sábado, 6 de diciembre de 2014

"El agua caliente es para niñitas"

Esta es la sentencia con la que justifico uno de los hábitos que con los años he ido adoptando: bañarme diario con agua fría. Esta idea la adopté después de una aleccionadora plática en la cuál aprendí que los rusos, en plenos fríos de invierno, se bañan a estas bajas temperaturas y su salud no se afecta. Tras escucharlo me dije a mi misma: "¡y tú que chillas por darte tu regaderazo después del baño!". Así pues, desde hace un par de años tengo este polémico hábito que sucita la sorpresa de algunos, el horror de unos más, y la angustia de otros (como mi madre).

Como me decidí un mes de agosto, el cambio no fue tan radical. Fue haciéndolo poco a poco hasta que ya para ese diciembre mi cuerpo estaba bien adaptado ya. La cosa es simple: conozco bien a mi mente y, aunque muchas, muchísimas veces ella trata de imponerse, en ocasiones juego a que la domino y logro hipnotizarla recitando varias veces una oración. Así pues, en el momento en el que abro la llave del agua inicio mi ritual al más puro estilo de Karl Malone antes de encestar, y recito una y otra vez en voz baja: "está rica, está rica, está rica". ¿Resultado? Entro y me doy un delicioso y veloz baño. 


Y es que lo mejor del asunto viene después. Una vez que se cierra la llave, en automático, mi cuerpo entra en calor y fácilmente logra adaptarse a las extremas temperaturas en las que vivo (mi casa de gatos y Pitufos se ubica en un epicentro de humedad y en pocos lados pega el sol). Por supuesto que eso no impide que a veces sí me vuelva una niñita y tome laaaargos baños de agua caliente, pero eso sucede en contadas ocasiones y sólo en lugares en donde no me da remordimiento alguno abrir la llave del calortz.

Por supuesto los beneficios son muchos: mi piel se ve firme y sana (¡nada de chichis caídas!) y por supuesto y como buena Tauro que soy, la mayor felicidad está en mi cartera, puesto que gracias al aparato posicionador del calor que se ubica a millones de kilómetros lejos de mi baño, tenía que pagar por un cilindro de gas al mes, ¡y eso que ni cocino! 

Bueno pero todo esto viene al caso por una jocosa y doméstica razón: llevo una semana con una harto bonita infección en la garganta, y desafortunadamente para mi, después de un bañito con agua fría la cosa se me complicó aún más. Fue cuando me dije a mi misma: "es momento de ser una niñita", y con más riesgos que Indiana Jones en expedición me aventuré a salir de la casa a encender el calentador. Dejé pasar el tiempo necesario para que el agua caliente llegara a su destino (por lo menos media hora, les digo que aquello son los extremos de la Muralla China), y cuál no sería mi terrible sorpresa cuando quiero abrir la llave y oh, oh, no salió ni una miserable gotita. Nada. Cero. 

El diagnóstico del plomero fueron los empaques pegados. A duras penas sé lo que eso significa. ¿Cuánto tiempo lleva asi? Nadie lo sabe. Creo que la última vez que se abrió fue en octubre. Así que como el gentil trabajador tiene la agenda ocupada y puede revisar el desperfecto hasta el domingo, mis jugos de tres días y yo tuvimos que tocar las puertas de casa de mis papás para bañarme. Fui a su casa para ser una niñita. Demonios azules. 

Y pues nada, sólo quise escribir sobre esto porque no he tenido muchas más graciosas aventuras, y porque ya tenía muy desactualizada mi famosa saga de jocosos inconvenientes domésticos. 

Es cuanto. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Algunos hashtags no van conmigo

Cuando escribía mis Policromías, columna que aparecía semanalmente en un diario local, encontré en estos textos el lugar más seguro para externar mi poca o nula comprensión sobre los acontecimientos que en esos momentos fueron ocurriendo. Preguntaba al universo e intentaba reflexionar sobre ciertos temas que, muy a mi modo, dejaban al descubierto mis inquietudes y quizá también, el tipo de opinión que me formo al respecto, sin aportarle nada a nadie mas que mi propio punto de vista.

Al concluir mi etapa columnas semanales, las nacientes redes sociales del momento (mi blog y luego el Facebook), fueron ese bonito espacio donde podía lo mismo contar alegres historias de mi vida personal como, de nueva cuenta, mis angustias como ciudadana, como parte de una sociedad que cambia y se transforma y que uno luego no entiende para dónde va. Pero de pronto dejé de hacerlo por cuestiones de tiempo o inspiración, o quizá porque, como diría Milan Kundera, mi vida estaba en otra parte: en la maestría y en un receso emocional bastante catastrófico poco digno de documentar.

