jueves, 6 de mayo de 2004

Muchos cumpleaños y un funeral

Hace no muchos días me encontraba yo meditando y reflexionando sobre lo lucrativo que debe resultar el mes de mayo para los vendedores de chuchuerías, flores y monadas de igual índole. No sé si para el común de la gente resulte igual, pero al menos para mi la avalancha de mercadotecnia pre-10 de mayo no es suficiente, también debo sumar el día del maestro (que en mi familia abundan) y los muchos cumpleaños que se acumulan en las páginas de mi superpoderosa agendita. Mayo, además, es el mes donde celebro la veintiúnica fecha que espero en cuenta regresiva, tachando los números, comiéndome las uñas: Mi cumpleaños.

El sábado comencé un fin de semana que pretendía iniciar con el desfalco de mi cuenta bancaria en pos de una jornada intensa de compras festivas. Todo estaba planeado; los obsequios estaban mentalmente repartidos entre maestros, cumpleañeros y las dos mamás a las que año con año doy obsequios desde hace una década: mis Raqueles, mi madre y mi abuela materna. El sábado surgió el plan de ir a comer en familia y así fue, comimos un spaghetti y una ensalada marca deliciosos… Doña Raquel I, cariñosamente llamada Doña Raquelito, poco acostumbrada a esos manjares a causa de una rigurosa dieta recomendada por su doctor, literalmente se chupó los dedos de lo feliz que fue al probar algo que sólo los fines de semana tenía la licencia de comer con respectiva moderación. En la comida platicábamos sobre la llamada que a primera hora del domingo teníamos que hacer a la ciudad de México para felicitar a una de mis primas, y comentábamos también sobre la cercanía de los 27 de mi hermana (un día después de su “gallo” laboral, el del maestro), y de mis primeros pero honrosos 25 sólo dos fechas después que el de la Valent primogénita. El sábado terminó, mis papás salieron como hace muchas noches no sucedía, mi hermana y su esposo se quedaron en casa y yo disfruté de los placeres de Morfeo desde mi cómoda camita.

Domingo en la mañana: mi madre sube, alterada, a avisarme que Doña Raquelito sería llevada de emergencia al hospital. Algo falló con el spaghetti y con el viento del norte que sopló y sopló toda la noche. Primer diagnóstico: posible neumonía. Pocas horas después se confirmó. Asustada, vi como viajaba en la ambulancia puesto que la debilidad de su cuerpo no le permitía mantenerse ni sentada. Pasó el tiempo. A las 5 de la tarde la reportaron estable, yo la vi, burlándose como pudo de mi novio y mi cuñado porque su América le ganó a las Chivas este clásico… fue lo último que oí de ella. En mi casa, acompañando a mi papá y esperando noticias de mi hermana o mi madre, quienes harían la guardia nocturna, recibí la llamada donde me informaban de un paro respiratorio del cual no regresaba, y del cual jamás regresó. Como buen trabajo de equipo, la familia Valent se ha movido cada quien en distintas formas: en la funeraria, en la iglesia, haciendo y recibiendo llamadas… todo de acuerdo al grado de valor (o de cobardía) para enfrentar situaciones similares.

Este año temo que me he ahorrado, de ingenua manera, un regalo del 10 de mayo… El regalo más grande que, sin embargo, ella nos pudo dar, fue una muerte tranquila, rápida, sin dolor, sin nada que deberle a la vida. Descanse en paz, allá, junto con mis otros 3 abuelitos, doña Raquelito Bretón Flores.