenas unos días apostó por la vida y la muerte guapachosa, como lo habrían hecho todos sus antecesores. Las redes sociales se llenaron de nostalgia, y yo pasé algunos minutos antes de soltarme a llorar como niñita, antes de comprender por qué me sentí tan triste por la muerte de alguien que no era mi amigo, mi pariente o familiar.

Entendí que gracias a la constante lectura de sus columnas supe lo que era tener estilo de redacción; entendí que gracias a sus formas literarias se podía hablar del tema más estúpido con gracia y elegancia, entendí que gracias a las dosis y sobredosis de lecturas (especialmente de las suyas) se podía tener un estilo propio, tanto, que cuando llegaron a mi vida las Policromías tomé prestadas muchas de sus peculiaridades para hablar de mi existencia, de mi cotidianeidad, de mi amada familia en expansión. Era gracioso... cuando la gente me preguntaba de qué cosas escribía, yo solía contestar: "Pues la columna es algo así como lo que escribe Germán Dehesa..." Ja... qué aspiración tan buena me encontré, escribir casi tan chipocludo como él...

Lo ví en dos ocasiones: la primera en Coatzacoalcos, en el primer Encuentro del Mar. Aquello fue lejano y efímero, pues jamás pude acercarme a él, pero disfruté sabrosamente su conferencia que tenía a todo el auditorio de carcajada en carcajada. La segunda, cuando de la mano de Rosa de la Rosa fue conocer las instalaciones de RTV. Lo ví de lejos, y tentada a salir corriendo, ponérmele enfrente y darle un apretado abrazo, preferí quedarme petrificada en mi asiento y ver su rechoncha figura, envuelta en una fresca guayabera, partir a hacia otras áreas de tan destacado canal de televisión. Qué ganas de haberlo visto de frente, qué ganas de haberle dado las gracias por haber marcado e influído en mi vida (y mi escritura), como muy pocas personas lo han logrado.

Hoy el buen Germán se fue a otro lugar, dejando inconcluso su conteo diario a su némesis Arturo Montiel, dejando en soledad su casa de piedras y flores, dejando hijos, exmujeres y muchas amistades llorando su partida. Y a sus lectores, fieles o infieles, los dejó imaginando sus comentarios sobre las próximas fiestas bicentenarias, sobre los juegos de sus Pumas, sobre las manías no contadas de su madre y los cariñosos recuersos nunca dichos de su padre... Sus lectores, fieles o infieles, nos preguntamos qué será de nosotros sin la Gaceta del Ángel, sin sus filosos cometarios, sin su infinito amor por la vida...

Gracias Don Germán... mil gracias y hasta siempre.