Pero como en todo tuve que adaptarme a las nuevas propuestas tecnológicas y en ese trayecto reduje mis pensamientos a 140 caracteres. Twitter me pareció un lugar mucho más amable para decir cualquier clase de idiotez con la sensación de que quien me leyó me leyó, y que no quedaría tan fácilmente a la vista aquello comentado. La fecha de caducidad de un tuit es mucho más efímera que el post de un blog o un comentario de Facebook, así que si nadie le da FAV o RT, el tuit puede pasar sin pena ni gloria. Y es que, en el trayecto, también aprendí a dimensionar lo que significa externar mis opiniones ante un grupo de seguidores que no siempre están de acuerdo con lo que dices. Y aprendí que estas mismas redes sociales han propiciado cierto nivel de intolerancia, y que la gente (alguna) se toma demasiado enserio lo que se dice y se publica. Y aprendí también que reducir tus pensamientos o reflexiones a 140 caracteres puede generar todo menos reflexión; por el contrario, si quien te lee se clava en un comentario al que le falta contexto y no está de acuerdo contigo entonces sí se friega la cosa: bullying cibernético ipso facto. Con todo ese bagaje he preferido entonces quedarme calladita y compartir lo que pienso y siento en estos temas únicamente con la gente de mi confianza, con quienes sé que inclusive no piensan como yo (bendito Dios), pero que respetan lo que digo sin que eso derive en una apasionada tercera guerra mundial.

Así las cosas hoy sólo quiero decir lo que pienso y siento y deseo hacerlo por este medio por varias razones, que van desde la nostalgia hasta la prevención. Me molestan mucho las polémicas y si siguen leyendo comprenderán que lo que menos quiero es generar eso precisamente. Todo es una mera cuestión de desahogo desde el más profundo de los respetos hacia toda la gente que no piensa como yo y que externa sus pensamientos desde otras vías. 

viernes, 19 de septiembre de 2014

Confesión de amor

Adoro a Catalina Creel. Lo siento, pero no puedo callarlo. Cuna de Lobos ha sido la telenovela que más he visto en toda mi vida, desde su primera transmisión (oculta detrás de un sillón amarillo logré ver el final a mis escasos 8 años, y no pude dormir del espanto), hasta las diferentes versiones editadas que ha comercializado Televisa en VHS, DVD y sus repeticiones en el canal Tlnovelas. La primera investigación seria que pretendí hacer en mi vida (una tesis de licenciatura truncada) giraba en torno a la maldad de la señora Creel y su herencia sangrienta en las villanas posteriores a ella. Según versaba mi hipótesis, la vida AC (Antes de Catalina) en los melodramas era para mujeres cuyas truculencias se manifestaban haciéndole la vida de cuadritos a las protagonistas, queriéndole quitar al galán con sus sexosas artimañas o bien, espantándole las moscas a los hijos que por supuesto, ante los ojos de sus castrantes madres, no merecían a ninguna muchachita ingenua y pobre. O eran esposas terribles que sólo querían el dinero de los maridos. O yo que sé. Pero, según mis elucubraciones, esas cosas de matar a diestra y siniestra eran asuntos de hombres, tal y como lo demostró prodigiosamente don Ernesto Alonso en El Maleficio. Ellos, incluso, podían llegar a ser el mismísimo Satán. Entonces llegó mi Caty (perdonen ustedes la confianza pero tantos años de convivir con ella me dan ciertos privilegios) y las villanas femeninas no volvieron a ser igual. Después de ella estuvieron Dulcina Linares (Rosa Salvaje), María Paula (Lazos de amor), Soraya (María la del Barrio, hoy la reina de los Memes), e incluso hasta mi adorada Evangelina Vizcaíno (Cadenas de amargura), que de pronto y de diversas maneras provocaban muertes, asesinatos terribles, lo que era inversamente proporcional a sus respectivos desenlaces. 

Para Álvaro Cueva:
"Cuna de lobos es una de las telenovelas más exitosas e importantes de todos los tiempos. Un melodrama seriado que marcó época. Un fenómeno social sin precedentes. Un producto que cambió la manera de hacer, ver y entender las telenovelas". (2006)

Si, otro ente enloquecido de amor por esta historia. Pero independientemente de su pasión, Cueva logró hacer algo más allá que una definición: en el aniversario número 20 de esta producción, conjuntó en su entonces revista "Álvaro Cueva Presenta" las más diversas opiniones sobre Cuna de lobos: desde sus protagonistas, desde la historia de sus creadores, desde los asistentes de producción y gerencia, desde la música, la moda ochentera, los clubs de fans en internet hasta el perfil psiquiátrico de Catalina Creel. Si nos ponemos sangrones podría decir que le faltó un sociólogo que opinara sobre el fenómeno del que habla en la cita, pero eso es cosa de académicos elevados.

En todos los textos que he podido leer con la opinión de Cueva al respecto, no deja de mencionar que su éxito se debió a la combinación de muchos factores, desde lo macro económico (la crisis que se vivía en el país) que afectó en la economía particular de Televisa (que dejó de importar series gringas y comenzó a vivir de su propia industria melodramática, razón por la cuál en ese entonces hubo tal variedad de temáticas y subgéneros); desde el entramado multidisciplinario de talentos de teatro, cine y televisión (Carlos Olmos era escritor de teatro, Carlos Téllez director de teatro, Diana Bracho y Gonzalo Vega habían hecho más cine en ese entonces), hasta la impecable, majestuosa e inolvidable interpretación de María Rubio, la mujer del parche. Sin embargo hay dos asuntos que vale la pena mencionar aquí: 1) la telenovela fue escrita en un tono fársico; y 2) la telenovela se transmitió en 1987, dos años después del sismo.

