domingo, 25 de julio de 2004

Bizarro episodio de una película de adolescentes

Cierta calurosa tarde de verano me tomé la licencia de ejercer mi derecho de juventud para compartir con un par de amigos una película que prometía estar a la altura de mis grandes favoritas de adolescentes. Esta historia relata el ingreso de una chica de 15 años educada en casa y proveniente de África directo a la jungla de la vida escolar. La ingenuidad de Cady, quien desconocía todo lo referente a la temida vida social en años de pubertad, la lleva a ser parte del grupo Plástico, el de las famosas, el de las populares, el de las fresas.

Debo confesar que me divertí mucho y me reí como loca. Al término de la función, luego de millones de calorías y un ataque de vanidad, tuve un tiempo libre para reflexionar sobre lo visto en semejante gloria veraniega. Mientras me reía fui, poco a poco, cayendo a la cuenta de algo terrible: todos, de alguna manera, hemos sido presa fácil de algún estereotipo escolar. Pero cuando caí a la cuenta que yo, en algún momento, también fui una Cady cualquiera, viví un terror sólo sentido en la regadera hitchckoniana de Psicosis.

Tenía 11 años y estaba recién desempacada de otra ciudad. La ñoñez adquirida en toda mi vida escolar causó impacto en la primaria pública a la que entré justo a la mitad de quinto año. Una lindísima niña a que llamaré R, me ofreció el otro asiento de su banca y así mismo me ofreció también su amistad. R me hizo conocer todo aquello que para mi era novedad….El primer día de clases en mi última etapa de educación básica fue como un sueño. Mi salón estaba repleto de diversas personalidades, como el más listo de la generación, los chicos buena onda, y, por supuesto, el grupo de los selectos. Ellas eran niñas candidatas a estrellas juveniles, con mochilas bonitas, ropa de moda y según las leyendas urbanas empezaron a usar sostén desde el 5o. año. Y, por supuesto, se juntaban con los niños más populares, los lindos, los rubios de cara bonita, los consentidos de los maestros. R conocía y se llevaba bien con casi toda la generación, pero por alguna razón no pudo controlar el efecto de este grupo, y al igual que yo, nos dejamos deslumbrar por su brillo.

La historia es triste. Mi corazón latió desde el primer momento por la mejor sonrisa de todo 6o. año. Después de pláticas superficiales y tras algunos telefonemas y pícaras miradas tuvimos una efímera relación sentimental. Lo que yo desconocía era que la líder, la fresa mayor, estaba extrañamente encaprichada con él, el rey del grupo, quien sabiéndose galán a sus escasos 12 años, me tuvo y mantuvo como velita prendida cuando ella, su amor platónico, lo votaba por alguien más. Fui víctima de un destino cruel que me marcó para siempre.

Afortunadamente hace algunos años desperté de esta pesadilla de pubertad, y me reconforta saber que la realidad es mucho más interesante. Hoy yo soy una feliz Kittotta que tiene un buen trabajo y al cariño de mis cariños a mi lado. Hoy sé que R es feliz con su respectivo galán; mi ingrato primer amor se mudó a otra lejana ciudad y el grupo "de plástico" es ahora un grupo de madres solteras, señoras casadas y en el fondo de mi alma, espero que también sean, o sigan siendo, un grupo de mujeres realizadas y felices...

miércoles, 21 de julio de 2004

De que las hay, las hay

Aviso: Algunas de estas palabras han sido escritas en un profundo estado de ira y enojo. Es por ello que todo lo dicho se considera absolutamente válido y, sobre todo, verídico.

Era un día feliz. La mañana alegre, los pajarillos cantando, en el aire se colaban las risas infantiles, de esas que anuncian que el verano ya está aquí. Kittotta se preparaba para una jornada laboral más, siempre de buenas, siempre sonriente… ¡nada podía empañar su dicha! Sin embargo, sucedió. Ante el irreversible hecho de no poseer independencia en ciertos aspectos administrativos, tales como la impresión de documentos o las llamadas telefónicas, Kittotta se vio en la necesidad de solicitar una urgente marcación a cierto número de celular. Así que acudió al temible escritorio de La Secretaria, una de esas mujeres, como tantas y tantas que existen en el mundo, que sabedoras de su poder al teclear unos cuantos numerillos, le hacen a uno la vida de cuadritos, cachitos, añicos si así lo desea su real gana. La señora, visiblemente ocupada en el arte del chisme laboral y el incesante movimiento de hojas cuyo contenido posiblemente desconoce, tomó aquel vale aceptado de llamadas telefónicas (ritual por el que se debe pasar si no se es jefe), y expresó que en pocos minutos realizaría el urgente telefonema.

Kittotta se fue a su changarro, esperando que su extensión sonara con el interlocutor deseado al otro lado de la línea… minutos fueron, minutos vinieron. Kittotta se puso de pie y acudió personalmente al citado escritorio para saber qué había sucedido. “Está fuera del área de servicio” dijo ella. “Al rato vuelvo a marcar”. Pero ese “al rato” jamás sucedió. Tres veces Kittotta repitió la misma operación sin obtener éxito alguno. “Sigue fuera de servicio”… Casualmente, cuando alguien más marcó de otro celular, la llamada entró de manera inmediata y todo llegó a un feliz término (luego de un coraje que dejó a Kittotta haciendo sus ejercicios de respiración evitando algún colapso nervioso).

Por razones como esta, hay miles de secretarias en el mundo que son plenamente odiadas. Si, lo sé. Yo soy una de esas personas que aliento a la maldad femenina e incluso la celebro, pero cuando las cosas de trabajo llegan a terrenos personales, el mundo rosa en el que he vivido donde todos se toman las manos y entonan alegres canciones, simplemente se derrumba con iracunda sobrecarga.

Ante el paso del mercadotécnico “Día de la Secretaria”, reconozco que no vale la pena pensar en tales vilezas de las que seguramente todos hemos sido víctimas. Prefiero traer al papel y a mi mente (y con ellos hacer un mini homenaje) a las mujeres, a las secretarias, que entregadas en cuerpo y alma a su noble quehacer me evocan olores de lápices recién afilados, sonidos incesantes de máquinas de escribir, aroma a café recién preparado, teléfonos amablemente atendidos, atención con una sonrisa al jefe, a la familia del jefe…

Emilia (qpd), Ana, Susana… a todas y cada una de las secretarias que sí nos solucionan los sutiles pero importantes problemas laborales… ¡¡¡feliz día!!!...