jueves, 18 de mayo de 2006

Terrible serenata reciclada

En la fresca y perfumada mañanita de tu santo, recibe mi bien amada la dulzura de mi canto... Encontrarás en tu reja, un fresco ramo de flores, que mi corazón te deja, chinito de mis amores...”


Hoy, incautos y queridísimos lectores, tengo la misión de informarles una impactante noticia: El ídolo de Guamúchil no ha muerto. No, no se trata de ir contra Memo Ríos y su famosísimo rap que aseguraba “Pedro Infante ¡murió!”. Ésta es una aseveración que ni la Paca pudo haber declarado con tal firmeza cuando la pusieron a buscar osamentas sospechosas. Aclaro que no pertenezco a ningún club de fans y tampoco estoy afiliada a ningún partido político (que a estas alturas lo hacen todo para jalar electorado, hasta resucitar a los difuntitos); soy, simple y sencillamente, un mortal que más de una vez al año, justo a las 12 de la noche, siente más vivo que nunca el espíritu de Pepe el Toro que le canta al oído (y al de los demás presentes): “... ya los pajaritos cantan la luna ya se metió”.

Mi familia tiene por tradición cantar las mañanitas justo cuando el día importante comienza. Eso no me parece nada antinatural. Desafortunadamente desde hace más de 15 años, y aun contando con una gran variedad de versiones que van desde Las Ardillitas hasta Parchis, mis padres decidieron hacer oficial la versión del ídolo mexicano en un disco que es, según dicen, una serenata desde el track 1 hasta el 20. Y adivinen: la pieza en cuestión es la número 2. Así que haciendo cuentas, en promedio escuchamos ese CD 6 veces al año, multiplicado por los 15 desde que esta joya musical fue adquirida, más los anexos que nunca faltan, dan un promedio de haberla escuchado algo así como una centena de veces. Cuando escucho los acordes del mariachi, e intuyo que esa frasecita de “En la fresca perfumada mañanita...” se acerca, mi asqueado espíritu (y hasta los bigotes) tiemblan del horror

Mi hermana comparte de igual manera esta extraña fijación que mis padres, en un acto incomprensible, disfrutan con radiante algarabía. Y hoy sale al tema porque estas fechas son precisamente el blanco más fácil para ese 2X1 ATM, que bien pudo haber sido sólo 1 de no ser por un sabio doctorcito que mandó a su casa a una parturienta cuando ésta expresó sus deseos de que sus hijas celebraran en la misma fecha. “¡Señora, no la amuele! ¡Permítales que tengan cada una su propio día!”. Y así fue. Es por eso que Sandra, dos años mayor que yo, escucha su serenata cada 16 de mayo mientras yo debo esperar 48 horas para merecer tal deferencia.

Así que hoy, si el sereno de la esquina me quisiera hacer favor, apagaré las 27 linternitas del pastel para conmemorar mi diablo (evento más esperado que la navidad o el año nuevo), sospechando que grandes cosas sucederán en esta época, como que habrá campeón mundial de futbol y Los Pinos tendrá nuevos inquilinos; mientras tanto, mi vida aguarda por muchas más emociones de las que puedo imaginar... después de Pedro Infante cantándome al oído.

jueves, 4 de mayo de 2006

¿Cómo me metí a este tema?

Este 1 de mayo mis intenciones para solidarizarme con las manifestaciones en Estados Unidos se cayeron a pedazos cuando, haciendo cuentas, comprendí el concepto Globalización. Para mí, que fue un día laboral común y corriente, decirle no a los productos norteamericanos me hubiera significado no ponerme shampoo, crema, desodorante, y maquillaje (traducido en llegar oliendo a chivo); también me hubiera restado productividad sin usar la computadora y las máquinas que del diario se utilizan en el changarro, (gringas en buena parte), y por último, me hubiera quedado en prisas sin mi útil vehículo diario que es de popular marca estadounidense. Así que mis intentos por boicotear todo aquello de procedencia gabacha se limitó en estar atenta de lo que acontecía y nada más.

Cuando comenzó este "boom" sobre el tema migratorio jamás sospeché siquiera lo cerca que me iba a tocar vivirlo. Fue desde que un par de primos míos se aventuraron a sumarse a las fuerzas mexicanas radicadas del otro lado, y desde que como parte de mi exilio voluntario fui testigo de su forma de vida, de su realidad, de lo cerca y lo lejos que en están de México y de la vida misma de los indocumentados que emigran sin preparación ni estudios, que me pareció que tenía elementos válidos para sentirme parte de todo este fenómeno social. Pero por causas insospechadas, mis requerimientos laborales demandaron en mí la paciencia y la capacidad de escucha para ser parte no sólo de mi propia historia familiar, sino de montones de ellas que día con día suceden en los hogares mexicanos.

La de mis familiares es una historia de tantas, con sus semejanzas y particularidades. Las causas de su fuga son como las de muchos: alternativas laborales, mejor calidad de vida y estabilidad emocional en un entorno nuevo y diferente. Así pues, tras empezar de cero pese a sus títulos profesionales, poco a poco han escalando progresos muy merecidos. Mis amadísimos primos, si bien no padecieron el viacrucis del desierto, han enfrentado obstáculos que tristemente surgen desde su misma raza: Envidias, celos, soledad y la irritabilidad del entorno; un autoracismo entre los propios mexicanos que, en lugar de tenderse la mano, se encierran más en su mundo.

Y es que llegar a parajes gringos es ver una maqueta de ensueño: todo está limpio, en su lugar, todos cumpliendo las leyes de tránsito, todo en orden, con seguridad. Es muy fácil deslumbrarse ante la tierra prometida en donde se inculca el valor del deporte, de la ecología, y donde pagar impuestos se refleja en cada uno de los complejos como bibliotecas o parques a los que uno puede accesar. Pero ¿a qué precio? En mi última visita, estuve tentada mil veces a preguntarle a mis primos si ha valido la pena tanto sacrificio de su parte. Cuando los miré felices, unidos, con sus hijos sanos y con un futuro por delante, simplemente me quedé callada y comprendí que la felicidad no es un trámite geográfico, es simplemente, donde está el amor.