Sí, no es casual que escriba esto un día antes del 19 de septiembre que, aunque lejano, sigue moviendo las fibras de miles de personas en este país. O tal vez sea casual el hecho de que los directivos del canal hayan programado la repetición de la telenovela justo en estas fechas. Yo que sé. El caso es que coincidió y aquí estoy yo en plena reflexión filosófica acerca del tema. El caso es que dos años después del temblor del 85 la gente en general seguía con una sensación real de descontento, de decepción, de incredulidad hacia las autoridades que ante la desgracia actuaron no tarde, lo que le sigue. La rechifla que se llevó Miguel de la Madrid en la inauguración del Mundial del 86 fue uno de esos tantos testimonios. El caso es que el país no estaba para comedias y risas fáciles. No. Se necesitaba una válvula de escape y Carlos Olmos encontró en la farsa el género idóneo para tales fines.

Este señor puso (y expuso) los distintos tipos de maternidad: la mujer buena a la que le arrancan al hijo, la mujer que no puede tenerlos pero los desea, la mujer que no tuvo hijos pero funge como madrina, la mujer que ama demasiado a su único hijo y desea protegerlo de todo y todos. Y todo esto en el marco de una familia que parecía feliz y exitosa. Y todo esto en un giro dramático en el cuál, como explica María Rubio en una entrevista, los roles se invirtieron completamente:
"Catalina era un macho, mentalmente era un hombre. Podía tener cuerpo de mujer y funciones de mujer y ser madre y todo, pero yo sí pienso que poseía mecanismos mentales masculinos. (...) Gonzalo Vega tenía el comportamiento que en una telenovela digamos 'normal', tenía la dama joven, y yo me comportaba como hacía el villano hombre en una telenovela convencional. Olmos cambió los resortes psicológicos de todos los personajes" (2006, pp. 41-42).

El panorama de la maternidad tal como lo he expuesto amerita un planteamiento dramático, trágico, lacrimógeno. Pero entonces la más fuerte de todas estas madres, el "macho" disfrazado con parche y chongos y ropa combinada, justificó sus fechorías en nombre del amor a su hijo y entonces mató a diestra y siniestra, con venenos, con abrecartas, con fuego, con pistolas con silenciador, con spray americano para combatir maleantes, con podadoras eléctricas que caían en una alberca. Mi hermana mayor, que apenas está degustando las agridulces mieles de mi amada Caty, imagina que en la actualidad esta mujer no podría llevar tal vida licenciosa ante la tecnología, las redes sociales y los recursos policiales modernos; según mi hermana "Catalina Creel desafiaría al mismísimo CSI". Tiene toda la razón. Ese (quiero creer) es uno de los motivos por los cuáles una adaptación a este clásico resultaría infame: reduciría tan supremo personaje a una caricatura vil.

Y aquí es donde la farsa como género tiene importancia. Aristófanes, un hombrecito ateniense del que aparentemente poco se sabe en cuanto a su biografía, dejó su huella en las diversas obras escritas para el teatro griego, que se distinguían por su sentido del humor un tanto, digamos, distinto. En un ejercicio de transportar los elementos de su tipo de comedia a las expresiones actuales, Pedro L. Cano asegura que "lo que los guionistas y dramaturgos actuales le deben a Aristófanes es el modelo ancestral de la ridiculización de cualquier intriga o situación social, con nombres y apellidos" (1999, p. 65). Entonces, ¿qué mejor forma de pitorrearse de las autoridades que encabezaban las instituciones destinadas a repartir justicia? ¿qué otra manera había de canalizar ese resentimiento por aquellos que debieron haber hecho algo y que siempre, voluntaria o involuntariamente, llegaban tarde?

Si Catalina Creel logró cometer 8 asesinatos, provocar tantas intrigas, hacer y deshacer sin que la policía lograra atraparla (al final ella misma se da muerte, acto al que la policía, como siempre, llegó tarde) era porque de manera metafórica los actos terribles, las injusticias, la corrupción también andaban sueltos por las calles en aquella década ochentera y parecía que nadie podía hacer nada. Ella logró esquivar a la autoridad en persecuciones de carro, en aviones, con pelucas rubias y lentes oscuros. ¿Cómo no reírse de eso? ¿Cómo no comprender el absurdo de nuestra propia realidad en aquellas acciones?

Han pasado casi 30 años de este melodrama que ante nuestros ojos (y los de las nuevas generaciones) resulta acartonado,con una escenografía incomprensible, sin celulares ni pruebas dactilares, donde la más alta tecnología eran los disquetes de 5 y un cuarto, donde la fertilización in vitro no era una opción tan conocida. Y sin embargo algo nos engancha de nuevo, y sin embargo algo nos hace vibrar ante los poéticos diálogos de Catalina Creel (en el capítulo de hoy le dice a Bertha, su secretaria que acaba de conocer sus terribles secretos: "eres tan simple que no puedes comprender el odio, eres tan simple que todo lo explicas con la locura"), y también nos hace sentir la más absoluta flojera cada vez que Leonora Navarro chilla y sufre por el hijo que "los lobos" le arrebataron. ¿Es que acaso nuestro momento social es tan distinto de aquel de 1987? ¿Es que acaso ya estamos hartos de ser la dama joven que sufre y queremos tomar la justicia por nuestra propia mano, todo en aras de defender a nuestras familias e hijos de la indiferencia gubernamental?

