lunes, 7 de febrero de 2011

¿Qué haría Galilea Montijo?


Cómo recuerdo aquellos días de mi infancia donde juntaba a todas mis muñecas y muñecos (así, a lo Fox), los acomodaba en puntos estratégicos de mi recámara, y haciendo despliegue de la colección de vajillas de plástico y tupperware, jugaba felizmente a que todos aquellos peluches eran los hijos que me daban mucha lata mientras yo cocinaba la cena esperando a su padre (de identidad desconocida) para convivir como una feliz y un poco numerosa familia. Jugar a la casita era una cosa realmente divertida, pero desafortunadamente para mí, fue algo que aprendí a jugar en solitario. Solos mis peluches, mis trastes y yo. Qué ironía.

Muchas, muchas primaveras después, aprendí que podía seguir jugando a la casita con vajillas reales (herencias maternas) y peluches de a deveras (Tokotina no es precisamente un juguetito que se quede quieto si así se lo ordeno). Tal como lo hice de niña, ahora hago como que cocino, hago como que lavo trastes, hago como que tiendo mi cama y también, hago como que espero al hombre de la casa, cosa que nunca, como entonces, sucede.

En mi bonito y muy esperado día de asueto constitucional, encontré un programa donde se ponía al debate el asunto de las mujeres “de 30 y solteras”… sin mencionar lo divertida que es Fernanda Tapia hasta para estos enjuagues, me encantó el hecho de que esta condición social a la que pertenecemos una gran parte de la población femenina (quizá nacional, quizá mundial), fuera comentada con la seriedad y el desparpajo que el tema amerita: que si nos pesa, que si la presión familiar es más grande, que si todas las amigas están casadas y una no, que si es el momento de hacer y deshacer solo por el placer que esto provoca, que si de verdad le tememos al compromiso, que si queremos ser madres o preferimos asumir una maternidad en solitario… Caray. Cuántas y cuántas ramificaciones de un asunto que a los ojos de las abuelitas, es como una cosa del mismísimo diablo: mujeres solas… ¡Bah!

Dentro de todo lo que mencionaron yo sentí no identificarme del todo con un concepto en especial, salvo cuando la actriz Mónica Dione, dijo como parte de su testimonio de vida que en realidad lo que ella desea es tener esa sensación de complicidad, de equipo, con una pareja. No más. Y es que eso sucede cuando afortunadamente una nace dentro de un matrimonio estable, de lucha, que ha aprendido que la convivencia fortalece el equipo, que las épocas malas son parte del estar juntos… Eso pasa cuando una, en el más literal de los sentidos, es educada para ser una gran mujer, una gran mujer capaz de ser una gran pareja para cualquier hombre. Yo he detectado que esa es mi vocación: ser la pareja de alguien, ser la compañera de alguien, ser el cómplice de alguien, ser la parte simétrica de una jugosa y apetitosa naranja.

Durante el programa la psicóloga y sexóloga española Silvia Olmedo (también en este rubro de treintañeras solitarias), expuso un común denominador que conoce gracias a sus pacientes o a los correos electrónicos y redes sociales: las mujeres de 30, solteras, con profesión y perspectivas, le damos un pánico atroz a la contraparte masculina de la misma edad. Y eso, sospecho, es mucho más real que cualquier otra cosa. Y eso, también, es mucho más doloroso que cualquier otra cosa. ¿Cómo es posible que obtener logros en el trabajo sea un delito que se pague con el miedo? ¿Cómo es posible que actividades que a una le producen orgullo sin igual, como aprender a sobrevivir en una casa sola, resolver los problemas de los gastos, y aprender a atender asuntos tan poco agradables de cables y fierros puedan parecer para ellos un inminente peligro que atente contra su virilidad? ¿Cómo puede suceder eso cuando una busca aprender de la mano de alguien como tú, cosa que no sucedería con un hombre mayor y mucho menos con un menor que tampoco está dispuesto a “perder su valiosísima libertad”?

No sé si debo replantearme seriamente la idea de seguir luchando en pos de mi vocación recientemente aceptada, o si de plano debo aprender a ser feliz así, sin hijos, sin responsabilidades, entendiendo que tampoco la vida en pareja es lo más maravilloso del mundo (también pululan los casos de fracasos matrimoniales), comprendiendo que las amas de casa, que se parten en 40 partes diferentes darían su reino entero por un minuto de vida en solitario, como la mía; explorando y explotando planes de vida (que en mi caso son muchos), sin dejar de sentir nostalgia ante cada noticia de boda o bebé que mi facebook anuncia casi cotidianamente.

Pero un punto que olvidaron tratar, o tal vez porque será motivo de otro debate que según mi madre también ocurrió hace poco en un espacio televisivo, es el qué hacer cuando una se queda con alguna valiosa joya que antaño significó una promesa de compromiso, y que al final terminó guardada en una caja, refundida en el más lejano y oscuro cajón. Eso también es parte del manual que en el siglo XXI debería escribir alguna exitosa mujer: Capítulo 1.- ¿qué hacer cuando la vocación se trunca ante hombres sin sensibilidad?; Capítulo 2.- ¿Qué hacer cuando por esa falta de sensibilidad una empieza a coleccionar anillos de compromiso?

¿Es acaso políticamente correcto que, si el compromiso se rompe, la joya sea devuelta? ¿Es acaso asquerosamente materialista quedarte con él, empeñarlo y gastarte ese dinero en ropa y lencería solo para el disfrute meramente personal? ¿Se vale devolverlo sin que eso signifique una ardides pura y vil? ¿Qué haría Galilea Montijo al respecto? Recién me enteré que esta estrella de la nota rosa, reconocida novia fugitiva, experta en estos melodramáticos trances, acaba de acumular a su colección un anillo más y, como suele provocarme de pronto la farándula, me dio una especie de alivio por saber que hasta las famosas padecen las situaciones normales del vulgo mortal.

Es tan urgente que surja una mujer “Carreño” que redacte un manual que puedan obsequiar todos los hospitales cada que nace una niña en este mundo, (para que entiendan que el “valle de lágrimas” posmoderno tiene tantas complejidades como riquezas), como urgentes muchos aspectos de educación elemental que apremia nuestra sociedad ante casos como éstos o como todos los que día con día alimentan los noticiarios y redes sociales… todo eso que ocurre “mientras usted duerme”.

Cuántas, cuántas preguntas sin respuesta…


Pd. Solo olvidé mencionar que en el programa de hoy de "Diálogos en confianza", dijeron una gran verdad ante este tema: también las mujeres solteras, de 30 o más, podemos ser felices tal y como estamos ahora. Así, sin más.