miércoles, 24 de agosto de 2011

¿En dónde están las respuestas?

Aquí sentada frente a mi computadora, con un pants y mi primer falta escolar del semestre en la conciencia, escucho los ruidos del exterior y me siento como si alguien hubiera olvidado apagar el DVD de la película de acción más taquillera de la temporada. Helicópteros, algunas sirenas, cláxons de padres de familia algo histéricos y el miedo que le zumba a uno en los oídos cual si fuera una oleada de mosquitos infames. No, no está padre vivir con miedo como tampoco lo es pensar que coexistimos en un sitio de guerra, es solo que cuando todo llega así de golpe, no hay forma de explicarle a la mente y al cuerpo que uno debe irse con precauciones, que el simple timbrar de un teléfono no puede hacer la diferencia en tu vida, que las autoridades hacen su trabajo pero que más vale quedarse en casita ya entrada la noche.

No es divertido mencionar la última letra del abecedario sin que ahora se nos desdibuje el rostro; no es grato hacer una película propia, en coautoría con tu imaginación, sobre la premisa del secuestro de un ser querido... al final de cuentas, dicen que a veces imaginarlo es también es una forma de vivirlo.

Quisiera tanto que las respuestas estuvieran en mis más recientes lecturas académicas. Quisiera que Marx y Engels, que De Santos o Giddens o el mismísimo Bourdieu me explicaran porqué los nervios lo traicionan a uno cuando una simple llamada telefónica, procedente de un penal en algún lugar del mundo, puede modificar la salud de una familia completa. Producto del posmodernismo, dirá alguno. Capitalismo al más puro estilo del orden opresor, dirá otro. Resultado de una sociedad que la ciencia no ha alcanzado a estudiar. Yo que sé. Tal vez tiene razón el docto portugués cuando dice que en estos momentos lo fácil es hacer las preguntas, mas no encontrar las respuestas.

No cuestionaré entonces sobre lo que mis mediáticos ojos han visto cuando una maestra de kinder pone pecho-tierra a sus alumnitos distrayéndolos con Barney; no preguntaré sobre las cifras de muertos que aumentan tanto como los precios del súper o la gasolina o la corrupción (irónico, todo se incrementa con la misma facilidad); no dudaré del sistema de gobierno, ni de las autoridades, ni de por qué existen lo mismo "presuntos culpables" que "culpables sin límites"; No... no debo cuestionarme sobre lo que ocurre en los estadios (total, dicen que fue afuera, adentro todo fue paz y armonía y civismo); no debo preguntar porqué ahora los vecinos y la comunidad en general tenemos que invitamos a charlas y conferencias sobre seguridad para que así podamos prevenir a los nuestros. No debo, tampoco imaginar siquiera, que el pretexto de guardarnos a todos por un huracán haya tenido una doble lectura más peligrosa que cualquier fenómeno natural.

Lo que sí me pregunto es... ¿Qué debo hacer yo? ¿Acostumbrarme a vivir así? ¿Pensar que éste es el futuro que les queda a mis adoradas sobrinas? ¿Encerrarme en mi burbuja y hacer como que nada pasa? ¿Esperar otro susto de estos para poner a prueba lo que, a fuerza de golpes y emociones, ya se ha aprendido? No quiero ni imaginar lo que le sucede a las personas que no solo imaginan esto, sino que lo han vivido... Debe ser la más horrenda de las pesadillas, un infierno dantesco (aunque mis maestros digan que esta es la metáfora más fea y cliché del universo).

Llorar no resuelve nada pero si apacigua. Esperar a que la inflamación de mi cara disminuya es mi deseo en cada dosis de chochos que me tomo. Concentrarme y seguir con lo mío, como si nada, debe ser entonces la única respuesta cierta, válida, sincera. Total... ojalá mañana, o un día después de mañana, mi familia y yo nos estemos riendo de esto...