Después de compartir por chat los pormenores del capítulo de hoy con mi hermana, después de recordar mi fallida tesis de la que aún conservo los archivos en mi computadora, después de todo este tratado barato que acabo de escribir, recuerdo por qué amo las telenovelas y por qué no cambiaría por nada mi objeto de estudio. Y pensar que todo empezó a una edad en la que no entendía absolutamente nada, cuando, escondida en un sillón amarillo, veía los melodramas que mis padres me prohibían estrictamente mirar...

(Conoce más de mi oscura pasión en este podcast)

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Cano, P. (1999). De Aristóteles a Woody Allen. Poética y retórica para cine y televisión. Gedisa, Barcelona, España. 
Cueva, A. (2006). Revista Álvaro Cueva presenta. Número 2. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Personaje en huelga

Empiezo este texto citando la famosa y célebre frase de Jaime Sabines, "yo no lo sé de cierto, pero supongo" (aplicable a una gran cantidad de situaciones), que cuando un escritor está entretejiendo los hilos de sus personajes en una novela a veces éstos cobran vida propia y exigen su derecho a ser parte más activa de la historia, o con esa vida propia, son capaces de apagarse hasta que el autor nota que ya no tienen más que hacer entre sus líneas y simplemente están condenados a la desaparición.  A veces, seguramente, el escritor se obsesiona demasiado con un personaje al que ya no tiene más jugo que sacarle, y por más que lo exprime no hay nada más que hacer. A veces, seguramente, existe algún otro que es una joya en bruto y está deseoso de ser explorado para así conquistar tanto al autor como al lector, y debe tener paciencia (si partimos de la idea de que un personaje casi siempre corresponde a un ser humano, entonces también debe tener esta cualidad) hasta que su creador lo reconoce y ¡pum!, juntos, uno con su talento, el otro con su sola presencia reconocida, logran hacer completas obras de arte.

Eso no sólo pasa en la literatura. En el cine o en la televisión hay personajes que estaban destinados de origen a ser apariciones de pocos minutos o pocos capítulos, y al final terminan por ser los más relevantes. No siempre resultan ser los protagonistas, pero acaparan la atención y se convierten, la mayoría de las veces, en objetos de culto (o del deseo, depende de la situación).

¿Y como por qué hoy se me ocurre escribir toda esta verborrea sin ninguna razón aparente? Pues porque por primera vez en mi historia un personaje de mi propia historia personal exigió su derecho "de piso" para ser parte activa de las Policromías, que normalmente son una exagerada e incluso algo poética visión de mi propia vida, alterada a mi gusto y sazón de la única manera en la que puedo tener el control de ella. Este espacio me ha servido lo mismo para contar ciertas alegrías como para compartir algunas cuantas penas. Cuando se trataba de una publicación semanal, esta columna contenía algunos pasajes de mi vida cotidiana que poco a poco (egoístamente) he ido reservado para las líneas de mis cuadernos particulares. Sí, perdí la costumbre de reírme públicamente de mis propias experiencias. Y ahora de pronto un personaje emerge, me sacude, y saca la bandera rojinegra de huelga, alegando que no volvería a leer las Policromías a no ser que ahora fuera parte de ellas. Imaginen por piedad mi sopor.

Y es que así como llegó a este punto es como llegó a mi vida: sin avisar, sin permiso, sin freno, provocando un singular caos que me ha obligado a salir de todas y cada una de las zonas de confort en las que estaba, incluyendo ésta, la de la no-escritura. El personaje, al que para efectos dramáticos llamaremos "El Panditas" (cierta fascinación a conocida golosina con tal fisonomía lo delata), se cansó de no figurar y creyó, con tal seguridad, que su huelga policrómica iba a generar algún efecto en mi. ¡Ja!. Quisiera de todas las formas posibles decirle que no, que este es el único espacio en el que no logrará tener influencia, que aquí aparece y desaparece quién yo quiero, que los personajes no tienen poderes mágicos para hacer tan tremendas exigencias. Quisiera de todas las formas posibles no compartir las cosas tan maravillosas e increíbles que está comenzando a generar en mi vida, en mis pensamientos, en mi corazón. Quisiera... pero veo que ya no es posible. Este texto ha sido la prueba de ello.

Llámenlo una voluntad escasa. Llámenlo si quieren poca severidad y disciplina de mi parte. Llámenlo quizá una secreta emoción propia por volver a ser y a hacer aquello que simplemente abandoné durante muchos años y que ahora, gracias a este caos inesperado, se desempolva y comienza a brillar de nuevo. El caso es que si un personaje nuevo ha llegado, si es un diamante en bruto, si le dará a la historia esa sal y pimienta que se requieren para mantener a los lectores cautivos y enganchados, entonces no me queda más que atender al olfato literario (bueno, en los términos de esta columna), acceder a su pliego petitorio, hacer que quite las banderas de huelga y dejarlo ser lo que quiera ser en este bonito y colorido espacio.

Así pues... Alejandro, bienvenido seas a éstas, mis Policromías.

lunes, 9 de junio de 2014

La culpa es de Charlotte

Últimamente se ha puesto muy de moda odiar a Disney y culpar a la compañía y a todos involucrados en las animaciones de cuentos de hadas, por crear para las mujeres un ideal de princesas inútiles y tontas y demás adjetivos poco constructivos. Es el mismo arrojo con el que critican a las protagonistas de las telenovelas, y bueno, entiendo que la cosa en estos días es estar enojados con algo o con alguien, sea Disney por los cuentos, Televisa por las novelas o Instagram por no dejar mostrar las chichis a gusto. Pero no, yo tengo mis propios rencores guardados.

Cuando era niña, afortunada o desafortunadamente, no todo eran las animaciones del Ratón Miguelito. Estaba Katy la Oruga, estaba la Abeja Maya, estaban José Miel y la Ranita de Metán y hubo todo un número de películas y caricaturas para la televisión que contaban las historias de estos simpáticos bichitos humanizados, lindos y tiernos y con mensajes de amor y amistad para el mundo. Si. Cómo no. Chucha y sus calzones. Si la sucia intención era que los niños expuestos a tales horrores aprendiéramos a respetar a la naturaleza, a la flora y fauna que ahí lucía tan cordial y encantadora, les tengo noticias: ¡no lo lograron! Ejemplos me sobran:

1.- ¿Qué sucede cuando eres niño y entra un ratón a tu casa? Simple: vas muy valiente y dispuesta a ayudar  a tu padre a la cacería, hasta el momento en el que te encuentras de frente al bicho y entiendes que no es como el lindo Jerry, el archienemigo de Tom. Entonces gritas enloquecida, sales corriendo, y juras que odias al creador de esa sucia caricatura engañosa.

2.- En más historias de ratones, no sólo fue el trauma de saber que su apariencia no era tan suave y pachoncita. No. De pilón descubres que uno de esos roedores protagonizó una película cuyo nombre no quiero ni puedo recordar, donde el inocente pierde a su mamá y su vida es una serie de tragedias y tropezones. Sí, culpen a los animadores de ese horror, porque pasé horas llorando en mi cama sin poder entender porqué una criatura tan inocente tuvo que haber sufrido tanto sin su mami al lado. Historia 100% real, pregúntenle a mi madre que recuerda perfecto mi drama infantil.

3.- Pero el clímax de esta embichada Policromía se lo lleva la trágica, lacrimógena, espantosa, dramática y sufrida historia de La araña Charlotte, que también vi a una -demasiada- tierna edad y, ya que en mi ADN corre melodrama y fui una niña aprehensiva, lo único que puedo contar es que sufrí en demasía por la historia de la arañita y el puerquito que cuida a las hijas arañitas cuando su mamá muere. Tragicomedia mexicana de ayer y hoy que tocó mis fibras más sensibles.

Estas tres anécdotas ilustran de maravilla el por qué justo hoy culpo a esos animadores por destrozarme la vida y la imagen que me formaron de los insectos, que así como el real futuro de las princesas me fue mostrado con una miopía brutal. Sí, ahí estoy yo, desde hace cinco años que vivo en esta casa de gatos, pulgas y Tokotinas, sobreviviendo a la naturaleza que en temporada de lluvias se hace presente por todos los rincones de este singular hogar. Sí, ahí estoy yo, metiéndome a la regadera como cualquier persona, cantando canciones, chapoteando con mi patito de hule, cuando de pronto me encuentro con colonias enteras de gusanos que han decidido que ese cuarto en particular es su centro de reuniones. Y sí, ahí estoy yo, gritando más que víctima de Psicosis y buscando la manera en que esos bichos que resbalan por todas las paredes no me caigan en mis piecitos desnudos.

Y si, ahí estoy yo, matando esta semana (cual Mickey Mouse en El sastrecillo valiente) dos de un jalón. No, no maté ni gigantes ni moscas, maté arañas del tamaño de la palma de mi mano que también han decidido que el calor de este hogar les viene bien para deambular por pisos y paredes. Pero entonces las mato y viene a mi mente (es real, no se burlen) la imagen de las hijitas de la araña Charlotte, que se enteran de su orfandad y deciden venir por mi y buscar venganza. He ahí la explicación de por qué siempre están por aquí, he ahí la deformación mental que me trajo haber sido expuesta a dramas de bichos humanizados que lloran y buscan venganzas fatales. Vivo con miedo, jurolojuro.

No, yo no odio a nadie que me haya permitido soñar un poquito cuando fui niña. Bastante drama tuve como para ningunear a quien me hizo creer que la vida tenía momentos felices. Pero a los que me hicieron creer que los bichos eran lo que no son... ¡que ardan en los más horrendos y apestosos infiernos! Es cuanto.

martes, 18 de marzo de 2014

Comida issues

Siempre había sido una niña muy delgada, una varita de nardo, pero ciertamente en aquellos momentos de mi tierna y joven vida no comía saludablemente. Espulgaba todo y comía poquitito, nunca he sabido bien a bien la razón. Pero después tuve un serio problema hormonal y me inflé como un pez globo enojado (¿se inflan por enojo? Bueno, mi abultada panza sí me lo daba) y me costó muchísimo bajarla. La bajé, luego la subí otro poco y ahora me mantengo entrecomilladamente "estable". La pregunta es ¿por qué sigue sin gustarme lo que veo en el espejo?

Aunque he embarnecido la ropa de hace muchos años me sigue quedando; ya no soy la talla 5 a la que volví cuando tuve ese tremendo bajón pero mi talla 7 se mantiene de pie como un árbol. Tomo muchísima agua, trato de hacer ejercicio de vez en cuando, me repito a mí misma que debo comer mis colaciones (la bariatra me super juró que ese era el secreto para no volver a engordar), tomo poco refresco, y sí, como mucha chuchería como chicharrones, palomitas (caseras, pero al fin palomitas), y de pronto el pan me mata. Pero aún así no alcanzo a dimensionar hasta qué punto mis broncas frente al espejo pueden más que yo, mis lonjas, mis cachetes. No me perdono subir de peso, aunque tenga justificaciones mil para explicarme a mí misma el por qué de pronto me veo más rechonchita. 

Soy fiel a mis siempre tan pitorreados hábitos matutinos (mis amigas se ríen tanto de mi): agua tibia con limón en ayunas, un diente de ajo con leche, jugo verde y té. Tomo poca azúcar (de hecho sólo la consumo si compro pan dulce), me hago mi sopita de verduras con poca grasa, estoy aprendiendo a comer despacio, disfrutando y haciendo conciencia de lo que me llevo a la boca, evito la báscula lo más que pueda, y pues... no sé qué más hacer. 

Acabo de ver el video de un programa llamado "De qué tiene hambre tu vida". Mi situación económica me impide tomar este curso, como también comprar programas como el de Hábitos o regresar con mi antigua bariatra, pero el simple hecho de escuchar tan tremendas cosas me horrorizó. Ese simple "¿Tu amas tu cuerpo?" me dejó en shock. 

Esto me llevó a preguntarme las razones por las que como, y por qué como lo que como. 

a) Porque me da hambre
b) Comer "saludable" no es una moda para mí. Ni lo light ni nada de eso, Desde que vivo sola descubrí que era el mejor camino para prevenir una buena salud, sobre todo cuando mi situación laboral no me permite tener seguridad social. 
c) Porque debo comer, le hace bien a mi organismo y a mis neuronas. Además lo pide el cuerpo.
d) Porque comer "saludable" es mucho más económico.

Ahora bien, ¿Qué actitud tomo ante la comida?
a) La disfruto, pero no tanto. Soy mala para cocinar, por lo que cuando puedo comer algo que es preparado por otras manos me aloco bastante. 
b) Como muy rápido. Lo mismo hago con lo que bebo, sea agua, café, vino o cerveza. Todo lo hago muy rápido, como si compitiera con alguien o algo parecido.
c) Porciones. A veces llego con mucha hambre y como mucho, olvidando el consejo de mi bariatra de comer con la medida de mi puño. 

Y por último, ¿qué me produce la comida?
a) Sensación de saciedad
b) Gratitud por tener alimento, sea cual sea
c) Gusto (cuando no cocino yo)
d) Conformidad (cuando lo cocino yo)
e) Remordimiento, cuando trago sin freno -literalmente- o cuando como cosas calóricas en exceso. 

No soy de las personas que guste de gastar dinero en comida. No soy turista de restaurantes, siempre suelo pedir las mismas cosas en los pocos lugares a los que voy. Pocas veces ocupo a la comida como un pretexto social, porque difícilmente voy a comer o a cenar con mis amistades. En realidad el tema de la comida me confunde un poco, me molesta tocarlo porque siempre termino enojada. 

Veo The biggest loser y sé que no llego a esos extremos. Veo Kilo a kilo, Comelones y demás barra del Discovery Home and Healt y sé que no estoy así. Pero si no estoy así, ¿entonces cómo me veo, si cada vez que me asomo al espejo de cuerpo entero me encuentro más de 17 defectos diferentes respecto al peso, y cuando me dicen "te ves delgada" no le creo a nadie? 

En fin. Este exorcismo debe de funcionar en algún nivel. Entender y hacerme consciente de qué como, porqué y demás cosas espero pueda ayudarme a aceptar mis brazos gordos, mis lonjas desparramadas. Ojalá algún día pueda aceptar a la que veo en el espejo, sin sentir que tengo asuntos pendientes con ella, como ponerme a dieta o hacer arduo ejercicio. No sé. Qué difícil es esto... qué difícil. 

viernes, 7 de marzo de 2014

Un 7 de marzo...


Hace 24 años un avión aterrizó desde la ciudad de Oaxaca en tierras jarochas trayendo consigo a una familia envuelta en una maraña de sentimientos: la madre no podía ocultar su felicidad en ninguna parte; la hija mayor venía confundida, triste por todos los amigos que había dejado atrás; la abuelita esperaba conocer su nuevo hogar y la hija menor sólo quería ver de nuevo a su papá, quien había anticipado su llegada para buscar casa y recibir a su familia con todo su amor.



Las hijas tuvieron que adaptarse de pronto a su nueva vida: escuela, amigos, gente, costumbres. No hablaré por todos, pero la menor no podía entender cómo en su nueva ciudad los niños se veían más libres, decían groserías, llegaban y se iban solos de sus escuelas, y compraban su comida en el recreo. Pero lo más increíble: esas criaturas tomaban café. Tal vez era porque esa pequeña nena venía de una escuela privada y descubrir el ambiente de una pública fue tremendo, tal vez porque en su casa le habían enseñado otro tipo de cosas, tal vez porque su sentido de resistencia fue más fuerte y en vez de encontrar las similitudes se esmeró en buscar las diferencias. Pero esa nena que desde entonces creció en Xalapa, aferrada al cartero que traía noticias de sus amigos lejanos, que aprendió de groserías y algunas cosas más, sigue en resistencia permanente. No toma café, no gusta del Carnaval, ni de las celebraciones de la Candelaria, ni es fan de cantar la rama. Ama profundamente esta ciudad y a la gente que ahí ha conocido, y sin embargo jamás se ha asumido como xalapeña. Ondas suyas, déjenla ser.



Hace 24 años mi vida cambió radicalmente y, sinceramente, parece que fue ayer.


Última foto en Oaxaca, 1990 (y con la peor de las caras)

domingo, 2 de febrero de 2014

Ley universal

A veces reconozco que me falta valor para defenderme de aquellas personas cuya energía, sin mayor explicación, choca contra la mía. Tengo este pequeño defecto: si alguna de estas personas me agrede, mi sistema de defensa se paraliza, mis cuerdas vocales se autoestrangulan, mi mente queda en blanco, y mi hígado siempre se lleva la peor parte. Cada vez que esto sucede recuerdo que, de pronto, prefiero ser así, no buscar revanchas, no contestar con odio ni con rencor porque eso tarde o temprano se regresa a uno mismo y no es eso lo que yo quiero cosechar en esta vida. Si regresar con amor esos actos es lo más puede enfurecer al enemigo, no dudaré en aplicarlo aunque, también lo sé, debo aprender a defenderme un poco mejor, nomás por mero orgullo.

Al final de cuentas, "Instant Karma's gonna get you, gonna knock you right on the head"… y la mejor parte es saber lo mucho que eso les dolerá. 

domingo, 26 de enero de 2014

Resaca post permanencia voluntaria

Tal como lo dije, este año he procurado ver muchas más películas de lo que hice en tiempos anteriores. Afortunadamente gracias a la tecnología da lo mismo si me transporto a un cine (donde por cierto, aún en la primera función de la matiné, junto con palomitas medianas, agua y estacionamiento pagué más de 100 pesos), que si la veo desde la comodidad de mi cómoda camita, desde la tele o la computadora. No piensen mal de mi, la verdad es que esto de poder pasar horas de permanencia voluntaria viendo títulos nuevos o semi nuevos desde toda clase de portales poco o semi clandestinos es una maravilla desde todos los niveles; no es que no disfrute la nostalgia de una oscura sala, con el olor a palomitas invadiendo el ambiente mientras las enormes imágenes se proyectan frente a ti, pero me gusta a veces ir a una, a veces sentarme en piyama en algún rincón de mi casa. No sé, cada quién sus aficiones.

Este fin de semana he visto cintas que por alguna extraña razón tienen algo en común: sus protagonistas son personas solitarias, que están en la búsqueda de encontrarse-sanarse-relacionarse con los demás. No sé, podría ser una de esas coincidencias extrañas, o podría ser que no, que alguna lección debo aprender de las vidas ajenas que por aproximadamente 2 horas transitan de un estado en particular a otro, micro o macro, depende de la cinta.

Las veo y cuando regreso a mi vida real entro en un verdadero conflicto. Leo (o semi leo, creo que soy bastante cobarde al respecto) sobre la realidad de mi entorno, del estado en el que vivo, del país, del continente, del mundo en general, y me apanica enterarme de todos aquellos que están esperando hijos, que han traído vidas nuevas a este caos en el cuál existimos. Luego regreso a mis pensamientos post fílmicos y me aterra saber que mi realidad sea así, no como los protagonistas convertidos del final, sino como aquellos entes que se presentan en los primeros diez minutos: solos, con miedo, con muchísimas barreras autoprotectoras. ¿Qué es lo que está bien de todo eso? ¿La soledad, la crisis, la violencia? ¿Los malos gobiernos, el mal autogobierno personal que te remite a estar así? Y entonces podrán decirme aquellos seres felices que es el amor lo prevalece por encima de todas estas cosas. Yo misma lo diría en mi fase positiva y alegre, llena de luz y esperanza. Sin embargo la yo que escribe estas letras no siente ni por un segundo que esto sea un argumento válido, por el contrario, en este momento creo que todo es un caos y que más valdría seguir encerrada en mi casa, frente a mi computadora, en vez de salir a disfrutar este frío pero soleado domingo de invierno. De todas formas, a quién le importa.

Quizá todo se trata de las expectativas que uno se forma desde la niñez; quizá todo sea simplemente la inconformidad por la vida que te ha tocado vivir. No, no estoy del todo inconforme, no creo demandar a nadie al respecto. Hasta ahora estoy contenta con mis logros, pero sigue molestándome el apartado de relaciones humanas. Contra todos los augurios planetarios, resulté ser una Tauro que definitivamente carece de toda la paciencia posible. Trabajar con personas a veces resulta un problema para mí, porque no logro encontrar dónde se encuentra esa delgada línea que divide las necesidades laborales y las ganas de mandar a todos al carajo. Así soy yo, me saturo tan velozmente como una memoria de 8 gigas. Pero entonces pienso, ¿no es patético que me queje siempre de la soledad, si yo misma tengo niveles bajísimos de tolerancia social? Todo es un círculo vicioso demasiado viciado.

¿Cuándo voy a salir de él? ¿Me interesa salir de él? ¿Qué debo hacer para salir de él? Los positivos dirán: "arriésgate, suelta, recibe lo que el universo tenga preparado para ti". ¿Y si lo que tiene preparado es funcionar en solitario? El protagonista de una de estas películas dijo algo con lo que definitivamente me identifiqué: "¿Y qué tal si ya viví todo lo bueno que tenía que vivir y no quedó más para el futuro?" Y yo agrego, "¿y qué si por mucho que quieras vivir algo más, eso te causa una infinita pereza?".

No sé, son las cosas que vienen a la mente un domingo de resaca post permanencia voluntaria. Este es mi reporte, Joaquín, volvemos al estudio.

viernes, 17 de enero de 2014

Pisapapeles deteniendo el amor (pero con nieve que gira)

No sé, me gusta la palabra pisapapeles y es una de esas que poco utilizo en mi vocabulario cotidiano. Así, de pronto me llegó esa imagen: un pisapapeles, de esos muy de estas épocas que mueves y ves como cae la nieve como quien mira con incredulidad la tierra prometida. ¿No hay nombre más obvio que el de un pisapapeles? su función es aplastar papeles para que no vuelen al primer chiflón que entre por la ventana, pero también son unos fantásticos souvenirs que, por cierto, jamás nadie ha tenido a bien obsequiarme. Pero así, de pronto, imaginé que un pisapapeles con nieve que gira detiene un periódico, y fue colocado justamente, erróneamente, terriblemente, en el aviso de ocasión de alguien que buscaba un alguien como yo. So sad.

No, no es una historia verdadera, pero pudo haber pasado, le puede estar pasando a cualquier hombre que busca a una mujer que también busca y que tiene un pisapapeles con nieve que gira, que no soy yo.


viernes, 3 de enero de 2014

2014, el inicio

Empecé el año viendo estas dos películas… cualquier parecido con la realidad pues, es mera casualidad.

The secret life of Walter Mitty es, sin vender mucha trama, la bonita historia de un hombre que sueña todo el tiempo: sueña dormido, sueña despierto, sueña haciendo su trabajo. Sueña tanto que en su vida real falta toda esa aventura que sí ocurre en su propio mundo, y no puede evitar sentirse mal por ello hasta que una situación lo orilla a correr (literal), para convertir todas sus fantasías en realidad.

No sé qué me gustó más, si el hecho de retomar a esos arranques de locura donde sin planearlo salía corriendo a la matiné, solita, en fachas; o que el protagonista es Ben Stiller, al que odio en sus cintas "cómicas" como los Fockers, pero al que amo en Reality bites, Los Tenenbaums o Zoolander ("¡orangemochafrapuccino!"); o que la cinta en sí es bien emotiva; o bien, que empecé el año harto cursi, con las emociones a flor de piel, con ganas de llorar y reír por todo. Lo cierto es que todo pasó y salí del cine motivada, feliz.

El día 2 del año me pasó algo similar, y me dio una especie de chiripiorca que me hizo rastrear a como diera lugar 500 days of Summer, esta antihistoria de amor que ya había visto pero que por alguna indescriptible desesperación arrebatada decidí que era buen momento para una segunda vez. Qué ganas las mías de sufrircomoprecious, qué ganas de enfrentar mis traumas… qué padre que ya no acabé de verla diciendo "amigosparaquémalditasea".


Así que este inicio de año la ecuación VIVE TU VIDA + HAY VIDA DESPUÉS DEL AMOR resultó aleccionadora y no tan casual. Espero tener un poco de Walter Mitty y quizá un poco de Summer (mi etapa Tom ya fue superada, gracias a todos los dioses del infortunio) para saber tomar las oportunidades y, porqué no, disfrutar cada una de ellas. Así las cosas en este 2014, el inicio.